Al leer el texto Me encontré en la vida con… Padre Gabriel Arias Posada,
artículo del escritor y miembro
de la Academia de Historia del Quindío Gabriel Echeverri González, me vino a la
mente el padre Gabriel, hombre de baja estatura y figura bonachona, de modales
cordiales y hablar pausado que inspiraba confianza y transmitía vocación de
servicio.
La Parroquia del Espírito Santo
Según se lee en el libro Diócesis de Armenia 50 años de historia (Gráficas Buda, 2003) del Presbítero Ferney Antonio Berrío Martínez, Licenciado en Historia de la Iglesia en la Pontificia Universidad Gregoriana (Roma) y que tuvo un paso fugaz por la Academia de Historia, mediante el Decreto 605 del 4 de enero de 1969 firmado por el Obispo de la Diócesis de Armenia Jesús Martínez Vargas se crea como parroquia amovible (que puede ser quitada del lugar que ocupa) la parroquia San Pío X para que funcionara en el Seminario del mismo nombre. Diecinueve días después, a través del decreto 610, el Obispo nombra al padre Gabriel Arias Posada como su primer párroco.
Sin embargo, la Parroquia de San Pío X nunca funcionó en el Seminario según datos que aportó el padre Gabriel y que el pbro Berrío Martínez recoge en su libro: «Pues en el mismo mes de enero y en los primeros días de febrero de ese año 69, los alumnos de la Universidad del Quindío (cuya sede era en la carrera 16 con calle 20, hoy Instituto de Bellas Artes) […] animados por algunos profesores entre ellos Fabio Arias Vélez, que era el rector, se llevaron las sillas de su antigua sede y se sentaron en los patios exteriores del Seminario Menor gritando que la Iglesia debería entregarles este local para que funcionara allí esta entidad. Esto sucedió todos los días durante 15 días, y fue el hecho que más presionó a Monseñor Martínez Vargas para negociar y casi regalar este edificio y los terrenos aledaños, que habían sido donados por los fieles católicos a la Iglesia y en cuya construcción se habían invertido tantos recursos y tantos esfuerzos, […] pues de los cuatro millones en los que se cerró el negocio, sólo pagaron dos a la curia. Esto causó gran dolor y malestar entre los sacerdotes más antiguos de la Diócesis de Armenia» (pág. 119).
Fue así como por decreto 620 del 14 de marzo de 1969 se vendió el Seminario
San Pio X y se cambió de nombre a la Parroquia por el de Espíritu Santo trasladándola
a la Capilla de San Pedro Claver ubicada en el Orfanato, lugar donde años más
tarde se construyó el Hotel Armenia, cerca al Parque de La Vida. El ingreso a
la capilla se hacía desde la Avenida Bolívar por un patio de aproximadamente 20
metros de fondo rodeado de helechos y palmas, rosales y veraneras. La edificación
tenía una puerta semi-ojival, una nave central y dos hileras de bancas con frescos
de la Santísima Trinidad en el techo.
Tiempos de cambio.
Por aquellos años, dice el pbro Berrío, se sentían vientos de cambios que alentaron sentimientos de liberación en la juventud, lo que motivó a que monseñor Martínez Vargas creara esta parroquia y para su organización «abrió el carisma para que la responsabilidad de laicos fuese más numerosa y de mucha calidad».
Tal vez esto influyó para que el padre Gabriel se relacionara de la
forma en que lo hizo con su feligresía, en especial con una juventud expuesta
a corrientes de cambio contradictorias entre sí: El hipismo con sus mensajes de
libertad, paz y amor; las voces revolucionarias comunistas y marxistas de
figuras como Fidel Castro y Ernesto Guevara; las convulsiones políticas que incitó
el Frente Nacional con el acuerdo político entre liberales y conservadores para
repartirse el poder entre 1958 y 1974. Y en medio de esos cambios sociales y
políticos, la Iglesia también se vio sacudida con la doctrina de la Teología de
la Liberación luego de la Conferencia Episcopal de Medellín (1968) que buscó en
la fe católica y en el Evangelio de Jesucristo la inspiración para el
compromiso contra la pobreza, tesis que gozó de gran simpatía en Latinoamérica.
La Misa de la Juventud
En este escenario caótico y variopinto, irrumpe el padre Gabriel y anuncia en su parroquia la celebración de la misa de la juventud, innovadora propuesta para atraer a los adolescentes a la liturgia de los sábados en la noche que reemplazaba la tradicional misa del domingo. Esta celebración se caracterizó por ser menos formal e incluir renovados cánticos con atractivos mensajes a la juventud. En ese entorno, las homilías de Gabriel sustituyeron los tradicionales relatos bíblicos en Jericó, Belén, Jerusalén o el mar de Galilea para llevar los contenidos de las Sagradas Escrituras al lenguaje de los jóvenes y a la realidad social de entonces. Eso nos conectó con una nueva Iglesia y en poco su clientela creció cada sábado.
Pero como éramos jóvenes y teníamos emociones a flor de piel, llegábamos media hora antes de la misa para sentarnos en los muros del jardín a atisbar a las jóvenes que nos gustaban mientras ellas hacían algo similar. Al dar las siete de la noche ingresábamos a la capilla procurando ubicarnos cerca de la persona que nos atraía con el propósito de tener la oportunidad de rozar su mano cuando el Padre Arias dijera que nos diéramos el saludo de paz. De allí salíamos sin deseo alguno de lavarnos la mano hasta el día siguiente.
Recuerdo que un sábado nos ubicamos en las primeras bancas para hacerle cuarto a un compañero que ansiaba quedar junto a una joven de la que estaba tragado irremediablemente, pero que no se atrevía a abordar. Llegado el momento del saludo de la paz, nuestro amigo le dio la mano y tartamudeando nerviosamente dijo: «La la la paz sea sea con tu, perdón con usted».
Aquella situación lo dejó estupefacto y semiparalizado, con su rostro
ruborizado y las axilas sudorosas. La liturgia siguió y llegó el momento de la
elevación. Entonces el padre Gabriel empezó la ofrenda de la hostia y el cáliz con
una capilla en silencio y con nosotros esforzándonos por guardar compostura. En
ese momento, un amigo, que luego nos confesó que tenía cierto malestar de
estómago, dejó salir una ventosidad que provocó rechazos y risas. A pesar de la
singular situación, el Padre continuo imperturbable en la elevación y, al
terminarla, nos reprimió con una severa mirada. Al final, al oír «pueden ir en paz», salimos como
alma que lleva el diablo para evitar cualquier encuentro con el sacerdote en el
atrio-jardín de la Capilla.
Encuentros con el padre Gabriel.
Con Gabriel Arias hablé en múltiples ocasiones. Entre ellas recuerdo cuando,
siendo gerente de EPA, en los meses posteriores al terremoto de 1999, decidimos
hacer un acto de agradecimiento e integración espiritual congregando a creyentes
católicos y de iglesias cristianas. Entonces hablé con él para que aceptara compartir
con un buen amigo, Marco Horacio García Castaño, por esas calendas Gerente de
la Fundación de Iglesias Cristianas del Quindío, algunas reflexiones sobre la
vida y el valor de trabajar unidos para salir adelante en las adversidades. La celebración
se hizo una mañana de sábado en un parqueadero ubicado en la carrera 13 con
calle 19 frente al Club América. Aquel fue un momento que le agradecí por el mensaje
de fraternidad que nos ofreció. Otra noche, en una residencia en el barrio
Alcázar, mientras departíamos al calor de unos vinos, conocí otra faceta menos
ministerial de Gabriel Arias que jamás olvidaré. En otra oportunidad me comentó
su preocupación con la madera usada para la reconstrucción de la iglesia del
Espíritu Santo luego del terremoto que había sido traída del Caquetá y
presentaba inconvenientes. Pero la última vez que hablamos, días antes de su
cobarde crimen, conversamos sobre el deterioro social y político de la ciudad y
la necesidad que sus mejores hijos se comprometieran con ella para sacarla adelante,
palabras en las que he pensado una y otra vez.
Colofón.
Cuando evoco al padre Gabriel no puedo dejar de pensar que en la biblia
Gabriel fue el arcángel que sirvió de mensajero enviado por Dios. Hoy confieso
que siempre quise preguntarle por lo que sucedió en la Capilla de San Pedro
Claver, pero nunca se dio la ocasión. Sin embargo, sospecho que él, en medio
de su prudencia, prefirió dejarlo como una anécdota de una de las Misas de la
Juventud. El 24 de diciembre de 1974 el padre Gabriel Arias Posada es
reemplazado como párroco del Espíritu Santo para volver a esta parroquia en
otro 24 de diciembre, pero de 1992, por decisión de monseñor Roberto López
Londoño.
Armando Rodríguez Jaramillo
arjquindio@gmail.com /
@ArmandoQuindio
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