La Burila

Por: Alvaro Hernando Camargo. Miembro de la Academia de Historia del Quindío.

“La Burila estampó malestar e incertidumbre para todos los colonizadores rasos localizados en la “Hoya del Quindío”.

En 1850, en la “Hoya del Quindío” estaba habitada por animales de todos los pelambres: jaguares, osos de anteojos, dantas, nutrias, cusumbos, jabalís, hasta la tatabra, entre muchos más. Igualmente  aves, de de coloridos plumajes. Todos ellos ocupaban los espesos guadales e colosales árboles, donde además habitaban serpientes, bichos y otras formas de vida.

Su territorio contenía terrenos impolutos, fecundos, donde brotaban las semillas sin necesidad de arar. Solamente era necesario la socola y la quema, para surcar  y sembrar.  Ostentaba una pródiga biodiversidad, nunca antes vista por los inmigrantes que horadaban esta  fértil tierra, provista de agua en abundancia y por lo menos un metro de capa humus.

Acariciaron estos prolíferos territorios inmigrantes oriundos de disímiles comarcas, huyendo de las  confrontaciones civiles de fin de siglo XIX y en búsqueda de nuevas oportunidades se aventuraron  por el camino del Quindío, y sobre sus márgenes, fundaron a Boquía. De aquí, irradiaron la colonización de Salento, Filandia, Circasia, Calarcá, Armenia, Pijao, Génova y Quimbaya.

Las tierras no tenían dueño, eran baldías, estaban en pura montaña. Se rumoraba la presencia de oro, de guacas que los indios enterraban para que no se lo robaran los blancos.  Oro de minas de veta y aluvión. Todo el que daba un azadonazo obtenía grandes tesoros.

Todos los que se establecieron en la hoya del Quindío habían vivido en paz con sus familias. Pronto llegaron los malos días y las desgracias a causa de los poderosos tentáculos de una nefasta empresa que borro por completo la felicidad primera de los moradores de tan agraciado edén.

Aparece BURILA, nombre derivado de la fracción indígena  denominada Bulirás o Burilás de la gran familia de los Pijaos. Empresa que marcó en forma intensa la colonización del territorio del Quindío y el norte del Valle del Cauca. Este vocablo estampó malestar e incertidumbre para todos los colonizadores rasos localizados en la “Hoya del Quindío”.

Sociedad anónima, constituida por el señor Lisandro Caicedo, que, junto a cien accionistas de reconocida influencia económica y política de Caldas, Valle del Cauca y formalizada por escritura pública número 693 de 25 de noviembre de 1884, otorgada en la notaria de Manizales.

La Compañía tenía por objeto la explotación de las minas, salinas y carboneras existentes en dichos terrenos. La propiedad de esta compañía era un paralelogramo de 125 mil hectáreas entre Bugalagrande y el páramo del Quindío que incluía los municipios de Zarzal, Sevilla, Caicedonia (Valle), Génova, Pijao, Buenavista, Córdoba, Calarcá y Armenia (Quindío).

La anarquía, económica, política y administrativa originada por tres guerras civiles (1876, 1885 y la de los “Mil Días"), afectaron a los colonos recién asentados en la “Hoya del Quindío” y fue aprovechada para constituir la compañía de Burila, en el año de 1888.

La compañía no ejecutó durante mucho tiempo actos de dueño. Se limitó a esperar. Mientras tanto, la montaña cedía al golpe de las hachas. Se replegaba. El colono era un pedazo de destino simple, ahogándose en la fiebre y en la soledad.

Para entender el poderío que represento esta nefasta empresa en el proceso colonizador del Quindío y norte del Valle, hay que otear a los personajes que conformaron su capital accionario, “paladines” como: Manuel Antonio Sanclemente, Eliseo Payán, Rafael Reyes y Ezequiel Hurtado, ex Presidentes de la República; los presbíteros Rafael Aguilera y Juan N. Parra, los doctores señores Lucio A. Pombo, José Miguel, Marcelino, Silverio y Gabriel Arango, Juan de Dios Ulloa, Eduardo Holguín, Manuel María Castro, Eustaquio Palacios, Fortunato, José María y Narciso Cabal, Belisario Zamorano, Manuel U. Carvajal, Emidio Palau, C. H. Simonds, Elías Reyes, Leopoldo Triana, Alejandro y Juan de Jesús Gutiérrez , Manuel María Sanclemente, Norberto J. Gómez, el Banco Industrial de Manizales, el Banco del Cauca, Simón López, Manuel María Grisales, Daniel B. Ceballos.

Históricamente rigieron la Burila, desde 1884 en adelante, Marcelino y José Miguel Arango, padre e hijo este último del notable jurista y  miembro de la Suprema Corte de Justicia; Víctor Cordobés, Manuel Grisales, Antonio María Restrepo Euse, Francisco Velásquez, Marcelino Arango entre otros. Durante los últimos tiempos de la guerra de 1900 y años siguientes hasta 1906, Marcelino Arango. Algunos de los antes mencionados se hicieron propietarios  de terrenos, como las haciendas de Maravales, Pijao, Buenos Aires, Ceilán, La Palmera, El Gigante, Italia, Altamira, Cuba, Arcadia, y muchísimas otras.

Patronos mercaderes de tierras baldías, despojaron a cincuenta mil colonos pobres, cuya única riqueza y poderío eran su trabajo y deseos de establecer su núcleo familiar lejos de la influencia de las guerras de fin de siglo XIX, para poder vivir en paz.

Disfrazaron su apetito rapaz y usurero, cambiando la denominación de concesión de tierras, por el rotulo de empresa. Su propósito, igual o peor que el de sus similares: Aranzázu y Villegas, caracterizadas por el brutal e inhumano despojo a colonos pobres en la región del sur del estado soberano de Antioquía.

En los recién fundados caseríos de Calarcá y Armenia, se hicieron famosos por su arbitrariedad y agresividad el agrimensor, Jose Lino Rodríguez y los corregidores Lino Tabares y Melitón Arias, esbirros de la burila. Cumpliendo órdenes de sus superiores y en complicidad con las autoridades judiciales y de policía, despojaron, depredaron sin indemnización y con apariencia legal a los colonos. A los que se oponían les quemaban sus ranchos y cultivos, obligándolos a desocupar o pagar onerosos precios por la tierra que con sacrificio habían desbrozado.

¿Qué se podía esperar de estos “prohombres”, representantes de los poderes religiosos, políticos y económicos, ante las justas reclamaciones de posesión y derecho de baldíos ocupados por desarrapados e ignorantes colonos?

“Jose Lino Rodríguez era un coronel de primeras letras con una fuerte voz de mando. Había hecho la guerra del 85 y también la campaña de los mil días.  Esta última a órdenes del general Marín. Nacido para la milicia tenía natural propensión por las armas. Después de la batalla de Piedras rodeó un batallón enemigo y dio la orden de pasar a cuchillo a los soldados mientras estos dormían. Así se ganó el grado de coronel.

Al salir de Rionegro, su pueblo, no era más que un muchacho infatuado…Llego a Armenia con dos pantalones de campaña, una cicatriz en la frente, un máuser y una irrefrenable  pasión por los caballos…”.[1]

Esbirros, sin expresión humana alguna, violentos, crueles; en asocio de bravucones que cumplían al pie de la letra  las órdenes del agrimensor representante de Burila, emprendieron a toda clase de bellaquería y atropello en contra de los poseedores de las mejoras en  litigio con La Burila. Destrucción de cercados; derriba de árboles sobre los caminos; arrasamiento de sementeras, frijolearas, yucales, plataneras;  bestias acabando los cultivos.  Se sospechaba, pero no se atrevían a señalar abiertamente a los responsables de los atropellos, por miedo a las represalia.

Forasteros camorristas merodeaban las parcelas en líos con Burila, resguardados con  grandes ruanas, aparecían por todas partes, miraban todo. No decían nada, solamente escuchaban. Su misión era acosar a los colonos para que desocuparan sus predios. Por las noches se dedicaban a destruir cercados, baldaban los ganados, destruían cementeras, incendiaban las casas de los colonos.  Todo encaminado a dar termino a los largos y constantes pleitos a través del terror.

Las autoridades locales alinderadas con los socios de la Burila, se hacían los de la oreja mocha.  Muchos de las autoridades estaban compradas por representante de la burila, quien pagaba sus complicidad sufragando deudas de juegos de azar a jueces y corregidores, que habían pagado con la plata de los depósitos judiciales.

Agrimensores de La Burila, cortejados de autoridades judiciales y alguaciles, previo boleto por parte de los bravucones de la Burila, se dirigían borrachos, agresivos a la mejoras de los colonos para hacer efectivas las diligencias de lanzamiento.  Con engaños  procesaban a los colonos, bajo el argumento de que no tenían derechos, al no contar con los títulos de propiedad.  Sin más preámbulos, se procedía al lanzamiento.

Ante la escalada de la Burila, muchos sucumbieron y entregaron sus mejoras sin luchar. Se convirtieron en jornaleros, otros prefirieron el éxodo, en silencio esperaban sin afán cualquier cosa.

Catarino Cardona fue el primer abogado llegado a la región quindiana. Asumió la defensa de los colonos ante lo cual las autoridades al servicio de la compañía certificaron falsamente que sufría de lepra, por lo que fue enviado a Agua de Dios.

Logró que treinta mil colonos firmaran un memorial dirigido al gobierno para pedir la anulación de acto administrativo por medio del cual se reconocía a Burila como la única dueña del territorio. Sólo en 1930 después de un largo y sangriento conflicto el Ministro Juan Antonio Montalvo decide poner fin al asunto, mediante resolución del 26 de febrero, en la cual pone en pie de igualdad a colonos y Compañía:

El 12 de diciembre de 1912, el Ministerio de Obras Públicas, revocó todos los derechos sobre los terrenos de Burila. Los colonos cultivadores de la región a que se refiere la providencia pudieron solicitar, de acuerdo con el Código Fiscal y con las leyes que lo adicionan y reforman, las adjudicaciones de baldíos a que tenían derecho.





[1] Benjamín Bahena Hoyos. El Río Corre hacia Atrás. Carlos Valencia Editores. 1980. Pag.215

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