El Palomo Aguirre

El "Palomo Aguirre", foto tomada del blog
Letrasenelojo
La historia del Palomo Aguirre, el asaltante del Cable Aéreo en los años veinte entre Mariquita y Manizales, ha dado para muchas narraciones y leyendas. La siguiente es una versión abreviada de Eduardo Santa.

Reinaldo Aguirre Palomo era el verdadero nombre del bandido. Asaltaba las grandes haciendas del Norte del Tolima, las recuas de mulas donde se transportaban mercancías valiosas, los automóviles donde se acarreaba el correo regional y las bolsas de dinero para los bancos, donde los había, o para pagar las nóminas de los maestros y demás empleados públicos de las pequeñas poblaciones que no contaban todavía con servicios bancarios.

Pero su especialidad fue el asalto al cable aéreo. No había semana en que la prensa regional no diera informaciones sobre su más reciente abordaje. Sabía con exactitud la hora y el lugar en que el cable paralizaba sus actividades, especialmente por las noches, cuando se suspendía la electricidad que lo impulsaba, y allí aparecía puntualmente montado en su caballo alazán y acompañado de sus cuatro o cinco pistoleros, tan buenos jinetes y tiradores como su propio jefe, y en cuestión de pocos minutos se apoderaba del ansiado botín, para desaparecer luego entre los rastrojales y las montañas que rodeaban la región.

No valía que la empresa cambiara horarios en la suspensión del fluido eléctrico. Porque todo lo sabía este bandido a quien el pueblo terminó por llamar simplemente el "Palomo Aguirre", tomando como apodo su segundo apellido. Esas capacidades "adivinatorias" le fueron dando fama de brujo, de tener pacto con el diablo. Lo que sucedía en realidad era que tenía muchos informantes anónimos.

El Palomo Aguirre repartía su botín con las gentes menesterosas de la región. Era una especie de Robin Hood criollo. La gente del pueblo lo quería, lo admiraba, lo escondía en sus casas y, sobre todo, lo tenía permanentemente informado sobre la persecución de la policía y del ejército. El Palomo Aguirre se convirtió así en una verdadera leyenda. Tenía una movilidad desconcertante. Aparecía y desaparecía, como por encanto. Tan pronto estaba en Honda, como en Mariquita, Lérida, Ambalema, Armero, Venadillo o Líbano.

“El autor de estas líneas, dice Santa, recuerda haberlo conocido en esta última población, cuando contaba diez o doce años. Era de mediana estatura, ligeramente moreno, de nariz aguileña, delgado y ágil, usaba siempre su sombrero de fieltro, zapatos de calidad, vestido de dril, pañuelo rojo anudado al cuello y otro de seda, también rojo, en el bolsillo superior del saco. Estaba en el parque principal del pueblo, confundido con la multitud que escuchaba una retreta nocturna. Alguien logró identificarlo, corrió el rumor saturado de miedo y de curiosidad, pero de un momento a otro el famoso bandido desapareció como por arte de magia, entre las sombras de la noche y las notas de aquella banda parroquial”.

Fue el ídolo de los pobres y el terror de los ricos. Hasta que aquel 24 de febrero de 1940 fue rodeado por la policía en una casa rural, muy cercana a la población de Mariquita. A pesar de que eran más de cincuenta sus atacantes, resistió hasta el final. Cuando solo le quedaba su último proyectil lo disparó sobre sus sienes. Así terminó su vida el bandolero que asaltaba el cable más largo del mundo. (1925, JLG)

Jaime Lopera Gutiérrez 
Miembro de Número de la Academia de Historia del Quindío
30 de julio de 2018


Un bandido legendario


Alguien podría pensar que la evocación que hace Eduardo Santa de un famoso bandido de su tierra tolimense en la década de 1930 a 1940, recogida en reciente libro de su autoría publicado por la Alcaldía de Líbano, representa una apología del delito. Pero no es así. Y no lo es por tratarse de un bandido humanitario que se robaba la plata de los ricos para repartirla entre los pobres. Caso similar al de Robin Hood, el también legendario bandido inglés que se convirtió en el pavor de los bosques y logró el carácter de héroe. Lejos de enaltecer la transgresión de la ley, lo que presenta Eduardo Santa, con la linterna del historiador, es la crónica fidedigna de hechos singulares que permanecen grabados en la memoria de los pueblos del Norte de Tolima. 

Reinaldo Aguirre Palomo, el personaje, era un campesino nacido en la vereda de San Jerónimo, cerca de Mariquita, en 1912. Dotado de gran fortaleza para las faenas agrícolas, sobresalió como vaquero y domador de potros. Su apuesta estampa varonil, simpatía y buenos modales le hicieron ganar rápidas ventajas en el mundo de las mujeres, por quienes sentía fuerte atracción. Al paso de los días, sus conquistas femeninas en los bares y en los caminos de su tierra serían incontables.

Un día se incorporó como soldado en la guerra contra el Perú. Allí dominó el arte de las armas y ejecutó actos valerosos. Campesino avezado en las trochas de su comarca, se familiarizó pronto con las selvas inhóspitas del Putumayo. Y desertó de la vida militar cuando recibió un castigo inmerecido. Luego comenzó a vagar de escondite en escondite. Varias veces estuvo a punto de ser capturado, pero siempre se escapaba. Cuando se sintió acorralado, se dedicó al abigeato y al atraco en los caminos. Más tarde formó una cuadrilla y comenzó a asaltar fincas. El producto de las rapiñas lo repartía entre los pobres de la región.

Se convirtió en el terror de los caminos y en el azote de los finqueros. Poseía el don de la ubicuidad: estaba en todas partes y nadie lo veía. Era un fantasma que ninguna autoridad lograba aprehender. Aparecía y desaparecía como por arte de magia. Todos lo ocultaban, porque era el paño de lágrimas de todas las necesidades. De paso, seducía y enamoraba. Una noche se disfrazó de Carlos Gardel para seducir a una maestra rural. Las mujeres, por supuesto, soñaban con el Robin Hood criollo. Conforme aumentaba el bandidaje, crecía la leyenda. Por aquellos días comenzó a conocerse como el ‘Palomo Aguirre’, y así se quedó. Este apelativo sonaba a personaje misterioso, aéreo, conquistador.

Lo de aéreo tuvo aplicación cuando en acto de increíble audacia asaltó el cable aéreo de Mariquita a Manizales, el que sostenido por cerca de 380 torres ejecutaba un recorrido de 72 kilómetros (el más largo del mundo), en medio de abismos espeluznantes. Allí se transportaba, entre otros objetos valiosos, el dinero para los bancos de Manizales, del cual el ‘Palomo Aguirre’ se apropió varias veces para calmar penurias populares. En un asalto a Armero se llevó toda la plata del banco. Resulta fácil entender, entonces, por qué las gentes favorecidas con su apoyo construyeron, como lo anota Santa, “una interesante y hermosa leyenda de hombre valiente, temerario y generoso”. Lo consideraban, claro está, un bandido “bueno”. El amigo del pueblo.

Otra vez asaltó el ferrocarril de La Dorada. Fue el primer asalto cometido en Colombia a un tren de pasajeros. Hacia 1935 irrumpió con su cuadrilla en la poderosa fábrica de tabaco Casa Inglesa, situada en Ambalema, y luego de dominar al personal directivo, sin hacer un solo disparo, se apoderó de la abundante caja de caudales y huyó ufano en medio de la admiración de las obreras, que habían concurrido a sus labores en traje de fiesta y con máquinas de retratar, sabedoras de la visita anunciada del ídolo justiciero.  

Estos pillajes espectaculares merecían grandes registros en la prensa nacional, y en la imaginación pública sonaban como verdaderas hazañas. El nombre del héroe popular se pronunciaba por doquier con respeto y fascinación, y su nombradía llegaba incluso a los altos salones sociales y a los círculos de escritores. Hasta tal grado aumentó la idolatría, que un poeta tolimense y estudiante de derecho, Ernesto Polanco Urueña, compuso un romance en honor del bandido inaudito, pieza curiosa que recoge Eduardo Santa en su libro.

Tras otras increíbles peripecias, la historia termina en 1940, cuando las autoridades supieron que el malhechor estaba encerrado en una pequeña quinta en las afueras de Mariquita. Hasta allí llegó un pelotón de la Fuerza Pública y le intimó rendición. La orden fue contestada con una descarga de fusil que dejó a tres soldados heridos de gravedad. (El mismo caso que años después ocurriría en un barrio del sur de Bogotá con Efraín González, otro bandido legendario). Cuando el comandante del operativo penetró en la casa de campo, se encontró con un cuadro pavoroso: el ‘Palomo Aguirre’ se había disparado un tiro en la cabeza, y en el piso yacía su cadáver, bañado en su propia sangre.

Gustavo Páez Escobar 
El Espectador, Bogotá, 12 de agosto de 2004.



NOTA: Otra versión sobre este personaje se encuentra en el blog Letrasenelojo con el artículo escrito por el antropólogo e historiador Armando Moreno Sandoval titulado "Reynaldo Aguirre Palomo, el bandido social", que había sido publicado en la revista El Puente, Honda,  año 10, número 108, p 7 

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1 Comentarios

  1. Una Investigación del periódico El Tiempo. Refuta lo dicho por Santana, sobre la muerte del personaje. En ambas fue suicidio , pero sin Policía o combate para adornar o distorsionar la crónica sobre el personaje central. https://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-1590613

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