Por: Alpher Rojas Carvajal. Analista político e investigador en ciencias sociales
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En
el primer tercio del siglo XX, el principal órgano de difusión escrito en
Armenia, era Diario del Quindío que, como la mayoría de medios de comunicación
de la provincia colombiana, tenía una clara adscripción política.
Asociado a pasiones en extremo polarizadas de
amor/odio, éste era no solo corifeo del partido conservador en su línea más
combativa y radical, sino de la ideología fascista de la derecha internacional
de cuyos teóricos y pensadores clásicos se proclamaba vocero al reproducir
sus proclamas y manifiestos. Mussolini y Franco obtuvieron para sus
modelos de Estado amplio despliegue y las teorías filosóficas y religiosas de
idéntica estirpe eran agenciadas semanalmente en sus páginas de opinión.
Fundado
en 1928 por el rico comerciante conservador Francisco Londoño G (“Fundador,
propietario y gerente”), tenía como Director al joven intelectual
“vasquezcobista” caldense Marco Mejía Villegas y como administrador a Ramón
Echeverri Botero. Era -según su eslogan- “El diario caldense de mayor
circulación”, con ocho páginas en tamaño universal, levantado –letra a letra-
en la propia tipografía, situada en la carrera 3 N° 155 y 156 de Armenia.
Después, vendría el linotipo cuya materia prima era el plomo que, derretido
formaba lingotes con letras. El otro plomo venía de La Violencia.
Su
visceral tono anticomunista y en menor medida antiliberal, daba pábulo a
reyertas interpartidistas entre las bases populares. Sin embargo, la
contradicción siempre fue mucho más fuerte entre las facciones conservadoras
orientadas por Guillermo Valencia y Vásquez Cobo en el plano nacional, por
cuyos titulares se producían disturbios y quemas del periódico en la plaza
principal de la ciudad, entonces “un potrero sin encementar”. De igual manera
su firme adhesión a la doctrina de la iglesia católica y a Monseñor Ismael
Perdomo, creaba un clima de tensión que incluso afectaba la paz de los hogares,
cuando sus columnistas llegaban al extremo de proclamar que “El liberalismo es
pecado”.
La
paradoja para quien se propone apreciar críticamente el periódico de la época
es la contradicción existente entre una ciudadanía mayoritariamente liberal
(que se reflejaba en las mayorías del Concejo municipal) y la orientación
conservadora del periódico. Por otra parte, siendo el Diario del Quindío un
periódico hecho en la ciudad, muy pocas noticias de Armenia aparecían en su
registro informativo. Los grandes titulares tenían relación con situaciones de
conflicto nacional, con los hechos de sangre y del proceso político
conservador. Dedicaba amplio espacio a la crónica social, que en aquella época
constituía uno de los manjares informativos de la sociedad semirural; saludaban
a quienes llegaban de Pereira o partían para Manizales en viaje de
esparcimiento o enviaban mensajes a los enfermos.
Para
matizar su férrea línea partidista Diario del Quindío publicaba
en sus páginas editoriales, opiniones cívicas y textos líricos de los creadores
y críticos más actualizados. Eduardo Norris, Julio Rendón y José María Ramírez
H, padre de Bernardo Ramírez Granada -un ícono intelectual y liberal del medio
siglo- periódicamente pergeñaban notas al margen de la política activa y, de
alguna manera, sintonizadas con los modernos giros de la literatura y las
humanidades. El Diario del Quindío hizo una convocatoria
pública el lunes 1 de febrero de 1932 a los intelectuales Mario Bernal L,
Bernardo Villa A, Agripina Restrepo de Norris (directora de la revista Numen de
Calarcá), Jaime Buitrago, Humberto Jaramillo Ángel, Luís Carlos Jordán,
Adel López Gómez, Benjamín Baena H, Joaquín Estrada, Camilo Orozco, Baudilio
Montoya y Bernardo Gutiérrez, para escribir notas. Era una nueva etapa en el
Diario tras la derrota de la hegemonía conservadora.
También
se publicaban traducciones seriadas de grandes obras de la ciencia y la técnica
y capítulos de las novelas de mayor demanda internacional. En su cabezote el
periódico decía tener servicios “exclusivos” de agencias internacionales de
prensa como United press, Agencia SIN, y Panamericana, las que le producían
“cables” a través del novedoso “teletipo” que, en esa década reemplazó al
telégrafo.
El Diario
del Quindío gozaba de una gran “pauta publicitaria”, financiada por
comerciantes e industriales cuya filiación política coincidía con las
orientaciones del diario, se trataba del comercio más tradicional y
conspicuo de entonces: Cerveza imperial –“industria del Quindío”-, Clínica
Central del Quindío, Chocolatería Caldas; almacén El Buen Gusto de
Vicente Giraldo y Cia, “abarrotes y ferretería”; Librería Quindío, de Delio
Delgado (que anunciaba con avisos de página entera la llegada de remesas
bibliográficas de Europa y los Estados Unidos), del Salón el Pequeño Paris, “en
los bajos del Hotel Internacional”, del abogado Norberto Ossa, “en seguida del
salón Francés”, de la Farmacia Colón del Dr Botero Isaza y Cía; Despulpadoras
Gallo; Colegio Rufino José Cuervo: “Están abiertas las matrículas, local plaza
de Bolívar, Cra 3 con la calle 10”.
El
mayor anunciante era Vicente Giraldo Gutiérrez, destacado empresario
conservador, quien a partir de almacenes “La Campana” y “El Buen Gusto”
diversificó su portafolio de inversiones y gestó un conglomerado industrial
bajo el acrónimo VIGIG integrado por talleres de metalmecánica y fundición
(despulpadoras, trapiches, arietes, etc.), fábricas de chocolate, jabón,
champú, crema de afeitar, velas, tipografía, fécula de maíz, fábrica de Maizena
“La Mariposa”, entre otros productos de mayor demanda en la región.
Diario
del Quindío inició una época de apertura,
mediante el auspicio de una encuesta entre los dirigentes cívicos y políticos
sobre propuestas para el nuevo Concejo a elegir en 1930. Sus páginas
registraron artículos relacionados con la carretera Armenia-Pereira, el tren
Nacederos-Armenia, la plaza de Ferias, la escultura a Bolívar, que debía hacer
el maestro Roberto Henao (a quien de manera errónea se atribuyó la autoría de
la escultura de “La Rebeca” en Bogotá[1]) y un sinnúmero de
pequeñas obras materiales que revelaba el interés por el progreso urbanístico.
La
denominación de Armenia como “Ciudad Milagro”, cuyo origen se atribuyó
equívocamente –en 1966- al presidente Guillermo León Valencia, aparece por
primera vez en un una columna del escritor Eduardo Norris el jueves 10 de
octubre de 1929, ad portas de la celebración del cuarenta aniversario de
fundación de la ciudad. A partir de allí tanto las notas editoriales como
columnistas locales y nacionales invocarían esta simbólica referencia que la tradición
oral convertiría en uso común.
Adiós
al cine mudo
Uno
de sus avisos de página entera, anuncia la llegada del “Cine parlante” el 14 de
septiembre de 1929 al Teatro Municipal. En entrevista al Diario del
Quindío el señor Alcaraz, subgerente del Cine Bolívar de Bogotá,
informa que se presentará por primera vez en Armenia “Isabel la gloriosa”,
interpretada por Dolores Costello, Conrad Nagel, Andrés Perello y Pasquale
Amato. Por cierto que hubo un intento de amotinamiento porque se escuchaban
defectuosamente los diálogos. El abogado Darío Echandía en su condición de
espectador fue uno de los que protestaron y exigieron la devolución del dinero,
circunstancia que motivó un debate en el Concejo de Armenia, registrado enDiario
del Quindío con una fuerte defensa de la empresa del espectáculo.
Para
octubre 3 de 1931, año IV de funcionamiento, aparece en la manchette del
periódico el nombre del dirigente conservador Marco Duque Z, como Director y
Francisco Luís Gallo (“Pachoga”) como administrador, se trataba de la segunda
etapa del diario. El subtítulo no deja ninguna duda acerca de su orientación
política: “Órgano del conservatismo”. El tratamiento para el presidente Olaya
Herrera agota todas las imprecaciones del sectarismo partidista en editoriales,
columnas y noticias, epítetos de los que también hacían objeto a los
dignatarios del Concejo municipal. Entonces actuaba como presidente de la
corporación edilicia José María Barrios T., quien se enzarzó en áspera polémica
con el director del periódico el viernes 15 de enero de 1932, en la que el
periódico atacó el origen antioqueño del dignatario y el tolimense y valluno de
otros concejales. El miércoles 2 de marzo de 1932, Diario del Quindío,
destaca en un recuadro a dos columnas la creación del “Escuadrón Pedro Nel
Ospina”, unas milicias juveniles que se entrenarán “para combatir al enemigo
liberal”, probablemente un antecedente histórico del paramilitarismo.
Pero
en ésta década también se da comienzo a una campaña de protesta contra la
hegemonía burocrática y el marginamiento del Quindío por Manizales: “El
gobierno departamental mantiene abandonado al Quindío, es necesario (sic) una
campaña de defensa” (N° 1098, miércoles 6 de enero de 1932); esa misma semana
publica una carta suscrita por lo más granado del civismo y la política de
Armenia que increpa el olvido del gobierno seccional; “Pro-Quindío”, es otro
editorial bastante duro contra la centralización manizalita el viernes 8 de
enero de 1932. Podría afirmarse que esta campaña constituye la apertura del
largo proceso que conducirá a la creación del departamento en 1966.
En
1951, este diario fue adquirido por don Julio Barbieri Cano en sociedad con su
hermano Hernán, quien lo dirigió hasta su muerte, ocurrida el lunes 15 de julio
de 1991. Esta familia también orientó el periódico con estrecha asociación al
pensamiento conservador aunque en circunstancias de mayor apertura. En sus
páginas escribían ciudadanos liberales y hasta miembros del Partido Comunista
del Quindío. Este periódico fue el vocero más importante de las aspiraciones
autonomistas de los quindianos a cuyo servicio puso todo su esfuerzo cultural y
político.
En
el Archivo Nacional solo se encuentran algunos ejemplares de la primera época
desde el año 1929 a 1933, puesto que la colección principal de los últimos años
está en poder de la familia Barbieri en la ciudad de Cali, sin los
cuidados técnicos que un patrimonio cultural de esta naturaleza debe recibir.
Una tarea para la Universidad del Quindío y la Academia de Historia.
[1] Ver “La verdad sobre ´La Rebeca´,
trabajo de grado de Juanita Monsalve, periodista y maestra en artes
visuales de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. El Espectador,
05/09/2013.
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