Tolima - Quindío, homologías regionales


En la base de casi toda crítica

se inscribe un trabajo de comparación.

--Marc Bloch

            Hay muchas razones que hacen posible abrir la puerta a una integración sociocultural entre los departamentos de Quindío y Tolima[1]. La cercanía geográfica, la gastronomía, la música, los paisajes y algunos antecedentes del pasado son parte de esos aspectos comunes, pero especialmente la historia es la que mejor permite dicha aproximación. En particular existen varias evidencias históricas que revelan nítidamente la aproximación quindiana-tolimense.


            La colonización desde Anaime

            En primer lugar, los más estudiosos dicen que la colonización antioqueña y sus derivados alcanzó a cubrir la parte norte de la región tolimense (Fresno, Herveo, Murillo, Villahermosa, Casablanca, Murillo, Santa Isabel, Cajamarca, Anzoátegui, Lérida, Líbano, Roncesvalles y Falan). Ello quiere decir que por lo menos hubo un 40 por ciento de influencia antioqueña en los alrededores tolimenses de la cordillera de Los Andes. Ese solo hecho nos equipara en asunto tan esencial.

            Una vecindad particular, con énfasis paisa, la encontramos en el corregimiento de Anaime, que limita con Calarcá, Salento y Pijao: en este lugar hubo un asentamiento con antecedentes indígenas en el siglo XIX y por ello mismo ofreció un entorno para que allí llegaran grupos de antioqueños gracias al rumor de que existían tantas riquezas de caciques natagaimas y pijaos como los quimbayas. Allí en Anaime nació la esposa de Jesús Maria Ocampo, Tigrero, quien al parecer llegó después al poblado de Calarcá recién abierto, pero se sabe que provenía de Salamina. Muchos tolimenses y cundiboyacenses entraron al Quindío por esta vía y entre ellos Ocampo, el fundador de Armenia. (Es una curiosidad de que exista en el cañón de Anaime una riquísima vereda agrícola llamada La Tigrera que provee de abundantes cosechas de papa y arracachas al municipio de Cajamarca).

 

            Los pijaos del Caribe

            En segundo lugar, suele señalarse el predominio de la belicosa tribu de los pijaos en el poblamiento del eje cafetero con su ola de asaltos y allanamientos a los habitantes de esta zona y aledañas en especial durante la Conquista y la Colonia. En busca de oro, de víveres, de sal, o de rehenes, se dieron numerosas expediciones de aborígenes pijaos atravesando la cordillera para realizar hostigamientos en lejanas comarcas como Cali, Buga y Cartago.

            Del origen de los pijaos se puede decir que su procedencia es del norte: el territorio tolimense fue la tierra preferida por algunas tribus caribes que bajaron desde la costa por el rio Magdalena, y se ubicaron en los calurosos llanos tolimenses; con esta invasión de nativos caribes aparecen las tribus de los pijaos, los panches, los ambalemas, los pantágoras, los marquetones, los chapaimas, los hondas y los gualíes, principalmente. Un complejo territorio indígena por muchísimos años que se deshizo sin saberse demasiado de su desaparición.

            En contraste con esta abundante presencia de aborígenes que habitaron el Tolima, la influencia indígena en el Quindío solo cuenta por la asombrosa contribución de la civilización quimbaya y sus buscadas riquezas, sobre la cual se han hecho numerosos estudios e investigaciones en los últimos años explicando la admirable orfebrería que atraía a los colonos y guaqueros --entre los cuales se detalla por supuesto el encuentro hecho por ellos del ya famoso Tesoro de los Quimbayas que nos concierne no solamente a los quindianos sino a todos  los colombianos como patrimonio cultural de la Nación. Todavía no conocemos una explicación sobre las numerosas tribus tolimenses de origen caribe, y las escasas comunidades aborígenes en nuestro solar nativo.

 

            Calarcá entra en escena

            En tercer lugar, el caso en torno al cacique Calarcá es más específico y supongo que podemos verlo desde dos puntos de vista: la versión antigua como un episodio de los mitos regionales durante la Conquista, como ha sido propagado por muchos años; y la versión nueva o revisada de este suceso dados los nuevos hallazgos fidedignos de los Cronistas de Indias, sin que ninguna de ambas perspectivas hubiese perdido su sabor original ni su fuerza mítica.

            Durante mucho tiempo una versión novelesca del cacique Calarcá (un cacique rebelde, entre los muchos cabecillas de esa tribu, contra las pretensiones dominantes y esclavistas de los españoles) fue transcrita en el libro de historia oficial del periodista Jesús Maria Henao (Bogotá 1872-1946) y el abogado Gerardo Arrubla[2] (Amalfi, 1870-Bogota, 1949) y otros testimonios como el de nuestra paisana Teresa Arango Bueno. Dicha referencia fue por mucho tiempo la visión escolar acogida por el pueblo tolimense y, en general, por todos los establecimientos de enseñanza en Colombia, dado el carácter estatal de este libro de historia que la ideología conservadora de las primeras décadas del siglo XX estaba sembrando.

            La versión popular de Henao & Arrubla en torno de este cacique pijao dice que estuvo involucrado en la muerte de una mujer española y por ese motivo Baltazar, un indígena combeima que competía con los pijaos, le dio muerte por celos a Calarcá con una lanza –que, aun cuando era simulada, la guardaron en una iglesia de Ibagué por muchos años. Baltazar asesina al cacique Calarcá, relató Rosa Triana[3] y esta acción fue, para varios reseñadores de su historia, la que redujo las hostilidades de los pijaos en los llanos del Tolima que eran una seria amenaza a las pretensiones dominantes del imperio español.

            De allí nació la idea adicional de que la tribu de los pijaos había decidido enterrarlo con todos sus tesoros encima en el paraje de Peñas Blancas, cerca del corregimiento de La Virginia en la ciudad de Calarcá, para la codicia de los numerosos guaqueros y colonos que visitaban regularmente este agradable lugar en busca de aquella inmensa fortuna. Hasta aquí el mito.

 

            Lo liquidan de un balazo

            En cuarto lugar, interviene la investigación del historiador español Manuel Lucena Salmoral quien, después de examinar los manuscritos de unos Cronistas de Indias, revela que Calarcá en efecto murió como consecuencia del balazo descargado por el militar español Diego de Ospina, y no a manos de aquel indio combeima que lo había perseguido para vengarse del asesinato de su hijo concebido con una mujer española[4], [5].

            El virrey Juan de Borja nombrado hacia 1605 como presidente del Nuevo Reino de Granada, le había ordenado al capitán Diego de Ospina y Maldonado acabar con los pijaos quienes interceptaban las caravanas ibéricas que bajaban en carruajes y a caballo por el camino entre Pitalito y La Plata hacia Popayán y Quito, y viceversa, cruzando el río Magdalena por un vado estrecho y seguro. El camino de Guanacas, como se denominaba este sitio opita por mucho tiempo, fue después remplazado por el camino del Quindío ---que aspira tener un sendero para turistas y observadores de aves entre Ibagué y Cartago en los próximos años.

            En resumen, en 1610 las tropas españolas se encontraron frente a frente con los pijaos en las praderas de Purificación y allí el militar ibérico le habría disparado a Calarcá con un arcabuz con postas engrasadas. Al parecer durante dicha refriega sus propios guerreros rescataron al cacique y luego se supo que murió en sus propias tierras a los cinco días de camino, como lo anota fray Pedro Simón en sus relatos de la conquista[6]. La nueva versión de Lucena Salmoral fue conocida en 1962 en las páginas del boletín cultural del Banco de la República.

 

            Los tolimenses revisan

            En quinto lugar, el relato mitológico de Henao & Arrubla sobre la leyenda del cacique Calarcá, que hemos visto en las páginas anteriores, fue asumido por los tolimenses durante muchos años en virtud del carácter oficial que el libro de historia tenía en los colegios y escuelas de todo el país en aquella época. Pero apareció el libro del abogado Cesáreo Rocha Castilla y en su libro de 1968 pudimos leer la siguiente afirmación de quien es reputado como un hombre probo e intelectual de valía:


            “Por ahí ha corrido publicada la inexactitud de que Calarcá, uno de los más bravos cacique pijaos, murió en batalla campal por la lanza de don Baltazar, otro cacique indígena aliado de los conquistadores…(pero) ni Calarcá murió a manos de don Baltazar, ni hubo tal batalla de Chaparral, en la llanura, a campo raso”[7].

            

Con la dirección entre otras del capitán Diego Bocanegra, añade Rocha Castilla, la batalla duró cuatro años y a ella se vincularon destacados civiles y militares españoles como el gobernador Bernardino de Mojica (1591), Pedro Jaramillo de Andrada (1603), el capitán Gaspar Rodriguez de Olmos (1603), Alonso Ruiz de Hinojosa, y por supuesto el virrey Juan de Borja y sus subalterno Diego de Ospina y Maldonado, fundador de la Villa de Nuestra Señora de Purificación (mayo de 1664), poblado que hacía parte de la Gobernación de Neiva cuya capital había sido fundada por su padre, Diego de Ospina y Medinilla, unos años antes.

            Ignoro las fuentes en las que se apoyaba esta aseveración de Rocha Castilla, pero asumimos que ya fray Pedro Simón y otros historiadores del mismo tenor, habían sido publicados. En estas circunstancias la versión Lucena Salmoral de aquel episodio del cacique Calarcá coincide con la nuestra y adquiere visos concluyentes al concedérsele por el historiador tolimense un tributo de autenticidad a los cronistas de Indias. Hasta aquí la historia. (La compatibilidad de estas dos versiones es de algún modo similar al predominio de la palma de cera entre los dos departamentos, en bosques de altura que aparecen como vecinos en unas mismas laderas de cada circunscripción).

 

            Un ferrocarril frustrado

            En sexto lugar, es preciso avanzar claramente en otras situaciones y episodios que revelan la cercanía de nuestros dos departamentos: uno de ellos es la frustrada conexión que se intentó varias veces entre Armenia-Calarcá e Ibagué, en diferentes gobiernos, como lo comprueban los vestigios de rieles y túneles que existen en la vereda Boquía, en Salento, y algunas huellas en la hacienda La Lora que sirvió de fonda caminera para los viajeros que atravesaban la cordillera por este sitio. Muchos ingenieros y administradores públicos sabían desde siempre que este vínculo regional sería inevitable, hasta que por fin se materializaron la carretera en la década de los años veinte y, muchos años más tarde, el tántas veces mencionado Túnel de la Línea [8]. Solo que franquear la cordillera con obras de infraestructura no es igual a los avances socioculturales que alguna vez habríamos de emprender.

 

            Conclusión

            Por lo visto se puede decir que la Historia ha derrotado al mito. No será la primera vez que en nuestra disciplina como historiadores vayamos de la ficción a la realidad gracias al mérito de las investigaciones cuidadosas y el complemento de certeza que dan los hechos bien explicados y entendidos. Solo hay que abonarles a los mitos su propiedad de alimentar al cine, el teatro, la literatura en general y a las bellas artes. Por su parte la historia, encasillada en los hechos como debe ser, se despliega con toda su verdad para el disfrute de quienes anhelamos poseerla*.

 

*Al final, hacemos un homenaje a algunos personajes tolimenses que, desde mi punto de vista, le han dado y siguen determinando que el carácter y la idiosincrasia de esta región se proyecten nacionalmente. Hablamos de Diego Fallón, William Ospina, Álvaro Mutis Jaramillo, Arturo Camacho Ramirez, Juan Lozano y Lozano, Eutiquio Leal, Mario Laserna, Orlando y Jorge Eliecer Pardo, Héctor Sánchez, Benhur Sánchez, Tiberio Murcia Godoy; Darío Ortiz Vidales, Jorge Elias Triana, Carlos Granada, Julio Fajardo. Y desde luego a Eduardo Santa, Gonzalo Sánchez, Hermes Tovar Pinzón y Álvaro Cuartas. Sin olvidar a Darío Echandía, Alfonso Palacio Rudas, Ariel Armel, Antonio Rocha, Alfonso Reyes Echandía, Jaime Vidal Perdomo, Alfonso Gomez Méndez, Augusto Trujillo, Simón de la Pava, Cesar Castro Perdomo, Roberto Arenas, Carlos Ariel Sánchez, Leovigildo Bernal, Cesáreo Rocha Ochoa y Eduardo Montealegre.


-Esta nota es un aporte del autor al primer Encuentro de las Academias de Historia del Quindío y el Tolima, en junio de 2023, en las poblaciones de Cajamarca y de Toche.

 

Armenia, junio 2023




Jaime Lopera Gutiérrez
Académico de Número  /  Academia de Historia del Quindío



[1] Un antropólogo, Josué Bedoya Ramírez, afirma que la palabra Tolima viene de tolaima, que en el lenguaje karib significa nube, palabra con la cual los pijaos llamaron al Nevado. Otras menciones se refieren a la historia de una cacica y mohán indígena llamada Tulima o Yulima, martirizada y ejecutada por los españoles; ella era una sacerdotisa que vigilaba una guaca o santuario religioso en cercanías del Cerro Machín y Nevado del Tolima, región rica en yacimientos de oro. Wikipedia. El departamento fue creado por Mosquera en 1861.

[2] Jose Maria Henao y Gerardo Arrubla. Historia de Colombia. Librería Camacho Roldan, Bogotá, 1926, paginas 197-198. Arango Bueno, Teresa. Precolombia. Sucesores de Rivadeneira. Madrid, 1954, pagina 73.

[4] Lucena Salmoral, Manuel. Calarcá no murió a manos de Baltazar. Boletín Cultual y Bibliográfico, Biblioteca Luis Ángel Arango, Volumen V, # 10, Bogotá, 1962, páginas 1265 y ss.

[5] Mas adelante apareció una nueva leyenda, sin testimonios escritos, refiriendo que Calarcá concibió una hija llamada Guaicamarintia quien, a la muerte de su padre, se convirtió en cacica de los pijaos y se casó posteriormente con un cacique quimbaya que no solo la llenó de riquezas, sino que reivindicó el carácter belicoso de los pijaos.

[6] Fray Pedro Simon. Noticias historiales de las conquistas de Tierra Firme en las Indias. Casa Editorial de Medardo Rivas, Bogotá, 1892, pagina 292.

[7] Rocha Castilla, Cesáreo. Prehistoria y Folclor del Tolima. Publicaciones de la Dirección de Educación del Departamento del Tolima. Ibagué, segunda edición, 1968; paginas 17, 25 y ss.

[8] Omito, por ser un tema de innecesario debate, hablar en detalle de la ayuda que los liberales tolimenses le dieron a los liberales quindianos con la presencia de Chispas, para defenderlos de los sicarios del Cóndor Lozano que desde Tuluá los exterminaban con el sectarismo de la época, y viceversa con Efraím González.

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