No existía un ambiente
académico alrededor de aquellas piezas pues, al contrario, se comerciaban y se
veía en ellas un valor monetario, ya que su existencia se equiparaba a la
explotación minera.
A finales del siglo XIX,
eran muchos los coleccionistas y académicos que atesoraban los hallazgos
arqueológicos y abundaban en el contexto los reportes sobre hechos sobresalientes. En su trabajo de grado de 2003, Carmen
Cecilia Muñoz Burbano menciona, como ejemplo, tres casos bien particulares que
alcanzan a proyectar cómo era el ambiente de mercadeo en aquella época y que
habían sido publicados en el periódico EL TELEGRAMA en sus ediciones
consecutivas. En el primer reporte se
refiere a un comerciante y guaquero de Cundinamarca; en el segundo y tercero a
las falsificaciones indígenas que también se vendían y que nos recuerdan la
famosa Cerámica Alzate, vasijas no originales de la región de Antioquia:
“Pero tal vez uno de los más notables era
Tomás Aldana, de él tenemos varias referencias que indican que estaba dedicado
a la guaquería y su comercialización: los petos que fueron expuestos en Chicago
y que posteriormente terminaron en Italia como presente al Papa León XIII, los
adquirió el gobierno colombiano a este comerciante”.
“TUNJOS. El señor
Tomás Aldana encontró en unos terrenos al noroeste del departamento varios
objetos de oro del tiempo de los chibchas.
Consisten en cuatro grandes petos o corazas con repujados que
representan objetos simbólicos; en la parte superior tienen la cubierta de una
guacamaya y alrededor va un delicado cordón de filigrana. Otro de los objetos es una careta también de
oro. Estos primorosos objetos son de
mucha importancia, pues son los primeros de su clase y tamaño que se han
encontrado en esta región. Parecen
adornos y no armas de defensa”.
“ OBJETOS INDÍGENAS: un caballero antioqueño radicado en esta
capital, nos informa que el individuo de quien hablamos en otra ocasión como
que había venido a vender objetos de oro falsificados, extraídos de guacas o
santuarios de los aborígenes, huyó de Bogotá apenas lo denunciamos, no sin que
hubiera logrado engañar a alguna otra persona de Honda”.
“ALERTA. Se nos informa que algunas personas andan ofreciendo
en esta ciudad, tunjos que se dicen extraídos del territorio de los
Quimbayas. Parece que no sólo no son
auténticos sino que hay sospechas que sean de cobre dorado. Se calcula que, por lo bajo, ofrecen unas
treinta libras”.
Dos personajes aparecen
en la palestra bogotana para pasar a la historia como parte inicial de aquella
difusión que se daba frente al hallazgo fabuloso de Filandia.
Uno de ellos se llamaba
Gonzalo Ramos Ruíz, quien fue el primero que le dio la denominación a esa
colección como “Tesoro de los Quimbayas”.
El otro era un historiador famoso que tenía vínculos con el gobierno,
llamado Vicente Restrepo y de quien se esperaba entregara mayores datos sobre
el hallazgo, pues él accedió a los documentos de primera fuente, que nunca
devolvió.
Ramos fue uno de los más
poderosos coleccionistas de objetos arqueológicos. Con uno de sus hermanos era dueño de terrenos
del sur del Cauca y que vendió al gobierno en 1892. Se supo que, en su colección arqueológica,
que luego heredó su hijo Alfredo Ramos Urdaneta, se encontraban piezas valiosas
como “cuatro estatuas en piedra procedentes de Aguadulce (Panamá), que tienen
el mismo carácter y estilo de las de San Agustín”.
Vicente Restrepo era
especialista en minas, escribió el famoso libro “Estudio sobre las minas de oro
y plata de Colombia” en 1888. Con su
hermano Pastor tuvo una casa de fundición en Medellín, ocupó importantes
posiciones en el gobierno, fue Ministro de Relaciones Exteriores del presidente
Holguín e hizo parte de las Comisiones de las Exposiciones del IV Centenario
del descubrimiento de América en Madrid y Chicago. Con su hijo Ernesto clasificó
y catalogó los objetos de Tesoro Quimbaya para el envío a Madrid en 1892.
Lo cierto es que Ramos,
los Restrepo y otros coleccionistas, desde Filandia en octubre de 1890 y
durante los primeros meses de 1891 en Bogotá, compraron y cumplieron papeles
importantes en la exhibición y comercio del Tesoro Quimbaya. Esto se realizó junto con Carlo Vedovelli,
que seguía ofertando internacionalmente el Tesoro en el lugar donde se exhibía
en la capital.
Lo señalado por Ramos
Ruíz es la descripción realizada a los conjuntos e individualidad de las piezas
del Tesoro Quimbaya y se convirtió en la más completa relación de ellas, desde
el punto de vista estilístico, lo que también permitía su fácil identificación. Restrepo era, como Ramos Ruíz, un agente más
para la comercialización de las piezas en la fría Bogotá. No se podía esperar más de ellos y además no
existían condiciones para exhibición o tenencia oficial, porque tampoco el
Museo Nacional ofrecía aquellas características.
Ramos Ruíz divide las
piezas en 12 grupos, que describe admirablemente, lo cual hizo cuando las
observó en Manizales, un poco después de publicado el catálogo de venta de
Carlo Vedovelli, lo que se publicó en EL CORREO NACIONAL el 6 de diciembre de
1890.
En el grupo 1 menciona
“seis preciosas figuras humanas de distinto y gran tamaño”, refiriéndose a los
poporos. En el grupo 2 menciona “seis
cascos semiesféricos, primorosamente pulidos y repujados”. En el grupo 3 incluye “tres elegantísimos
vasos o urnas en forma de sencillo capitel invertido, cada cual con su
correspondiente tapa”, lo que indica que también alude a los poporos. Los restantes grupos tienen que ver con el resto
de recipientes, alfileres para el poporo, objetos pequeños, collares y flautas.
Las piezas del Tesoro
Quimbaya llegaron a Bogotá en diciembre de 1890 a la casa de quien parece ser
su comprador en Manizales, otro comerciante llamado Juan Pablo Jaramillo
Lalinde.
Así se reportó la llegada
del Tesoro Quimbaya a esa ciudad, y su posterior exhibición, en los diarios
capitalinos:
LA CAPITAL, No. 17, 12 de diciembre de 1890.
“ORO EN GRAN CANTIDAD. Llegó a
Bogotá el gran tesoro encontrado en una guaca
de indios en el distrito de Finlandia. Por dos jóvenes antioqueños, el cual
constituye una gran cantidad de oro de subido precio, tanto por su calidad como
por su mérito intrínseco e histórico.
Tuvimos el gusto de ver este tesoro en casa del señor don Juan Pablo
Jaramillo. Está formado de preciosas
figuras humanas de delicado trabajo, varios cascos, argollas, vasos, collares y
trompetas, cintillos y muchos objetos y figuras de ídolos, propios de los usos
y costumbres de la famosa Nación de los indios Quimbayas. La exposición de
estos objetos en Londres o en París sería de gran novedad en el mundo de las
antigüedades y objeto de dignos estudios y encantos”.
EL HERALDO, no 85, 11 de marzo de 1891.
“EXHIBICIÓN. En la casa 18 número
482 de la 2ª Calle Real se está exhibiendo el valioso y artístico tesoro
encontrado en Finlandia (Cauca), y que consiste en notables objetos de oro y
cerámica. Recomendamos a los amantes de estas curiosidades una visita a esta
exhibición antes de que los señores partan para el exterior. Se exhibe todos los días de 12 a las 4 p.m.”
Fue realmente en el
tercer mes de 1891 cuando ocurre algo trascendental y coyuntural para el futuro
de dicha colección. Dicho hecho fue
aprovechado por el gobierno colombiano, encabezado por Carlos Holguín Mallarino
para justificar más adelante la donación de las piezas a España. Se trataba del laudo arbitral que la Reina
Regente María Cristina de Habsburgo emitió exactamente el 14 de marzo a favor
de Colombia en un litigio de límites con Venezuela.
Nota: Próxima entrega: El Tesoro Quimbaya y su proceso de compra
Por: Jorge Hernán
Velásquez Restrepo y Roberto Restrepo Ramírez.
Miembros de Número de la Academia de Historia del Quindío
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