La caucanidad del Quindío


La obra de James Parsons, calificada como un hito en la historia de la colonización antioqueña, dio en su época un vuelco a los estudios que buscaban comprender mejor ese periodo. Con su visión de topógrafo y cartógrafo reputado, Parsons abrió un camino desde la geografía, que era su profesión, para que esta disciplina suya le ayudara a diferenciar el proceso colonizador de Antioquia –el cual venía estudiando entre 1946-48–, con los múltiples aspectos sociológicos y de movimientos de poblaciones que también contribuyeron a describir las razones de este proceso.

No es necesario hacer un inventario de los seguidores del profesor norteamericano (quien falleció en 1997), sino recalcar su papel como guía que significó su obra histórica –no obstante las contradicciones conceptuales que señala Jaime Londoño, de la Universidad del Valle, en su insuperable ensayo sobre la influencia de este autor en la historiografía colombiana. Parsons introdujo el concepto de frontera (por un análisis similar al que hizo su colega F. Turner al hablar la conquista del oeste de los EE. UU.), pero le añadió su propia interpretación relacionada con la conformación de una sociedad de pequeños y medianos propietarios acuciados por la agricultura cafetera. 

Estos dos conceptos, a saber, (1) el de la colonización de fronteras para ocupar espacios vacíos o no integrados, y (2) el de formaciones agrarias para establecer comunidades de propietarios, tienden a confluir –aunque con distintas tonalidades—en la perspectiva del historiador quindiano Gonzalo Valencia Barrera cuando sintetizó su argumentación sobre la colonización bajo el siguiente y agudo lema: “Antioquia puso la gente, el Cauca puso la tierra, y Caldas puso el café.”[1].


Esta es una síntesis inmejorable y lúcida. De acuerdo con dicha óptica, el concepto de frontera, que no fue el argumento más fuerte de Parsons, ofrece diferentes variaciones ya se trate de tratados de límites, que tienden a ser estáticos, o de mojones que se corren abusivamente para mejorar una sola propiedad o una jurisdicción más amplia como ocurrió con los muchos departamentos que se crearon después de la guerra de los mil días. Las fronteras caucano-antioqueñas con el tiempo se volvieron vivas, caprichosas, se manifestaban en varias direcciones y no pudieron ser aprehendidas del todo en forma permanente hasta que llegó el café y estabilizó la situación a partir de los pequeños y medianos propietarios.

En efecto, el Estado del Cauca consiguió diferentes límites territoriales gracias a su influencia en los gobiernos del siglo XIX que modificaron a su antojo, por vía legal o constitucional, los contornos de éste y otros estados. Las razones políticas abundan: por ejemplo, se ha dicho con frecuencia que a los caucanos liberales les asistía un temor de que los empujadores y conservadores antioqueños, que venían del norte montañoso, les disputaran en sus propias narices y planicies unas pulgadas de terreno que ellos habían cuidado por mucho tiempo. Dicen entre otras cosas que el departamento conservador de Caldas estaba previsto por el Presidente Reyes para ser una cuña entre la Antioquia goda y el Cauca liberal.

Un poco antes, terminado el latifundio señorial, hubo en el Valle del Cauca una constelación de poderosos que articularon un monopolio selectivo de la tierra (v.g., la famosa concesión Burila) gracias al dominio paternalista basado en una ingente mano de obra con la cual se produjo la explotación de la tierra por medio de colonos, aparceros, arrendatarios, minifundistas y peones. Hubo pues segregaciones de indígenas y raizales, hubo muchos encuentros sangrientos. Aquí yace el corazón del problema: aquellos caucanos protegían sus tierras situadas en el Quindío con una fuerza de trabajo compuesta por mercenarios, y algunos que se apoyaban en las normas legales sobre adjudicaciones de baldíos para disputar los derechos nominales que varios gobiernos les otorgaban. Así fue apareciendo, poco a poco, una abultada inmigración de antioqueños que primero fueron subordinados y luego aparceros cuando el café les proveyó de credenciales para vivir de una manera más honorable.

Todavía más: ¿las protestas campesinas de la Provincia caucana del Quindío acaso no eran causadas por esa terrible explotación de los terratenientes? Como se ha dicho, en el Quindío confluyeron muchos tipos de campesinos: había arrendatarios, aparceros, agregados, propietarios con títulos y ocupantes de hecho y de buena fe y de mala fe. Pero en general los pleitos más conocidos eran entre propietarios: es decir, entre colonos con títulos mal habidos y colonos que defendían su derecho sobre la tierra utilizando la normativa. Sin embargo, aún no sabemos si, de 1920 en adelante, los campesinos de esta región aún tenían pleitos entre arrendatarios y propietarios como ya los había en el Sumapaz, Tequendama, Tolima, y Huila, según el historiador Andrés Carrero.

La versión Valencia es, pues, consistente con la realidad de aquella época en los tres departamentos. Por ello mismo es sencillamente valedera como un compendio histórico que reúne, en una sola frase, las diversas nociones y pensamientos que se tienen sobre este sugestivo proceso en la historia del occidente colombiano. Por lo demás, es un original aporte quindiano al debate histórico que conformó el llamado eje cafetero.

 

Jaime Lopera Gutiérrez

Académico de Número 

Presidente de la Academia de Historia del Quindío



[1] Valencia Barrera, Gonzalo Alberto. Relatos, fundaciones y primeras descripciones de los pueblos del Quindío. Biblioteca de Autores Quindianos, Secretaria de Cultura, Gobernación del Quindío. Editorial Torre de Palabras. Armenia, 2019.

 

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