Una estatua singular se levanta en el
parque principal del municipio de Montenegro.
No es el busto de un prócer; no es la imagen del Libertador; no es el recuerdo
del héroe local o regional. Es una
figura que se convirtió en monumento, como pocas veces se ve en el ambiente de
plazas municipales, donde siempre lo erigido se refiere a la oficialidad de un
personaje o al arte. Este es diferente
porque rinde homenaje a la cultura prehispánica. En el Quindío sólo otro parque, el de Los
Aborígenes en Armenia, se le asemeja en condición, al colocar allí un busto que
representa el “retablo” de los indígenas que habitaron esta región hace más de
500 años.
Se le conoce como el Cacique Cuturrumbí, aunque el nombre correcto es Tacurumbí. Su
autor es el artista boyacense César Gustavo García. Esta mención está
relacionada con la etnohistoria de la época en la región Quimbaya después de
1540, cuando Jorge Robledo hizo contacto.
En una de sus obras escritas, el
historiador Juan Friede se refiere a la existencia de muchos cacicazgos en esta
región del Cauca Medio. Uno de ellos, en
lo que hoy es Chinchiná, era comandado por Tacurumbí, nombre que estará ligado
a la “rebelión de los quimbayas” en el año 1542. Además, era el principal,
también llamado el cacique mayor. Se
cuenta que los indígenas comenzaron a preparar planes de ataque, con el fin de
exterminar a las huestes conquistadoras, aunque uno de sus objetivos se había
centrado en eliminar al capitán Miguel Muñoz, ya que este oficial había
asesinado a muchos indígenas y sus procedimientos se consideraban crueles y
despiadados. En un “juicio de residencia” al que fue sometido por las
autoridades de la Colonia, se pudo comprobar que había torturado y asesinado a
varios caciques, entre los cuales se mencionan a Urbi, Arisquimba, Chalima y Tanambí. Se le condenó a “tres años de galeras en
España, a la privación de sus encomiendas, a perpetuo destierro de las Indias y
a la multa de cinco mil castellanos a favor del fisco” (Friede, en “La rebelión
de los Quimbayas en 1542”. Lecturas Dominicales
de El Tiempo, 4 de febrero de 1962).
Hay más menciones sobre Tacurumbí en el
mismo documento, porque de él se dice que convocó a varias reuniones de
caciques en su territorio, con el fin de atacar, pero también para tratar casos
de espionajes y delaciones:
“En la junta que se convocó para el ataque definitivo
contra Cartago, Tacurumbí pronunció un largo discurso, cuyo texto los delatores
resumen con la siguiente frase: “Este capitán -Muñoz- no es bueno, que nunca
hace otra cosa sino decir: daca oro, daca oro”.
Otro confidente indio comunica que el cacique había dicho: “en esta
tierra no es bueno que haya cristianos, sino matarlos a todos y echarlos de
ella, que se vayan a otras partes”.
Sin embargo, otras referencias a este
cacique dejan dudas sobre su acertado actuar, hasta el punto de mostrar en este
proceso de rebelión muchas fallas de coordinación entre los convocados, lo
mismo que falencias en una señal certera de los ataques a los españoles. Así lo menciona Friede en otra de sus obras:
“Los testigos afirman que hubo una junta, en la cual
se resolvió dar muerte a Miguel Muñoz cuando acompañado por doce soldados, se
encontraba en el pueblo Isicanse, vecino al del cacique Aspan. Yamba hacía ver a los indios lo propicio de la ocasión,
porque los cristianos estaban cansados. Y aun cuando a esta acción se opusieron
los caciques Coo, Pague y Enguambi, apoyaron a Yamba los demás, haciendo ver que los
españoles sólo tenían espadas al cinto y los caballos estaban atados de las
patas. Esta opinión fue compartida por los caciques Tuntuni, Panpina, Panpima, Orincua (hijo de Pinanso) y Autapa,
recordando a los confederados que otros españoles “también tenían espadas y sin
embargo los mataron a brazos”. Se referían al asesinato de Mallorquín, Fernán
Gómez y otros de sus compañeros.
Ya que la mayoría era partidaria del
asalto, varios caciques exigieron que el cacique principal, Tacurumbí, diera la
señal. Por una u otra razón Tacurumbí
consideró inconveniente atacar.
Entonces-según afirma la india Cacigua-los
demás caciques le dijeron: “Que bueno estaba; que no le habían quebrado a él la
cabeza, porque le querían tanto”. Del
texto algo embrollado en su lectura se desprende que en esa ocasión se quiso
dar muerte al cacique Curacatán, a
petición de Pintara, Vía y Bimbila, probablemente porque no quería
sumarse a la conjuración”. (“Los
Quimbayas bajo la dominación española”, Carlos Valencia Editores, 1980).
El ícono artístico de Montenegro, con un
nombre inicial tomado de la referencia histórica escrita, ha cambiado su
denominación por un término más sonoro y que poco a poco ganó terreno en la
tradición oral. Así son los senderos de
comunicación colectiva y aceptación del patrimonio, lo cual debe ser respetado
porque es finalmente el pueblo raso el que reverencia o desclasifica sus
símbolos. Es más fácil hablar de
CUTURRUMBÍ o TUCURRUMBÍ, porque la doble R hace más vibrante el nombre de un
personaje, de quien han quedado versiones que también apuntan a la codicia en
sus procedimientos:
“Hubo opiniones entre los caciques para que cesase el
envío de avíos de maíz a la ciudad de Cartago, cosa de cercarla por
hambre. El cacique principal Tacurumbí,
poseía tres espadas rescatadas clandestinamente en Cartago y solicitaba que una
vez obtenida la victoria, le fuesen concedidos todos los caballos que se
capturasen. Varios caciques se mostraron
contrarios a la idea, declarando que a cada uno se daría un caballo”.
Por: Roberto Restrepo Ramírez (Miembro de la Academia de Historia del Quindío
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