Calle céntrica de Filandia en los años sesenta |
Artículo de Roberto Restrepo Ramírez, miembro de la Academia de Historia del Quindío, publicado por el diario La Crónica del Quindío el 12 de julio de 2015
Es incomprensible el grado de insensibilidad oficial y ciudadana frente
al patrimonio del Paisaje Cultural Cafetero de Colombia.
Cumplidos cuatro años desde el momento de su inclusión en la lista de
patrimonio de la humanidad, ello no han servido para sembrar aunque sea la
semilla de la preservación. A ello hay que añadirle 11 años más de acción
en contra de las tradiciones culturales, ya que desde el 2000 comenzó el
proceso de candidatura de este bien ante dicho organismo competente de las
Naciones Unidas.
El derrumbe del patrimonio
A estas casas, la mayoría de ellas en buen estado de conservación, solo
se les corrió la teja de barro. Como un acto de mala fe de muchos propietarios,
no se recolocó su cubierta y, a la intemperie, sus paredes se humedecieron y
pudrieron. Meses después, no hubo otra solución que ordenar su
demolición. Era evidente que no se pretendían salvar los testimonios amparados
por la declaratoria, ya que sus dueños nunca habían estado de acuerdo con ella
(hoy tampoco lo están). Los ciudadanos perseguían reemplazar por construcciones
nuevas de varios pisos. Por supuesto la oficina de Planeación Municipal no
podía autorizar los nuevos proyectos.
Después del desastre, la disculpa para desaparecer muchas casas
tradicionales fue la constante, al considerarlas “ranchos viejos”. Lo mismo
ocurrió con dos construcciones monumentales que eran patrimonio de la nación:
la plaza de mercado de Armenia y el hospital La Misericordia de Calarcá. En la
capital del Quindío, se fueron el castillo de Getsemaní y las últimas
casas de bahareque de la carrera 13 y no valieron los ruegos de
arquitectos y patrimonialistas que abogaban por su permanencia.
El caso de los municipios no fue distinto: el corregimiento de
Barcelona, Pijao, Buenavista y Córdoba, vieron caer sus casas simbólicas de los
primeros años de fundación, aunque algunas no ameritaban, igual que Calarcá, su
demolición. Pero ganó el pretexto de un cambio infraestructural hacia el
progreso, disculpa perfecta que además justificaba la inversión proveniente de
cientos de subsidios entregados por el Fondo de la Reconstrucción (Forec) a los
propietarios.
En otros como Circasia, Filandia y Salento, debido al gasto que debía
respaldarse a partir del subsidio de $8.000.000.oo de pesos por familia
damnificada, se hicieron refacciones y cambios en casa centenarias, que no se
necesitaban. Lo que más sufrió fue un elemento constructivo único de esta
región, la tapia pisada. En Filandia, por ejemplo, se conoció el caso de una
casa del marco de la plaza principal, en la cual se reemplazó la tapia del
primer piso por cemento. O la intervención de la denominada Casa del Artesano,
donde debió aclarársele a los ingenieros intervinientes que no podían destruir
el paredón centenario del primer piso, que finalmente se conservó tras un
vidrio, para que lo admiren los visitantes.
La transformación de los interiores
Entre 2001 y 2004 se dio un relativo suspenso de las acciones
destructoras del patrimonio arquitectónico, aunque comenzó la transformación de
los interiores de las casas de Salento, por cuenta del naciente turismo.
Mientras tanto el trámite de Unesco seguía su curso en Paris, considerando los
expertos que algo tan importante como lo eran estas viviendas, debían tenerse
en cuenta desde la integralidad del patrimonio.
Se van las casas viejas
Entre 2005 y 2006 comenzó de nuevo un tiempo de nuevas demoliciones: El
antiguo Colegio de la Santísima Trinidad de Filandia, construcción de tres
pisos que hoy podría ser referente del turismo cultural. El Café América, también
en Filandia, donde se habían gravado escenas de “Café con aroma de mujer”. La
casa del parque Los Aborígenes de Armenia que contaba con la única entrada para
caballeriza. La casa de La Mariela que había sido mencionada en tratados de
patrimonio cafetero, como el libro de Néstor Tobón Botero. La hacienda
Normandía, cerca del peaje de la autopista del Café, destruida por la búsqueda
de un ilusorio tesoro. Y muchas otras que se escapan al registro.
Los años subsiguientes tuvieron la misma dinámica. Sucumbieron andenes y
calles empedradas, tramos y pontones de la vía férrea y se dio con rapidez la
transformación de los espacios de caficultura en la casa rural, como fueron las
elvas y los beneficiaderos para el grano. Mientras tanto se seguía hablando de
la importancia del proyectado Paisaje Cultural Cafetero.
En 2009, sucedió algo inesperado en Salento: se destruyó una de las
casas de la Calle Real, para levantarla con segunda planta, dañando así la
armonía bien pensada por los primeros constructores.
Sin embargo, somos patrimonio
Lo más irónico sucedió después de junio de 2011, la inclusión del PCC
en la lista de patrimonio mundial. En agosto, dos meses después,
fue demolida la casa de los López en la calle del convento de Filandia, que
tenía una de las puertas de comedor más bellas. Dos años después desaparecieron
la casa del Cedazo, y la casa Quinta de los Uribe en la avenida Bolívar de
Armenia. En Quimbaya se descuidó la única casa de tres pisos en la esquina de
la plazoleta de la antigua estación del tren. En Salento se destruyó la famosa
casa de la “escalera de tijera”. Esto y mucho más solo indicaba que no se había
entendido el valor considerado por la Unesco, que tiene para el Paisaje
Cultural Cafetero de Colombia la consideración de un atributo en ese sentido.
Y sigue el daño
En el año que transcurre 2015, no para la escalada de daños: demolición
de casas de bahareque en Montenegro, grave lesión al patrimonio
arquitectónico, si tenemos en cuenta que el casco urbano de esta municipalidad
quedó comprendido en el área urbana delimitada por el PCC. La destrucción de la
casa centenaria contigua al templo María Inmaculada de Filandia, cuyo muro de
cemento nuevo, contiguo al templo, finalmente afectó a este monumento
religioso. Pues una de sus columnas de madera barcino se rajó poniendo en
peligro el resto de la estructura. También en Filandia, la destrucción de los
espacios internos de la casa más antigua del marco de la plaza, de 116
años de antigüedad, siguiendo la tradición de Salento, en aras de la
funcionalidad del turismo. Todo esto se hace ignorando respeto por las normas y
hasta por las declaratorias nacionales, porque en Calarcá ha ganado terreno el
desplome de las casas que estaban amparadas por esa providencia.
Un patrimonio falseado
Otros elementos que desfiguran el patrimonio y lo falsean son: el cambio
de color de sus fachadas y los nuevos balcones. Se ignoró la tradición
histórica que nos mostraba la pintura en tonos pastel, así como la monocromía.
Hoy vemos con gracia que imperan varios colores lo que alguien ha llamado con
certeza el nacimiento de una “barbietectura” del Quindío. Todos los días hay
más balcones coloniales que han ido reemplazando los tradicionales “falsos
balcones” o “balcones ausentes” que nos legaron los abuelos y carpinteros. Con
razón muchos funcionarios o alcaldes hablan sin conocimiento de causa de la
arquitectura colonial del Quindío, en vez del nombre correcto que es de
la colonización.
Ante el panorama tan desolador, parece que sólo persistirán las formas
arquitectónicas vernáculas en Génova y Pijao. En el primero, el terremoto no
afectó tanto sus casas, mientras que en el segundo, el valor civil de la única
persona que ha entendido el sentido cultural del turismo, Mónica Flórez, está
sembrando la semilla de la apropiación social del patrimonio arquitectónico, lo
único que nos permitirá conservarlo.
1 Comentarios
¿Se han realizado campañas de sensibilización a la población sobre el patrimonio arquitectónico del Quindío?
ResponderBorrarEl turismo no debe reñir con el cuidado del patrimonio cultural. El reto es fortalecer la conservación de la arquitectura tradicional en los instrumentos de planeación.
Desafortunadamente apenas Colombia está abriéndose al turismo extranjero. A muchos municipios parece bastarles mostrar un municipio con atractivos naturales pero un casco urbano que parece asentamiento irregular de ciudad. En toda Colombia falta ese vínculo entre turismo y patrimonio cultural (material e inmaterial).
El turismo debe mejorar las condiciones de los pobladores, sin embargo, no he visto que los municipios reparen sus aceras, sus calles; no soterran el cableado, no mejoran la infraestructura.
Ahora bien, ¿por qué no reconstruir lo demolido? Si, no serían de bahareque, pero los falsos históricos ayudarían a reforzar una identidad. Pero!! Debemos informar a la gente sobre la importancia de la arquitectura de sus pueblos. Si no saben nada de eso, como van a defender algo de lo que no saben?