Sotanas en la colonización quindiana

Padre Remigio Antionio Cañarte y Figueroa
En todos estos años hemos visto crecer los documentos e investigaciones sobre los orígenes de nuestra comarca, pero aún estamos buscando nuevos aportes que complementen esa tarea que nos hemos propuesto. Por ejemplo, varias personas se han ocupado ya del papel de la Iglesia en los procesos de colonización que se iniciaron en Antioquia y culminaron en el norte del Valle a principios del siglo veinte.

Quisiera mencionar solamente dos ejemplos. No fueron laicos, sino dos sacerdotes quienes dedicaron mucho tiempo al estudio de los documentos históricos que precedieron la fundación de ciudades, como es el caso del agustino P. Fabo[1] y del presbítero Guillermo Duque Botero[2] quienes escribieron con profusión de detalles la historia de Manizales y Salamina, respectivamente. Ninguno de los historiadores actuales puede hacer a un lado los notables aportes de estos dos sacerdotes al hablar de esas dos poblaciones, si quiere entender bien los sucesos de la colonización y la fundación de estas dos ciudades hermanas.    

Para empezar a entender el aporte material de la Iglesia en esas épocas y en estas tierras los invito a imaginar por un momento lo que significó, en 1906, el transporte del más extraordinario órgano de tubos —tan enorme quizás como el de Bogotá y Chiquinquirá—, construido por Lope Alberdi en España con su caja, su consola, sus tuberías, sus mecanismos y sus fuelles. Ese enorme instrumento venía desde Barcelona para ser instalado en un templo de Manizales, precisamente en la capilla de los Agustinos Recoletos de esa ciudad. Si hablamos de los pianos y las campanas que nos llegaron a los poblados colonizados, la imaginación no puede ser mejor.

Porque detrás de los primeros registros de una cantata de Juan Sebastian Bach, tocada en ese gran instrumento para deleite de los fieles, hay un sinfín de eventualidades locales que se inician con las rifas, bazares, limosnas y con las funciones literarias que hicieron esos agustinos para acopiar el dinero necesario destinado a la importación del soberbio aparato musical. Dejemos volar la fantasía hacia los detalles del embarque en España, del buque que después de varias semanas lo deja en Barranquilla, del vapor que lo trae por el rio Magdalena hasta Honda y luego los arrieros con las diversas turegas de bueyes y las docenas de mulas que se hicieron necesarias para trasponer la trocha o camino de La Aguacatala por Herveo, hasta arribar a San Juan Cancio, territorio de los nuevos colonos manizaleños.

Lo que este peculiar episodio pretende simbolizar es que el aporte de la Iglesia, al inicio y en el desarrollo de estas comarcas tiene no solo un componente de artefactos materiales (tales como de templos, bancas, imágenes, órganos, pianos, campanas y custodias que acompañaron la etapa evangelizadora a lomo de mulas y enjalmas), sino también el concurso humano de los clérigos que vinieron con los conquistadores primero (como fray Pedro de Aguado), y con los colonizadores después. Unos rezando, otros escribiendo, otros conversando con los aborígenes y bautizando los mestizajes, todos con su contribución evangélica en este proceso de creación de nuestra nacionalidad.

En 1903, cuando la Diócesis de Manizales creo la vicaría de El Rosario compuesta por las poblaciones de Salento, Armenia, Circasia y Calarcá, ya los párrocos de esta zona se habían desparramado por el sur para ayudar a los asentamientos de Génova, Pijao y La Tebaida como miembros de la comitiva fundadora.  Por ejemplo, el cura que acompañó desde Calarcá a don Segundo Henao para ir a fundar a Génova, no le quedó más remedio que soportar las herejías de este francmasón para poder cumplir juntos la tarea colonizadora que se había propuesto el civil, y la misión predicadora del clérigo.  

Existen pocos relatos sobre el papel que desempeñó el padre Remigio Antonio Cañarte y Figueroa, durante 1863, cuando acompañó a José Francisco Pereira en la fundación de la ciudad que lleva este nombre, ubicada en jurisdicción de lo que entonces llamaba el Municipio del Quindío en el Estado Soberano del Cauca. Lo cierto es que el padre Cañarte vivió con el doctor Pereira muchas de las vicisitudes e incomprensiones durante esa etapa, pero el cometido del sacerdote fue crucial limando asperezas y manteniendo el conciliador tono fundacional.

Por su parte, los padres misioneros fray Juan Capistrán y fray Bernardino, que no se sabe aun de donde llegaron a Calarcá[3], fueron pioneros en las promociones quindianas, en este y en otros poblados de la región. Todos esos misioneros y sacerdotes estaban autorizados para cobrar los “derechos de estola” —que algunos colonos aceptaban a regañadientes esperando que por lo menos los eximieran de los diezmos—, deber que los frailes cumplían con mucha eficacia como se comprueba por las construcciones de guadua en los templos y sacristías.

Pero nuestros colonos de aquellas épocas, que al parecer reflejaban las ideas de los gobiernos republicanos y se llamaban liberales, debían mantener intacta la separación entre la Iglesia y el Estado. Por lo tanto, en los procesos colonizadores se permitía entonces que se cobraran algunos de esos diezmos, eso sí pagando un sueldo de 300 pesos anuales para el señor cura, pero autorizando a las juntas pobladoras para nombrar un recaudador y un tesorero civiles con el oficio de reunir las limosnas destinadas a la construcción de una iglesia de tejas. En 1859, por ejemplo, el concejo liberal de Manizales le exige cuentas al padre Ocampo quien, presionado para tales efectos, confiesa que sus bienes sólo son dos o tres fanegas de terreno en Morrogordo, otro pedacito en Morrogacho, “un buey, un caballo viejo, una mula de poco valor, la casa donde vivo en el poblado y el cuarto donde vive don Eleuterio Valencia”[4].

Se podría hablar mucho más de estos logros y aventuras del clero, y aun de ciertos desvaríos que nunca faltan, como lo relata Vicente Fernán Arango en su libro sobre las sotanas inquietas de Antioquia[5], pero solamente aconsejo la lectura de este libro que ilustra muchos pormenores al respecto. En fin, la contribución de esta institución evangelizadora es aun materia para muchas averiguaciones, porque detrás de las sacristías hay notables testimonios históricos que ayudan a esclarecer las circunstancias de un pueblo y de sus líderes, tanto en los momentos de su apoteosis como de sus dificultades.


Jaime Lopera Gutiérrez - Presidente de la Academia de Historia del Quindío




[1] P. Fabo, Historia de la Ciudad de Manizales. Tomo II, Editores Blanco y Negro/ Mario Camargo, Manizales, 1926.
[2] Duque Botero, Guillermo, Historia de Salamina. Biblioteca de Autores Caldenses, Volumen 41; Manizales, 1974.
[3]  Isaza y Arango, Eduardo, Calarcá en la Mano. Tipografía Renovación, Calarcá, 1930.
[4] Fabo, op. cit., pagina 557.
[5] Arango Estrada, Vicente Fernán. Algunas sotanas inquietas de Antioquia. Hoyos Editores, Manizales, 2007.

                                                                               fin

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