La glorieta (Pierre Bouguer)

Por: Jaime Lopera Gutíerrez. Presidente de la Academia de Historia del Quindío.
Publicado en La Crónica del Quindío, 22 de mayo de 2014

Un viajero francés, Pierre Bouguer, estuvo por el Perú y Colombia en 1749 y dejó consignada las memorias de esa expedición en un libro que fue publicado en su idioma hace poco. Un residente quindiano, Armando Espinosa Baquero, lo tradujo para la Sociedad Geográfica de Colombia de la universidad del Quindío, en la cual es profesor de geología, enriqueciendo notablemente la historiografía de los viajeros extranjeros que visitaron a nuestro país desde La Colonia.

Después de Humboldt muchos científicos, naturalistas y botánicos ingleses, franceses y alemanes vinieron a inspeccionar las noticias de Colón y demás cronistas para probar que los españoles habían realmente descubierto un nuevo mundo. Entre ellos vinieron también algunos espías encubiertos de diplomáticos para contar a sus gobiernos los hallazgos de España en estas posesiones.

Bouguer era un físico que tenía el encargo de confirmar la redondez de la Tierra haciendo, con Le Condamine, observaciones astronómicas y geodésicas que fueran útiles a los navíos y los exploradores. Como Newton decía que la Tierra era achatada, en tanto que los franceses alegaban que era alargada hacia los polos, la misión de Bouguer era confirmar alguna de las dos teorías.
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Su llegada al Perú y la expedición por este país hasta el Ecuador y Colombia, está contada con muchos detalles que se escapan al oficio de geólogo para entrar en descripciones geográficas y antropológicas que serán materia prima para nuevos avances en la historia colonial de América. Las largas caminadas, el calor tropical, la humedad de la costa Pacífica, los animales y alimañas son incontables en esta relación del viaje, y en especial la cantidad sucesiva de temblores que no tenían semejanza en Europa.

Su entrada a nuestro país, de paso para Cartagena, lo hizo por el temible paso de Guanacas que antecedió por muchos años el camino del Quindío. Este último es mencionado por Bouguer cuando habla del paso que conduce de Cartago hacia Ibagué, “del que solo se puede salir con la ayuda de bueyes en vez de mulas”.  En ese recorrido conoció las tarabitas y la leyenda de las serpiente tatacoa que puede resucitar después de varios años.

En alguna parte el viajero alude a las “sandías de las tierras saladas de Armenia” (l´Arménia) por los lados del Cotopaxi; allí hace un recuento muy literario sobre las distintas figuras de las nubes y de los arcoíris del Chimborazo.  Su minuciosa descripción sobre las vetas de oro y su explotación por los nativos, pudo servir de estímulo para que se difundiera en el Viejo Mundo la sospecha de las riquezas naturales que existían en la América ecuatorial.Desde el punto de vista editorial, es impecable la edición al cuidado de su propio traductor, cuya prolijidad se destaca en esta versión contrastada entre el facsímil francés y la versión castellana al frente. La introducción y notas al pie de página iluminan mayormente este libro que es un notable aporte a los historiadores de la región y del país. 

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