La quindianidad es un acto de fe

 
Si la Real Academia Española definiera la palabra quidianidad posiblemente diría «calidad de quindiano», pero como la RAE no se ocupa de esto, su significado debo hallarlo en otra parte. Podría imaginar, por ejemplo, que por ser quindiano raizal procedente de inmigrantes venidos de Salamina (Caldas) y de Jericó y Abejorral (Antioquia) hace más de una centuria, debería saber su significado, pero confieso que no logro hilvanar algo que me satisfaga, tal vez porque no hay una definición única, si no varias entrelazadas por un hilo conductor.

La semana pasada me invitaron a conversar con un club de lectura en la biblioteca de Comfenalco en Armenia. Al final de la reunión se me preguntó acerca de la quindianidad, lo cual me tomó por sorpresa. Raudo escarbé en los meandros de mi memoria en busca de una respuesta, pero entre más me esforzaba más se esfumaban los argumentos para explicar mi propia identidad. Al salir del lugar, recordé que el escritor e historiador Jaime Lopera Gutiérrez en su libro Leer al Quindío. Guía para propios y extraños [Primera edición, junio de 2023] se ocupa de la génesis de nuestra identidad señalando que la colonización se dio con base en tres orientaciones: la colonización promovida [inicial] por el Estado vinculada a la construcción del Camino del Quindío y a la adjudicación de tierras baldías a los primeros pobladores; la colonización espontánea, no oficial y de manera individual, caracterizada por la apertura de tierras en busca de un lugar donde vivir, cultivar y levantar familia, a veces motivada por la ilusión del oro, y que propició la fundación de pueblos; y finalmente la colonización empresarial que se dio principalmente en la cordillera, de Calarcá hacia Sevilla y Caicedonia y otros municipios del Valle, por parte de la empresa Burila beneficiaria de una extensa concesión que causó numerosos enfrentamientos con colonos por la posesión de la tierra. También en el libro se cita la colonización silenciosa, en referencia a los colonos venidos de Santander y cundiboyacá al final del siglo XX e inicios del siguiente y que por lo general se asentaron en las estribaciones de la cordillera.

Pero creo que a esto se deben sumar otras inmigraciones, que no colonizaciones. Me refiero a la llegada de nariñenses y caucanos atraídos por las bonanzas cafeteras de los años setenta y ochenta, muchos de los cuales se quedaron; también a los recién llegados del extranjero y de ciudades como Bogotá y Medellín rastreando un lugar tranquilo donde vivir sus senectudes; y por último, a los quindianos que en su juventud salieron en busca de otros horizontes y que ahora, mayorcitos y con familia, retornan a su patria chica trayendo una nueva cultura adquirida con el paso de los años.

De ahí que la quindinidad tenga muchos matices, pues somos producto de un maravilloso sincretismo cultural con marcados determinantes antioqueños, acervos identitarios inmersos en un escenario natural irrepetible que la UNESCO reconoció como Patrimonio de la Humanidad, lo que nos dota de un realismo mágico que nosotros mismos no nos lo creemos. 

Sin embargo, también es procedente considerar otras migraciones que se dieron, unas veces por causa de las violencias políticas, otras en busca de mejores condiciones económicas y unas más por sucesos impredecibles como el terremoto de 1999, diáspora que ha dejado muchas experiencias y una clara desarticulación social. Esto se evidencia en las colonias de coterráneos existentes en Bogotá y otras ciudades, y también en países como Estados Unidos, España, Australia y Canadá de dónde llegan significativas remesas.

Culturas como la nuestra se han nutrido de numerosas características y se han moldeado y ensamblado una y otra vez con el tiempo. Somo producto de grupos humanos que formaron identidad colectiva tomando para si este territorio exuberante y maravilloso haciendo de la caficultura una forma de vida y de la arquitectura del bahareque su hábitat para levantar poblados entre guaduales y quebradas, cantándole al paisaje y al amor y a las tradiciones, practicando una virtud cívica fundamento del progreso y la articulación social, exhibiendo orgullosos el Árbol Nacional, contando mitos y leyendas fantásticos, celebrando fiestas tradicionales como las de la Cosecha y el Café, Velas y Faroles, el Festival Camino del Quindío y el desfile del Yipao, erigiendo monumentos que simbolizan nuestro trasegar, entregando lo mejor de nuestras cocinas, cultivando tradiciones y saberes y acumulando una importante colección de textos de escritores quindianos y de músicas y letras que expresan y retratan a un pueblo. Así que, con un poquito de esto y una pizca de aquello, nos convertimos en lo que somos. 

Sin embargo, a veces pienso que la quindianidad es como un acto de fe que hay que sentir y vivir, pues no de otra forma podría llevar dentro una visión profunda de mi patria chica que me una a ella de forma inseparable. Pero este sentimiento sublime, retratado en algo que Borges dijo alguna vez: «Una nación es un cúmulo de recuerdos compartidos, aunque referidos a personas o hechos susceptibles de interpretaciones y valoraciones diferentes y aún contradictorias», hay que cuidarlo de la desbocada globalización y transculturización que todo lo invade, pues por su encanto esta tierra se ha vuelto destino para el turismo y lugar ideal para vivir. En consecuencia, nos enfrentamos al riesgo de que nuestra patria chica se extranjerice y que nuestra cultura se disperse, de que el quindiano se vuelva extranjero en su tierra y la quindianidad un referente histórico.

Tengamos presentes que identidades como la nuestra necesitaron para su formación de una dimensión épica. Pero temo que nuestro presente está cada vez más huérfano de esta dimensión porque carece de hechos trascendentales portadores de contenido comprometiendo nuestro sentido de futuro. No olvidemos que la cultura se arraigada en sucesos del pasado que dan sentido al presente y misión colectiva al futuro, de ahí que no podemos permitir que nuestra tradición se diluya, esto nos convertiría en ciudadanos del mundo con residencia en el Quindío.

Al ser tan sólo un diletante en asuntos de historia y de cultura, me puedo expresar con base en mis convicciones y sensibilidades para hablar del principio clásico de la identidad según el cual toda entidad es idéntica a sí misma. Por ejemplo, Pedro es idéntico a sí mismo, el Sol es idéntico a sí mismo, y una manzana es idéntica a sí misma.​

Este principio viene del filósofo Parménides quien formuló su ley de identidad donde enuncia «lo que es es y lo que no es no es», para deducir que "lo que es no puede no ser". El primer uso registrado de la ley parece ocurrir en el diálogo Teeteto de Platón, en el que Sócrates intentó establecer que lo que llamamos sonidos y colores son dos clases diferentes de cosas:

Socrates: Respecto al sonido y al color, en primer lugar, ¿piensas esto de ambos: existen?

Teeteto: Sí.

Sócrates: Entonces, ¿crees que cada uno se diferencia del otro y es idéntico a sí mismo?

Teeteto: Ciertamente.

Sócrates: ¿Y que ambos son dos y cada uno uno?

Teeteto: Sí, eso también.

De forma similar a este diálogo de Sócrates, la quindianidad es idéntica a sí misma. Es como una mitología que jamás existió, pero que nos transmite esencia, identidad y sentido colectivo.

 

Armando Rodriguez Jaramillo.

Presidente Academia de Historia del Quindío

Correo: arjquindio@gmail.com  /  X: @ArmandoQuindio  /  www.quindiopolis.co

 

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