Viernes 29 de
enero de 1999. Dos días después del
terremoto del Eje Cafetero, en Circasia, el movimiento de su plaza principal ya
comenzaba a convulsionarse en las primeras horas de la mañana. Iban y venían las personas en función de los
tramites para iniciar el arreglo de viviendas o locales afectados por el sismo,
o también para demolición de algunos inmuebles.
Con tanto trabajo,
el secretario delegó en el Inspector Primero Municipal de Policía de entonces,
don Benhur Sánchez Quiceno, la facultad de ordenar demoliciones. Una de ellas, por ejemplo, correspondía al
edificio Torres del Centro, en la calle 6 con carrera 13 esquina. Entre tantas solicitudes, una mes pasó sin
dificultad. Correspondía a una de las
casas más simbólicas y hermosas de la plaza principal de Circasia. La que está contigua a la casa cural.
Su propietario
consideraba que la casa había sido afectada porque su cubierta de tejas de
barro se había desplazado y gran parte de ellas estaban todavía quebradas en el
andén y hasta en la superficie de la calle.
El olor a polvo y material añejo removido se sentía aun en el ambiente
de la plaza.
Mientras tanto, el
templo de Nuestra Señora de las Mercedes permanecía intacto a excepción de su
dañada cúpula, presenciando las angustias humanas del desastre.
El Inspector Sánchez
dudó un momento cuando constató la ubicación del inmueble. No era fácil la decisión, porque correspondía
a uno de los conjuntos arquitectónicos de la colonización más armónicos del Eje
Cafetero. Allí, en esa casa, y en esa
calle, habían transcurrido sucesos importantes de la vida ciudadana del siglo,
que terminaba con la tragedia telúrica.
De acuerdo con los
testimonios históricos, todo indica que aquella fue una de las casas levantadas
por José María Arias Carvajal, uno de los primeros pobladores, a quien la Junta
Pobladora adjudicó un solar en 1903 y como lo atestigua la hija menor, Mercedes
Arias de Cardona, en un reportaje publicado en el libro “Circasia, corazón
palpitante del Quindío”, escrito por Hilmer Giraldo. Esto cuenta doña Mercedes:
“Mi papá fue Juez Poblador; recuerdo cuando me decían los amigos que porqué
papá había medido esas calles tan largas, de cien varas, siendo que las calles
debían tener ochenta… Mi papá se dedicaba a la ebanistería y a la construcción
de casas. Por ejemplo, la casa que hay enseguida del teatro parroquial de
Circasia la construyó él, en un solar que el padre Arias le regaló a Anatilde,
mi hermana.”
Pero no había mas remedio.
Cualquier argumento del propietario afectado era válido para ordenar la
demolición. En todos los casos, se
imponía la vida de las personas sobre la permanencia de las plantas
físicas. La historia y la valoración del
patrimonio no importaban. Se emitió la
orden y su propietario contrató a alguien para comenzar el proceso, que
consistía, primero, en retirar el resto de tejas, más que todo las ubicadas
desde el sector central hasta el declive posterior, que da al patio
interior. Un hombre lo realizaba, y
deslizaba cada teja por su enmallado hasta el frontis de la casa, ya en la
calle, donde otro obrero las amontonaba cuidadosamente. En ese momento ya eran las 10 de la mañana.
Una hora antes,
recibí una llamada, en mi lugar de trabajo en Armenia. Un compañero, que
integraba conmigo y con otras personas el Centro Filial del Consejo de
Monumentos del Quindio, había sido avisado de la curiosa acción de
desmantelamiento de la casa representativa de Circasia. Cuando llegamos, a las
10 de la mañana, los dos obreros ya tenían gran parte de la tejas de barro
fuera de la cubierta. Nos dirigimos rápidamente a la sede de la Alcaldía donde,
por fortuna, el inspector nos atendió. Conciente de la acción que había
ordenado, pero sensibilizado por la advertencia nuestra, prometió colaborarnos.
No fue difícil convencer
al propietario de la inoportuna demolición que se cometía. Nuestro argumento
había consistido en hacer ver el peligro que correrían la casa cural y las
otras casas aledañas ante la humedad y el moho que invadirían sus paredes de
bahareque y boñiga. Lo cierto es que, en un proceso poco usual, propietario e
inspector acordaron revertir la orden de demolición. Como en deseables tiempos
de conciliación, se salvó no solo una casa, sino el conjunto de bahareque más
hermoso y conservado de las plazas principales de los pueblos del Quindío. Buen
entendimiento y conciencia primaron en esta increíble actuación.
Años después. Una
tarde cualquiera, pasaba yo frente a la Casa de la Cultura de Circasia y notaba
cómo se demolía la casa esquinera que se encuentra al frente de aquella
institución, la que corresponde en su portón principal al numero 15-71 de la
calle 6. Por años había admirado uno de los detalles arquitectónicos mas
hermosos del Eje Cafetero. Era su puerta de entrada, que en la parte superior
tenía dos calados en madera, tallados laboriosamente por el artesano 70 años
atrás y que semejaban rayos que rematan en pequeñas bifurcaciones. Sabía yo que
aquella puerta iría a parar, como le pasó a cientos de ellas o de ventanas, al
fogón de leña de alguno de los restaurantes de la región. Conversé con los operarios
y, posteriormente, con el arquitecto responsable de la obra de refacción de
aquella casa. La recomendación fue muy sencilla, conservar la integridad de
aquella puerta para que, en el mejor de los casos, se exhibiera en la colección
antigua de la Casa Museo Cipriano Echeverri.
Me retiré,
pesimista, porque en otras ocasiones había presenciado la destrucción y
desaparición de aquellos elementos de la historia constructiva correspondiente
a la colonización. Pero no, mi sorpresa fue muy grande, cuando meses después
presencié el óptimo resultado de aquella obra de intervención. La puerta no
solamente se conservó y se dejó en su puesto original, en el acceso principal,
sino que otra puerta de la casa sobre la carrera 16 fue diseñada con el detalle
de la parte superior. Hoy, esa construcción es un local comercial y volvió a
ganar la razón y el buen juicio de su arquitecto restaurador, Jemay Arias, quien
años después llegaría a la alcaldía por elección popular.
Dos relatos de
salvamento arquitectónico en Circasia. Un porcentaje mínimo ante el desastre
que han sufrido todos los conjuntos de casas de bahareque de Salento, Filandia,
Montenegro y Calarcá, especialmente. Irónico resultado en cuatro municipios
turísticos que no tienen justificación alguna para responder a los evaluadores
de la UNESCO que, en el primer trimestre
del año 2021 se trasladarán desde París hasta el Eje Cafetero para determinar si
el Paisaje Cultural Cafetero continúa en la Lista de Patrimonio Mundial. Dos
posiciones enfrentadas, el progreso y la tradición
Roberto Restrepo Ramírez
Miembro de Número Academia de Historia del Quindío
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