Por Jaime Lopera Gutiérrez. Presidente de la Academia de Historia del Quindío.
Escrito a varias manos, “Historia y Memoria”
(Editorial La Tarde, Pereira, 2014) es un libro que contiene diversas
crónicas inéditas de Pereira, todas ellas bajo el patrocinio de nuestros
colegas de la Academia Pereirana de Historia y la selección a cargo de Alfredo
Cardona Tobón. Las narraciones de Lisímaco Salazar, los recuerdos del capitán
Asnoraldo Avellaneda y la historia de la Hacienda La Julia, cuna de muchos
esfuerzos colonizadores de los Jaramillo Walker, entre otras, hacen de esta
edición un esfuerzo notable para entender la historiografía de nuestra vecina
capital risaraldense.
Leocadio Salazar, por ejemplo, es un personaje que
retrata cierto periodo post-colonizador (pag. 23 y ss) y a quien deberíamos
seguirle la pista para entender lo que en aquella época significaba el negocio
de tierras y no las llamadas “virtudes heroicas” de la colonización propiamente
dicha. Proveniente de una familia campesina de Santa Rosa de Cabal, con el
tiempo Leocadio se convirtió en un enorme terrateniente que acaparó a bajos
precios y acumuló suficientes extensiones para fundar poblados tales como
Ulloa, Trujillo, Riofrío y La Arabia.
Por Jaime Lopera Gutiérrez - Presidente de la Academia de Historia del Quindío
Cuando compró casi regalados vastos terrenos donde
hoy se encuentra Ulloa, Leocadio los vendió como fincas a individuos
provenientes de Boyacá, Santanderes, Antioquia y Caldas pues su negocio
consistía en la parcelación de lotes. No le importaba la agricultura y menos la
caficultura: era un negociante no un empresario. Como es de suponer fue un
importante aliado de los propietarios de la concesión Burila (en el Dovio y
Caicedonia, especialmente), sociedad de vallecaucanos y manizaleños que ocupa y
determina una buena parte de la vida quindiana.
En su formidable empresa como negociante de tierras,
no como colonizador, se cuenta que el astuto y casi analfabeta Leocadio Salazar
importaba presos y vagos para construir calles y caminos pagando su trabajo en
no muy buenas condiciones; además recorría sus dominios a efectos de reclutar
mujeres para surtir los barrios de tolerancia de las nuevas aldeas confiando en
la eficacia de uno de sus dichos más conocidos: “los pueblos se fundan con los
antioqueños y las putas” (pag. 23).
En las memorias del capitán Avellaneda, aparecidas
en este libro que reseñamos (páginas 55-75), surge de igual modo la figura
pereirana de Ramón Valencia, un “señor de patillas, grueso, bajito, fundador de
Calarcá” (mejor dicho, Román Maria Valencia, como en realidad figura en los
testimonios de los fundadores de este poblado con Segundo Henao y otros) quien
también tenía el negocio de enganchar chicos para capturar mariposas y polillas
que clasificaba detalladamente, procurando que no estuvieran maltratadas,
antes de venderlas a exterior como muestrarios de coleópteros,
“constituyéndose en el primer renglón de exportaciones de Pereira” (pag. 65).
Marzo de 2015
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