Por Jaime Lopera Gutiérrez. Presidente de la Academia de Historia del Quindío. Armenia, marzo de 2015
Escrito a varias manos, “Historia y Memoria” (Editorial La Tarde,
Pereira, 2014) es un libro que contiene diversas crónicas inéditas de Pereira,
todas ellas bajo el patrocinio de nuestros colegas de la Academia Pereirana de
Historia y la selección a cargo de Alfredo Cardona Tobón. Las narraciones de
Lisímaco Salazar, los recuerdos del capitán Asnoraldo Avellaneda y la historia
de la Hacienda La Julia, cuna de muchos esfuerzos colonizadores de los
Jaramillo Walker, entre otras, hacen de esta edición un esfuerzo notable para
entender la historiografía de nuestra vecina capital risaraldense.
Leocadio Salazar, por ejemplo, es un personaje que retrata cierto periodo
post-colonizador (pag. 23 y ss) y a quien deberíamos seguirle la pista para
entender lo que en aquella época significaba el negocio de tierras y no las
llamadas “virtudes heroicas” de la colonización propiamente dicha. Proveniente
de una familia campesina de Santa Rosa de Cabal, con el tiempo Leocadio se
convirtió en un enorme terrateniente que acaparó a bajos precios y acumuló
suficientes extensiones para fundar poblados tales como Ulloa, Trujillo,
Riofrío y La Arabia.
Cuando compró casi regalados los vastos terrenos donde se encuentra
Ulloa, Leocadio los vendió como fincas a individuos provenientes de Boyacá,
Santanderes, Antioquia y Caldas pues su negocio consistía en la parcelación de
lotes. No le importaba la agricultura y menos la caficultura: era un negociante
no un empresario. Como es de suponer fue un importante aliado de los
propietarios de la concesión Burila (en el Dovio y Caicedonia, especialmente), sociedad
de vallecaucanos y manizaleños que ocupa y determina una buena parte de la vida
quindiana.
En su formidable empresa como negociante de tierras, no como colonizador,
se cuenta que el astuto y casi analfabeta Leocadio Salazar importaba presos y
vagos para construir calles y caminos pagando su trabajo en no muy buenas
condiciones; además recorría sus dominios a efectos de reclutar mujeres para
surtir los barrios de tolerancia de las nuevas aldeas confiando en la eficacia
de uno de sus dichos más conocidos: “los pueblos se fundan con los antioqueños
y las putas” (pag. 23).
En las memorias del capitán Avellaneda, aparecidas en este libro que
reseñamos (páginas 55-75), surge de igual modo la figura pereirana de Ramón
Valencia, un “señor de patillas, grueso, bajito, fundador de Calarcá” (mejor
dicho, Román Maria Valencia, como en realidad figura en los testimonios de los
fundadores de este poblado con Segundo Henao y otros) quien también tenía el
negocio de enganchar muchachos para capturar mariposas y polillas que
clasificaba detalladamente, procurando que no estuvieran maltratadas,
antes de venderlas a exterior como muestrarios de coleópteros,
“constituyéndose en el primer renglón de exportaciones de Pereira” (pag. 65).
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