Periodista Celedonio Matínez Acevedo |
Publicado en el diario La Crónica del Quindío, 09 de febrero de 2014.
El 10 de
octubre de 1959, después de leer su editorial, titulado Silencio, el periodista
Celedonio Martínez Acevedo se quedó sentado, llorando, frente al micrófono del
noticiero Radio Gaceta, espacio que se transmitía por la emisora Voz de
Armenia.
Martínez
hablaba del asesinato de 19 personas en el paraje de Planadas, en jurisdicción
de Calarcá, a manos del bandolero Efraín González.
El
periodista Germán Gómez Ospina, su amigo y compañero en Radio Gaceta, contó
mucho tiempo después: “La cuadrilla de Efraín González fue la responsable de la
espantosa matanza. Más tarde, en la finca El Diamante, en jurisdicción del
municipio de Circasia, diría Efraín González cuando trataba de vender un
revólver: ‘Con este repasé a los 19 de Planadas y ni siquiera se me recalentó’.
La ciudad
hervía en medio de la violencia partidista de los años cincuenta. Radio Gaceta
era un radioperiódico de orientación liberal, que denunciaba la atroz violencia
que suscitaba en la región. Sobre su contenido, Gómez Ospina precisó:
“En el
radioperiódico Radio Gaceta, que se transmitía por La Voz de Armenia, con la
dirección de Germán Gómez Ospina y la locución de Martínez Acevedo, quien
además colaboraba con artículos y editoriales, se hacía un análisis a fondo de
las actividades políticas y muy especialmente del estado de violencia a que
estaba sometido el Quindío por la acción de los antisociales - pájaros - y la
complicidad de las autoridades; se hacía a diario una acérrima defensa de los
copartidarios perseguidos y en forma clamorosa se predicaba la paz”.
El
editorial del silencio
Los
editoriales los escribía Gómez, pero los leía Martínez. Pero ese día, Celedonio
le pidió a Germán que le dejara escribir y leer la nota editorial. Y así se
hizo. Celedonio, con una voz profunda, pausada, frente al micrófono de mayor
audiencia en el Quindío, empezó diciendo: “Doloroso y más que doloroso,
tremendamente angustioso, es el vía crucis que ha venido sufriendo este Quindío
promisorio a lo largo de diez años de violencia, en los cuales hemos cargado
con todas las fatalidades, en un abandono que asombra por parte de nuestros
gobernantes”.
Con
pausas para no llorar ‘al aire’, continúo: “Cuadros dantescos que apenas nos
los hubiéramos imaginado en la terrible noche del fin del universo, nos ha
tocado vivir con el pavor que hiela la sangre y con angustia que anuda la
garganta porque el caudal de nuestras lágrimas se ha secado ya ante la propia
impotencia de seres amargados por el terrible abandono.
Angustias
que ya no podemos manifestar con palabras, dolor profundo en los corazones que
ya no se expresa ni con lágrimas, sangre inocente tratando de abonar una tierra
generosa, orfandad ilímite que cubre la geografía de nuestra comarca, madres en
cuyos rostros se dibuja con caracteres de tragedia el dolor profundo por la
partida eterna de sus hijos, esposas que no saben de resignación y que están en
trance de desespero por la ausencia definitiva del compañero irremplazable,
novias cuyas esperanzas se frustraron porque el nuevo hogar ya no se formará,
hermanas que perdieron al hermano que les llevaba el sustento con una sonrisa
de alegría, niños que no alcanzarán a comprender —porque es bella su inocencia—
el por qué de su orfandad y el por qué de la maldad de los hombres, viejos de
ojos expresivos y de corazón noble que supieron de épocas mejores cuando casi
no se conocía la palabra asesinato y que ahora la oyen repetir con marcada
insistencia produciendo pánico en sus almas. Desgarrador cuadro que no podría
pintarlo el más hábil de los pinceles de ninguna época”.
Diatriba
contra los gobernantes
Y,
entonces, en medio de un enorme silencio en la cabina de radio, el periodista
se preguntaba:
“¿Qué
hacer en medio de tanta angustia? No se ha querido escuchar nuestros
desesperados gritos de piedad, porque en la fría y calculadora capital
caldense, ellos no tienen eco. Los gobernantes que rigen nuestros destinos
desde la Perla del Ruiz, poco saben de nuestra tragedia y prefieren embelesarse
en los blancos penachos de sus páramos, tan fríos como el corazón de los
mismos.
Ellos
piensan más en sus ferias anuales, para las que nosotros aportamos las divisas
que producimos con sangre. ¿Qué hacer?, de nuevo nos preguntamos. Catorce
muertos en Salento la semana pasada, dos en Pijao y hoy, con las primeras luces
del alba, un número crecido de pica y pala, que se acerca a los veinte, en la
carretera Córdoba – Planadas, a sólo dos kilómetros de Córdoba. A ellos se
suman más de veinte heridos”.
Celedonio
elevaba su tono al recordar a los muertos: “Los chacales necesitaban sangre y
clavaron sus garras en pobres gentes que venían a recibir el pago de su jornada
semanal. Seis días de dura brega para conseguir el pan para sus hijos,
trabajando de sol a sol o de lluvia a lluvia, se quebraron en un minuto cuando
estos pobres jornaleros rindieron su jornada eterna. Hombres que no supieron
sino del trabajo honrado y del amor a los suyos, pagaron con sus vidas el
respeto que tenían por el Decálogo y el profundo temor de Dios.
Hoy yacen
a la vera del camino, pálidos sus rostros y rígidos sus cuerpos, con los ojos
desmesuradamente abiertos y fijos en el cielo como pidiendo a Dios perdón para
sus victimarios”
La
indolencia ciudadana
En ese
editorial, Martínez se quejaba de la indolencia ciudadana frente al crimen: “Y
ante cuadro tan doloroso, ¿qué hacemos nosotros que ya nos consideramos
indolentes? ¿Se nos acabó la dignidad, perdimos el carácter, huyó de nuestros
corazones la bondad, ya no tenemos sentimientos? ¿Qué dicen nuestras
autoridades? ¿Y nuestras autoridades representativas no tienen valor para
protestar?”
Pero, al
tiempo, llamaba a la paz: “No vamos a desgarrarnos las vestiduras ni vamos a
formar grupos de gentes vocingleras. Vamos a demostrar nuestro dolor, que es el
dolor de toda una comarca, con un profundo silencio que haga eco en los
corazones de los sin conciencia, para ver si sienten un poco de remordimiento.
Nada de motines callejeros, ni de chismes sin sentido, ni de desacato a las
autoridades. Nada de eso. Silencio.
Pero un
silencio tan intenso que apenas se oiga el correr de las lágrimas por nuestras
mejillas. Un silencio que sea elocuencia. Un silencio que diga de nuestra
amargura. Un silencio que hable a gritos de nuestro doloroso abandono. Un
silencio que asuste. Un silencio que estamos seguros muchos indolentes no
escucharán, pero que allá arriba en el cielo será como el estallido de un
pueblo que una vez más clama piedad, pero ya no ante los hombres de duro
corazón sino ante el único que nos puede hacer justicia: Dios”.
El
asesinato
Ese mismo
día planearon su muerte. Sostiene Germán Gómez Ospina es un maravilloso
testimonio conocido por LA CRÓNICA sobre este crimen: “Bien
puede decirse que ese editorial del Silencio fue como el canto del cisne. Una
página admirable, digna de figurar en cualquier antología. Como dato curioso se
anota que al terminar la lectura del editorial, Celedonio Martínez salió
llorando de la cabina de locución. De una exquisita sensibilidad, Martínez
Acevedo sufría demasiado cada vez que se daba cuenta de crímenes cometidos en
el Quindío”.
Dos meses
y un día después de ese editorial, el 11 de septiembre de 1959, dos hombres,
Efraín González y Carlos Marín Vera, alias la Seca, utilizando ametralladora y
revólver mataron al periodista Celedonio Martínez Acevedo. El crimen se
perpetúo en la calle octava con carrera 14, en la misma casa vieja enseguida
donde hoy funcionan las oficinas del diario LA CRÓNICA DEL QUINDÍO.
Los dos
individuos lo esperaban al frente, desde temprano. Celedonio había ido al
aeropuerto a recoger a una de sus hijas. Estaba parqueando el carro en el
garaje de su casa, en el mismo sitio donde hoy funciona una ventanilla. González
y la Seca se acercaron y lo llenaron de disparos.
Su cuerpo
fue llevado al hospital, pero a los pocos minutos, a las 6:20 de la tarde,
murió. “La noticia causó no solo una tremenda sensación entre los ciudadanos,
sino una violenta reacción entre sus amigos y copartidarios liberales,
habiéndose formado manifestaciones que recorrieron las calles y que terminaron
en la plaza Bolívar, en donde varios oradores llevaron la palabra para condenar
el vil asesinato”, dice en su testimonio Germán Gómez Ospina.
El
entierro fue apoteósico. Hoy se puede asegurar que casi todo el pueblo asistió.
Las damas y los caballeros que lo acompañaron a su última morada vestían
estricto negro. El féretro recorrió la ciudad, entre la plaza Bolívar y el
cementerio de San Sebastián, por la carrera 19. Llanto, mucho llanto lo
acompañó, así como gritos de rabia y vivas al partido Liberal.
El amigo,
el colega, el copartidario
Germán
Gómez Ospina, el compañero, el amigo, el periodista director de Radio Gaceta,
sintió como ninguno esta muerte. Después de comprobar el asesinato viendo el
cadáver de Celedonio en la morgue del Hospital, se dirigió a la Voz de Armenia.
Allí, numerosas personas se hallaban protestando en los pasillos y exigiendo al
control de sonido, Julián Calderón, que las dejara hablar por los micrófonos.
“Era
gente iracunda, proferían amenazas, pedían castigo para los asesinos, querían
incitar al pueblo para que saliera a las calles a protestar”.
Gómez
Ospina entró en la cabina de locución y habló así: “Celedonio Martínez Acevedo
ha muerto. Un amado hijo de la Ciudad Milagro ha muerto víctima de los
violentos. A quienes fueron sus amigos pedimos encarecidamente, por aquella paz
que él defendió con tanto ardor y por la que entregó su vida, que no se cometan
desafueros.
Es el más
diciente homenaje que se puede rendir a la memoria del gran sacrificado”.
En un
escrito publicado años después, Gómez Ospina reflexionó: En este ambiente de
bajas pasiones, de odios, saturado del más depravado salvajismo, fue donde
indudablemente nació la idea de quitar de en medio al desvelado periodista que
fustigaba sin temor las actividades de los delincuentes, los vicios sociales
perjudiciales para la comunidad, la conducta negligente de ciertos funcionarios
que ningún honor hacían a su investidura oficial”.
Pone,
Germán, su pluma a observar cómo en Colombia, para muchos, la solución es el
asesinato del periodista que denuncia: “Era indispensable acallar la voz
persistente del censor de la violencia que era un verdadero obstáculo para las
actividades proclives de los interesados en sostenerla, así directa como
indirectamente.
Y esa
idea de eliminar a Martínez Acevedo fue tomando cuerpo hasta cristalizar en un
efectivo plan criminal que por desgracia habría de cumplirse de manera total”.
Aún vive
Esta
historia también nos la contaron dos periodistas que ya se fueron: Miguel A.
Capacho Rodríguez y Aldemar Rojas Martínez. Fueron testigos, dolidos también
por ver al colega y al amigo asesinado.
Durante
mucho tiempo me paré al frente de la casa vieja de la octava con avenida
Bolívar a recrear en mi mente la historia que me han contado. Ahora, como
periodista de LA CRÓNICA, no puedo dejar de mirar esa casa, ese
garaje, esas escalas por donde bajó angustiada doña Zulema Jaramillo, su
esposa, para encontrarse con el espantoso cuadro de su esposo con diez chorros
de sangre, llevando en sus brazos a su hija, Ana Mercedes, que también estaba
herida.
Celedonio
Martínez Acevedo, de 36 años de edad, fue el primer periodista quindiano
víctima de aquellos a quien denunció, por corruptos, en un medio de
comunicación. Fue hace 55 años, pero su memoria sigue viva.
1 Comentarios
Que bueno contarle a los Armenios este tipo de historias de verguenza para la ciudad que viven escondidas en el olvido!. ¿SERA QUE POR FIN LLEGO LA PAZ A COLOMBIA? ¿SERA POSIBLE TANTA DICHA?
ResponderBorrar