Carlos Alberto Villegas

No puedo contener los deseos de estar presente en este homenaje póstumo a Carlos Alberto Villegas Uribe porque sería una deserción a su recuerdo. Creo haberlo conocido un poco, pero no más que Nodier Solorzano, Umberto Senegal y Elias Mejía, nuestros portaestandartes literarios de Calarcá quienes lo frecuentaban más, en el marco de un dialogo incesante que Villegas buscaba y patrocinaba aun desde su silla metálica de los últimos tiempos. Allí, en el café de Carlos Patiño, solía convocarnos y nos encontraba dispuestos a escuchar sus risotadas, sus ambiciones y sus euforias que no lo abandonaban todo el tiempo.

En el portafolio cultural de Calarcá –que encabeza por supuesto el poeta nacional Luis Vidales-- Villegas Uribe será en adelante un protagonista permanente de nuestro acontecer como ciudad ilustrada, algunos de cuyos hijos hacen el esfuerzo de eternizarla con la sencillez de quien se propone algo sin preguntar merecimientos. Pero en Villegas la raíz nativa y local no se oscureció nunca: en cada cuento, en muchas de sus poesías, salta a la vista su calarqueñismo para invocarlo como a una imagen religiosa que necesita adoradores fidedignos y leales. Clamor que, hoy en día, no estoy seguro de que lo estemos logrando dadas las falsedades y simulacros que abundan en manos de los perniciosos que no se atreven a mostrar su cara sino por el contrario retar nuestra moral con sus transgresiones e ingratitud a la cultura.

He tratado de definir un poco la naturaleza de sus esfuerzos literarios y no se me ocurre sino decir que Petete era un explorador: toda su obra, la publicada y la inédita, se compone de diversas excavaciones que hacía como un minero buscando oro en las grietas de la superficialidad y el desgano. En algunos momentos se proyectaba como un ensayista de la génesis de la risa, tema cuya originalidad fue premiada en una universidad norteamericana; en otro momento aparecía la caricatura como su forma de expresión y crítica, y de allí lo veíamos enseguida poetizar con fuerza lo que no alcanzaba a captar en sus cuentos y narraciones sin abandonar los dioses griegos que lo tutelaban.

Cuando le dio por ser mas original de lo que era, se metió de lleno en darle forma y perfil al estilo de historias con 200 palabras, el minobachi que, a juicio de muchos, era su manera de decirle al mundo cultural que las tentativas de George Perec, su maestro francés del lenguaje extraño y excepcional, todavía se podrían ampliar hacia nuevos y modernos géneros de expresionismo suramericano.

Veo propicio el momento para realzar algunos rasgos de su producción literaria. A los 63 años ya había recibido un PhD. en lengua y literatura de la Universidad Complutense de Madrid que completó con los estudios de maestría en Escritura Creativa en la Universidad de Texas en El Paso, EE. UU. Al regresar al país, fundó en la Universidad Javeriana de Bogotá la cátedra de la Psicogénesis de la Risa, luego publicó virtualmente la revista Termita Caribe donde sus capacidades exploratorias se multiplicaron en la búsqueda permanente de un lenguaje propio y significativo. Conocí sus poemas de la Bitácora de Ulises y las Cartas a Pandora desde Ítaca y con ello ratifico la idea de su creación singular. Con su libro Cuento contigo termina una buena parte de su producción y desde entonces siempre esperamos que diera a luz sus trabajos inéditos que ahora demandan otra oportunidad.

Cierto día en Medellín, disertamos largamente en su casa sobre diferentes tópicos de la literatura y de su vida. Elenita, su bella compañera, amable y cuidadosa, la veíamos enternecerse con ese hombre que estaba pasando afugias y dolores sin perder el interés en la vida ni mucho menos renunciar a la creatividad que era su amiga de viaje. Allí acabé de descubrir al hombre que admiraba y gracias a ello nos hicimos sucesivas alusiones a nuestro papel cultural en este mundo que hoy solo alcanza a ser visualizado por este grupo de amigos que lo acompañan y este servidor que se demoró en decirle a Carlos lo que lo mucho que lo apreciaba.

Jaime Lopera Gutiérrez

Académico de Número de la Academia de Historia del Quindío

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