Aunque los estudios e investigaciones
en torno a la colonización antioqueña parecería que estuvieran agotados, en
verdad no es así: existe una enorme bibliografía al respecto que cada año se
enriquece con los aportes de los historiadores más cercanos al eje cafetero --en
especial el blog Historia & Región,
y la revista Impronta que los
caldenses han venido editando con una perseverancia digna de mejor causa.
No obstante, de tanto en tanto surge
una nueva luz que un acucioso investigador ha venido rastreando y es así como
los hallazgos de algunos historiadores con frecuencia ofrecen nuevas agudezas
con respecto a tan importante etapa del desarrollo del occidente colombiano. Sin
lugar a dudas que James J. Parsons fue quien abrió esa caja de Pandora y su rol
como geógrafo no disminuye en nada la contribución de su hito, La Colonización Antioqueña, que ha sido
la fuente de muchas bifurcaciones hacia la investigación y de muchos juicios
sobre su alcance[1].
Sin embargo, como decimos, quedan aún muchos espacios vacíos que, poco a poco,
se llenan con las averiguaciones de aquellos insatisfechos con la idea de que
la historia es redonda e irreductible. Uno de ellos es Gonzalo Valencia quien ha
decidido irrespetar la ortodoxia (y los lugares comunes) para sugerir un
novedoso enfoque de interpretación de los episodios colonizadores[2].
Eso de que “el Cauca puso la tierra, Antioquia puso la gente y Caldas puso el café”,
no es ningún atrevimiento para ubicar a la región del Quindío en el marco
histórico que se merece, sino una síntesis completa de lo que, a grandes
rasgos, le corresponde a nuestro territorio: es más, dicha descripción más bien
merece figurar como una cabecera del libro porque con ella parecería que fuera
innecesario continuar en la lectura, así de fresca y nítida se percibe esa
descripción a simple vista. Es un tipo de preámbulo que, al decir de los medios
actuales, puede volverse viral en poco tiempo.
Con fundamento en una consulta bien apoyada,
la primera aclaración de Gonzalo Valencia es la diferencia entre las
denominaciones de poblamiento y
colonización que la legislación agraria del siglo XIX estableció como parte
del estímulo a la ocupación de tierras baldías que había en todas partes. El
contraste se marca de entrada con el hecho de que el poblamiento, según la
política caucana, fue muy diferente al proceso de colonización antioqueña “en
cuanto que este último era una respuesta para hacer productivas las tierras
ociosas de las concesiones” (página 41). Si los migrantes caucanos preferían la
posesión legal de la tierra antes que su explotación, allí había una condición
de estabilidad que le daba al asentamiento productivo la posibilidad de
vivienda en sus labranzas y de permanencia en el poblado. Mucha parte de la
legislación agraria, desde Santander hasta Alcántara Herrán, se orientó hacia el
occidente del país cuando los flujos migratorios de los antioqueños se pusieron
en marcha con intenciones de preferencia cultivadoras.
En abono de esta clasificación de Gonzalo
Valencia (pobladores y colonos), habría que añadir que a ellos también se los
debería caracterizar por los dos roles que señalaba el historiador francés, F. Braudel[3]:
de nómadas, porque carecían de un
lugar estable para vivir, porque iban de un lugar a otro sin establecerse en
forma permanente; o de trashumantes
porque estaban en continuo movimiento y cambiaban periódicamente de lugar. La
condición de estabilidad se aplica entonces a los asentamientos más que a los
colonos, y solamente un censo específico de unos u otros podría ilustrar mejor dicha
circunstancia. En este momento me asalta la certeza de que el fundador de
pueblos, Fermín López, en algún momento fue un nómada y luego, al llegar a Santa Rosa de Cabal, se asentó en definitiva.
Igual cabría pensar de Roman Maria Valencia, el fundador de Calarcá, que regularmente
venía desde Pereira a cazar mariposas, hallar nuevas especies botánicas y comprar
guacas en Filandia, hasta que se sosegó con su familia en el asentamiento de
aquella villa legendaria gracias a su amistad con Segundo Henao[4].
La parte segunda del libro, donde se
indica que en Antioquia nació la avalancha migratoria, es un panorama detallado
del movimiento de colonos y viajeros, algunos extranjeros, que pasaron o
desembarcaron en Caldas y el Quindío[5].
Ese flujo inesperado de migrantes condujo a la enumeración de las diferentes
instancias jurisdiccionales que se diseñaron como Provincias y luego Departamentos,
como una muestra de las muchas disputas territoriales que se daban en la
capital de la República para ordenar la geografía colombiana --muchas veces al
gusto de intereses de políticos sobresalientes como los de Rafael Reyes. Pero
en la siguiente parte, al traer a cuento la idea del “poblamiento inducido”, la
acción gubernamental queda al desnudo al mostrar la vigencia del pensamiento
del argentino Alberdi quien hablaba de que gobernar es poblar como el propósito
de una politica demográfica que lleva a la civilización y el progreso.
Concluido el análisis del poblamiento
caucano y la migración antioqueña, Gonzalo Valencia aborda la incorporación de
la economía cafetera en el proceso de fundacion de pueblos en el eje cafetero. El
cultivo se desplazó del oriente santandereano al occidente con una progresión
no vista antes y el posicionamiento productivo de Caldas se alcanzó precozmente.
Esta interesante etapa va unida el ocaso de la arriería, la aparición del
ferrocarril y una incipiente navegación por el rio Cauca cuando era imperioso
activar estos transportes y bajar los costos agrícolas ensanchando los tiempos
de colocación en los mercados del exterior. En este periodo es notable asimismo
el inventario de capitales extranjeros que se vincularon a Caldas no solamente
en el campo de la infraestructura (cable aéreo de Mariquita) y del financiero (Banco
de Caldas), sino también en las trilladoras exportadoras de ingleses y
norteamericanos. El café como “factor de expansión” contribuyó a la
articulación de todos esos poblados, todos los del eje cafetero hasta Trujillo y
Restrepo en el Valle, que fueron creciendo a la velocidad las notables divisas en
la bolsa.
Un aparte esencial del libro que
comentamos es el mensaje sugerido en el subtítulo, "la pérdida de
los mundos: apegos y desarraigos en el poblamiento de la Provincia del
Quindío" donde aparece una apreciación del autor sobre los factores
emocionales de afectos y separaciones que a su juicio fueron inherentes a todo
el proceso de las migraciones, en especial dada la fuerza de los latifundistas
para erradicar a los “invasores” de sus tierras y dispersar las familias no
obstante las ayudas que los gobiernos daban. Ese factor emocional de arraigo
sufrió varias dificultades (v.g., con la declinación de la guaquería y la
arriería) pero en especial cuando se vino la Violencia al Quindío con toda su
tragedia partidista que, por cierto, produjo de contragolpe un vertiginoso fenómeno
de emigración hacia las grandes ciudades como Cali, Medellín y Bogotá. Durante
dicho periodo mucho capital humano abandonó esta comarca y supongo que, por
ello, alguien podrá hacer un inventario de quindianos en el exilio. Hay mucha tela para cortar con esta
extraordinaria apreciación de Valencia, pero aún carecemos de un intérprete que
satisfaga el conocimiento de aquella reconocida realidad.
Más adelante, Valencia incorpora unos
relatos de viajes en los inicios del siglo XX, como los de Tulio Arbeláez y
Rufino Gutiérrez, sino también los cuadros de costumbres de Cornelio Moreno
sobre Filandia que, sumados a las narraciones de los viajeros extranjeros que
pasaron por aquí en el siglo XIX, darían lugar a un proyecto editorial bastante
rico para complementar la bibliografía existente y refinar las noticias
históricas que esta región viene presentando. Cabe señalar finalmente que el
prólogo, el preámbulo los reconocimientos, el glosario y la toponimia distraen
al lector al principio del libro cuando podrían ir al final dejando más espacio
a los importantes y maduros conceptos del autor que, con todo, se revela aquí como un investigador
muy congruente para esta época.
Enero 2020
Jaime Lopera Gutiérrez.
Miembro de Número de la Academia de
Historia del Quindío
[1]
Parsons, James J. La colonización
antioqueña en el Occidente de Colombia. Versión castellana, prologo y notas
de Emilio Robledo. Imprenta Departamental, Medellín, 1950.
[2]
Valencia Barrera, Gonzalo Alberto. Relatos,
Fundaciones y Primeras Descripciones de los Pueblos del Quindío. Historia,
Biblioteca de Autores Quindianos, Armenia, 2019.
[3]
Braudel, Fernand. Escritos sobre la
Historia. Alianza Editorial, Madrid, 1991
[4]
Por cierto que Roman Maria Valencia fue uno de los primeros conocedores del
tesoro de los quimbayas de cuyas piezas se ocupó para negociarlas cuando las
vio en Filandia.
[5]
Complemento parcial del formidable trabajo de Vicente Fernán Arango Estrada,
recién fallecido, cuyo libro sobre la endogamia en las concesiones antioqueñas
es una investigación inigualable.
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