Alberto Gómez Mejía (izq) y Obispo Libardo Ramírez Gómez (der) |
Luego de casi 37 años, Alberto Gómez Mejía[1]
recuerda un hecho inédito que sucedió el 23 de mayo de 1980, con motivo de la
creación de la Academia de Historia del Quindío, suceso que protagonizó el
entonces Obispo de la Diócesis de Armenia, Libardo Ramírez Gómez, quién se
molestó por algunas referencias históricas hechas por Jesús Arango Cano, Presidente
de la naciente Academia, en su ponencia “Tres estampas indígenas”, que en algunos
de sus apartes se ocupaba del papel de la Iglesia Católica en tiempos de la conquista
española con la conversión de los aborígenes americanos al cristianismo, enojo
que expresó por escrito el prelado a Gómez Mejía en carta fechada el 19 de
julio de 1980.
EPÍTOME DEL INCIDENTE CON LA JERARQUÍA CATÓLICA
CON OCASIÓN DE LA CREACIÓN DE LA ACADEMIA DE HISTORIA DEL QUINDÍO
Por Alberto Gómez Mejía, de manera impersonal
Después de casi cinco siglos de haberse iniciado la conquista de los españoles
en América –y el subsiguiente genocidio contra la población indígena perpetrado
por ellos-, así como la afiliación de los aborígenes al Cristianismo, la sesión
inaugural de la Academia de Historia del Quindío sirvió para generar una
polémica entre el Obispo católico de la Diócesis de Armenia y algunos de los
académicos que estaban creando aquella organización, polémica relacionada
precisamente con aquellos lejanos acontecimientos.
Se crea la academia
Un grupo de intelectuales quindianos acordaron constituir al comienzo del
decenio de los ochenta la Academia de Historia del Quindío, con el fin
principal de estimular los estudios históricos en la región. El grupo lo
integraban, entre otros, Jesús Arango Cano, Jaime Lopera Gutiérrez, Diego
Moreno Jaramillo, Alberto Gómez Mejía, Gabriel Echeverri González, Bernardo Ramírez
Granada y Alfonso Valencia Zapata. La sesión inaugural se efectuó el 23 de mayo
de 1980 y a ella asistieron, además de los académicos, el gobernador de entonces,
Volney Toro, el comandante de la Octava Brigada, el secretario de la Academia Colombiana
de Historia, Camilo Riaño, y el Obispo de Armenia, Monseñor Libardo Ramírez.
Se eligió a Jesús Arango como primer Presidente, dada su continua
dedicación a los asuntos históricos y por la destacada posición de ser nuevo miembro
correspondiente de la Academia Colombiana. Por las mismas razones fue escogido
para que, en el acto central del evento de iniciación de sesiones de la
Academia, hiciera una lectura de un documento histórico de su autoría. Arango Cano
leyó uno titulado “Tres estampas indígenas”, en el que narraba en buen estilo literario,
hechos figurados de la época de la conquista española. La lectura causó indignación
al señor Obispo, pues en uno de los relatos, un aborigen moribundo, al que un
sacerdote intentaba convertir al Catolicismo, finalmente falleció y aunque
había afirmado su nueva fe, le descubrieron, al enterrarlo, que tenía bien
guardado en su mano un tótem indígena.
Reacciona el Obispo
La reacción del Obispo Ramírez fue inmediata. Escribió una extensa carta al
día siguiente, dirigida a Alberto Gómez Mejía, pero entregada a una emisora de
radio, en la que decía que había tenido “la sorpresa nada agradable de que como
lección inaugural se escogiera un tema que aunque puede tener su fondo
histórico era una tortura espiritual para quienes teniendo también a mucho
honor nuestra parte indígena entendemos el bien infinito que sobre nuestra
sangre y nuestra vida trajo la semilla vivificante del cristianismo”. Más
adelante agregaba: “felicitación por el pulido estilo y el refinado sarcasmo de
la pluma que escribió las páginas que nos leyeron…”.
Manifestó que había asistido a la sesión inaugural pues había sido invitado
por Alberto Gómez “con especial insistencia”, pero que se permitía “protestar
por tan unilateral presentación de la labor misionera y por tan inelegante
iniciación de esa Academia”. Estimó que había sentido “el deber de decirles que
bien pueden seguir examinando a mi Madre querida la Iglesia, bien pueden
deleitarse con sus reales o imaginarias lacras, si ese es su gusto y
satisfacción, pero ojalá les alcance el tiempo para palpar algo de esa epopeya
de servicio y amor que ha realizado en pro del Continente (sic), de Colombia y del Quindío”. “Todo el proceso de
culturización y avance religioso –añadía- hay que tratarlo con gran delicadeza…
Si esto no es aceptable volvamos entonces a las cavernas, al guayuco, a los
primitivos medios de locomoción, a las lenguas sin conformación plena para que
seamos más auténticos”. Y concluía el obispo: “en las tareas apostólicas y en
la crítica histórica tenemos derecho a civilizarnos”.
La reacción del Obispo fue sin duda desproporcionada, pues el documento de
Jesús Arango era una simple construcción literaria de un evento imaginario,
pero no una disquisición sobre la tolerancia cómplice de la jerarquía de la
Iglesia Católica de aquel entonces frente al genocidio que estaban perpetrando
los conquistadores, o sobre la violencia cultural y religiosa al imponer por la
fuerza unas creencias. No. Era una pieza literaria, que el señor Obispo
entendió como un cuestionamiento a la conquista y a la imposición de unas ideas
teológicas.
¿Pero por qué la carta estaba dirigida al ex alcalde Alberto Gómez? Todos
recordaron al escuchar el documento episcopal, la agria polémica que los mismos
dos personajes, Obispo y Alcalde, habían
sostenido en 1975, con ocasión de la pretendida destinación del antiguo cementerio católico para una
urbanización promovida por la Curia, y que quedó consignada en unos documentos
que se cruzaron entre sí. Gómez Mejía había invitado al Obispo a la sesión
inaugural de la Academia: esa era la razón principal; pero él no había escrito
las páginas que motivaron la enérgica declaración del jerarca y más parecía una
retaliación del enfrentamiento de años atrás.
Epílogo
Alberto Gómez respondió un mes largo después. El prolongado silencio a la
carta del Obispo se explicó porque el documento del jerarca católico, que fue
leído por una cadena radial, se extravió y llegó muy tarde a su destinatario. En
la respuesta Gómez le decía que en la Academia se respetaban las ideas
discrepantes y que Jesús Arango Cano únicamente había recreado un hecho
histórico, sin ningún propósito deliberado de causar malestar o de generar una
polémica. Le pedía, al final, una bendición para las labores de la Academia. Era
un documento de paz.
La bendición que Gómez Mejía pedía no se hizo esperar. Un nuevo documento
del Obispo fechado el 9 de julio, ya más confidencial, donde definitivamente
desarmaba el espíritu, le decía que “en el fondo estamos de acuerdo”… “No me
escandaliza que haya alguien que piense distinto… pero creo que hay que estar
siempre a la altura de las circunstancias, ver la oportunidad de decir o no las
cosas, medir los términos y tener la debida gentileza con los invitados”. Y
cerraba así el asunto: “gustoso los bendigo como usted me lo pide”.
La bendición concluyó el cruce de mensajes. La Academia siguió su tarea.
Pero la discusión sobre la violencia física y moral contra los indígenas quedó
pendiente de realizarse…
[1] Exalcalde de
Armenia, Presidente del Jardín Botánico del Quindío y Presidente de la Red
Nacional de Jardines Botánicos de Colombia.
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