Antiguo modo de viajar por el Quindío (Banco de La República) |
Una quindiana, de La Tebaida para más señas,
incursiona en los senderos de la historia desde hace varios años y ahora
trabaja para el Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura en Bogotá
donde cumple la tarea de editora de esta revista que, en 2012, llegaba a su
volumen 39. Natalia Botero Jaramillo es
tan joven que uno no se la imagina ocupada de rastrear el pasado, sino más bien
en oficios menos exigentes que volver la mirada a lo que los seres humanos
hicimos en un tiempo. No obstante, la peculiaridad de su enorme y productivo esfuerzo
de investigación consiste en entender mejor que otros los atajos de la
historia, nacional o regional, como parte, suponemos nosotros, de una identidad
necesaria y recuperable.
Su prolijo ensayo, “El problema de los excluidos: las leyes contra la vagancia en Colombia
durante las décadas de 1820 a 1840”, es un documento que abre muchas perspectivas
para nuestros investigadores locales. Así como nos hemos olvidado de rastrear
la influencia de la fundación de Anaime, Tolima, en los desarrollos de la colonización
del Quindío --porque solo hasta hace poco empiezan a revelarse los grandes flujos
migratorios que llegaron desde Antioquia hasta el Tolima occidental--, así
también pasaba desapercibida una gran parte de esos flujos errantes que se componían
de vagos y mendigos arrastrados hacia estos confines por las exigencias de la
ley.
Las numerosas guerras civiles, desde la Independencia
en adelante, fueron dejando ingentes masas de soldados errabundos que no podían
ser incorporadas a los ejércitos republicanos por la escasez de recursos
presupuestales. De esta manera aparecieron dos tipos de exsoldados andarines
que no cabían en ninguna parte como los vagos y los mendigos; los unos fueron
clasificados como marginados y excluidos y los otros como pobres e indigentes,
todos a una bajo el reciente concepto de desafiliación social. A los vagos se
les tenía en mejor concepto que a los mendigos porque podían ser utilizados en
trabajos como la construcción y mantenimiento de vías en la Colombia
republicana. Pero si había resistencia para dejarse ubicar, porque arriba se
tenía la idea de que deberían ser “sujetos útiles”, y los sujetos no aceptaban
esta categoría, era muy posible que el primer castigo a recibir fuera la
suspensión de la ciudadanía.
Como la Republica se la definía como virtuosa y los
vagos eran la antítesis de ese criterio, las autoridades los llenaban de
oprobio por semejante condición. El primer acercamiento a la calidad de
errabundos había sido hecho por Santander en 1926 cuando definió a los vagos (página
51) como gentes marginales que no tienen “ni oficio, ni beneficio, hacienda o
renta”. Este fue el antecedente del decreto expedido el 3 de marzo de 1843 en
el cual, entre otras cosas, se dispuso que “el concierto de los vagos debía
tener como destino el trabajo en el Camino del Quindío” (página 60). Un poco
más adelante la Gobernación del Estado del Cauca ordenaba a sus funcionarios
del norte cumplir con las raciones de reos y de vagos que “se encuentran
trabajando en el Quindío” de tal modo que siempre fuesen atendidos
apropiadamente mientras fueran parte de esos trabajos de sostenimiento.
Una reseña de este excelente ensayo de la doctora
Botero Jaramillo daría para largo. Lo deseable es destacar que su aporte a los
estudios sobre la colonización radica en registrar que aquella decisión sobre
los vagos en el siglo XIX fuera en su momento vista como “una válvula de
seguridad para disminuir los conflictos sociales”, en opinión de C. LeGrand
(1988), uno de los muchos autores citados por la escritora en el marco de su
estudio en torno a una normatividad sobre una vagancia que además fue utilizada
para ensanchar las fronteras en la adjudicación de tierras y la conservación de
los caminos. En lo que al Quindío concierne este trabajo merece más difusión
para que nuevos investigadores añadan testimonios diferentes al mosaico de
aventuras y afanes que dieron motivo a esta etapa de la vida quindiana.
0 Comentarios