El Quindío un departamento a pesar de si mismo

Las dinámicas de recomposición geopolítica del país en la última mitad del siglo XIX —en buena parte derivadas de las guerras civiles— y la primera década del siglo XX, le determinaron a la provincia del Quindío sucesivas adscripciones territoriales.

En algunos períodos llegó a estar integrada a otra provincia y fragmentada bajo la jurisdicción alternativa de dos departamentos, al tiempo que ejercía potestad administrativa sobre diversos municipios, hasta 1905, cuando surge a la vida administrativa el departamento de Caldas. Este hecho fue el resultado de largas y complejas negociaciones que van desde el federalismo decimonónico (1863-1886) hasta la inconclusa descentralización actual, que más allá del orden geográfico, da cuenta de procesos que —a lo largo de un siglo y medio— perfilaron el marco geográfico y sociocultural de este territorio.

Migrantes, refugiados y colonos.
En términos de territorialidad, el Quindío del siglo XIX era esencialmente un área vacía, de selva cerrada, lo que hoy podría denominarse una “unidad ecológica”, que a menudo servía de refugio a personas que huían de persecuciones, no querían participar en las guerras civiles o buscaban involucrarse en aventuras de distinto jaez. La colonia penal agrícola de Boquía, fue el punto desde el cual salieron colonos que, asociados con la segunda generación de pobladores de Salamina, Neira y Manizales en el norte de Caldas, penetraron la hoya del Quindío y fundaron varios municipios. Naturalmente, como se ha sustentado, el origen heterogéneo de ese río humano desvirtúa por completo la tesis —para el Quindío— de una “Colonización Antioqueña”.

A esta fluida movilidad contribuyó de manera significativa la despoblación—migración relativa de muchas áreas del territorio nacional, así como los intereses de terratenientes ausentistas. Los cambios en la estructura económica y las nuevas vocaciones estimuladas por la incipiente industria agrícola movilizaron amplias franjas de labradores y mineros en búsqueda de oportunidades de vida. De manera que, en el caso de Armenia y después del Quindío, el número precario de colonos se incrementó sustancialmente con la llegada de pobladores provenientes del norte de Caldas, Santander, Cundinamarca, Cauca, Boyacá, Valle, Huila y Tolima, principalmente.

Pasada la Guerra de los Mil Días, la lucha entre federalismo y centralismo estimuló la formación de una elite nacional y favoreció el desmembramiento de los antiguos Estados, lo cual dio origen a nuevas divisiones político administrativas, entre ellas al departamento de Caldas, al que se anexaría el Quindío en 1908. Ante las reiteradas solicitudes de las gentes de Armenia, el gobierno nacional mediante Decreto No. 340 de abril 16 de 1910 promueve la localidad a la categoría de Municipio y en 1966 Armenia es designada como la capital del departamento del Quindío.  Esta nueva institucionalidad ofrece a sus habitantes un aire de emancipación modernizante que incrementa la movilidad social y engendra solidaridad colectiva en beneficio de nuevos ideales e intereses comunes. 
     
Al tiempo, esa transformación regional produce una serie de mutaciones socioculturales derivadas de los nuevos contactos y permite el agenciamiento de inflexiones, usos y modismos lingüísticos que inciden en el comportamiento y las costumbres de los arraigados. Muchas son las relaciones que llegan a consolidar núcleos familiares con integrantes de diversas regiones que aportan otros conocimientos (o los aprenden). Entonces se afianzan las relaciones socioeconómicas del “mercado interno” y empieza a pensarse en una ampliación hasta el ámbito nacional.

La estructuración de lo que en adelante se denominaría el Eje Cafetero es el resultado de la múltiple colonización y el café. Los vestigios culturales de este hecho se materializan en dos períodos: inicialmente, el del nacimiento del bahareque y del desarrollo del transporte de arriería, y luego, el período de la construcción del ferrocarril y el cable aéreo (en Manizales), como sistemas de transporte con propósitos comerciales y en dirección a los dos océanos, y también el de la aparición de la arquitectura ecléctica que mezcla estilos europeos y materiales autóctonos y extranjeros. Aquí el bahareque se diversifica en forma y contenido, sobre todo en su versión encementada  (Duque Escobar, 1991).

Al propio tiempo, Manizales se había convertido en el centro de las decisiones económicas, políticas y administrativas de Caldas: controlaba el 76% de la burocracia y absorbía la mayor parte del presupuesto departamental, lo cual dio origen a uno de los “factores de confrontación con las ciudades de Pereira y Armenia que se mantuvo a lo largo de los años treinta, cuarenta y cincuenta” (Sepúlveda, 1997), con diversas expresiones de agresión.

El latifundio disperso.
El Quindío rural, ha sido, como lo afirma el investigador Jaime Arocha, un “latifundio disperso”, por la fuerte concentración de tierras en las que un solo individuo posee hasta una docena de propiedades. Promediando los años sesenta, había una redistribución significativa de recursos en el área laboral que sostenía la dinámica del mercado interno en aceptables niveles de demanda.

A comienzos del siglo XXI, se tienen: 25.761 predios menores de 1 ha; 12.929 predios de 1 a 3 ha; 3.839, de 3 a 5 ha; 2.292 de 5 a 10 ha; 2.429, de 10 a 20 ha; 1.503, de 20 a 50 ha; 984, de 50 a 100 ha; 424, de 100 a 200 ha; 190, de 200 a 500 ha; 98, de 500 a 1.000 ha; 11 predios tienen 1.000 hectáreas y más.

Como ya vimos, esta “democratización” de la tenencia de la tierra es aparente, por cuanto hay numerosos títulos en manos de testaferros que libran a los verdaderos dueños (legales e ilegales) de cargas de tributación o de problemas legales con la justicia ordinaria.

Antecedentes del proceso autonomista.
El auge productivo incentivó las expectativas autonomistas en diversos sectores, donde se tenía la percepción de que un nuevo departamento podría generar mejores condiciones de vida para el conjunto de la población, además de las posibilidades de un extraordinario desarrollo democrático. Eran diversas las voces que expresaban su “cansancio” por la dependencia administrativa y el dominio conservador de Manizales. Hegemonía y concentración eran términos que generaban un clima de inconformidad y concurrían como principales temas en las mesas de contertulios y las reuniones políticas de cuyabros y quindianos.

Sin embargo, la dependencia de los políticos quindianos para su inclusión en listas electorales y designación en cargos públicos, pesaba demasiado en sus decisiones. A su turno, los políticos manizaleños dependían de los dirigentes quindianos para captar sus votos y el apoyo de los sectores que estos controlaban. De manera que había una complicidad implícita entre el personal político de las dos regiones, puesto que la iniciativa de otorgamiento de cupos radicaba en los directivos instalados en Manizales. Pese a la presión de importantes sectores ciudadanos —todavía predominantemente rurales—, los operarios políticos apostaban a una neutralidad más tarde transformada en “insatisfacción rentable” con los manizalitas, precisados a su turno a hacer concesiones que sin el apremio de esta amenaza no habrían entregado. En el fondo sabían que la creación del departamento generaría una identidad, así como la consolidación de intereses “quindianistas” para presionar y lograr que la Nación realizara las inversiones públicas indispensables para apuntalar y promover el desarrollo económico regional.

Resistencias locales.
Pero este proyecto contaba también con la resistencia de algunos municipios quindianos como Calarcá, Montenegro y Circasia que expresaban su preocupación porque Armenia se convirtiera en otra Manizales con su típico centralismo y la concentración de recursos para su propia región. Además, en otros municipios no se dio el consenso entre concejales para suscribir el documento de apoyo, los conservadores, porque los manizaleños de esa bandería eran los jefes y, los liberales, porque la fracción progresista del MRL no fue partidaria del modelo de segregación que le cercenaba municipios clave a la producción cafetera regional.
Y tenía además un opositor interno de sólido peso político: el senador conservador –ospino-alzatista- Luís Granada Mejía, tal vez el más cultivado intelectualmente y, en un comienzo con Iván López Botero, ilustrado orador y jurista entre los miembros de la representación quindiana en el Congreso de la República que más adelante apoyaría el proyecto. Granada no sólo señaló vicios de trámite y fallas de carácter constitucional en la formación del proyecto que podrían dar al traste con la iniciativa, sino que avizoraba circunstancias económicas sombrías por el área geográfica de la comarca quindiana, a la sazón la segunda con menos territorio después del departamento del Atlántico que tenía la ventaja de ser puerto marítimo.
  
Solo un pragmático argumento logró movilizar la voluntad de los dirigentes del bipartidismo de Armenia: el de que la creación del ente territorial traería no solo una nueva estructura burocrática —de numerosos empleos públicos de primer nivel—, sino que habría una nueva organización política en la que tendrían autonomía para postular y elegir candidatos propios de la región sin pedirles permiso a los dirigentes caldenses. Un documento elaborado por la primera Junta procreación del Departamento del Quindío, lo confirma de manera incontrovertible:
“Como disfrutamos de una asamblea departamental con quince diputados, cada uno de los trece municipios del Quindío estaría representado en ese cuerpo…Habría una gobernación, cinco secretarías, una contraloría y una provisión suficiente de cargos de importancia para evitar la triste rebatiña de nuestros gobernantes en apetencia por su tránsito en Manizales o en Cali”.

Parecida argumentación atraería el apoyo de legisladores de otros departamentos que veían en ese acontecimiento la posibilidad de disputar a Manizales su control de poderosas palancas económicas. Pero otros verían en esa expectativa la disminución de sus capitales electorales. Estas posiciones contradictorias se reflejaron en el curso del debate parlamentario que, en las respectivas comisiones y en las plenarias de las dos Cámaras, tuvo una dilatada —que no reflexiva ni enriquecedora— discusión.

Era evidente que el resquebrajamiento del fuerte conjunto caldense, fortalecería a los otros grandes productores cafeteros, Antioquia y Valle, segundo y tercero en la escala de producción. Por tal razón los parlamentarios antioqueños fueron los aliados naturales de sus colegas quindianos en el Congreso de la República.  Los del Valle lo hicieron a cambio de mantener bajo su jurisdicción cuatro importantes municipios que siempre figuraron bajo la égida geográfica de la provincia del Quindío. De los 53 municipios que conformaban el Eje Cafetero, el Quindío sólo contaría con 12 a partir de su consolidación autonomista.

Las elites económicas, que orientaban sus proyectos mercantiles desde los clubes sociales América y Campestre de Armenia, paulatinamente fueron definiendo su interés por la nueva unidad territorial en la medida en que los cálculos de mediano plazo parecían favorecer sus expectativas de acumulación. Ya la dominación de mecanismos de la violencia les había redituado nuevos bienes y rentas a muchos de los más activos negociantes de la propiedad raíz y no estaban muy interesados en discernir la calidad moral de sus adquisiciones. 

Finalmente en la legalización del Quindío como unidad territorial del país, influyeron de manera determinante las pugnas políticas por la representación regional en las cámaras legislativas, pues en lo que hoy es Risaralda el cacique liberal Camilo Mejía Duque, pretendía consolidar su hegemonía electoral sin interferencias, mientras que en la región sur, el Quindío, Ancízar López buscaba por todos los medios sacudirse la presión jerárquica de los caldenses. Antes que una visión amplia del sistema social y productivo que en aquella época les generaba altas tasas de retorno derivadas de la exportación del café y plátano en el conjunto del llamado Gran Caldas, estos dos caciques decidieron formalizar su proyecto político en excluyentes espacialidades, las mismas que hoy están registradas en las estadísticas como las más atrasadas socialmente, en lo cual solo superan al Chocó.
Pero, es imperativo decirlo, no hubo estudios de fondo, ni reflexión teórica  –mucho menos análisis prospectivos o crítica política- para acreditar la sostenibilidad económica de esa nueva entidad territorial, cuya condición de cruce de caminos o de punto de tránsito entre el centro y el occidente del país ameritaba esfuerzos de análisis superiores desde las ciencias sociales, porque allí se daban condiciones productivas y demográficas diferentes a los demás departamentos de Colombia, incluidas las limitaciones implicadas en su breve extensión geográfica.

Toda la sustentación sobre el proyecto estaba librada al cumplimiento de requerimientos constitucionales, firmas de concejales, tasas de población, inventario de activos públicos, etc., y desde luego, a las expectativas de producción agrícola centradas en el café y plátano renglones a los que se les atribuía una consolidación creciente en la economía nacional. Esta mentalidad monocultivadora les cerró el paso a otras alternativas productivas en términos de diversificación o de industria.

Más no estaban previstas las cíclicas caídas de la cosecha cafetera con antecedentes en 1911 y 1930, menos aún la crisis internacional de los precios del grano para 1989 y, mucho menos todavía, la transición hacia nuevas formas de economía terciaria que han llevado a esta región a una situación límite y que un riguroso análisis prospectivo hubiera podido incluir en el repertorio de áreas de mejoramiento.  Había una emotividad quindianista, promovida por las elites, que impedía toda racionalidad y toda serena reflexión. En el lenguaje propio del machismo regional la “comarca había llegado a su mayoría de edad y era hora de alargar los pantalones”.

Se incluía allí en defensa sociocultural de la región la folklórica connotación de “raza quindiana”, rebuscada apreciación de resonancias grecoquimbayas sin bases etnográficas que causa hilaridad en los medios científicos, pues lo único que podría advertirse era —en términos antropológicos— “una mixtura social con afinidades diferenciadas”.

Otra hubiera sido la situación de este departamento si se hubieran conservado los cuatro municipios recortados en el proceso de negociación con la representación parlamentaria del Valle del Cauca para asegurar sus votos.  Sevilla, Caicedonia, Alcalá  y Ulloa, poblaciones que integraban de manera natural la hoya del Quindío —y cuya principal relación comercial y productiva era con Armenia y Quimbaya—, le hubieran aportado no solo más brazos a la producción agrícola (96.462 habs), sino una feraz espacialidad (844 Km2) con enorme aporte de recursos naturales y ambientales.

Alpher Rojas Carvajal
Investigador en Ciencias Sociales y Mgr en Estudios Políticos y Culturales.

Artículo publicado por el diario La Crónica del Quindíio el 17 de julio de 2016.

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