Ponencia presentada por Gonzalo Alberto Valencia Barrera (gvalenba@gmail.com), miembro de número de la Academia de Historia del Quindío, en el conversatario ¿Valió la pena la segregación? realizado por la AHQ el 5 de julio de 2016 en el Salón Bolívar de la Gobernación del Quindío en el marco de la conmemoración del cincuentenario del Departamento.
La constitución
del Comité Departamental de Cafeteros del Quindío, en agosto de 1966, sentó las
bases para la promoción del desarrollo de la zona productora. En efecto, cuando
comenzaron a apropiarse los regalías para la construcción de la infraestructura
urbana y rural se fue conformado el llamado Paraestado Cafetero. Era tal la
dinámica de esta acción que la propia Gobernación quedó relegada como ejecutora
de una inversión relativamente menor. Era más importante ser miembro del Comité
o su Director que ser Gobernador, lo que obligó a éste a trabajar de la mano de
los caficultores si quería tener vigencia política.
Este progreso
físico se fortaleció con la ocurrencia de las bonanzas de 1977 y 1986, elevando
cuantiosamente el poder adquisitivo de los productores de café, el cual se
irrigó en toda la economía quindiana. Pero llegó la ruptura del Pacto cafetero
en 1989, que sumió a los caficultores en la peor crisis de su historia y de la
cual aún no se reponen. La razón estriba en que pasaron de una situación
proteccionista a otra de libre mercado, en el que prima la competitividad y
para la cual no estaban en capacidad de enfrentarla. El hecho es que pasamos en
estos últimos 27 años de tener un área sembrada de 61.000 hectáreas en café
a otra de 24.000 hectáreas. Semejante
descenso impactó las cifras macroeconómicas regionales y, por desgracia no existen
todavía actividades económicas que la compensen en materia de empleo y riqueza.
Los presentes índices de recesión, desempleo, capacidad adquisitiva, inversión
y contribución al PIB nacional y departamental distan de aquellos registrados
hacia finales de los 80 en el siglo pasado.
Se fue el café y
los propios gobiernos, la clase empresarial y la sociedad en general no han
sido capaces de generar unas nuevas condiciones para un desarrollo que hubiese
respondido por el eslogan “El Quindío, un departamento joven, rico y poderoso”.
La realidad es que estamos en un departamento con presencia de una
significativa y conflictiva crisis social, producto de la descolgada cafetera,
de la inmigración pos terremoto y la economía ilícita. En segundo lugar, la
falta de oportunidad para las presentes generaciones crea un sentimiento mayor
de desesperanza. Pero creo que es la misma clase dirigente política que cambió
su costumbre de hacer las cosas desde que se implantó el mandato popular de
alcaldes y gobernadores. La corrupción es rampante y odiosa y por infortunio
los recursos tienden a dilapidarse. El Forec manejó un presupuesto algo mayor
que la suma acumulada de las regalías apropiadas para el departamento en años
recientes y la incidencia en la reconstrucción fue manifiesta, y ahora el
efecto es también manifiesto pero disperso a manera de una lluvia de rocío que
moja y no empapa.
El Quindío como
departamento pudo haberse fortalecido en este último cuarto de siglo si hubiese
salido a buscar el acompañamiento de los vecinos y su apoyo. Desde la
existencia del Corpes de Occidente se vislumbraron opciones regionales para el
desarrollo y crecimiento que no fueron atendidas a pesar de la presencia de
Planeación Nacional. Propuestas tales como la ecorregión para articular todo el
eje cafetero; de metropolización como los conceptos de ciudad región y región
ciudad, pensando en cómo enlazar a Manizales con Pereira, Cartago y Armenia; el
mismo concepto de paisaje cultural cafetero, bastante desaprovechado. El
Quindío ha estado de espaldas al Tolima, al Valle del Cauca y al propio Pereira
para haber construido una articulación regional en temas como el ambiental, la
interconexión vial, el suministro de agua y el turismo.
La parálisis
actual en los proyectos de embalse, doble calzada, reconexión férrea, repotenciación
eléctrica, ampliación del aeropuerto y así otros, lo que ha hecho es desterrar
iniciativas de inversión privada. No tiene sentido que tengamos al anterior
gobernador de Risaralda abogando por la construcción de las torres de energía
en Barbas Bremen y a la exgobernadora haciendo lo contrario. La unidad que les
debería asistir no existió, y por desgracia esa es la imagen que proyectamos.
Todas estas
consideraciones me llevan a pensar que el Quindío actual es inviable para el
desarrollo y que la figura de departamento como garante de la gran coordinación
entre lo nacional y lo local ha explotado. ¿Qué opciones me quedan?
Uno pensaría en
la reintegración territorial del antiguo Caldas. Los ejemplos de Telecafé y
Alma Mater podrían dar testimonio de lo sinuoso que sería este camino. Sin
embargo podría apelarse a los esquemas de ordenamiento territorial, tales como
las regiones administrativas de planificación especial (Rape), que acompañadas
de un contrato plan podrían ser efectivas para el alcance de ciertas metas
estratégicas. La otra opción consistiría
en conformar un gran directorio ejecutivo con representación de los
gobernadores, alcaldes metropolitanos, autoridades ambientales y el comité
intergremial que tuviese la responsabilidad del plan territorial. Por supuesto
que habría que incorporar a la clase política para validar con la población,
mediante algún mecanismo de participación popular, la estrategia de
fortalecimiento territorial. Sinceramente estimo que debemos esforzarnos por
actuar en conjunto, ya que si persistimos en nuestra individualización poco
espacio al desarrollo se estaría
generando.
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