En tiempos de desprecio por
el pasado, y en forma por demás inconsulta, transcribo apartes de las palabras
pronunciadas por el historiador Jaime Lopera Gutiérrez[1],
el 30 de abril en el Salón Bolívar de la Gobernación, en alusión al papel de la
Academia de Historia del Quindío:
“[…] No obstante los años, aun somos una
institución nueva que se ocupa de lo viejo. Nacimos al mundo cuando nos dimos
cuenta que esta región, antigua, autentica y llena de vida, reclamaba una voz
propia que enalteciera los hechos de sus fundadores y mostrara ante la faz del
país que no éramos unos simples subalternos de la cultura caldense […]
Heredamos de los caldenses unas energías hacendosas que ellos a su vez
obtuvieron de la cultura antioqueña: sólo que, en razón a que somos un cruce de
caminos, los quindianos vimos llegar a los caucanos, a los tolimenses y a los
cundiboyacenses que depositarían entre nosotros […] la simiente de sus propias
costumbres al punto de transformarnos en una cultura llena de diversas luces,
rostros y cicatrices.
Somos pues una mezcolanza
regional, donde es todavía difícil saber si la mazamorra (masa de moros) vino de las catorce familias de gitanos que trajo
Jorge Robledo a Cartago, o llegó de las brechas rionegrinas; […] Esta amalgama
de voces […] es como un caldero donde se agitan diferentes expresiones
culturales que todavía estamos tratando de descifrar para hallar las nuestras,
las propias, aquello que en todo el mundo se llama identidad.
Decíamos arriba que somos
una institución nueva, pero pobre de solemnidad. Algunos talvez pueden vernos
como un comité de soñadores a quienes no les interesa el vil metal. […] Pero ya
es hora de despertar de ese sueño y decir en voz alta que necesitamos dinero y
albergue para nuestros libros y un lugar para nuestras meditaciones. A menos
que tengamos una propuesta rentable […], el sector privado no acudirá a
colaborarnos; y es el Estado el que […] nos debería obligar a cuidar de sus
emblemas y de sus himnos, a recordar sus gestas en cada aniversario, y ponerle
la cara a los efectos que tienen las tradiciones y sus cambios en la
consolidación de una unidad regional […]
Porque […] la historia es
una necesidad de los pueblos. “La historia —decía Franco Ferrarotti— no es más
que la sedimentación de lo vivido: encontrar las huellas de lo que ha pasado;
seguir el rastro de quien ya transitó o está transitando, descifrarla,
conectarla”. No obstante, aún subsiste la pregunta de si es posible vivir sin
historia. La gente común y corriente diría que sí […] Pero, ¿qué hacer entonces
con las grandes ideas, con los sucesos extraordinarios, con las fechas y
conmemoraciones que han hecho época? Las opciones son dejarlas al azar, o
perseguir las huellas en la arena donde cada rastro es un signo, pero también
un símbolo de que ha pasado por allí un ser humano. ¿A dónde iba, de dónde
venía, qué quería, de qué manera se comportaba? Como ese movimiento tiene
significado, entonces nace la historia como una manera de interpretarlo y
recrearlo, y ese es nuestro papel en esta pequeña sociedad quindiana donde no
se hablaba de estas cosas […]”
Por: Armando Rodríguez Jaramillo. Miembro de la Academia de Historia del Quindíio. 2007
Por: Armando Rodríguez Jaramillo. Miembro de la Academia de Historia del Quindíio. 2007
0 Comentarios