En 1954, el escritor quindiano Roberto Restrepo (1897-1956) terminó y publicó la primera obra escrita sobre gentilicios del país.
Durante cinco años había recorrido varios municipios de la geografía nacional y también compiló información a través de comunicaciones escritas sostenidas con alcaldes y lugareños. La publicación Gentilicios de Colombia fue respaldada por la Academia de la Lengua y se imprimió como parte de las publicaciones del Banco de la República.
Hasta 2008 dicha obra fue la única referencia bibliográfica que se tenía, cuando ese año se publicó el Diccionario de gentilicios de Colombia, del Instituto Geográfico Agustín Codazzi, texto que se convirtió en el nuevo referente oficial para conocer la forma como se denominan las personas a partir de su topónimo.
El mérito de la obra de Restrepo (juicioso profesional que le arrancaba tiempo de ocio a su desempeño como médico oncólogo para dedicarse a su pasión, la filología) estriba en la consulta directa de las fuentes humanas en la mayoría de sitios visitados o conocidos a través de correspondencia recibida.
Como lo anotó en su prólogo, recogió
los datos de casi 850 localidades, «porque quise ante todo no crear
gentilicios, obra que hubiera sido fácil, sino recoger cuidadosamente los que
tuvieran carácter autóctono en cada uno de los municipios de Colombia» (pág.9).
Armenitas o cuyabros
Si el Igac hubiese realizado una labor parecida, y no sólo la búsqueda de información en diccionarios especializados, libros y periódicos o en las «páginas educativas o de monografías, enciclopedias virtuales y otras direcciones electrónicas» (página 14 del Diccionario del Igac), no se habría incurrido en las asignaciones de algunos gentilicios no validados por sus habitantes.
Tal situación se presentó con el señalado para Armenia, la capital del Quindío. Recién publicada la obra del Instituto, se manifestó popularmente el malestar ciudadano y se produjeron escritos de crítica. Recordamos el del concejal Luis Fernando Ramírez Echeverri y el del historiador Miguel Ángel Rojas Arias, entre otros.
Nadie se resigna al gentilicio de «cuyabros» o de «armenitas» (en segunda opción) para los habitantes de Armenia. Restrepo siempre tuvo en cuenta el que correspondía a la época. O sea «armenio», el mismo que se aplicaba a la población hermana, Armenia (Antioquia).
Bien había podido consultarse el sentir ciudadano para dejar «armenio» a los habitantes de la capital del Quindío y «armenita» para el pequeño pueblo paisa, si el criterio que imperaba en ese momento era el de la denominación diferente para las dos ciudades. Aunque esto no debe ser la regla, pues en el texto de hace 61 años aparecen varios casos de doble asignación que más tarde adoptó el Igac sin variación alguna.
Me refiero a Santa Rosa de Cabal (Risaralda) y Santa Rosa de Osos (Antioquia), ambos con el gentilicio «santarrosanos». Y San Pedro (Antioquia) junto con San Pedro (Valle) como «sampedreños». O Toledo (Antioquia) y Toledo (Norte de Santander), como «toledanos».
La ventaja de realizar trabajo de campo en cada una de las poblaciones, en aras de conocer detalles sobre sus gentilicios, es enorme. Restrepo, además de médico era humanista y se interesó por lo antropológico. Por eso menciona varios ejemplos en su obra de 46 páginas.
Un caso interesante corresponde a los municipios de Sacaojal (Antioquia) y Rio Viejo (Bolívar), pues por razones de toponimia celebrativa sus nombres cambiaron a Olaya (olayenses) y Olaya Herrera respectivamente. Se buscaba, seguramente, destacar la figura del presidente liberal.
No obstante, los primeros «se han resignado a llevar el nuevo nombre que oficialmente se
les asignó y han preferido seguir llamándose sacaojaleños» (pág.33). Mientras tanto la población bolivarense volvió a
su nombre original y hoy aparece en la lista del Igac con el gentilicio de
rioviejeros.
Armenio, subvertir al Igac
Con certeza sabemos que el resultado de una indagación popular en Armenia (Quindío) antes de 2008, habría resultado favorable al gentilicio «armenio».
Se ha querido subvertir la decisión del Igac, invitando a nominarse armenios a los habitantes de la capital del Quindío. Pero eso no es posible, ni recomendable, pues lo que se pretende es adoptar el orden de la institucionalidad.
Por eso, es preferible seguirse llamando «cuyabros«, gentilicio que tampoco se debe considerar denigrante sino que refleja un sentido telúrico (del vocablo portugés «cuia» o el sustantivo femenino «coyabra») que significa «vasija hecha de calabaza, término muy generalizado» y que Restrepo menciona en otra de sus obras (Apuntaciones idiomáticas y correcciones de lenguaje, Bogotá, 1955).
Para el desarrollo turístico de esta
región es conveniente tener presente la veracidad de los gentilicios y no
propiamente lo que se encuentra en la consulta virtual, que nos conduce a error
como ocurre con un portal muy visitado que señala el gentilicio armenio como
segunda opción. O como le ocurrió a una
ciudadana colombiana que tenía doble nacionalidad.
A su regreso al país, donde tramitó la cédula nueva al mencionar ser «armenia», en la oficina de la Registraduría, el sitio de procedencia que colocaron en su documento corresponde a la población de Antioquia.
Pijaino y salentino
Sobre los restantes municipios del Quindío, Restrepo menciona datos significativos en su obra, en referencia a sus gentilicios, la mayoría de ellos conservados por la relación del Igac: calarqueño (Calarcá). Circasiano (Circasia). Filandés, filandeño o filandita (Filandia). Genovés (Génova). Montenegrino o montenegruno (Montenegro). Pijao, pijaense o pijaino (Pijao). Quimbaya o quimbayuno (Quimbaya). Salentino o salentuno (Salento).
No menciona los gentilicios de Córdoba, la Tebaida y Buenavista, ya que en su lista sólo figuraban los municipios creados hasta el 15 de enero de 1954, y los tres eran en ese momento corregimientos de Calarcá, Armenia y Pijao, respectivamente.
Los gentilicios indígenas Pijao y Quimbaya, muy bellos por cierto, desaparecieron de su nominación popular, aunque es curioso que no se aplicara el caso de Calarcá. Restrepo anota que era muy común utilizar como gentilicio el topónimo de esta naturaleza y anota como especial ejemplo el de Nemocón (Cundinamarca) cuyo gentilicio oficial es nemoconense: la forma «nemocón» ha llegado hasta usarse también en plural (incorrectamente como es obvio) como se ve por la conocida frase: «las nemocón no comen sal» que leída al revés dice lo mismo” (pág.33).
Además de Armenia, Filandia quedó en la relación del Igac con segundo gentilicio (filandés). Pero es también el municipio que cuenta con un tercero (filandita) que es de uso familiar. Restrepo era oriundo de esta población y señala que la mayoría de estos gentilicios son denigrantes y ofensivos, razón por la cual se ha prescindido de ellos.
También se explaya de esta manera sobre su tierra natal, para hacer algunas precisiones sobre el habla popular: «Erróneamente se ve escrito Finlandia». Debe tenerse en cuenta que los primeros habitantes que allí llegaron fueron gentes distinguidas, y hasta eruditos, no obstante, la calidad común de nuestros colonizadores.
Y el nombre de Filandia es uno de los pocos que en Colombia tiene origen no nada vulgar. Está ubicada la ciudad en uno de los contrafuertes de la cordillera de los Andes, por lo que se llamó Filandia (del latín filia andium, hija de los Andes).
Según Igac, los gentilicios de La Tebaida y Córdoba son tebaidenses y cordobenses.
Llama la atención el gentilicio del
Igac estipulado para Buenavista, como buenavistense, aunque la preferencia de
sus habitantes sea buenavisteño que es el señalado para Buenavista (Boyacá) en
las obras de Restrepo y del Igac.
Artículo publicado en La Crónica del Quindío el 27 de diciembre de 2015
Roberto Restrepo Ramírez
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