Retrato al óleo de Gilberto Alzate hecho en España por Oswaldo Guayasamín |
Por: Germán Medina Franco
Miembro de Número de la Academia de Historia del Quindío.
Armenia, junio de 2023
“Alzate
Avendaño es el único hombre con capacidad para realizar una revolución en
Colombia y si la oportunidad le llega, la realiza…
El deber
del país frente a Alzate Avendaño es no darle una oportunidad.”
Juan Lozano y Lozano[1] (1)
Los pasillos
de la Clínica Marly en el norte de Bogotá
están abarrotados de gente. No es gente cualquiera. Se trata de miembros de la clase política de ambos partidos
inquietos por la salud
del Mariscal Alzate y el futuro del Frente Nacional. Personajes
que suelen encontrarse en sociedad y alternar
dentro de la mayor cordialidad, quién lo creyera, acostumbrados como están
a concitar los odios en la plaza pública desde hace treinta años. Podría
decirse que departen sin rubor en los cocteles
antes de agredirse en las
tribunas.
Entre tantos amigos obsecuentes y adversarios
de todos los pelambres el ritual
de visitar a los enfermos no alcanza a ocultar el verdadero móvil
de esa cortesía. Más allá de la inquiet ud o de la novelería a muchos de ellos los mueve el cálculo político.
Lo que suceda con el ilustre
paciente puede marcar el destino
del país y sobre todo el de sus propias vidas.
En medio del murmullo de los corredores que suena como un enjambre, se alza una voz. El reputado cirujano Alfonso Bonilla Naar a la cabeza de un equipo de galenos da el parte médico. -La operación ha sido un éxito- informa a los presentes. -Al doctor Alzate se le extirpó
una vesícula purulenta, un empiema. Lo que sigue
ahora es reposo
y recuperación.-
Es la noche del lunes 21 de noviembre
de 1960. Todo el
mundo se regodea con la noticia, estalla en júbilo. Tenemos Mariscal para rato
comentan alborozados los miembros de su guardia pretoriana, fieles alzatistas
de todos los tiempos, compañeros de mil
batallas que sueñan con ver a su caudillo en el solio
de Bolívar, más pronto que tarde, “entrando a caballo en la historia” como suele repetirles.
El
turno en la presidencia está asegurado para el partido
conservador. De eso no hay duda
porque así se convino con los
liberales sobre los restos humeantes de la república en el armisticio de
España suscrito entre Laureano Gómez y Alberto
Lleras y validado por los electores
en el plebiscito del 57. De la meta lo separan apenas unos meses.
Solo resta la proclamación de su candidatura en la
convención del partido que bien podría ser en el Teatro Colón como se estila entre los conservadores. Nada podrá
detenerlo. Acaba de imponer sus mayorías en las elecciones legislativas del 20 de marzo,
en llave con Mariano Ospina Pérez,
superando las fuerzas laureanistas de la colectividad. Los astros
parecen alineados.
El estado de salud del fogoso dirigente se presta a
muchas conjeturas, es tema obligado en todas partes. Como la política es una
pasión dominante entre los colombianos nadie
escapa a las elucubraciones. Las hay de todo tipo. Unos le atribuyen
a su glotonería impenitente la causa
de los males que lo aquejan (“Si llegare a presidente
/quien tanto mecato manduca…” había escrito alguien refiriéndose a él en el estribo de un puente en Salamina, Caldas); otros culpan de la enfermedad
a su frenético activismo político y otros más a la angustia existencial
que lo persigue.
Al
paso de las horas cae doblegado por el sueño y entra en un letargo inducido por el cansancio y los medicamentos. Ve desfilar con nitidez cinco décadas de una existencia inconforme y combativa que le han hecho
concebir el mundo como su contraparte.
Allí está su niñez en Manizales; el escritor en ciernes de El Pequeño Cronista y del Centro Literario Ariel; su expulsión del
Instituto Universitario “por ideas y prácticas subversivas”; el estudiante de derecho en Medellín, devorador
de libros, que se convierte en líder
juvenil de talla nacional; el militante
independiente del Conservatismo que fustiga
desde las páginas de El
Colombiano y La Defensa la inercia de la Hegemonía agonizante y más adelante
los pecados de la república liberal; el precoz secretario de la
Dirección Nacional de su partido…
Desmadejado sobre el lecho semeja una fiera en reposo. La serenidad de su semblante permanece inalterable. Adentro, sin embargo, en las profundidades del subconsciente, se agitan sus recuerdos. Son los años treinta. En el desierto de la oposición al régimen de Olaya Herrera se encuentra con Silvio Villegas, Eliseo Arango y Augusto Ramírez Moreno, “los Leopardos”, rebeldes como él y formidables compañeros de travesía. Sus afinidades electivas y el repudio visceral hacia el jefe del partido los hermanan. La estrategia abstencionista de Laureano Gómez y su “disciplina para perros” las encuentra equivocadas, repulsivas y viene la ruptura con “el monstruo”. Firme en sus convicciones e inspirado en sus lecturas y en la experiencia de los países europeos se lanza a la aventura fugaz de la Acción Nacionalista Popular a contrapelo del bipartidismo. De repente se escucha a sí mismo proclamando su evangelio en las tribunas: la cuestión social y las encíclicas, la defensa de las libertades y la solidaridad con los desvalidos, Bolívar y la hispanidad …. Tiene claro que sin justicia social la revolución será inevitable.
Desfile de notables
En
la mañana del martes pasan revista los médicos, sus buenos amigos Ernesto
Martínez Capella y Juan Consuegra.
El estado general del paciente
es satisfactorio desde el punto de vista cardiológico, vascular y pulmonar. Le recomiendan sosiego y quietud forzosa, algo imposible de cumplir
para un hombre como él en permanente
ebullición. Practicados los exámenes hay tiempo para el chascarrillo y la anécdota.
De improviso suena el
teléfono. De palacio anuncian la visita del Designado
Carlos Lleras Restrepo en las horas de la tarde.
Su salud es un asunto de Estado. Respira profundo y rememora el historial
de amistad y desencuentros con el dirigente liberal desde los tiempos del Tercer
Congreso de Estudiantes de Ibagué en 1928 cuando se conocieron. Era la epifanía de sus liderazgos. Tres
décadas después los une la causa de la
reforma agraria.
Para contener la avalancha de seguidores, periodistas y curiosos
la clínica restringe las visitas. Sobre el filo de las 16 horas aparece
en escena el expresidente Ospina
Pérez su compañero
en la Dirección Nacional Conservadora y aliado político dentro de la nueva coalición de gobierno.
Su presencia lo emociona. Ha roto
muchas lanzas por él desde la más temprana juventud y volvería a hacerlo
sin reservas. Luego de un saludo efusivo se ocupan de algunas
bagatelas antes de entrar en las honduras de
la política. Para Alzate,
aceptar el plebiscito después de muchas prevenciones y otras tantas reflexiones ha
sido un acto de realismo político. Si bien lo combatió
por antidemocrático y excluyente al consagrar la paridad política y la alternación en el poder
de los partidos tradicionales según lo
habían pactado sus jefes en
España, terminó por aceptarlo como un tratado de paz liberal-conservador de largo alcance en cuya ejecución
ahora participa activamente. Manifiesta que en adelante su lucha no será como antes
por el poder hegemónico del conservatismo para el logro
de sus objetivos sociales
sino por la convivencia pacífica de los compatriotas como base fundamental para
la realización de esos objetivos. Le expresa a su amigo su preocupación por los
signos persistentes de violencia
que asolan el país.
En
el umbral de la puerta se asoma el Designado.
Ingresa sigilosamente a la
habitación, saluda con diplomacia y
se une a la tertulia. El tema, más
prosaico si se quiere, será la recomposición
del gabinete donde Alzate aspira a posicionar a tres de sus alfiles
de acuerdo con la nueva
dinámica política.
Cuando cae la tarde el tintineo de la campanilla en los corredores anuncia el fin de las visitas.
Pese al poco tiempo transcurrido
el confinamiento hospitalario lo intimida. Las noticias del Congreso de la República terminan por exasperarlo.
Los laureanistas, desplazados del gobierno, no cesan de atacarlo.
No perdonan su papel determinante en el golpe
de Estado del teniente general Rojas Pinilla siete años atrás, que depuso a su
caudillo. Ahora ese resentimiento se encuentra exacerbado por la derrota
electoral que acaba de propinarles. Por eso
lo fustigan sin descanso en una eterna
cantinela que él replica con coraje. Así lo hizo hace
unos meses en el último
debate en contra
suya en el congreso cuando
manifestaba, a propósito de la remoción de Laureano
Gómez el 13 de junio de 1953, que se
había tratado de un caso de
ley moral aplicada
pues todo estaba
fuera de control
en el país, con el ejecutivo desbordado por los excesos de sus agentes mientras la población civil, inerme, sufría a la
espera de un relevo en el poder
que la redimiera de sus padecimientos. Ahora como entonces le parece oírse a sí mismo diciéndoles -Respondo
por ello ante mi partido y
ante la historia… Fui uno de los coautores más activos…. Si creen que me arrepiento, no me arrepiento de nada!
[2]
Vencido por los sedantes se sumerge de nuevo en la ensoñación. Divaga en medio de las sombras. En el fondo de su ser palpita un ser sensible y solidario. La búsqueda de la justicia social y el choque con las “minorías egregias” de ambos partidos ha sido la constante de su vida pública. De las canteras de la Doctrina Social de la Iglesia extrajo desde joven materiales para la construcción de su ideario, un baluarte que defiende con tenacidad y vehemencia. A su mente afloran las encíclicas papales sobre la cuestión social y los escritos doctrinales de los pensadores católicos y se solaza en un diálogo interior con León XIII, Pío XI, Georges Goyau y Jacques Maritain, viejos conocidos suyos. Inspirado en ellos ha sostenido la necesidad de subordinar la economía a la ética para lograr una distribución más equitativa y justa de la riqueza; ha defendido el intervencionismo de estado como garante del bien común; ha predicado la abolición de los privilegios, la lucha contra los monopolios, la educación popular… Al cabo de unas horas de disquisiciones se hunde en el silencio.
Abordando el personaje
En el amanecer
del miércoles, luego del chequeo de rutina sostiene un amable parloteo con los médicos.
No hay alteraciones aparentes en su estado
de salud, pero la dieta exigua que le han prescrito es un desafío
para su metabolismo y más grande
aún para su carácter. El hambre
y el encierro comienzan a irritarlo. Horas
después con la complicidad de alguien logra proveerse de mecato, lo engulle al
escondido y poco a poco recupera su
talante. Hojea la prensa matutina, responde
algunas cartas y elabora instructivos para los dirigentes regionales. Su espíritu inquieto
y siempre alerta no conoce
el reposo ni se
permite concesiones.
Pasado el mediodía
lo encuentro sentado sobre el lecho, está de buen humor y sabe cuál es el
propósito de mi visita. Doña Yolanda Ronga su
esposa me ha allanado el camino para entrevistarlo. Enorme
desafío pues en él habitan
varios hombres que tienen cosas importantes
que decir y hacen pretenciosa la idea de abarcarlo. En esa personalidad polifacética bullen el escritor, el abogado, el periodista, el político, el diplomático, pero ante todo el esposo,
el hijo, el padre
de familia, el ser humano
integral, una síntesis
equilibrada de bonhomía
que lo llevó a decir un día que en el fondo
no es más que un gordo
bonachón.
Lo saludo con respeto y me
responde con afecto fijando en mí esa mirada
glauca que retrató el pintor Guayasamín cuando
era su protegido en la
embajada de Colombia en España unos años atrás. Me acomodo
en una silla e inicio
el abordaje consultando su opinión sobre el uso
de la metáfora de la guerra
en el lenguaje político como detonante
de la violencia partidista
durante décadas. Lo hago a propósito. Estoy frente a un
hijo y nieto de generales que habla y escribe “palabras que estallan
en el aire con ruido seco de proyectiles” pero que
en éstas horas cenitales de la
vida está comprometido con la paz
de Colombia.
En la célebre indagatoria del 6 de octubre
de 1943, antes de ir a prisión
en Manizales, él ya
lo había anticipado. Repasar su texto me sirve de inspiración en este instante: -Sobre
mí gravita un ancestro guerrero.
Tengo demasiados capitanes detrás. Yo me siento
literalmente abrumado por la pesadumbre de tantos lauros marciales. Aunque yo
soy la primera generación literaria de la familia, en mi estilo vital
existe una influencia atávica que me lleva a
entender que la vida es milicia.
En este tránsito familiar
de las armas a las letras, me han quedado demasiados rastros de guerrillero. Lo que hago es combatir, aunque sea con palabras.
[3](3)
Planteada
la cuestión se pone cómodo antes de iniciar la
plática. -En mi caso personal -
principia diciendo- siempre
he creído en el sentido
ascético y militar
de la vida. Desde épocas tempranas entendí la política como misión,
misión que nos imponía a
los nacionalistas una
disciplina moral de cruzados, un heroísmo penitente,
“la mente y el corazón
en armas”. A los veinte años de edad presencié la hecatombe de la Hegemonía conservadora y el comienzo de tiempos
difíciles para las gentes de mi partido
que caían sacrificadas en pueblos y veredas. Después de largos
años de vida pastoril
el imaginario de la guerra se
hacía de nuevo realidad en Colombia. El fantasma
de las guerras civiles del siglo XIX volvía desafiante y el enfrentamiento partidista se hizo inevitable. El lenguaje político de liberales y conservadores en plazas, emisoras y
periódicos estaba cargado de materiales explosivos.
El discurso se traducía en violencia. Todos quedamos atrapados en esa cultura de la guerra que no
hemos logrado superar.
Hace una pausa para tomar un sorbo enorme de agua y continúa su exposición. -A partir de los años treinta la política se convirtió en la prolongación de la guerra. Al contradictor se le veía como enemigo y ese sentimiento fue estimulado por los agentes de la República Liberal. La represión de las libertades públicas; la censura de prensa; la connivencia del régimen con las fechorías de ciertos caciques regionales como el coronel Carlos Barrera Uribe en Caldas, entre otros muchos desafueros, crisparon los ánimos y alimentaron la confrontación. Nos acostumbramos a vivir peligrosamente, en permanente vigilia, en ritmo y tensión de combate… Es decir, con un sentido trágico de la vida. Y esa espiral de pasiones perpetuó la división del país en dos extremos irreconciliables que, pese a los esfuerzos, no hemos podido remontar.
Foto tomada del tríptico del profesor César Augusto Ayala Diago sobre el presonaje |
Prensa partidista y rebeldía
P: -¿Qué rol ha
jugado la prensa y cuánta
responsabilidad le cabe a ella
en ésa guerra civil no declarada entre los partidos? Le pregunto sin rodeos-
-La prensa y los partidos
han sido medios para el posicionamiento social y político -dice el Mariscal-. Como la política en Colombia no depende de las ideas sino de los
sentimientos, su desfogue ha sido a
través de los periódicos y las emisoras y por supuesto de la plaza pública. Siguiendo una dinámica
castrense la prensa se convirtió en trinchera partidista y la conquista del poder en el objetivo de casi todas las
columnas. La gran prensa liberal, de
alcance nacional, ha sido el bastión
de ése partido. Eduardo Santos hizo el tránsito de la dirección de El Tiempo
a la presidencia de la
república en 1938. Alberto Lleras
Camargo y Carlos Lleras Restrepo, figuras prominentes del liberalismo, velaron sus primeras armas en esa
casa editorial. En el conservatismo la prensa ha sido también confesional pero más
de carácter regional, más de
provincia. El Colombiano y La Defensa de Medellín, el País y el Diario
del Pacífico de Cali, el Deber de Bucaramanga, para citar algunos
medios destacados, dan cuenta de ello. La Patria de Manizales se fundó en 1921 con el propósito expreso de promover la candidatura
presidencial de Pedro Nel Ospina. En Bogotá surgieron los periódicos El Siglo
en 1936 y La República
en 1954 bajo las
banderas de Laureano Gómez y de Ospina
Pérez respectivamente. Los ejemplos cunden…
-Se detiene un instante para tomar aire y continúa-
-Los periódicos han sido pues la expresión
de una sensibilidad partidista. En sus orígenes la lucha por el dominio
hegemónico de los partidos distorsionó su vocación informativa y comprometió su responsabilidad social con las consecuencias que
todos conocemos y que todavía lamentamos. Esa voluntad
de dominio se ha ido atemperando
después del plebiscito, tengo que
aceptarlo. A éste terminé por entenderlo como es: un tratado de paz que al crear el Frente Nacional consagró la
paridad y la alternancia de los
partidos en el gobierno para ponerle fin a esos “viejos y queridos odios” de
los que hablara alguna vez Ñito
Restrepo.
-Se detiene y apura otro sorbo de agua, ocasión que aprovecho
para plantearle otra pregunta:
P: ¿Cuál es la historia
de su rebeldía en la política conservadora?-
-Siempre he sabido
escoger muy bien mis enemigos aún
dentro de mi propio partido -dice
con sorna y prosigue-. Desde mis
mocedades me enfrenté a Laureano Gómez por su delirio
caudillista y por su manía recurrente
del abstencionismo que tantas veces le allanó
el camino al adversario.
Además del abismo generacional, de él
me han separado humores y léxicos incompatibles. Su estrategia
de la acción intrépida y el atentado personal y su consigna de hacer invivible el ambiente de la república
para contener al enemigo me parecieron repudiables. La disciplina para perros,
como llamaron mis amigos los Leopardos su estilo autoritario, nos hizo
romper filas muy temprano en el partido.
Luego, liberados de su férula, nos proclamamos nacionalistas y
buscamos dotar de nuevos contenidos la doctrina conservadora. Mientras López
Pumarejo buscaba “audacias menores de 40 años” como fuerza de relevo de
la República Liberal,
“el monstruo” nos sacaba a sombrerazos
del viejo caserón conservador…
P: -¿Cuánto tiempo duró
esa disidencia y en qué consistía su programa?,
lo interrumpo para preguntarle.
-Como la situación se hizo insostenible con la gerontocracia conservadora, en 1937 fundamos nuestro propio partido, la Acción Nacionalista Popular, un movimiento nacional de juventudes que desafiaba a los viejos de la tribu y al esquema del bipartidismo colombiano proponiendo cosas nuevas, la primera de ellas una reforma moral, un cambio de mentalidad y de hábitos. Promulgamos una política misional de hondas raíces católicas y bolivarianas, la conciencia de lo social, la autonomía de la provincia frente al centralismo, la defensa del campesino, la plenitud de derechos para la mujer, la lucha contra la plutocracia…todo un vademécum para la redención de los pecados de la democracia. Fue un despliegue de idealismo, literatura y oratoria que se expresaba en páginas de verdadera antología y en el verbo elocuente de nuestros paladines. Movidos por nuestras convicciones e inspirados en múltiples lecturas profesamos devoción por la antigüedad clásica, la hispanidad, el universo medieval católico, el culto al héroe, el esplendor del rito. Con todos estos fundamentos queríamos crear una nueva mitología política, pero pudo más el peso de la costumbre entre los electores que el de nuestro propio idealismo. Después de mucho esfuerzo obtuvimos un pobre resultado en los comicios del año 39, una votación que no se compadecía con la magnitud del proyecto político que habíamos soñado. Todo lo que conseguimos fue una curul en la Cámara de Representantes para Silvio Villegas y otra en la Asamblea de Caldas para Fernando Londoño Londoño quienes, a poco andar el tiempo y para despecho mío ya estaban de regreso en el conservatismo. Desencantado por lo sucedido declaré liquidado el movimiento, hice mutis por el foro y me refugié en el ejercicio profesional del Derecho durante varios años en mi natal Manizales, con bastante éxito por cierto. Más que un repliegue táctico ésa retirada de la arena política fue un ejercicio de apaciguamiento para mi espíritu en llamas.
-La del nacionalismo fue una
muerte por consunción, pero nunca
renuncié a mis ideales - expresa, con la mirada
perdida, volviendo sobre el tema-
Por esos días,
con el orgullo herido, hice
una profecía en entrevista al Diario
del Pacífico que veinte años después y de manera literal recuerdo todavía: “Yo sé que tarde
que temprano desempeñaré un papel histórico
en el país…Estoy llamado a cumplir
una misión histórica en éste país de sabandijas, de gentes mediocres, de intelectuales
analfabetos. Tengo una profunda fe
en mi propia inteligencia y en mis propias fuerzas de combate…” [4]
P: -¿A juicio suyo cuándo empezó a liberalizarse el país y cuáles fueron los motivos?-
-Creo que en esencia éste
sigue siendo un país conservador -responde
sin vacilaciones- El país rural
ha sido el espacio natural
de las reservas morales del conservatismo, su plaza fuerte. La migración a la ciudad desde
los años treinta
confinó a muchos campesinos a las barriadas obreras donde entraron a engrosar la masa informe del proletariado y fueron
presa fácil del populismo liberal-socialista. La Revolución en Marcha
de López Pumarejo, en connive ncia con
la izquierda, se empeñó en liberalizar el país y propició un
Estado laico. A lo anterior hay que
añadirle otras causas como la estrategia equivocada del abstencionismo que se
convirtió en una cultura dentro del partido conservador haciendo de éste un
partido vergonzante, con complejo de
minoría. Y para rematar, el problema
electoral. Desde la administración Olaya el partido liberal se apropió del
poder electoral en beneficio propio como tantas veces denunciamos. Hubo
un fraude electoral recurrente, se hizo imposible la cedulación en las
regiones…lo digo con conocimiento de
causa pues fui secretario del Consejo Electoral en el año 37
en representación de mi
partido hasta cuando Laureano me lanzó a las tinieblas exteriores como ya lo
dije. En síntesis la abstención, el fraude, el amedrentamiento, la persecución, los desalojos, los asesinatos,
fueron ablandando a nuestra gente y dibujando otro mapa
político en Colombia.
Las pasiones dominantes
Arrellanado entre almohadones se reacomoda y apura un vaso de agua. Pide más y le alcanzan una jarra. La desmesura y la ansiedad son dos rasgos del carácter de éste hombre sustantivo. Cambio de tercio y lo llevo al terreno de la literatura…
P: -¿Es usted un literato que se
extravió por los caminos de la vida pública …o un político profesional aficionado a la literatura?
-Soy un profesional del Derecho y un político
amateur como dicen
los franceses. La literatura
y la política son mis pasiones
dominantes. La abogacía ha sido mi fuente de ingresos y redactar memoriales un ejercicio dialéctico, aunque me aterra la idea de morir con el alma prendida de un inciso. A la política
me ví empujado muy pronto cuando
entendí el dilema de hacerla o padecerla. Había que tomar partido para enfrentar los desafíos a la supervivencia individual y colectiva y lo hice sin
ambages bajo la bandera
azul conservadora. En cuestión
de letras he sido un escritor intermitente: me
acostumbré a escribir a hurtadillas en medio del fragor del activismo político o en los períodos de tregua replegado en mis
cuarteles de invierno. Se trata de
escritos dispersos, elaborados con retazos de tiempo al compás de las
pulsiones de mi espíritu: cartas y manifiestos, ensayos históricos y
literarios, artículos y discursos, editoriales
y arengas. El apremio de las circunstancias más el hecho de ser un purista del lenguaje, un perfeccionista
sin remedio, me han inhibido de escribir mi ópera prima. Podría decirle que soy un parnasiano inconcluso.
-Se me viene a la mente la
“Memoria y letanía
de las campanas”, un escrito
suyo del año 37 sublime, espiritual y de bellísima factura y me pregunto cómo un ser tan recio
y casi bronco puede albergar ese lirismo, esa finura que parece
mística. Creo que tras de esa
apostura romana se oculta
una humanidad sensible
en alto grado.
P: -¿En su juventud cuáles fueron las lecturas más inspiradoras y qué sacó de ellas?
-En materia teológica y social, además de las
encíclicas y otros documentos pontificios me nutrí de los teóricos de la cristiandad medieval con Santo Tomás a la cabeza. La
Summa Teológica, su obra magna,
ha sido un referente
obligado para mí. A través
de ellos descubrí la filosofía perenne, culmen de la sabiduría cristiana, cuyos principios humanísticos tienen alcance y validez
universal como la teoría del bien común, la justicia social, la intervención del Estado en favor de
los pobres, la propiedad de los bienes necesarios y la simple tenencia de los superfluos. En esa exploración llegué al catolicismo social del siglo XIX y luego al humanismo integral de Maritain
y sus alumnos con el cual me identifico plenamente.
En materia histórica y filosófica me deleitaron Oswald Spengler, su
historicismo y su fascinante estilo literario; Hipólito Taine, su naturalismo y
la disección que hace de la Revolución Francesa en Los orígenes
de la Francia contemporánea; Renán y sus reflexiones sobre el concepto de
nación…para citar algunos pensadores. En lo político me inspiré en Maurice Barrés, baluarte de la tradición y el
conservatismo galos, católico, hispanófilo y nacionalista; en Georges Valois, contrarevolucionario
francés; en los españoles Saavedra Fajardo, Vásquez de Mella y en tantos otros cuya lista es larga y no quisiera fatigarlo. Todavía
recuerdo con agrado
mis lecturas de “El aprendiz
de conspirador” de Pío Baroja
y “La técnica del golpe de Estado” de Curzio Malaparte… En estos enunciados al azar de la memoria se sacrifican nombres y obras importantes. ¿Qué saqué de mis lecturas de esos tiempos?
Elementos valiosos que me ayudaron a ensamblar el andamiaje ideológico desde el
cual enfrento a mis contradictores,
una máquina dialéctica que el país conoce, que unos
aman y otros temen.
-En el furor de la charla nos interrumpe una enfermera. Viene a tomarle
los signos vitales y a suministrarle unos medicamentos. Hecha la tarea llama aparte
a su esposa para recordarle la prescripción del reposo y se marcha. Doña Yolanda se vuelve hacia
mí y me invita de forma muy sutil a suspender la entrevista y reiniciarla el
día siguiente. Agradezco su deferencia y acepto la invitación. Me despido con la venia del entrevistado y salgo
de la habitación. Afuera el corredor es otra vez un hervidero
humano. Hay gentes de
distintas procedencias que esperan
un chance con el Mariscal. De nada han valido las restricciones de la clínica para impedir su ingreso.
Me cruzo a la salida con los
Leopardos Ramírez Moreno y Eliseo Arango
que se solazan recordando sus
hazañas juveniles mientras esperan la ocasión para ingresar. Advierto la
presencia de Rafael Azula Barrera,
secretario en otros tiempos del presidente Ospina Pérez, en
animada charla con su coterráneo
de Boyacá el senador alzatista Jorge Medina Martínez. Antes de ganar la
calle alcanzo a ver a Juan Roca Lemus “Rubayata” acompañado por Gonzalo Uribe
Mejía “Luis Yagarí,” combativos columnistas de
EL COLOMBIANO y de LA
PATRIA, venidos en su orden de Medellín
y Manizales en devota romería para el feliz encuentro con su líder y mentor.
Cuando las campanas
de la vecina iglesia de Nuestra Señora
de Chiquinquirá dan las seis de
la tarde se retira el último
de los visitantes. Antes de
marcharse, Mariano Ospina Pérez se
acicala un poco. Como en un
ritual va cada día a departir con su colega, preocupado
por su estado de salud. Nada puede fallar en esa alianza
política que se prepara para el relevo
en el poder a la vuelta de
dos años. Ratificar sus mayorías sobre el laureanismo y asumir la Presidencia de la república en
nombre del partido es la consigna. El expresidente parece decidido a no buscar la reelección
y le apuesta a su discípulo, veinte años menor
que él, cuyo talento y liderazgo aunados a una temeridad a toda prueba
y a una arraigada conciencia social lo han llevado
a ungirlo como el digno heredero de su legado político. Se enfunda sin afanes
el abrigo, toma su sombrero y parte
con solemnidad.
Muriendo la tarde el paciente da muestras de fatiga. A través del ventanal se revela una
llovizna helada y se perfila
la penumbra. El frío
afuera hiere, intimida. Otra dosis de sedantes
lo lleva a recrear su regreso a la política años después del naufragio de la
aventura nacionalista. Entre
nubarrones se remonta al triunfo
conservador de 1946 y revive
su apoyo a la candidatura victoriosa de Mariano Ospina que enfrentó
a un liberalismo dividido
tras 16 años de ejercicio del poder. Recuerda
la consigna de la Unión
Nacional y el gabinete paritario que proclamó el nuevo Presidente
en busca de reconciliación y de consensos entre los partidos. Vuelve a sentir
su decepción frente a la deslealtad de los liberales que en
palacio eran gobierno y en la calle oposición y que condujo a la ruptura del esquema propuesto y al
retorno a un gobierno de partido y rememora sus denuncias por la continuación de la violencia contra
los conservadores en pueblos y veredas. Brota de nuevo en su alma la angustia por la crispación de los ánimos durante
aquellos días aciagos y por la conflagración
inevitable. Mientras las ráfagas
de viento arrecian en la calle
su mente se disipa y entra una vez más en el letargo.
La lluvia convertida en aguacero golpea sin clemencia los tejados
de las viejas quintas de Chapinero haciendo
más gélido el ambiente. Es casi medianoche. La enfermera de turno hace la
ronda y descubre
estupefacta una enorme
mariposa negra muy cerca del testero de la cama
hospitalaria donde yace profundo
el paciente. El susto
la estremece porque en su tierra
ese es un mal presagio. No obstante, el sobresalto
contiene el aliento, trata de sobreponerse y sale del lugar sin aspavientos. Son supersticiones, piensa, al tiempo que sigue la inspección a los internos aún bajo la
impresión del avistamiento.
Gaitán y el Presidente Ospina Pérez
Después de una noche de rayos y centellas la alborada del jueves
anuncia un tiempo más amable. En contraste el Mariscal se reincorpora con dificultad. Está indispuesto, pero busca
la manera de ocultarlo. Sudor,
mareo y náuseas
delatan su malestar
sin atenuantes. Prendidas las alarmas lo evalúa el cuerpo
médico y lo somete a toda suerte de exámenes en una extenuante faena matinal. En la tarde
se tendrán los resultados. Por lo pronto su humanidad
maltrecha deberá resignarse a recibir más medicamentos. El reposo, los antibióticos
y la hidratación seguirán siendo la
regla hasta nueva orden.
Al
filo de las dos de la tarde acudo a
la cita pospuesta para terminar lo
que habíamos comenzado. A la
resistencia inicial de su esposa en
razón de su desaliento él opone su
voluntad de atenderme. Es un
hombre de palabra. Está pálido y con ojos febriles pero su dignidad intelectual y
su fuerza magnética siguen
intactas. Consciente de las
dificultades retomo con celeridad el hilo de nuestra charla y le pregunto por la figura de Gaitán
y los sucesos del 9 de abril de 1948.
-Gaitán venía de
triunfar en las elecciones del
Congreso de marzo del 47 sobre el sector oficialista del liberalismo -dice sin espabilarse
y continúa- Eso lo convirtió en jefe único de su partido y le allanó el camino
a su proyecto político de izquierda en contravía del partido
comunista al que dejaba sin discurso y sin banderas. Erigido en un obstáculo
para los camaradas pasó a ser su objetivo militar
a no dudarlo. Su muerte,
consumada el 9 de abril
del 48, fue obra del comunismo internacional que celoso de sus fueros no se resignaba a verse desplazado del terreno del populismo ni suplantado en la
retórica de la lucha de clases y
del odio visceral por los de arriba. Lo paradójico es que Gaitán
siempre quiso parecerse a quienes tanto
combatía, “las oligarquías liberales y conservadoras”.
Eso explica su afición por los carros de marca y su intención fallida de hacerse
socio del Jockey Club de Bogotá entre otras muestras de arribismo.
Y a propósito su mímesis no solo fue social sino política pues se inspiró en los postulados de nuestra
causa nacionalista haciendo suya la consigna
juvenil de la restauración moral de la república.
Generar el caos e imputarle el magnicidio al régimen
era apenas el comienzo. Aquel día las fuerzas disolventes de la sociedad se concertaron para
asaltar el palacio. Agitadores profesionales
al servicio de agentes extranjeros y liberales fanáticos y ebrios
se lanzaron a la rebelión sin éxito. El plan urdido
para la toma del poder a partir del sacrificio
de Gaitán fracasó de forma estrepitosa. Los herederos de la
internacional comunista que siempre pretendió una cabeza de playa en Suramérica
subestimaron al Presidente Ospina y la capacidad de reacción de nuestro
ejército. Lo que vino después fueron las exigencias de una
claudicación por parte del liberalismo.
Caricatura tomada del tríptico del profesor César Augusto Ayala Diago sobre el presonaje |
P: -¿Hubo un chantaje
al Presidente Ospina?
¿Qué papel jugó usted en todo esto?
-Atendiendo el clamor de los voceros del liberalismo sublevado el Presidente recompuso el gabinete y volvió al esquema de la Unión Nacional. Para unos fue un acto de realismo político habida cuenta de las mayorías liberales en el Congreso, para otros una concesión inadmisible a los amotinados cuando no acababan de apagarse todavía los rescoldos de la destrucción que ellos mismos habían provocado. En mi condición de vicepresidente del Senado y miembro del Directorio Nacional Conservador en ese momento le expresé mi apoyo al Presidente y a su política de Unión Nacional pero le insistí también en la necesidad de escarmentar con un castigo ejemplar a los sediciosos del 9 de abril en todo el país. La reunión de directorios del partido celebrada en Medellín hizo lo propio y exigió además la revisión de los censos electorales y la anulación de las cédulas falsas. Frente al monopolio del poder electoral detentado por el liberalismo se hacía indispensable una reforma que garantizara un sufragio limpio y puro como base de la legitimidad democrática y de la normalidad institucional de la nación. Fue lo que propuse en un proyecto de ley que rechazaron las mayorías de ese partido cuyo afán se centró en la amnistía para los insurrectos.
P: -¿Qué pasó después?
-Que la situación del país se siguió degradando.
La polarización política se tradujo
en una escalada de violencia en todas partes.
De la intemperancia verbal se
pasó a las vías de hecho en campos y
ciudades y hasta en el hemiciclo del senado
donde hubo bala y hubo muertos. 1949 fue un año especialmente turbulento y trágico. La Unión Nacional se hizo insostenible y estalló en pedazos. La hostilidad liberal hacia el régimen era inocultable. Sus dirigentes
acusaban al gobierno de incapacidad para frenar la violencia rampante. En mayo renunciaron los
ministros de ese partido y luego sus alcaldes y gobernadores. El presidente respondió llevando al ministerio de gobierno
al senador huilense Luis Ignacio
Andrade, suplió el vacío de
las gobernaciones con conservadores
de tuerca y tornillo y nombró alcaldes militares. El 20 de julio se instaló
el Congreso en un ambiente de confrontación sin límites. La mayoría liberal impuso su ley con su decisión de anticipar
las elecciones presidenciales para noviembre,
persuadida como estaba de la
idea de la reconquista del poder, mientras
que el leopardo Ramírez Moreno advertía entre rugidos que el conservatismo “no reconocería
una victoria liberal que resultara
del sufragio corrompido…” En medio de ese torbellino el 2 de octubre fue proclamada la candidatura
liberal de Darío Echandía y diez días después la convención conservadora lanzó el nombre de Laureano
Gómez que produjo
el efecto de una
bomba aturdidora en el liberalismo. Por
esos días los liberales, no repuestos
aún de la sorpresa, registraron con indignación
el homicidio del hermano de Echandía
en plena plaza pública, decretaron la abstención y rompieron por completo
con Ospina. Ante la gravedad
de los hechos el presidente declaró turbado el orden público y en
estado de sitio el territorio nacional; clausuró el Congreso, las asambleas y los concejos;
prohibió las manifestaciones y
se vio obligado a imponer
la censura de prensa a lo largo
y ancho del país. El 27 de noviembre se celebraron los comicios
que ganó en solitario el candidato
conservador y el siete de
agosto del año siguiente fue su posesión ante la Corte Suprema de Justicia.
Un par de digresiones
-Devolvámonos un poco, le propongo.
P: ¿Cómo fue su retorno a la política y cuál fue su activismo en ese tiempo? (El tema lo apasiona, pareciera sustraerlo del entorno haciéndole olvidar por un instante los rigores de la clínica).
-La vida recoleta en Manizales aguzó
mis instintos de animal político. El ejercicio del Derecho y la práctica
del periodismo me sirvieron
de entrenamiento. En 1943, reconciliado con mis amigos tránsfugas del nacionalismo, volví a
las páginas de LA PATRIA y
desde allí a la carga contra
la corrupción del segundo
gobierno de López Pumarejo. Ese año auspicié la célebre
huelga de choferes que la brutalidad del régimen
saldó con cuatro muertos,
decenas de heridos y mi detención que fue muy publicitada. Fui tildado de agitador por el ministro de gobierno por mi modesta
contribución a la crisis terminal
de la desvencijada república liberal y
hasta llegué a ser tema
de debate en el Congreso de la República. A los treinta y tres años de
edad y sin haber salido de
la provincia donde llevaba
una vida apacible esas incursiones
en la cosa pública me dieron
notoriedad nacional, suficiente para asegurar mi entrada a la política convencional bajo la enseña
del conservatismo popular, inspirado siempre en lo social. Desde entonces hice de ella un oficio permanente que me he preciado de ejercer con firmeza en mis convicciones, sin renunciar a mi sensibilidad literaria ni al decoro idiomático en la ritualidad de los
mítines.
P: -¿Ha sido usted fascista como suelen decirlo algunos detractores?
-He sido y soy un anticomunista visceral, pero ante todo un demócrata integral. El cliché fascista fue hechura de la prensa liberal y sus amigos de la izquierda para descalificarme desde mis inicios. El culto a la tradición y a la Doctrina Social de la Iglesia que me ufano de profesar; la defensa de la libertad y el orden como principios tutelares de nuestra democracia; la proclama de un nacionalismo libre de la escoria marxista; la denuncia de las viejas complicidades liberales con el comunismo… son las causas de ése apelativo las cuales antes que ofenderme me enaltecen. A esos artilugios les añaden otros: mi simpatía juvenil por la victoria de los nacionalistas sobre los camaradas en la guerra civil española, que celebré con júbilo; mi fervorosa amistad con “el Generalísimo de España por la gracia de Dios” cuando fui embajador de Colombia en nuestra madre patria años más tarde y… hasta mi parecido físico con el Duce Benito Mussolini. Esas prevenciones los motivan, en su arrebato maniqueísta, para rotularme.
La caída de Laureano Gómez
Luego de estas digresiones lo convido a retomar el hilo de la narración.
P: ¿Qué tal si volvemos a Laureano Gómez?, le consulto. ¿Qué pasó del año cincuenta en adelante y cuál fue su papel en todo esto?
-Laureano Gómez asumió la presidencia de la república en agosto del 50 como ya lo dije.
Casi a la par yo fui elegido
presidente del Directorio Nacional Conservador,
para bien o para mal pues me
convertí en la conciencia crítica del
régimen. En su primer y único año de
gobierno efectivo pasaron muchas cosas. Elecciones legislativas, abstención
liberal, Congreso homogéneamente
conservador, convocatoria a una
constituyente de 32 delegados
elegidos a puerta cerrada, designatura de
Roberto Urdaneta, división del conservatismo, mantenimiento del estado de
sitio… Cundía la violencia en todas partes. En esas circunstancias llegué a la presidencia del Senado. Para el año 52 las cosas habían empeorado.
Hice público mi rechazo a la censura
de prensa y a las asonadas contra
los dirigentes liberales; fui removido de la dirección de mi partido, tomé distancia del gobierno y fundé el Diario de Colombia como trinchera
política y tribuna de opinión independiente. En las páginas del periódico plasmé mi
testamento: por la paz de Colombia,
la solución de los problemas sociales, la reivindicación de los campesinos, la
reforma electoral, la adopción de los postulados de la Democracia Cristiana por
parte del conservatismo, el voto femenino, la igualdad de derechos de las mujeres…
-Toma un segundo
aire y continúa.
-En 1953 me gradué
como férreo opositor
del gobierno, una camarilla que arreció la censura,
la persecución y la “plancha” contra nuestras gentes. A la abstención liberal
se sumó la nuestra por falta total de garantías en las elecciones legislativas del 15
de marzo donde se impuso solitaria la secta laureanista como era apenas obvio. A
tamaño desafío respondimos proclamando días después la candidatura presidencial del expresidente Ospina Pérez en un simbólico homenaje
en el restaurante Temel de Bogotá donde el héroe del 9 de abril expresó
su aceptación. De paso quedó protocolizada la división
conservadora. Con el gobierno fuera de control y el país en
contra suya poco pudo hacer el basilisco en su intento
por regresar a palacio a recomponer
las cosas. Ya era demasiado tarde. El 13
de junio se produjo
el golpe cívico-militar o “de opinión” como dijera Darío Echandía, que llevó a
la jefatura de Estado al teniente general Gustavo Rojas Pinilla
y a la calle a miles de personas que celebraron alborozadas el acontecimiento.
P: -¿Cuál era su grado de amistad
con Rojas? ¿Fue usted autor del golpe? Su mirada va tornándose vidriosa.
El sigue en su abstracción, como en un trance.
-Con Rojas Pinilla existía
una vieja relación
en virtud de la milicia.
En 1.923 llegó en calidad de subteniente al regimiento de infantería Ayacucho Número 9 de Manizales como ayudante de mi padre
el general Marco
Alzate Salazar. Lo que empezó como un vínculo
institucional trascendió al plano de la amistad con el correr del tiempo. Se trataba pues de un viejo conocido nuestro de cuya capacidad,
integridad y liderazgo yo nunca tuve dudas. Su férreo control
del orden público durante las revueltas del
9 de abril en el Valle del Cauca como comandante de la Tercera
Brigada del Ejército; su excelente carrera militar que lo llevó a ser comandante general de las Fuerzas
Armadas; su destacada gestión ministerial en la administración Ospina eran las
mejores credenciales para una
presidencia que se hallaba
literalmente vacante. Relevar
a Laureano Gómez
se había constituido en un imperativo moral según las enseñanzas del tomismo y a esa tarea me entregué
con verdadera devoción patriótica. Lograrlo no fue difícil. Era un clamor nacional y solo había que plasmarlo. Mi participación en los hechos
fue a título de coautoría.
P: -¿Respondió a las expectativas el gobierno de Rojas? ¿Cuál fue su protagonismo?
-Rojas llegó a la Presidencia con un apoyo popular
sin precedentes. La propia Asamblea Nacional Constituyente convocada por
Laureano legitimó el cambio de gobierno bajo el argumento de la
vacancia presidencial y lo posesionó sin reticencias. Su consigna de paz, justicia y libertad fue un mensaje de esperanza para los colombianos; su discurso del binomio
pueblo-Fuerzas Militares caló en el alma colectiva; sus programas de asistencia social y su fervor nacionalista, católico y bolivariano que tenían para mí un
sabor familiar cargado
de reminiscencias, inspiraron
enhorabuena su gestión; su amnistía a los alzados
en armas y sus ejecutorias en materia de infraestructura eran las muestras de una labor que
prometía ser fecunda.
-Suda copiosamente. Advierto en su semblante un color cetrino que me inquieta.
Prosigue…
-Yo celebré con frenesí su advenimiento. El país respiraba un aire nuevo
y en esas felices circunstancias
aproveché mi cercanía
con él para hacerle algunas
sugerencias. La celebración del primer aniversario del Diario de Colombia y el Congreso Nacional de Prensa fueron
momentos propicios para solicitarle el desmonte de la censura
a los medios y para abogar
por la independencia de los poderes públicos, la descentralización
administrativa, el fortalecimiento de los municipios y el voto femenino entre otras muchas cosas. Es cierto que en
su régimen yo gané protagonismo. Lo hice sin renunciar
a mi proyecto político. Retorné a la Dirección Nacional de mi partido y volví a la política de masas predicando mi credo, mi fe y mi ideario:
los conceptos de patria y de región,
la priorización de lo social, la personería y la defensa
de los desvalidos y de los marginados, la intervención del Estado en la economía como garante del bien común, la aplicación en toda su extensión de la doctrina
social cristiana o
catolicismo social…
P: -¿Tanto activismo de su parte no resultaba incómodo para
el régimen?
Torna los ojos hacia arriba como buscando inspiración. Su cuerpo luce exangüe.
-Jamás llegué
a pensarlo. Los hechos demuestran lo contrario pues ganamos un espacio en su gobierno. La cartera de trabajo, por ejemplo, nos fue confiada
en cabeza del jurista payanés Aurelio Caicedo Ayerbe quien la
desempeñó con gran solvencia conforme a nuestras más caras convicciones. Había
armonía con el régimen, un régimen que llegaba cargado de buenos augurios y al que debíamos apoyar sin mezquindades. En mi caso personal fui nombrado embajador
en España a finales del 54. Acepté el
cargo emocionado, viajé a la
península y me apliqué a trabajar
con denuedo. Conseguí un sobrio
palacete para nuestra sede diplomática en la
calle del General Martínez Campos de Madrid
que transformé en un centro cultural
desde el cual tendí puentes con la
intelectualidad española; dicté
cursos de teoría del Estado en Salamanca
y cultivé muy buenas relaciones con el gabinete franquista. Fueron tiempos
pródigos en el avance de las relaciones entre los dos países y muy gratos para
la integración de mi familia y el solaz de nuestro
espíritu.
El gobierno fallido de Rojas
-Con el paso del tiempo las noticias que llegaban de Colombia no eran buenas. Se había avanzado en obras públicas pero retrocedido en democracia. La mordaza a la prensa, las denuncias de corrupción y la cruenta represión de las protestas enrarecieron el ambiente llevando las cosas al extremo. La ilusión de los primeros días se trocaba en frustración nacional, una más en el largo historial de las desesperanzas colectivas. Después de cuatro años el idilio de la gente con el régimen había llegado a su fin. La huelga de los estudiantes, el cierre de los bancos y de los periódicos, la parálisis industrial y hasta el baculazo del cardenal Crisanto Luque marcaron un camino sin retorno. Ante la evidencia de lo que sucedía regresé al país a encarar la situación. El 4 de mayo del 57 me reuní con Rojas y traté de persuadirlo de la urgencia de un cambio de gobierno para evitar el cataclismo. Le propuse sin rodeos convocar elecciones presidenciales para el 58. Me escuchó con indiferencia e hizo caso omiso de mis recomendaciones. Días después, presionado por la avalancha de los hechos, decidió dar un paso al costado: renunció a la presidencia y designó una Junta Militar de gobierno, fórmula a mi juicio inconstitucional. Era el 10 de mayo. El final del régimen estaba consumado. Un régimen fallido en el cual yo tuve acciones que aún hoy me sigue cobrando el laureanismo.
P: -¿Cómo se orquestó
la salida de Rojas del poder?
-Fue una tragicomedia en tres actos.
El primero de ellos tiene
lugar en Benidorm, el balneario español
donde el exiliado Laureano Gómez y
Alberto Lleras fuman la pipa de la paz en nombre de los partidos tradicionales. Tras el
reconocimiento mutuo de
responsabilidades firman un pacto de no agresión
entre conservadores y liberales y hacen
causa común por la reconquista del Estado y el reparto igualitario del botín. Es
el 24 de julio de 1956. Cae el telón. El segundo
acto es más patético. El mismo
lugar y los mismos protagonistas que unen
sus voces para oponerse a rajatabla a la reelección de Rojas una vez
defenestrado. Les aterra la
idea de una tercera vía en el juego
electoral al que están acostumbrados. Es el 20 de marzo de
1957. Cae de nuevo
el telón. Para el tercer y último
acto ha sido “depuesto el dictador”
y ejerce la Junta Militar de gobierno. En Sitges, Cataluña, las partes se comprometen a lograr
el “retorno a la normalidad”. Acuerdan liquidar la Asamblea Nacional
Constituyente, paridad en
cargos públicos, alternación en el
poder cada cuatro años durante tres períodos y celebración de un plebiscito
para validar ese modelo, en mi opinión excluyente y antidemocrático. Es el 20 de julio de 1957 y quedan sentadas las bases del Frente
Nacional al que me opuse con determinación. Cae el
telón y es el fin de la obra.
Antes y después
del Frente Nacional
P: -¿Su oposición al Frente Nacional
fue puro revanchismo?
El monopolio
bipartidista del poder me ha parecido
siempre una práctica execrable. Cerrar la puerta a fuerzas políticas
alternativas es cercenar la democracia. Por eso me opuse al plebiscito y su proyecto
oligárquico del Frente
Nacional. Eso se llama coherencia. El primero de
diciembre del 57, no obstante, el
país se pronunció con contundencia a favor de los acuerdos y no tuve más opción que aceptar ese dictamen.
Convocadas elecciones al Congreso
aspiré sin éxito al Senado en marzo
del 58. En mayo fue elegido presidente Alberto Lleras quien dio inicio a la alternancia y aplicó la paridad a favor del grupo residual
del laureanismo, forma de
pagarle al basilisco la cesión del
turno del partido en el arranque del Frente Nacional. Lo demás es historia reciente: mi regreso definitivo de España a petición de Ospina
Pérez, los Leopardos y otros
amigos independientes, la convención conservadora de octubre
del 59 que me restituyó en la
Dirección Nacional y votó por desestalinizar el partido, enfrentar la “tenaza”
gobiernista e incorporar los
postulados de la Democracia
Cristiana a nuestro credo político
siguiendo el pensamiento de Federico Ozanam
y la Doctrina Social de
la Iglesia. Por último, las elecciones legislativas de marzo del presente año que ganamos de la mano de Mariano
Ospina y nos convirtió en los voceros
oficiales del partido
y en los socios forzosos del gobierno liberal
según los dictados de la
reforma plebiscitaria.
¡Adiós al Mariscal!
Foto tomada del tríptico del profesor César Augusto Ayala Diago sobre el presonaje |
P: -¿Qué planes tiene en este instante de su vida?
-Inhala con dificultad. Se ve disminuido, como ausente, pero saca arrestos para contestar.
La actitud inquisidora de una enfermera en la entrada de la habitación me persuade de ponerle fin al
cuestionario.
-Aspiro a ser Presidente de Colombia. -Responde sin
ambages- Siempre he soñado con una revolución pacífica que imponga la
justicia social y desde allí voy a impulsarla. Esa meta justifica mi
existencia. Transformar las condiciones de vida de los núcleos desvalidos y
olvidados de la población es un imperativo categórico que no admite
discusión ni dilaciones. Es un dictado
moral de mi conciencia. En el fondo
me importa más lo social que lo
político. Los abusos del individualismo económico
deben enfrentarse a través
del intervencionismo de Estado. Una
economía dirigida nos permitirá ponerle talanqueras a los excesos del
capitalismo. Como he dicho tantas
veces: ¡las dolencias
públicas no se curan con cataplasmas verbales sino con una cirugía de hierro!
-El notorio deterioro de su
estado de salud me obliga a dar por terminada
la misión. Le agradezco el
tiempo dispensado y hago votos por su pronta mejoría. Como queriendo levantarle el ánimo
le deseo éxitos rotundos en su proyecto
político. Me despido y parto. El ambiente es gris como la tarde.
Cuántas cosas me llevo entre
el tintero que hubiera querido preguntarle. El recuento
de su trayectoria periodística
poblada de osadías sería una fuente inagotable de conversación. Volver al tiempo
en que escudado en el nombre de Altazor
rebatía en la prensa a
su otro yo que bien podía llamarse Mingo Revulgo o Pedro
Recio en un juego dialéctico ingenioso, desafiante contrapunto juvenil donde
ponía a prueba su talento. Rememorar las audaces columnas de Dionisio Elejalde, de Iñigo de Altamira y de toda esa legión de fantasmas
interiores a los que insuflaba
vida y lanzaba a la palestra en defensa de su causa. Cuánto voy a extrañar al repentista, al
hacedor de frases, al maestro del humor y la ironía. Me queda debiendo los relatos
de sus disputas juveniles con Aquilino Villegas,
con Pedro Justo Berrío y
con Laureano Gómez; sus debates
en el Congreso de la República; la historia de sus años de ejercicio del Derecho en Manizales; las vivencias de su “exilio
dorado” en España. Y quedan en suspenso otros
temas demasiado humanos
como su afición
por el boxeo, su habilidad para el baile, su amor por las novelas
policíacas, su proverbial debilidad por la comida…
El paciente arde en fiebre y alucina.
Las enfermeras apenas logran controlarlo. Son las seis de
la tarde y todo indica que el proceso infeccioso no ha sido superado como se creía. El
resultado de las pruebas viene a
confirmarlo. Las alarmas están encendidas. Se refuerzan
los medicamentos, se hidrata y queda bajo observación por veinticuatro horas.
Según su evolución una junta médica dirá
mañana la última palabra.
A media noche un estruendo
sacude el cuarto piso de la clínica
Marly. El paciente está fuera de
control y deambula por los corredores vociferando. Con sus
manos se sujeta el vientre bajo. En
medio del delirio de la fiebre vive
una regresión y advierte que sus enemigos lo buscan para asesinarlo. Es domingo 19 de octubre de 1936 en Pensilvania Caldas. Desde un balcón le habla a la multitud conservadora que ha venido de pueblos
y veredas circundantes y arremolinada en la plaza lo escucha con fervor. Su
discurso enjuiciando al régimen de López es interrumpido de manera abrupta por
las ráfagas de la policía que irrumpe con brutalidad disparándole a la gente y provocando una estampida. Seis muertos, todos
ellos por la espalda, y ocho
heridos, es el balance de la infamia. -¡Tiren
rojos malnacidos que la honestidad
también tiene su coraza!- grita el
Mariscal enardecido blandiendo ahora
ambos brazos.
Después de mucha brega
tres fornidos camilleros logran reducirlo. Es sedado y conducido
de nuevo a su cuarto. La herida está sangrando. En medio de la agitación las
costuras se desapuntaron con la brusquedad de sus movimientos. El médico de turno lo
examina, limpia la piel y le
aplica un apósito. Dos enfermeras quedan a su lado montando guardia en
prevención de novedades hasta la
madrugada.
Al despuntar el viernes 25 todo está
en silencio, un silencio que intriga. El paciente sigue
entregado a un sueño profundo
que nadie quiere
interrumpir. Al cabo de un rato, justo
cuando llega el personal de relevo comienza a reincorporarse y pregunta balbuceando
qué ha sucedido. Lo solivian con cuidado, le cambian los tendidos, le aplican
compresas, le dan voces de aliento. En esas entran los galenos. Lo encuentran
demacrado. La fiebre y la infección siguen haciendo sus estragos. Le toman los
signos vitales, se miran entre sí y confirman
la realización de junta médica en las
horas de la tarde.
Pasado
el mediodía ingresa a la habitación Antonio José Uribe Portocarrero, abogado y
entrañable amigo suyo que viene a unirse
a la vigilia familiar.
A las catorce horas se reúnen los facultativos, evalúan el estado general del paciente y deciden practicarle una segunda cirugía que habrá de realizarse a las seis de la tarde. El médico
Juan Consuegra explica a la familia que el objeto de la operación es explorar las zonas adyacentes
a la vesícula a fin de
descubrir la causa de la fiebre persistente que lo aqueja y erradicarla de una vez por todas. No oculta su preocupación.
Informado
Alzate de la determinación de la junta médica la acepta sin reparos, con
resignación cristiana. En medio del
enorme malestar alcanza a dimensionar
la gravedad de su situación. Destina los minutos previos al quirófano a darle
algunas instrucciones a su esposa y le pide a su amigo
Uribe Portocarrero conseguir un sacerdote, tarea
que éste cumple prontamente trayendo un cura dominico de la cercana
Universidad Santo Tomás.
Se confiesa con él, le
encomienda su alma a Dios y se
persigna.
En ese mismo
instante, como salida de la nada, la mariposa negra que se hallaba oculta en algún lugar
del cuarto revolotea sin concierto entre las paredes del cuarto haciendo más tenso el ambiente. Alguien abre la ventana y la
libera del encierro. Un mal presentimiento invade a
la familia del enfermo.
Llegada la hora el paciente se despide de los suyos que se debaten entre la
consternación y el nerviosismo. Camino a la sala de cirugía,
en un postrer esfuerzo,
exclama con nostalgia - ¡Soy
un buque que se hunde con las
luces encendidas!-
Hacia las seis de la tarde
cuando lo intervienen se confirman
las sospechas. El paciente es
víctima de una infección generalizada que surgió de tres abscesos
en el hígado, órgano que en la primera
cirugía no fue auscultado. En cuestión de minutos
la septicemia sobreviniente precipita una falla
multisistémica. No hay nada qué hacer. Es demasiado tarde. El paciente entra en estado
de coma y se debate
varias horas entre la vida y la muerte. Finalmente pierde la batalla y fallece
a las 4:45 de la
mañana del sábado 26 de noviembre de 1960 a la edad de
cincuenta años de edad.
La noticia de su muerte prematura se la da al país
su amigo y confidente Mariano Ospina Pérez. Junto a él, entre el
abatimiento y la tristeza, la familia del Mariscal no tiene más consuelo que aceptar el infausto veredicto.
En la calle mustia queda la impresión que con Gilberto Alzate
Avendaño partió de forma infausta el Presidente que el
destino le negó a Caldas.
FIN
[1] Lozano y Lozano, Juan. Un hombre peligroso. Revista Sábado, Bogotá, diciembre 11 de 1943 pp. 1 y 15, (citado por César Augusto Ayala Diago, Inventando al Mariscal: GAA Circularidad ideológica y mímesis política, Tomo II pág. 168. Editor: Fundación Gilberto Alzate Avendaño. Bogotá. 2010)
[2] Anales del Congreso. Bogotá, agosto 23 de 1960, p. 331 (citado por César Augusto Ayala Diago, Democracia, bendita seas: GAA liberado 1950-1960. Tomo III, págs. 599, 600. Editor: Fundación Gilberto Alzate Avendaño. Bogotá. 2010)
[3] Gilberto Alzate Avendaño. Obras Selectas. Colección Pensadores Políticos Colombianos. Cámara de Representantes. Pág. 111. Imprenta Patriótica del Instituto Caro y Cuervo. Bogotá. 1979.
[4] Entrevista a Gilberto Alzate Avendaño. Diario del Pacífico. Pág. 2. Cali. Agosto 23 de 1939. (Citado por César Augusto Ayala Diago. El porvenir del pasado: GAA.
Sensibilidad leoparda y democracia. La derecha colombiana de los
años treinta. Tomo I, pág. 486. Editor:
Fundación Gilberto Alzate
Avendaño. Bogotá. 2010
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