Ya no somos los que fuimos.

 

Con motivo del cumpleaños 135 de Armenia el pasado 14 de octubre, recordé que hay tradiciones y rituales para conmemorar los aniversarios y los momentos relevantes de los pueblos, simbologías portadoras de un singular significado a la hora de generar cultura e identidad.

Por mi parte, aquel 14 de octubre saqué la bandera verde, blanca y amarilla que guardé  desde el año anterior y la enfundé en una improvisada asta para que ondeara en el balcón en honor a mi hogar público que es Armenia. Acto seguido me dirigí a la parroquia del Espíritu Santo donde se entregaría la mayor condecoración que otorga el municipio, templo ubicado frente al parque de Los Fundadores construido para los 75 años de la ciudad, lugar donde reposan los restos del fundador Jesús María Ocampo Toro y su esposa María Arsenia Cardona Buitrago, y donde se encuentran el muro pétreo con los nombres de la junta pobladora y el monumento emblemático de la ciudad del maestro Roberto Henao Buriticá

Al llegar me sorprendió ver tan pocas personas en el atrio, entre las que se contaban algunos soldados, también me asombré al constatar que la mitad de las bancas del templo estaban vacías. Entonces fue inevitable recordar tiempos idos cuando la conmemoración del aniversario de Armenia estaba reservada a la Plaza de Bolívar, lugar donde se daban cita las autoridades civiles, eclesiásticas y militares, los colegios y establecimientos educativos, las organizaciones cívicas, el cuerpo de bombero y la ciudadanía en general, todos vestidos para la ocasión en medio de desfiles y bandas marciales. También evoqué cómo la Catedral de la Inmaculada Concepción, epicentro de la Diócesis, se llenaba durante esos días hoy da tristeza ver la pérdida del valor simbólico de Plaza de Bolívar, sumida en el abandono. Luego del terremoto de 1999, estos actos se trasladaron al templo de San Francisco adonde concurría una aceptable asistencia, y desde hace algunos años se realizan en la parroquia del Espíritu Santo con cada vez una menor participación de funcionarios públicos, militares, entidades gremiales y organizaciones cívicas, además de la ausencia de colegios y de la poca presencia ciudadana. A esta pérdida de identidad y amor por la ciudad se le debe agregar el exiguo protocolo y la falta de majestuosidad y de simbolismo para estos actos en la actualidad.

Volviendo a celebración de la fundación de Armenia, la jornada se inició con una solemne ceremonia litúrgica de acción de gracia oficiada por Monseñor Carlos Arturo Quintero Gómez, obispo de la Diócesis. Finalizado el tedeum, vinieron las palabras, a mi parecer poco apropiadas para la ocasión, de parte del gobernador y alcalde de Armenia. Realmente me hubiera gustado que hablaran sobre la junta pobladora y la gesta fundacional de la ciudad o sobre el legado patrimonial y cultural recibido de los mayores. Que se comprometieran, por ejemplo, con el rescate del sentido de pertenencia, la identidad y las tradiciones culturales que nos identifican, o que anunciaran la recuperación de los monumentos emblemáticos de la ciudad y sus construcciones patrimoniales como la Estación Armenia y sus plazas y parques tradicionales. Hubiera deseado que anunciaran el impulso a la enseñanza de la historia y también la recuperación de la cultura cívica. 

Luego hablo el presidente de la junta directiva de la Sociedad de Mejoras Públicas de Armenia, ingeniero Orlay Muñoz Marín, condecorado con la Orden de los Fundadores de Armenia en reconocimiento a su liderazgo cívico y trabajo de siempre por la ciudad. Sus palabras recogieron versos de la poetisa Carmelina Soto, habló de la importancia de retomar el espíritu cívico que nos caracterizó e hizo un llamado de atención por el lamentable estado de abandono en se encuentran el Centro Metropolitano la Estación, la plaza de toros y el mirador de la 18, entre otras reflexiones.

Del templo salí con sentimientos encontrados luego de esa celebración huérfana mejores ayeres. En el atrio me encontré con Luis Fernando Ramírez Echeverri, ciudadano que, con John Jaramillo Ramírez, organizaron las festividades del Centenario de la ciudad en 1989 y crearon el emblemático Desfile del Yipao siendo alcalde Fabio Arias Vélez. Los dos nos fuimos caminando y hablando del municipio y su fundación, y recordando el trasegar de la SMP próxima a cumplir su primer centenario. Mientras disfrutaba de su agradable compañía, miré fachadas de casas, edificios, hoteles, supermercados, sedes bancarias, entidades de salud, restaurantes y otros establecimientos ubicados sobre la avenida Bolívar y calles aledañas intentando hallar en ellas banderas de Armenia. Pero tan sólo pude contabilizar tres en un recorrido de aproximadamente quince cuadras entre las que sumé esa que ondeaba en el balcón de mi residencia.

Esta realidad me hizo evocar la poesía de Jorge Robledo Ortiz [1917 - 1990] titulada Siquiera se murieron los abuelos, magistralmente interpretada por Rodrigo Correo Palacio [1923 - 1996], y que en uno de sus apartes dice: «Siquiera se murieron los abuelos / sin sospechar el vergonzoso eclipse»

Al final de ese 14 de octubre, cuando la penumbra le ganó su partida al día, doblé mi bandera verde, blanca y amarilla y la guardé para nuestra cita del próximo año, no sin antes pensar que cuando los símbolos y rituales empezaron a desaparecer, nuestra sociedad se fue desintegrando a pedazos.

Armenia, 22 de octubre de 2024

 

Armando Rodríguez Jaramillo

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