De izquierda a derecha los periodistas Carlos Silva y Jairo Olaya Terán, seguido de Alfonso Valencia Zapata |
La figura activa pequeña y bonachona de don Alfonso
Valencia Zapata, el historiador sencillo del Quindío, todavía ronda en mi
mente cuando lo encontraba muy acucioso en algún municipio, en búsqueda
constante de información de primera fuente – o en pesquisa bibliográfica –
sobre la vida cotidiana, historia y vida de personajes de este departamento.
Un “ermitaño de la cultura” es el calificativo de este gran señor quien se
preocupó por el registro de las facetas del Quindío, para plasmar en sus obras
gran parte de la vida regional. Sin pensarlo, don Alfonso pasará a la
fama por tres aspectos de la historiografía y la escritura: su obra clásica e
icónica titulada Quindío histórico. La constante compilación de
anécdotas. La curiosa y asidua tarea de registrar escritos populares y
furtivos en su agradable obra de dos sencillos minitomos titulada Los típicos
letreros de las tiendas, fondas y sanitarios.
100 años de su natalicio.
Este cuyabro genial quien, de acuerdo con lo registrado en el historial
pictórico y documental de La Epopeya del Quindío, cumple 100 años de natalicio
en 2017, fue también el secretario de la primera etapa de la Academia de
Historia del Quindío. Antes de estar en estas lides se dedicó a la lectura de
incontables registros escritos sobre el Quindío, a recrearse con la
versión documental de cronistas tradicionales, entre los cuales estaban Ramón
Correa, Cornelio Moreno o Valentín Macías. De este último, el más
dedicado de los que vivieron en Armenia, don Alfonso obtuvo información valiosa
de dos escritos titulados Breve ensayo biográfico del señor Jesús María Ocampo
y Memorias que se relacionan con la fundación de Armenia y sus progresos.
Además de consultar otras obras clásicas como Hombres trasplantados de
Jaime Buitrago o La colonización antioqueña en el occidente de Colombia de
James J. Parsons, don Alfonso publicó la primera edición de Quindío histórico
en los talleres de la empresa tipográfica Vigig de Armenia el 26 de noviembre
de 1955, con el tema central referido a la Monografía de Armenia, y con motivo
del Cincuentenario del departamento de Caldas. Su carátula fue una
colorida obra del artista Eduardo Hernández Duque, donde aparecen las figuras
de un indígena que se dedica a la extracción de oro aluvial y el rostro de
Jesús María Ocampo, el fundador de Armenia”.
La topografía de don Alfonso.
En su capítulo titulado “Topografía”, don Alfonso describe una verdad
etnográfica que pudo ser constitutiva del Quindío histórico del año 1966, pero
que no fue por la defensa que debió asumir el Valle del Cauca con la inminente
fragmentación de su departamento: la inclusión de cuatro de sus municipios en
el destino administrativo del Quindío. Así lo mencionó don Alfonso en la
página 15: “Aunque en un principio el nombre de la “Hoya del Quindío”
se extendía hasta comprender el Municipio de Pereira, lo cierto es que,
geográficamente, no pertenece al Quindío el territorio que limita con la
llamada quebrada de “Barbas” hacia el Norte.
La hoya del Quindío tiene sus límites definidos y puede decirse que es un
terreno etnológicamente diferente al resto del Departamento de Caldas.
Conforme a los límites señalados topográficamente para definir el futuro
departamento del Quindío, corresponden a esta sección territorial los
Municipios de Alcalá, Armenia, Caicedonia, Calarcá, Circasia, Filandia, Génova,
Montenegro, Pijao, Quimbaya, Salento, Sevilla y Ulloa. Este territorio
forma una superficie de 3.170 kilómetros, de los cuales 2.268 pertenecen al
Departamento de Caldas y 902 al Departamento del Valle”.
Fue tal su visión de integración regional, al tener en cuenta la consideración
de un Quindío histórico con 16 municipios, que en la carátula de su segunda
edición, en 1963, aparecen Sevilla, Sucre (Ulloa), Caicedonia y Alcalá en ese
mapa soñado.
La obra Quindío histórico de don Alfonso fue creciendo en tamaño y se convirtió
en obligada consulta, actualizada por las novedades que escribían los autores
municipales. La tercera y cuarta edición se imprimieron en 1981 en la
Lito Editorial Quingráficas, con una carátula de Dolly Valencia Parra, bajo el
auspicio de la gobernación del Quindío.
El manejo de la anécdota, como particularidad y riqueza complementaria de la
cotidianidad de las comunidades fue otra constante de don Alfonso. Se le
veía platicando con sus protagonistas o simplemente registrando las
microhistorias – algunas con picaresca – en sus anotaciones rudimentarias.
Medios periodísticos, como el semanario Satanás, las publicaron
frecuentemente. Aunque polémico el manejo de los anecdotarios
-incluso rechazados por muchos historiadores – don Alfonso entendió que llegaba
más fácil así a su público. Además, eran muy cercanas al público
ávido de la información provincial, vecinal y hasta política.
Letreros de tiendas y fondas.
De igual forma, alegró a los quindianos con sus dos cuadernillos que
consignaron los escritos encontrados en las paredes y letreros de tiendas,
fondas y sanitarios. La primera parte salió a la luz en 1982 y la segunda
en 1988.
El magazín Dominical de El Espectador había adelantado una serie de tan curiosos
letreros en sus páginas 8 y 9 del ejemplar publicado el 12 de septiembre de
1976, y lo mismo hicieron en ese año el semanario Satanás y el periódico La
Patria. La compilación de tantas expresiones escritas fue un esfuerzo que
realizó en diferentes ciudades del país, aunque reconoció que también
colaboraron en esa tarea muchos de sus amigos que los enviaron desde diferentes
localidades colombianas. Una de sus reseñas se refiere a un recordado
escritor humorístico de Armenia, el recordado “Escritor sin escritorio”:
En Armenia hay un personaje bastante conocido. Lleva en forma permanente
un “cartel pequeño en la solapa del saco y cuando no lleva éste, lo lleva en la
camisa. Dicho cartel dice:
“Gustavo Ríos Hernández – Coplero Quindiano. Coplequin. Escritor
humorista”. Sus amigos dicen que allí se lee además “Hago memoriales para
matrimonios desajustados y versos de amor para novias embarazadas”.
Por Roberto Restrepo Ramírez (Miembro de la Academia de Historia del Quindío)
Artículo publicado en el diario La Crónica del Quindío el 19 de febrero de 2017
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