«Ideamos
un escudo que anunciaba un territorio «joven, rico y poderoso» y nos
parapetamos en el bebestible como columna de la economía y principal producto
de exportación».
En 2021 escribí Las décadas grises del Quindío, ensayo donde
propuse una nueva mirada a la historia reciente del departamento y que contiene
una reseña general de algunos hechos que moldearon la modernidad a partir de la
llegada del ferrocarril en la primera mitad del siglo pasado. Esta reseña, que
titulé Relatos sobre el Quindío, la presentaré a manera de crónica en varias
entregas consecutivas.
Relatos sobre el Quindío
A partir de los años treinta del siglo pasado la provincia del Quindío vivió una época de prosperidad definida por el auge del cultivo del café, la construcción de la carretera Ibagué – Calarcá y las llegadas del Ferrocarril del Pacífico procedente de Buenaventura y del Ferrocarril de Caldas que unió a Armenia con Pereira y Manizales. Esto hizo que Armenia se transformara en un centro de acopio, trilla, comercialización y exportación de café y en un moderado enclave industrial y comercial[1], dotado de una incipiente plataforma logística de carga intermodal que recibía el grano transportado por carretera desde municipios del Tolima, norte del Valle del Cauca y el viejo Caldas para continuar en tren rumbo a Buenaventura, actividades que generaron riqueza y bienestar.
Leer: Relatos sobre el Quindío (Parte 2).
Pero superada la primera mitad del siglo, mientras se consolidaba la
economía del café, vinieron tiempos difíciles con el cierre de algunas empresas
y la reubicación de otras que llegaron a tener renombre nacional en ciudades
como Bogotá y Medellín. Entonces se buscaron pretextos para justificar estas
pérdidas: se culpó al deficiente servicio de energía eléctrica y a los
impuestos municipales, se responsabilizó al centralismo manizaleño y a la poca
mentalidad empresarial. También se dijo que algunos comerciantes e industriales
emigraron por los saqueos y devastaciones del 9 de abril de 1948 y que otros
empresarios urbanos y rurales lo hicieron por la violencia política. En fin, siempre
hubo a qué o a quién inculpar por los reveses económicos mientras cada vez se
dependía más del monocultivo y se alejaba la posibilidad de tener una economía
diversificada.
El departamento
En los años cincuenta y sesenta se dieron las efervescencias
cívicas con el movimiento separatista de Caldas y creímos coger el mundo con
las manos. Por aquellas calendas hubo mucho de qué ufanarnos: el aeropuerto
El Edén, el club de fútbol Atlético Quindío, la sede de la VIII Brigada del
Ejército, la Diócesis de Armenia, la Corporación Autónoma Regional del Quindío,
el Comité Departamental de Cafeteros y la Universidad del Quindío fueron el
preludio institucional de lo que vendría. En ese contexto el Quindío se
convirtió en Departamento y Armenia en capital sin dimensionar lo que eso
significaba. Entonces las ciudades crecieron y se construyeron vías,
acueductos, tendidos eléctricos, telefonía, escuelas y centros de salud que
mejoraron la calidad de vida de la población; la caficultura se extendió al
punto que todo lo daba el café y Colombia nos vio como uno de sus departamentos
más prósperos; ideamos un escudo que anunciaba un territorio «joven, rico y
poderoso» y nos parapetamos en el bebestible como columna de la economía y
principal producto de exportación.
«En
los años cincuenta y sesenta se dieron las efervescencias cívicas con el
movimiento separatista de Caldas y creímos coger el mundo con las manos».
Los buenos años setenta hicieron olvidar el cierre y la fuga de empresas y no permitieron ver lo significaría el declive de los ferrocarriles y el abandono de su estación en Armenia, hechos que apocaron la importancia de la ciudad como centro de acopio, trilla y comercialización del grano.
Las bonanzas cafeteras trajeron una dinámica económica nunca vista: Se aumentó el poder adquisitivo, subieron las captaciones del sistema financiero, se disparó la construcción, crecieron las zonas urbanas, se incrementó la demanda de bienes de consumo y la economía continuó especializándose hasta depender de forma casi exclusiva del café.
En medio de este bienestar y con un Comité Departamental de Cafeteros que hacía buena parte de la inversión social y construía la infraestructura que le correspondía a los gobiernos locales, fue relativamente fácil hacer política pues las demandas de la población eran menores en comparación con otras regiones. Entonces, sin mucho esfuerzo, prosperaron cacicazgos políticos apuntalados en auxilios parlamentarios a través de cuestionadas fundaciones que facilitaron la financiación de campañas electorales.
Leer: Relatos sobre el Quindío (Parte 3).
Sin embargo, al igual que otras zonas del país, la región fue presa de la violencia política y de grupos armados. La primera estuvo determinada por enfrentamientos entre conservadores y liberales (godos y cachiporros) en los años cincuenta y sesenta con atroces crímenes, numerosas víctimas, desplazamientos de población civil y abandonos de fincas. La segunda, herencia de la violencia anterior, correspondió a grupos guerrilleros como las FARC y su Frente 50 (también ELN y M19) que por décadas hicieron presencia, particularmente en la cordillera, enfrentándose a ejército y policía mientras asaltaban y hostigaban zonas urbanas y merodeaban por campos y veredas asesinando, secuestrando y extorsionando a la población.
Próxima entrega: El final del siglo.
Armando Rodríguez Jaramillo
Académico de Número 5 - Academia de Historia del Quindío
arjquindio@gmail.com /
@ArmandoQuindio
[1] Entre las empresas que tuvo Armenia, se cuentan: Trilladoras La María,
Colombia, Colón, La Peral, La Amelia y Rosita; las industrias de Vicente
Giraldo conocido como VIGIG (talleres de fundición y de mecánica, fabricación
de arietes, zarandas, despulpadoras, picadoras de caña, fabricante de velas y
jabones (jabón Lavadora y Caspidozán Vigig, etc.), Gaseosas Quindío, Vinos
Continental, Baldosas El Diamante, Fécula La Robustina, Almacenes El Lobo,
Leonisa, Trianón, Postobón y Maizena
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