La curiosa historia de la llegada del primer carro a Filandia

 Foto: A esta clase de vehículo se le conocía como el Ford tres patadas.


Corría el año 1928, cuando Toto Naranjo, coronel de la Guerra de los Mil Días, en asocio de su hijo Delio, hombre ladino, alegre, combativo, fullero, astuto, displicente y ducho en los negocios, plasmaron una historia inolvidable. Llevaron el primer carro, un “Ford tres patadas”, aparato desconocido y novedoso para la época en Filandia.

En consecuencia, Toto vendió su casa en $300 y con el dinero de la transacción y otros ahorros, viajó a Pereira con el propósito de comprar un carro y llevarlo a Filandia a modo de suceso de otro mundo. Pensaba que el negocio del carro lo haría millonario y que, en cuestión de meses, saldaría la fortuna invertida con creces.

Hecha la compra pensaron el modo de trasladarlo a Filandia, resolvieron desarmarlo (chasis, motor, gasolina y demás accesorios), labor en la que les ocupó 8 días. Sus partes y demás elementos fueron transportados a lomo de mula hasta Filandia por el pésimo camino de Cestillal.

Negociantes y artilugio llegaron a Filandia por los remates del camino del Cestillal, ingresaron por la calle de las «Bequeritas» del barrio el Recreo, pasaron luego por la casa de «culibajito», el parque viejo, la calle empedrada del «El Pensil», para alcanzar la plaza principal.

 La llegada del carro a Filandia se constituyó en un acontecimiento sorprendente, asombroso y extraordinario, algo semejante a la llegada de un obispo. Todos los parroquianos corrían atónitos, querían tocar el carro, se escuchaban vivas y hasta las campanas del pueblo doblaron de júbilo por el arribo del novísimo artilugio.

Otros 8 días emplearían en volver a armar y poner en funcionamiento su singular novedad mecánica. La intención, inaugurarlo el domingo, día de mercado, tiempo en que la plaza se atiborraba de parroquianos que acudían de todos los confines de Filandia.

 

La primera «pichona»

Toto Naranjo, como jefe conservador del pueblo, escogió el color del carro: azul celeste, no podía tener ninguna traza roja, porque ese color era del diablo y podría contrariar la tradición conservadora de Filandia. Su hijo Delio, conductor del vehículo, imaginaba que el aviador norteamericano Lindbergh tenía niguas, comparado con la presencia de tan fenomenal carro en Filandia. Sentimiento que le hacía accionar una y otra vez la bocina para que sonara… Fla…Fla…Fla.

Muchas niñas querían tocar a Naranjo para percatarse que no era un ser sobrenatural llegado de las galaxias, sino un ser natural de carne y hueso como cualquier parroquiano.  

El carro estaba parqueado en la plaza principal frente a la casa de «Manforro», estaba repleta de gente que corría en todas las direcciones. Al fin un parroquiano le dio manivela para prender el motor, maniobra que dejó escuchar un tremendo ruido en su encendido, pues el vehículo carecía de tubo de escape o silenciador.

La primera “pichona” en el carro fue para las autoridades civiles y eclesiásticas del pueblo. El cura Francisco de Pulula Montoya, ataviado con su sombrero de teja e impecable sotana y Cosme Martínez, rancio alcalde, no obstante, un poco temerosos fueron los primeros en montar.

Delio manejaba el vehículo y hacía sonar el claxon, una corneta que se accionaba por medio de una pera de caucho, como la que usaban los pitos de las bicicletas, que sonaba: …Fla…Fla…Fla. Seguidamente el turno fue para las damas de alta alcurnia de la sociedad, las hermanas Hurtado y la señorita Teresita Patiño, quienes en gratitud entregaron un ramo de flores, que fue colocado en el capó del carro, motivo que valió la primera fotografía de aquel acto histórico.

 La inversión del aparato fue superada rápidamente por motivo del sinnúmero de servicios prestados (“pichonas”, matrimonios, etc.), pero tal éxito despertó la envidia, que motivó la persecución en cabeza de los fanáticos, alcalde y cura del pueblo, quienes los citaron al despacho del alcalde Cosme y le notificaron que no podía seguir operando el carro los domingos y demás fiestas religiosas de guarda porque esto constituía pecado mortal.

Naranjo hizo caso omiso al mandato del alcalde y siguió operando su vehículo. Un parroquiano le solicitó el servicio de una «Pichona», y vio que el alcalde Cosme, iracundo con su bastón en alto y montado en un caballo trataba de atajar el carro y vociferaba: pare…pare… pare… usted se está burlando de la autoridad. Más atrás venía el policía Toño «Calón» que guardaba a Cosme.

Naranjo aceleró el carro que rugió vigorosamente y con el guardafangos delantero le dio un golpe al caballo de Cosme, quien cayó al suelo. Continuó su marcha a toda máquina, en la plaza descargó a los pasajeros y como alma que lleva el diablo, corrió a su casa emplazada en la antigua plaza de ferias, frente a la trilladora del señor Rafael Jenaro Mejía. Allí parqueó el carro con el motor en marcha y acelerado. Naranjo se subió al segundo piso de su casa y en la ventana veía cómo corría la policía para capturarlo.  

Cosme movilizó toda la fuerza policial, «Calón» y otros notaban guardia en la esquina de la plaza de ferias, permanecían pasmados, ninguno trató de avanzar, Cosme los increpaba fuertemente por su cobardía y estos les contestaron: «Señor alcalde, siga usted adelante que es la autoridad, nosotros le guardamos la espalda por si algo pasa». -«No señor, son ustedes como agentes de Policía los que tienen que llegar hasta el sacrificio para hacer cumplir las leyes y las órdenes de la autoridad», - dijo el viejo Cosme -.

Naranjo estaba muerto de risa en el balcón de su casa viendo a esos mentecatos montañeros que comentaban que ese aparato se les podía venir encima y los mataría. Cosme optó por regresar a su despacho más cojo que antes. Toto, el padre de Delio Naranjo, había arreglado el caso con Cosme y le comunicó a su hijo que podía bajar tranquilo a apagar el carro. Al otro día se presentó a la alcaldía, donde le fue aplicada una multa de treinta centavos y la conminatoria de que, si volvía a desobedecer la autoridad, lo condenaría a 6 meses de cárcel y le enviaría al presidio de Cartago.  

Toto, como jefe conservador y militar de la Guerra de los Mil Días, inició contra Cosme una tremenda persecución que llegó hasta la gobernación de Manizales, con el propósito de que le llamaran la atención al alcalde y ponerles coto a estas draconianas órdenes, pero fueron infructuosas sus intenciones.

Contexto que hizo que el vehículo fuera trasladado a Quimbaya que ya era un caserío muy agradable y tenía movida comercial. En una parihuela de dos gruesas guaduas sobre el lomo de cuatro mulas pusieron el carro, y con la ayuda de 6 peones, quienes con regatones y palas marcharon adelante abriendo camino para las mulas con su ingeniosa carga, que luego de pasar por el punto Las delgaditas, continuó su marcha hasta La Soledad, para luego entrar triunfantes a Quimbaya donde por algún tiempo fue novedad. Una vez pasado el asombro, el negocio de las «pichonas» ya no fue rentable, y lo regresaron de nuevo a Filandia cuando ya se había calmado la fama del invento.

 

Fuente: Historia Humor Filandia, 1984. Gustavo Ocampo Chica. Edit. Quingráficas. Armenia, Quindío.1984

 

Roberto Restrepo Ramírez

Académico de Número 4 – Academia de Historia del Quindío.

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