Por: Armando
Rodríguez Jaramillo (Academia de Historia del Quindío)
Armenia, 17 de octubre de 2013
La de los sesenta fue la década del civismo por excelencia en Armenia y el Quindío[1], ese que de forma inexplicable extraviamos en algún recodo de nuestra historia y que hoy no se predica en los hogares ni en escuelas, ese que cayó en desuso por dirigentes y gobernantes. Hubo una época en la que sabíamos que civismo tenía que ver con el comportamiento de la gente y como se vive en sociedad, actitudes que se basaban en el respeto al prójimo, al entorno natural y al interés público, lo cual se lograba con educación, urbanidad y cortesía.
La efervescencia
cívica de los sesenta estuvo precedida por hechos inolvidables como el nacimiento del club de
futbol profesional Atlético Quindío (1951) campeón en 1956, la conformación de la
primera junta pro-Departamento (1951) que presentó varias proyectos de ley para
la creación del mismo entre 1958 y 1961, la decisión del Papa Pio XII de crear la
Diócesis de Armenia (1952) y de nombrar a monseñor Jesús Martínez Vargas (1953)
como su primer obispo, el origen de la Universidad del Quindío por acuerdo
municipal el 14 de octubre de 1960, el establecimiento de la Jefatura Civil y
Militar para la provincia del Quindío (1957) y de la Octava Brigada del
Ejército con sede en Armenia (1962), y la creación de la Corporación Autónoma
Regional del Quindío para impulsar proyectos de desarrollo y manejo ambiental
(1964).
Estos sucesos
hicieron que los cuyabros desafiaran el centralismo de Manizales y con bríos emprendieran
obras de desarrollo para la que estaba por convertirse en capital de
departamento. Por esos años la ciudad se extendió al norte gracias al trazado futurista
de la avenida Bolívar que generó un importante polo de desarrollo urbanístico.
Para la celebración
de los 75 años de Armenia la dirigencia y los planificadores de la época
construyeron el parque de Los Fundadores entre las calles 1 y 4 norte a un costado
de la citada avenida, con un diseño posmoderno que rompía la tradicional
cuadrícula con las que se trazaban los parques y las plazas. El lugar era un barranco
que le dio paso al parque en construcción. Sobre su forma de mapa de la ciudad (que
nunca se lo vi) o de letra eme extendida se fueron delineando sus senderos y
zonas verdes, su ovalada rotonda, su espejo de agua serpenteante que recordaba
nuestra riqueza hídrica, sus bancas y todo lo que ahora llaman mobiliario
urbano.
Para su inauguración
en 1964 se trajo pendido del brazo de una grúa, amarrado con cadenas y manilas,
el monumento a los Fundadores del maestro Roberto Henao Buriticá que había sido
inaugurado en 1939 en la celebración del cincuentenario y que estaba en la
entrada del cementerio de San Sebastián[2]
bajo un pórtico de concreto. El carro grúa lo puso sobre un montículo en el
centro del parque donde se enraizó el monumento emblemático de ciudad que representaba
la fortaleza y pujanza de los colonos que llegaron a estas tierras a tumbar el
bosque para hacerse a tierra de labranza y habitación.
Una rara
coincidencia fue que el 2 de marzo de ese mismo año muriera el maestro Henao
Buriticá en Bogotá. Él había nacido en Armenia en 1898, y luego de pasar por la
Escuela de Bellas Artes de Bogotá viajó a París a estudiar escultura en la
Academia de Bellas Artes, y pintura en la Academia Julián y en el estudio del
Pintor Claude Granie. En 1926 participó en el Salón Anual de Paris presentando
la escultura Eva con la cual obtuvo el primer puesto. Entre sus obras se
destaca la fuente de La Rebeca (1928) ubicada en el centro de Bogotá y la
escultura al Libertador Simón Bolívar en Armenia (1930).
A pocos metros de
este monumento, sobre una laja de piedra puesta en un muro de un metro de
altura por dos de ancho se esculpió la siguiente inscripción en honor a los
fundadores: “Armenia a sus Fundadores 1989 – 1964. Jesús María Ocampo, Alejandro
Suárez, Jesús María Suárez, Arsenia Cardona de Ocampo, Antonio Herrera y
Joaquín Buitrago”. En la parte posterior del muro había tres astas donde
se izaban las banderas de Armenia, Quindío y Colombia. Allí, cada 14 de octubre,
el alcalde de Armenia acompañado del Gobernador, en medio de una calle de honor
militar, ponía una ofrenda floral en presencia de las autoridades civiles,
eclesiásticas y militares, y de las instituciones cívicas de la ciudad.
Años después, un 14
de octubre de 1998, en la alcaldía de Álvaro Patiño Pulido se inaugura en el
lado norte de la rotonda del mismo parque un panteón diseñado por el maestro
Londoño en cuya placa frontal decía: “Homenaje
a El Tigrero donación ciudadana de Armenia - autor Mtro Londoño”. Aunque
nunca fue llamativo, era un montículo que reflejaba una tumba antigua con cabezas
de tigre y hojarascas en bronce incrustadas, y en la parte posterior cuatro
guaduas verticales con un papagayo, amén de la imagen del rostro del fundador. En
su interior se depositaron los restos mortales recogidos en una bandera de
Armenia con una placa que rezaba: “Armenia agradecida a su fundador. Jesús
María Ocampo “Tigrero” 1849 – 1901. Arsenia Cardona de Ocampo 1873 – 1950.
Octubre 14 de 1998”.
Ese mismo año se escogió
esta rotonda como uno de los sitios para poner un asta donde ondearía de forma
permanente la bandera de Armenia en honor a la ciudad, de igual forma se hizo
en la glorieta “Vásquez Cobo” al norte, en el puente de La Florida al oriente y
en la glorieta de Tres Esquinas al sur.
Por ser el parque de
Los Fundadores el lugar con los emblemas fundacionales de Armenia, una vez que
el Congreso aprobó el proyecto de ley de creación del departamento del Quindío el
19 de enero de 1966 y que ésta fuera sancionada por el Presidente de la
República el 26 de enero, en la susodicha rotonda tomó posesión el 1 de julio
de ese año Ancízar López López como primer gobernador ante el presidente
Guillermo León Valencia en medio de una multitud de quindianos emocionados. Treinta
y ocho años después, el 1 de julio de 2004, allí se inauguró un monumento con
los nombres de los gobernadores del Quindío con motivo de la celebración de un
aniversario más del departamento.
Pero no solo Los
Fundadores se convirtió en el lugar para honrar a los colonizadores, ya que sirvió
para otros homenajes como el que se le hizo al precursor de la independencia de
las colonias americanas, aquel que tradujo los derechos del hombre y que fue presidente
de Colombia. La placa descubierta por el alcalde Hernán Palacio Jaramillo y
monseñor Jesús Martínez Vargas en el lado sur de esa rotonda, reza: “A don
Antonio Nariño. Apóstol de la libertad Americana en el segundo centenario de su
nacimiento. Armenia abril de 1965. Cámara Junior”
En el parque también
se halla otra inscripción en mármol, ya olvidada, que dice: “ARMENIA
a su ciudad hermana COLUMBIA Missouri -
USA. Octubre 14 de 1965”, descubierta en medio de promesas para estrechar
los vínculos entre las dos ciudades. A escasos metros, unos años después, en
calidad de Presidente, Misael Pastrana Borrero siembra un ejemplar de la Palma
de Cera del Quindío un 14 de octubre, palma que el naturalista alemán Alexander
von Humboldt en 1801 a su paso por las montañas del Quindío llamó "Ceroxylon Quindiuense", acto premonitorio de su adopción como Árbol Nacional
de Colombia por el presidente Belisario Betancur mediante la ley
61 de 1985.
Como se puede observar, pocos parques se dan
el lujo de concentrar tanta simbología. Un sitio así es un lugar sagrado para
cualquier sociedad, el aula por excelencia para enseñar nuestras las
tradiciones a las nuevas generaciones y para mostrar a los turistas lo que es
la historia del Quindío.
Sin embargo, en esta
cuesta abajo del civismo de los armenios la realidad es otra. Hoy el susodicho parque
es un muladar que refleja la decadencia de una sociedad y la ineptitud de sus
gobernantes. La erosión de la cultura y las tradiciones que alguna vez nos
dieron identidad es notoria y poco queda de lo que fue nuestro patrimonio. Con
desconocimiento craso de la historia, a las últimas administraciones
municipales les dio porque el epicentro de las festividades bulliciosas y
desordenadas al norte de Armenia sea el parque de Los Fundadores.
Y como si no bastara
con los desmanes de años anteriores, en 2013 Corpucultura, en el marco de las denominadas
“Fiestas Cuyabras 124 años”, nuevamente entrega el parque para que sea invadido
con barricadas, baños públicos, toldos, mesas, neveras, equipos de sonido y
expendios de cerveza Club Colombia, en un grotesco espectáculo de once días de
duración[3]
que recordó al dios Baco de la mitología griega por las bacanales con exceso de
alcohol, estridencia, desorden y suciedad. Qué bueno sería que así como se
programan jornadas etílicas de once días de aguante se proyectaran actividades
culturales de similar duración.
Si bien es cierto
que desde hace varios años los monumentos representativos de la ciudad están
abandonados, no lo es menos que estas festividades de pan y circo, que en la
antigua Roma constituían una efectiva herramienta de control social, acabaron por
ahondar el lamentable estado en el que se encuentran y de paso impidieron homenajear
a los fundadores de la Ciudad Milagro, que subsiste de milagro.
Durante las “Fiestas
Cuyabras 124 años” el parque de marras vivió su octubre negro:
- La escultura a los Fundadores, convertida en orinal público, estaba pintada con grafitis y sobre su superficie se veían cinceladas algunas figuras geométricas. Y como si fuera poco, sobre el tronco del principal emblema de Armenia se subió cuanta persona quiso posar para una foto, tomar licor o hacer piruetas en actos que no fueron controlados por autoridad alguna, pues son ellas las que abandonaron a su propia surte el patrimonio de los armenios.
- El monumento con los nombres de la junta fundadora, sin astas y con su inscripción borrosa cubierta con grafitis, estuvo bloqueado con barricadas, neveras y mesas.
- El panteón con los restos de Jesús María Ocampo “El Tigrero” y su esposa está desbalijado, las dos placas conmemorativas no existen, el rosto de Jesús María Ocampo, la hojarasca y una de las tres cabezas de tigre tampoco están, y las guaduas vigiladas por un papagayo mudo han sido mutiladas. Y para aumentar el desconcierto, fue pintado con grafitis que hablan de paros, protestas contra Estados Unidos y la Unión Europea, la silueta de una ubre y otras cosas más. Este saqueado mausoleo, que merece respeto por parte de las autoridades y del público en general, en las “fiestas cuyabras” estuvo encerrado por barricadas y rodeado de mesas, cacetas y baños públicos. En la noche se vieron borrachos subidos en él sin que se supiera qué los embriagaba más, si la cerveza ingerida o el penetrante olor a orina rancia de los alrededores.
- El monumento a los treinta años del departamento y el sito donde tomó posesión el primer gobernador del Quindío quedó oculto detrás de una caceta. La bandera de Armenia estuvo arriada y el asta en la rotonda parecía el mástil de un barco abandonado. Allí solo ondearon banderas de marcas cerveceras.
- La placa conmemorativa a la ciudad hermana de Columbia, blanco de grafitis, quedó oculta entre mesas y nadie sabía que cerca estaba plantado el Árbol Nacional de Colombia. La placa al bicentenario del nacimiento de Antonio Nariño, que está pintada de amarillo, quedó oculta tras un letrero que decía: “2 latas solo por $4.000. Entrada gratis.”
Ante esta deprimente situación, numerosos ciudadanos elevaron
su protesta por la invasión del parque de Los Fundadores, pero de manera
incomprensible la Administración Municipal fue sorda al clamor de tantas voces
que solicitaban un cambio en la forma de celebrar el cumpleaños de Armenia,
sobre todo cuando este tipo de festejos bulliciosos y grotescos solo incitan al
consumo de licor desenfrenado y favorece los interés de quienes se lucran de espectáculos
en los espacios públicos.
A la vera del camino quedaron las preocupaciones de los que
ven cómo se envilece lo que queda de cultura ciudadana y se destruye lo poco
que subsiste de los monumentos levantados para honrar a los fundadores de la
ciudad. Ni la protesta de la Academia de Historia del Quindío dirigida en carta
a la Alcadesa el 8 de octubre tuvo eco en los corredores palaciegos del CAM,
ensordecidos por los bullicios de unos festejos que se atreven a llamar “fiestas
cuyabras”.
La única reacción a la solicitud de la Academia de erradicar
del parque de Los Fundadores tanto despropósito para restituirle a la ciudad sus
emblemas históricos, fue el retoque hecho a de la escultura a los Fundadores por
un pintor improvisado que lo cubrió de un color gris ceniza terminando por dañar
lo que ya habían empezado a deteriorar otros vándalos con pintura en aerosol y cincel
en mano. Al preguntársele a aquel pintor de ocasión sobre quién lo mandó a tan
especializada labor, respondió que había recibido la orden del encargado del
manejo de las casetas instaladas en el parque para ver si dejaban de molestar con
el estado de los monumentos.
Lo procedente en una sociedad culta y respetuosa es que las
autoridades civiles y de policía cuiden y protejan sus monumentos públicos, y si
estos han sido dañados o están deteriorados, que los pongan en manos de expertos
restauradores para devolverle a la ciudad su historia y tradición. Pero como el
desprecio por el patrimonio público es manifiesto, cualquier persona se
atribuye el derecho de mandar a pintar el emblema de la ciudad en presencia de
agentes de policía indiferentes y del silencio de la autoridad civil ante
semejante atentado contra la heredad de los armenios, tapándose con una manito
de pintura la impotencia oficial de salvaguardar nuestro patrimonio cultural.
Pero como el remedio fue peor que la enfermedad y la superficie primigenia del
monumento era de cemento armado sin color alguno, la textura inicial, el
relieve de la corteza del tronco y su apariencia fueron alterados de forma
sustancial.
Los monumentos del
espacio público son patrimonio de todos, son parte de la riqueza cultural que
nos pertenece y que tienen un significado para nuestra historia representativo
en nuestra vida personal y colectiva. Los monumentos y las esculturas se
vuelven referencias comunes que se transmiten entre generaciones y que pueden
llegar a afectar de una y otra manera las conductas ciudadanas formando lo que
se denomina una cultura ciudadana, el civismo colectivo. Sin embargo, los paradigmas
que entronizan las celebraciones baratas con bullicio y licor, y el abandono y
desprecio por el patrimonio de la ciudad, tienen un efecto perverso en el
comportamiento de la sociedad.
Los monumentos están
protegidos por nomas jurídicas como también lo están muchos otros derechos en
Colombia. Para muestra un botón: el Código Penal (Ley 599 de 2000), que habla
de penas de prisión para los que causen daño en bien ajeno, mueble o inmueble,
y la Ley 1185 de 2008, que además de velar por la conservación del patrimonio
de la Nación, dice en su artículo 7 en referencia a la intervención, que todo
acto que cause cambios al bien de interés cultural o que afecte el estado del
mismo, deberá contar con la autorización de la administración municipal y solo
podrá realizarse bajo la supervisión de profesionales en la materia debidamente
registrados o acreditados ante la respectiva autoridad.
Esto implica que le
corresponde a las autoridades identificar la persona natural o jurídica
responsable de pintar el monumento a Los Fundadores, determinar la razón por la
cual los agentes de policía que el 9 de octubre prestaban vigilancia en el
parque de Los Fundadores no impidieron que se cometiera semejante atentado y conocer
la opinión de la Alcaldía sobre lo sucedido y las acciones que han emprendido los
funcionarios de la administración responsables de la vigilancia y salvaguardia
de los bienes de interés cultural e histórico de la ciudad ante el atentado
contra el monumento a los Fundadores hecho público por el noticiero de Telecafé
el 9 de octubre.
Es evidente que el
civismo está herido. Hubo un punto de inflexión en nuestro devenir cuando
permitimos la llegada de dirigentes con poco interés en conservar nuestras
tradiciones y patrimonio. La política se envileció y los valores que teníamos
fueron sustituidos por otros que no eran los nuestros pero que poco a poco se nos
han enquistando. El sistema educativo se dejó contagiar y a las nuevas
generaciones no se les enseña sobre cultura ciudadana e identidad, ni sobre el
pasado de la sociedad a la que pertenecen. Nos convertimos en una masa
desarraigada que presencia impávida el ocaso del civismo.
De una cosa podemos
estar seguros, con este tipo de celebraciones no se construye ciudadanía ni se
hace sociedad.
[1] La palabra civismo, que viene del latín civis y civitas, civitatis que significa
ciudadano y ciudad respectivamente, es definida por la Real Academia de la
Lengua como: “celo por las instituciones e intereses de la patria” y
“comportamiento respetuoso del ciudadano con las normas de convivencia
pública”.
[2] El
cementerio de San Sebastián fue demolido para dar paso a la construcción de la
terminal de pasajeros.
[3]
Del 5 al 14 de octubre.
1 Comentarios
Qué vulgaridad !
ResponderBorrarLa "cultura" traqueta reina.
Pésima descripción de una administración pública.
Volveré a conocer la nueva ciudad con cámara en mano y oídos abiertos !
:-(
(No recogeremos a unos pocos que pongamos 100 pesos ?)