La importancia de la familia es transcendental, no en vano se le considera como la célula fundamental de la sociedad y el lugar donde aprendemos los valores y principios que nos acompañan de por vida. Por otro lado, buena parte de la historia de los pueblos se construye sobre microhistorias de familias, esas que dicen de dónde venimos, quiénes fueron nuestros ancestros, cómo fueron sus vidas, cuáles sus éxitos y dificultades, cómo construyeron hogar, cuáles fueron los valores y enseñanzas recibidas y cómo nacimos y crecimos hasta ser lo que somos.
Así que la historia local, además de encargarse de narrar o interpretar grandes sucesos, hechos o personajes, también está formada por microhistorias de familia que se nutren de documentos, cartas, escrituras, registros, diplomas, fotografías y vídeos que casi siempre salen a la luz cuando alguien fallece o con ocasión de un trasteo o en la celebración de un hecho memorable. Sin embargo, la mayoría de los sucesos de familia se transmiten de una generación a otra mediante tradición oral, por lo que su preservación está hipotecada a la frágil memoria de los mayores y también a esa extraña metamorfosis que sufren los relatos al saltar de una generación a otra como si estuvieran a merced de un «teléfono roto», juego que consistía en pasar un mensaje inicial de una persona a otra y otra más, mensaje que llegaba tergiversado al último receptor luego transitar por una cadena de intermediarios.
Así las cosas, las microhistorias de familia no sólo están en riesgo de esfumarse con cada relevo generacional y el paso de los años, sino que también son vulnerables a los cambios en las costumbres y la disminución del tamaño de las familias. Recordemos que hasta hace poco eran comunes las reuniones en las casas de los abuelos y los almuerzos y cenas familiares, ocasiones propicias para dialogar y escuchar narraciones de tiempos idos. Estos cambios erosionaron la tradición oral que tanto aportó a la integración y cohesión de los hogares.
Otro aspecto para considerar cuando de preservar el pasado familiar se trata, es que los recuerdos tienen fecha de vencimiento y por lo general se desvanecen luego de dos generaciones. De ahí que sea común que tengamos en la mente numerosos episodios de la vida de nuestros padres, pero pocos de la de los abuelos. Y de la generación de los bisabuelos ni hablar, porque por lo general tan solo se guardan algunos relatos transmitidos por terceras personas.
Y en este eterno ver, vivir y contar se pierden sucesos con el paso de los años, las debilidades de la memoria y las devastadoras demencias que causan lagunas profundas. Todo ello reduce las microhistorias de familia a su mínima expresión para convertirlas en una colcha de retazos que algunos intentan hilvanar con un poco de imaginación para dar coherencia a los relatos. Así se van alterando situaciones y también inventando y olvidando hechos y nombres, sea para borrar lo indeseado o para magnificar escenas que justifiquen que todo tiempo pasado fue mejor.
Mejor dicho, lenta pero inexorablemente se extravían protagonistas y acontecimientos hasta dejar casi en el olvido la generación de los abuelos y bisabuelos. Entonces empieza a ser difuso de dónde vinieron los mayores, cómo se conocieron nuestros padres, el inició el negocio familiar, la llegada de los hijos, los juegos de infancia, las épocas de estudio, la partida de seres queridos, los momentos memorables (matrimonios, bautizos y primeras comuniones), las tradiciones de navidad, las recetas de la abuela, los dichos y cuentos tradicionales, los juegos de antes y tantas otras cosas que se desvanecen en el tiempo cuando se dejan sólo al cuidado de la memoria los recuerdos de familia.
Bien valdría la pena hacer un esfuerzo por
rescatar y conservar la microhistoria familiar, lo cual se podría hacer si
empezamos por guardar celosamente documentos y fotos que hacen parte de esas fuentes
primarias de información, pero también si nos damos a la tarea de escribir lo
que algún día escuchamos de nuestros padres y abuelos antes que los olvidos y
los afanes de la vida moderna menoscaben la memoria. Recordemos que luego de
dos generaciones los recuerdos se borran y la presencia y legado de los mayores
se va convirtiendo en jirones antes de eclipsarse para siempre. Preservar la
microhistoria familiar es una forma de pasar el testigo a la siguiente generación,
y el testigo es esa barra de metal que se le entrega al siguiente atleta en las
carreras de relevo.
Armando Rodríguez Jaramillo
Presidente Academia de Historia del Quindío
arjquindio@gmail.com
/ @ArmandoQuindio
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