La arqueología colombiana
ha comprobado la existencia de por lo menos dos poblamientos prehispánicos
diferentes para el valle medio del Río Cauca, región que fue el escenario de lo
que se llamó durante mucho tiempo la Cultura Quimbaya. Este último es un nombre genérico que han
llevado los objetos de oro, cerámica, líticos y otros, descubiertos en tumbas
antiguas de los departamentos que conforman parte de Antioquia, el Eje Cafetero
y el norte del Valle.
El primer poblamiento
también se denominó Quimbaya Clásico y hoy se llama Período Temprano.
Al segundo se le conoció como Quimbaya o también Período Tardío.
De las manifestaciones
orfebres del primero, en un desarrollo temporal que va del 500 A.C. hasta el
600 D.C., se destacan, entre otros, los adornos corporales, las figurinas de
rostros humanos triangulares y los poporos.
También las urnas cinerarias, llamadas marrón inciso por sus
características cromáticas, que además presentan un simbolismo relacionado con
la fertilidad.
Debido a sus especiales
condiciones tipológicas siempre han
resaltado estas piezas orfebres y de arcilla, por encima de la sencillez que
reflejan las piezas de oro del Período Tardío.
Por eso sobresalen las tres más famosas colecciones de este estilo que
se conocen en Colombia. La primera
corresponde a las 122 del llamado Tesoro Quimbaya, de las 435 que fueron reportadas
en 1892, cuando el gobierno colombiano las obsequió a España, haciendo parte de
un vergonzoso capítulo de la historia nacional que hoy se revive por el
reciente fallo de la Corte Constitucional, al ordenar las gestiones para
recuperar esos objetos.
La segunda es “un
conjunto de la Loma de Pajarito, descubierto en los límites entre Yarumal,
Campamento y Angostura en el noreste antioqueño, al parecer en la primera mitad
del siglo XIX y compuesto por el “poporo Quimbaya”, varios cuellos de poporo y
“otros objetos de gran precio”. Esta
última frase tiene que ver con la impresión que causó este hallazgo y sobre
todo su venta al Banco de la República,
pues ese poporo de cuatro esferas en su parte superior – tal vez el más
simbólico objeto de la iconografía colombiana – fue una de las primeras piezas
con las que se dio inicio al Museo del Oro de Colombia en el siglo XX.
Tal información, tomada
del artículo “Mujeres, calabazos, brillo y tumbaga. Símbolos de vida y transformación de la
orfebrería Quimbaya temprana”, de María Alicia Uribe Villegas (Boletín de
Antropología, vol. 19, No. 36, U. de Antioquia, 2005), nos introduce en la
conexión con el mundo espiritual que cumplieron estas piezas en la época
precolombina.
La tercera colección fue
hallada en mayo de 1987 en Puerto Nare (Antioquia) y fue llamada “Nuevo Tesoro
Quimbaya”, para diferenciarla del ya conocido referente que se había divulgado
como el Tesoro Quimbaya.
Se están cumpliendo 30
años de su adquisición por el gobierno colombiano, ya no para obsequiarlas sino
para incorporarlas a los museos nacionales que las exhiben en este momento.
Su historia está llena de
curiosidades y no está exenta de la fábula y versiones que alimentaban la fantasía
popular alrededor de los hallazgos de objetos orfebres. Son 16 en total y, en noviembre de 1987, se
consideraron como el “segundo hallazgo de tales proporciones”. También se destaca la calificación emitida
por el artículo de prensa en primera página (edición dominical de El Tiempo,
noviembre 1° de 1987) que lo compara con lo descrito en esa época sobre el
Tesoro Quimbaya: “….El primero, menos espectacular pero más voluminoso,
ocurrió hace un siglo….” .
Las 16 piezas de oro
fueron halladas en una región, el valle del Río Magdalena, que sale de la
órbita del territorio ocupado por dichos pueblos. Pudo ser producto del trueque o simplemente
su extensión geográfica también llegaba hasta esos lugares.
Las fotografías que
acompañaron el artículo del periódico no dudan en emplear el término de
“impresionante tesoro”. Corresponden las
piezas a un poporo antropomorfo femenino de 1.192 gramos de peso; dos cascos
repujados de 461 y 412 gramos; dos recipientes ovalados para cal (o sea
poporos); cuatro cuellos de poporo (uno de ellos con una forma similar al
famoso de las cuatro esferas); dos diademas con láminas que se desprenden en
forma de rayos o plumas y un curioso objeto que el registro de la época
relaciona como “parte superior lisa de recipiente fitomorfo”, con un peso de
312 gramos. Esto totaliza 12 piezas,
pues parece que las otras cuatro estaban en mal estado o no fueron mostradas en
el reporte oficial de 1987. Sin embargo,
en el texto de Uribe Villegas aparece la fotografía de un poporo del “Nuevo
Tesoro Quimbaya”, en forma de totuma achatada, sentada en butaco, y su
información aclara que pertenece a una colección particular.
Una vez más, el banquito, que
aparece también en las piezas del Tesoro Quimbaya, sugiere una representación del mundo chamánico.
Tres de las doce piezas
(un casco repujado, un cuello de poporo y una diadema) se encuentran exhibidas
en tres vitrinas de la sala 1 del Museo del Oro Quimbaya de Armenia.
Lo que se relata sobre el
“Nuevo Tesoro Quimbaya” no es nada diferente a las anécdotas del mundo agorero
y circunstancial del encuentro de las piezas en labores de guaquería. Existen dos versiones. La primera, que fue hallado por un campesino
que durmió con las piezas de oro debajo de su cama y que meses después lo habría
negociado con el Banco de la República, que le depositó 500 millones en una
cuenta.
La otra versión anota que
fue negociado por cuatro buscadores de fortuna y que la negociación con el
Banco fue de mil millones.
En ambos casos, se debe
tener en cuenta que en esa época los bienes arqueológicos podían ser enajenados
y que, irónicamente, muchas piezas fueron adquiridas por el Estado porque
todavía no se había promulgado la ley que las colocaba al margen de cualquier
negociación.
Se sabe, además, que el
lote de piezas estuvo a punto de salir
subrepticiamente del país, como pasó con
miles que hoy están en museos del exterior.
Algún día será –
esperamos los quindianos- que tengamos en el Museo del Oro Quimbaya de Armenia
las dos colecciones exhibidas, para apreciar en todo su esplendor la experticia
metalúrgica de estos pueblos del pasado, pero también para desentrañar el
sentido mítico y religioso de dichas realizaciones materiales.
Por: Roberto Restrepo Ramírez -
Miembro de número de la Academia de Historia del Quindío
Miembro de número de la Academia de Historia del Quindío
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