Carlos Alberto
Castrillón[1]
Álvaro Eduardo
Cano Betancur[2]
Luz Márbel Rincón
Londoño[3]
Resumen
El proyecto sobre Toponimia
del Quindío es un intento sistematizado que tiene como propósito establecer
el corpus toponímico y las motivaciones lingüísticas, históricas y culturales
de los procesos de nominación en la región de la Hoya del Río Quindío, desde
sus orígenes históricos hasta la actualidad. Para el efecto, se estudian los
diferentes tipos de topónimos, según la taxonomía de Camps y Noroña (1989), y
se establecen las posibles motivaciones de acuerdo con las fuentes más
confiables y con la percepción de los hablantes. El propósito es responder dos
preguntas: ¿Cuáles fueron las motivaciones que llevaron a los colonizadores y
fundadores a dar un determinado nombre a los diferentes lugares del territorio?
¿Qué componentes ideológicos de diversas tradiciones se esconden en esas
motivaciones? En este informe parcial se muestran los resultados generales del
proyecto y la metodología para el análisis del material.
Palabras
claves: Toponimia, coronimia, motivación
lingüística, historia del Quindío.
El proyecto sobre Toponimia del Quindío es un intento sistematizado que tiene como
propósito establecer el corpus toponímico y describir las motivaciones
lingüísticas, históricas y culturales de los procesos de nominación en la
región, desde sus orígenes históricos hasta la actualidad. Para el efecto, se
estudian los diferentes tipos de topónimos, según la taxonomía de Camps y
Noroña (1989), y se establecen las posibles motivaciones de acuerdo con las
fuentes más confiables y con la percepción de los hablantes. El propósito es
responder dos preguntas: ¿Cuáles fueron las razones que llevaron a los
colonizadores y fundadores a dar un determinado nombre a los diferentes lugares
del territorio? ¿Qué componentes ideológicos de diversas tradiciones se
esconden en esas motivaciones?
Para
abordar estas preguntas se parte de los principios formulados por las
disciplinas lingüísticas que permiten analizar el hecho en apariencia simple de
“nombrar”. De acuerdo con los criterios teóricos, la denominación implica un
proceso enmarcado en factores sociales, culturales y lingüísticos. La inquietud
se acrecienta en la medida en que se pregunta no sólo por el nombre en sí, sino
también por la relación con los que propusieron y asignaron dichos nombres, y
se contrasta todo eso con los grupos sociales a los que pertenecían y con su
respectiva cultura.
El proyecto se concibe como un ejercicio
amplio que involucra varias etapas:
1. Acopio de los topónimos y sus variaciones según
los testimonios de los fundadores, la literatura escrita y los datos aportados
por historiadores y habitantes del lugar.
2. Análisis de la forma como la toponimia se
integra en la narrativa histórica y en las crónicas de los primeros años de la
colonización.
3. Recopilación parcial de la toponimia
popular (apelativos, variaciones y etimologías populares).
4. Confrontación de los datos históricos con
la nomenclatura actual que proviene de fuentes técnicas (Instituto Agustín
Codazzi) y oficiales (Oficinas de Planeación).
5. Confrontación de las motivaciones con el
imaginario de los grupos sociales implicados en el proceso de asignación y
transformación de los topónimos.
6. Análisis de los procesos de transformación
y derivación postoponímica (alónimos, apelativos y gentilicios en la toponimia
mayor).
7. Estudio de los fenómenos asociados con la
etimología popular.
8. Elaboración de una taxonomía completa de
la toponimia de la Hoya del Quindío, según el modelo de Camps y Noroña (1984,
1989).
9. Estudio de las visiones de mundo
involucradas en los procesos de nominación: Percepción de los hablantes acerca
de los topónimos más comunes, tanto en el uso cotidiano como en los imaginarios
que se revelan en la narrativa histórica y en las crónicas de fundación.
Por su naturaleza parcial e
interdisciplinaria, un esfuerzo como este sólo puede ofrecer datos sólidos
luego de una amplia discusión de los resultados. Un acercamiento
interdisciplinario proporciona mejores fundamentos a la comprensión de un fenómeno
en cuyo origen intervienen complejos procesos ideológico–comunicativos. Este primer momento del proyecto abarca las cuatro
primeras etapas y propone las ideas básicas que permitirán abordar las
siguientes hasta tener un mapa más o menos completo de la toponimia quindiana,
como aporte de la Universidad del Quindío a la investigación sobre los
referentes culturales de la región. En este proceso se ha contado con la
asesoría técnica del geógrafo Orlando Uriel Ramírez.
Lo
anterior nos permite abordar la hipótesis acerca de que los topónimos en
cuestión, además de remitir a un referente local, esconden contenidos muy
significativos que podrían revelar las motivaciones que llevaron a que se
escogiese un nombre dentro de la amplia gama de opciones por tomar. Igualmente,
la explicación desde el presente, que se mezcla con imaginación y etimologías
populares, ayuda a comprender la relación entre los nombres y sus usuarios,
marcada casi siempre por el afecto y la necesidad de tener orígenes ciertos.
1.
El acto de nombrar
El
hecho de nombrar se concibe como un
acto de habla correspondiente a la expresión de referencia definida singular,
al igual que otras manifestaciones, como expresiones descriptivas definidas
singulares, llamadas tradicionalmente denominaciones
populares o apelativos. En el
estudio del acto de nombrar se le da gran importancia al contexto situacional
que rodea al evento de habla de nominación de un lugar (Kripke, 2000; Searle,
2000). No se dejan de lado los elementos proporcionados por las disciplinas
clásicas; de hecho, se toman las definiciones, clasificaciones y explicaciones
de la Toponomástica, rama de la Onomástica
que estudia los nombres propios de lugares. Para Greimas y Courtés (1982), el
subcomponente onomástico desempeña un papel particular en los procedimientos de
figurativización:
Como ésta [la
figurativización] se caracteriza por la especificación y la particularización
del discurso abstracto (en cuanto aprehendido en sus estructuras profundas), se
considera que introducir antropónimos, topónimos y cronónimos (respectivamente
correspondientes, en el plano de la sintaxis discursiva, a los tres
procedimientos constitutivos de la discursivización: actorialización,
espacialización y temporalización), inventariables como yendo de lo genérico
(el “rey”, el “bosque”, el “invierno”) a lo específico (nombres propios,
índices espacio–temporales, fechado, etc.), confiere al texto el grado deseable
de reproducción de lo real (Greimas y Courtés, 1982: 177).
Diversos
autores se han encargado de realizar valiosas investigaciones en este campo
particular de los estudios lingüísticos; nos referimos, entre otros, a Rohlfs (1951,
1985), Tovar (1966), Osuna (1973), Camps y Noroña (1989), Trapero (2001),
Caridad Arias (2003) y, de manera especial, los colombianos Flórez (1957),
García (1989), Henao y Castañeda (2005) y el departamento de Dialectología del
Instituto Caro y Cuervo con su Atlas
Lingüístico Etnográfico de Colombia (1982). De esos trabajos se toman
presupuestos altamente significativos como, por ejemplo, la clasificación de
los topónimos proporcionada por Camps y Noroña y las informaciones sobre
onomástica y toponimia de los restantes autores, especialmente en lo relacionado
con la etimología y los aspectos diacrónicos.
La importancia de la onomástica para la lingüística
actual se evidencia en el hecho de que los topónimos, al igual que los
antropónimos y los cronónimos, “permiten un anclaje histórico cuya finalidad es
constituir el simulacro de un referente externo y producir el efecto de sentido
realidad” (Greimas y Courtés, 1982:
413); la onomástica, además, contribuye a la comprensión de muchos fenómenos
lingüísticos, históricos y culturales por cuanto, en su concepción amplia, se
refiere tanto al estudio de los nombres propios (naturales y culturales) como
al análisis del acto de nombrar, sus
contextos y motivaciones.
La toponimia no es otra
cosa que un espejo que refleja fielmente y traduce en palabras la andadura, las
ideas y los criterios del hombre. Por ello, acercarse a la toponimia de una
zona determinada es aproximarse a la diversidad cultural y lingüística de los
pueblos que se han establecido en ella desde las fechas más antiguas […]. Los
topónimos nos pueden informar de la motivación que los hizo surgir, de las
referencias físicas que les dieron significación en el momento de su formación,
del marco espacio–temporal en que nacieron. Los topónimos poseen la cualidad de
decirnos quiénes fueron sus creadores, en qué sistema se expresaban y también
proporcionan pistas sociolingüísticas por medio de las cuales se pueden
reconstruir las diferentes actitudes de los pueblos y las culturas. Por ello
los nombres de lugar […] nos muestran, al igual que los fósiles, los estratos
más antiguos de la formación cultural de un pueblo (Caridad Arias, 2003: 9).
1.1 La nominación como acto de habla
En la toponimia el
acto de nombrar no sólo produce un nombre para identificar un sitio; en ese
acto se expresa también un contenido social y se trasmiten emociones: no se
asigna un nombre cualquiera sino que se selecciona previamente de acuerdo con
unos moldes culturales. Eso explica el hecho de que en la toponimia se
presentan regularidades en las fuentes de nominación: de la flora
(fitotopónimos), la fauna (zootopónimos), cuerpos de agua (hidrotopónimos),
accidentes y características del terreno (orotopónimos y fisiotopónimos),
actividades económicas (pragmatopónimos), etc., pero también de individuos
históricos (antropotopónimos), del ámbito cultural y étnico (etnotopónimos) y
del mundo mágico–religioso (hierotopónimos, hagiotopónimos).
Para Searle, el
hecho de nombrar y su resultado, el nombre propio, corresponden a un acto de
habla que él denomina acto de habla de la
referencia. “La emisión de una expresión referencial sirve
característicamente para aislar o identificar un objeto particular […] El
término expresión referencial no
intenta implicar que las expresiones referenciales tienen referencia. Al
contrario, […] la referencia es un acto de habla” (Searle, 1990: 36–37). En ese
contexto, el nombramiento de las cosas es algo común pero muy complejo en sus
procesos. “A primera vista nada parece tan fácil de comprender en filosofía del
lenguaje como nuestro uso de los nombres propios. Aquí está el nombre, allí
está el objeto. El nombre representa al objeto” (Searle, 1990: 166). El acto de
nombrar o “bautizar” conlleva en sí mismo una serie de elementos que hacen
parte del ambiente cultural, del estatus de aquellos que nombran y de la
situación particular que rodea el hecho.
El asunto, sin embargo, no se puede resumir
fácilmente. En su propuesta de solución al problema del estatus del nombre
propio en la Filosofía del Lenguaje, Searle afirma:
La peculiaridad e inmensa conveniencia de los nombres
propios en nuestro lenguaje reside precisamente en el hecho de que nos
capacitan para referirnos públicamente a objetos sin estar forzados a plantear
cuestiones y llegar a un acuerdo con respecto a qué características
descriptivas constituyen exactamente la identidad del objeto. Ellos funcionan
no como descripciones sino como perchas en las que colgar las descripciones (2000:
115).
No se
pueden dejar de lado los factores (situacionales, afectivos, culturales) que inciden
y se expresan en la denominación, al igual que los hechos previos y el momento
mismo del nombramiento. De esta manera se garantiza un examen más profundo,
completo y totalizador del fenómeno y se pueden comprender los intereses de una
persona o los de su grupo social, la intencionalidad de los que intervienen y
las motivaciones que llevan a dar un nombre. No existe, pues, ningún elemento
gratuito en este acto comunicativo.
Así
mismo, a veces denominamos no con una palabra sino con una frase o expresión,
lo que Searle llama “expresiones de descripciones definidas singulares”. En
esta otra forma de llamar las cosas, de nombrarlas, caben los apelativos o
denominaciones populares, los eufemismos, las formas despectivas, los
circunloquios y los usos perifrásticos. Esto indica que no sólo se hace una
primera y perdurable elección de un nombre; a la vez se selecciona una forma
gramatical en virtud de las asociaciones canónicas o la eufonía. A más de lo
anterior, el usuario puede elegir una forma entre varias posibles: topónimo original,
nombre informal, gentilicio oficial o vernáculo, etc.
El
acto de nombrar, en consecuencia, está en íntima relación con la forma de ver
el mundo, de percibirlo, de aprehenderlo e interpretarlo. La complejidad de
este proceso queda clara con la bella formulación del investigador chileno Luis
Alfonso Gómez Macker:
Nombrar es un acto
absolutamente humano mediante el cual se establece, o mejor dicho se crea, en
forma arbitraria una relación inteligible entre un nombre y una cosa que se
nombra; entre una cosa y el nombre que la distingue. Nombrar es un acto
creativo bivalente. Es, por una parte, recortar mentalmente (en imágenes o
conceptos) las cosas que nos circundan desde el continuum perceptible de lo
real; es, por otra, construir entidades espirituales en el interior de nuestras
conciencias y presenciarlas mediante los mecanismos del decir, asignándoles
carácter re–presentativo […] Nombrar, poner nombre a
algo, aprender o manejar nombres no es un quehacer exclusivamente lingüístico o
gramatical, sino un acontecer socio–cultural que tiene sus raíces en la
naturaleza misma del hombre (Gómez Macker, 1977: 97–98).
1.2 La motivación
En
onomástica la motivación se relaciona con dos principios fundamentales que
actúan como presupuesto de todo estudio: Principio
de evidencia semántica (los topónimos tienen significado en las
lenguas en que fueron creados) y principio
de motivación objetiva (los nombres con frecuencia se deben a alguna
característica de los lugares a los que dan nombre) (Dirección General, 2005:
97). Por ejemplo, Galmés (1996:
12) anota que en la toponimia la flora y los accidentes del terreno son más
comunes que la fauna, por ser inamovibles o particulares de un lugar.
Es
posible que, en un momento dado, los hablantes sean conscientes de los nexos
que pueden existir entre un nombre y la motivación que lo relaciona con
determinado referente. Con el concurso de la historia, la geografía y los
estudios sociológicos y lingüísticos se pueden explicar las motivaciones que
han tenido los denominadores, anónimos o no, de acuerdo con sus intereses de
clase y grupo social. Sin embargo, el paso del tiempo, el cambio lingüístico y
los procesos sociales y culturales, con frecuencia hacen perder las huellas de
la motivación. Un topónimo que era transparente
(en su semántica básica, su motivación y su etimología), se hace opaco (Ullmann, 1965: 91ss) para el
hablante actual, que revierte la motivación para encontrar un sentido en la
“etimología popular” o fantástica. Como lo advierte Galmés:
La toponimia es
extraordinariamente estable y nos conserva con frecuencia viejísimos
testimonios de los siglos más alejados de nuestra historia. Pero los topónimos,
en su evolución o por el desuso de la lengua que les dio origen, pueden hacerse
opacos, y es entonces cuando tiene lugar la reinterpretación, operada en la
conciencia del hablante, que tiende a reagrupar formas etimológicamente oscuras
con raíces conocidas de aspecto semejante (Galmés, 1996: 12).
Son topónimos transparentes “los
que son comprendidos por las personas que conocen la lengua en que están
expresados”, y topónimos opacos “aquellos cuyo significado
desconocemos al quedar ocultos por una evolución formal de los topónimos […],
por tratarse de palabras que han caído en desuso o por desconocimiento de la
lengua en que fueron creados” (Dirección General, 2005: 96). La “etimología
popular” resuelve el enigma del sentido motivacional explicando con lógica
rigurosa la razón de los topónimos opacos, convirtiéndolos en aparentemente transparentes o seudotransparentes
en otros planos semánticos. El efecto de esas motivaciones retrógradas, o
“asociaciones etimológicas” como prefiere llamarlas Galmés, es muy interesante
y debe ser tenido en cuenta en el análisis toponímico. García (1986: 20) define
la etimología popular como “la falsa conexión etimológica entre términos”,
común no sólo en la toponomástica sino también en las contaminaciones
semánticas del habla popular. Topónimos con étimo desconocido, enigmático o
plural, topónimos tautológicos, falsas “transparencias” y explicaciones
imaginativas por analogía son algunos de los fenómenos con los que se debe
lidiar en la labor de comprender la motivación en la asignación de nombres. En el Quindío tenemos, por ejemplo, el caso paradigmático
de Filandia, supuestamente un híbrido
latino por “hija de los Andes”, como explica la tradición apelando a la
motivación retrógrada por desmonte seudomorfológico.
2.
Metodología
El proyecto de Toponimia del Quindío se apoya
en el trabajo interdisciplinario, la búsqueda de fuentes documentales, la
confrontación de las mismas y el manejo técnico de los datos. El corpus fue
construido de acuerdo con las convenciones del trabajo toponímico (Terrado, 1999)
y se encuentra consignado en tres soportes: Grabaciones, fichas de registro y archivos
gráficos. Los topónimos se confrontaron con la narrativa histórica, las
crónicas de fundación, los documentos oficiales y fuentes de
distintas disciplinas para establecer el corpus y proceder al análisis.
Se
consultaron también las monografías empíricas, en su mayoría compiladas por historiadores
aficionados. Aunque casi todas ellas carecen de profundidad investigativa y de
declaración de fuentes, lo que las hace poco confiables para la historia,
permiten comprender el conflicto entre imaginación
histórica y fuentes documentales (White, 1992), tan importante en los
estudios culturales.
En términos metodológicos, la toponomástica puede ser localista o comparatista, según la forma como
asuma el estudio del corpus: “Trata de explicar cada nombre por sí mismo”
o “confronta los topónimos de diferentes regiones” (Caridad Arias, 2003: 60). En
nuestro caso, debido a la dificultad para el rastreo de fuentes originales,
sobre todo las de lenguas indígenas que carecen de registros, seguimos todas
las pistas posibles sin descartar ninguna opción. A esto se suma el problema de
la superposición de distintos tipos de contaminación por etimología popular, lo
que requiere una inspección cuidadosa de los materiales.
Categoría
|
Tipo de
topónimo
|
Topónimo
tomado de
|
||
Origen natural
o cultural
|
Antropotopónimo
|
Un
antropónimo [persona]
|
||
Arqueotopónimo
|
Un arqueónimo
[vestigios del pasado]
|
|||
Fitotopónimo
|
Un fitónimo
[flora]
|
|||
Zootopónimo
|
Un zoónimo
[fauna]
|
|||
Etnotopónimo
|
Un etnónimo
[raza, nación o pueblo]
|
|||
Hidrotopónimo
|
Un hidrónimo
[cuerpo de agua]
|
|||
Orotopónimo
|
Un orónimo
[formas del relieve]
|
|||
Geotopónimo
|
Geónimos
[accidentes geográficos]
|
|||
Topotopónimo
|
Topónimos de
otros países
|
|||
Pragmatopónimo
|
Actividades
económicas y de producción
|
|||
Híbrido o mixto
|
Dos o más
fuentes naturales o culturales
|
|||
Hierotopónimo
|
Hagiotopónimo
|
Un hagiónimo
[lo santo y sagrado]
|
||
Mitotopónimo
|
Un mitónimo
[fábulas y mitos]
|
|||
Teotopónimo
|
Un teónimo
[divinidades]
|
|||
Origen lingüístico
|
Europeo
|
Hispano
|
La lengua
castellana
|
|
No hispano
|
Otras lenguas
europeas
|
|||
Amerindio
|
Las lenguas
aborígenes de América
|
|||
Afroamericano
|
Lenguas
africanas o afroamericanas
|
|||
Híbrido o
mixto
|
Dos o más
fuentes lingüísticas
|
|||
Exónimo
|
La forma
castellana de un topónimo foráneo
|
|||
Tabla 1. Taxonomía de los topónimos (adaptada de Camps
y Noroña, 1989).
El resultado de las pesquisas arroja los
siguientes documentos, terminados y en preparación, con los cuales se pretende
diseñar el libro Estudios sobre toponimia
del Quindío:
1. “Taxonomía de los topónimos del Quindío”, con
el inventario completo y un estudio parcial de las fuentes de nominación.
2. “Motivación e ideología en la coronimia
del Quindío”, que propone una mirada histórica y cultural a los corónimos
(nombres de municipios y corregimientos) del departamento del Quindío. En este
documento son de suma importancia las crónicas históricas de viajeros,
colonizadores y literatos. Se recogen también las percepciones de los
hablantes acerca de los significados afectivos y la imaginación histórica
asociada a cada nombre, como resultado de la apropiación y uso de los
topónimos.
3. “Hidronimia y oronimia del Quindío”, que
incluye una mirada a la historia de los referentes más destacados y a las
tradiciones que se entremezclan en la geografía.
4. “Los nombres de los barrios de Armenia y
Calarcá”, en el que se revisan los procesos culturales mediante los cuales se
superponen tradiciones diversas y se ejemplifican las tensiones entre el uso y
la denominación administrativa.
5. “La derivación postoponímica”, que estudia
los aspectos lingüísticos y pragmáticos de la asignación y uso de los gentilicios
y las tensiones entre gentilicios administrativos y apelativos populares (Ferreccio,
2006).
6. “Aspectos lingüísticos de la Toponimia del
Quindío”, en el que se analizan los aspectos lingüísticos (formales, semánticos
y pragmáticos) asociados a una muestra de la toponimia del Quindío, con
especial énfasis en los procesos de denominación de los sitios urbanos y
rurales y en las relaciones afectivas que se establecen entre los topónimos y
los hablantes.
En el deseo de proveer a la comunidad
académica de un corpus fiable que sirva como elemento de trabajo para el
desarrollo de posteriores investigaciones, profundizaciones y reelaboraciones
sobre tópicos afines, es necesario anotar que el aporte de los escritos
históricos es muy importante en el estudio de la toponimia del Quindío. Los datos
acerca de los topónimos se ponderan de acuerdo con esos referentes y se
contrastan con las especulaciones y recuerdos de los informantes, en su mayoría
difusos o imprecisos. Los testimonios orales permiten recuperar el valor que
atribuyen los hablantes a los topónimos en las conexiones con su historia, su
cultura y sus deseos de identidad.
3.
Resultados y discusión
Una
taxonomía es sólo una posible orientación para el análisis, pues las
hibridaciones ideológicas, culturales, históricas y lingüísticas sobrepasan
cualquier clasificación. Como se puede ver en los ejemplos particulares, muchos
topónimos se resisten a develar la sustancia ideológica de sus motivaciones y
son el punto de encuentro de etimologías dispersas, historias asociadas y
cultura popular. Una dificultad adicional es la presencia de duplas toponímicas
por la superposición de culturas, en especial por las interacciones entre el
castellano, las lenguas aborígenes y las denominaciones populares. Como lo
afirma García (2006: 46):
La superposición de culturas conduce a la
duplicación verbal del topónimo, transformando a la larga los nombres comunes
de la cultura antigua en nombres propios de la cultura moderna. Parece ser que
el hablante conquistador o dominador tiende a designar las cosas que ve […] con
los nombres de su propia lengua (traducción voluntaria o involuntaria) y,
cuando se descubre o se cae en la cuenta de que ya tienen otro nombre (en la
lengua de la población sometida o de otra anterior, que se resisten a
desaparecer), se tiende a resolver el conflicto lingüístico (y a veces social)
mediante la duplicación […], transformándose así lentamente el nombre común de
la lengua antigua en nombre propio de la nueva.
Por
otra parte, advierte Trapero (2001: 1085), la toponimia no es exclusivamente el
estudio del origen de los topónimos, sino además la explicación de la
“acomodación léxica (fonética y gramatical) a cada lugar, según la norma
dialectal dominante, y hay que estudiar también los aspectos semánticos que
caracterizan a cada topónimo, considerado dentro de una estructura léxica que
se manifiesta de manera particular en cada lugar”. En cuanto a la etimología,
preocupación general en este tipo de estudios, el mismo Trapero sugiere limitar
la búsqueda aplicando un principio de pertinencia: “La etimología interesa a la
toponomástica cuando un término es un topónimo básico, pero no cuando pasa a la
toponimia como apelativo previo de la lengua”. Por lo tanto, el rastreo
etimológico de un componente toponímico usual, como Valle, Monte o Río, que no se constituye en topónimo
básico, sólo se justifica cuando en su uso hay desviación de la lengua común;
aplicando el mismo principio tampoco procedería ese rastreo en el caso de
exotopónimos, antropotopónimos y topotopónimos usados sin ninguna variación,
que tienen fundamentalmente valor ideológico.
Por
todo lo anterior, varios de los topónimos analizados aparecen marcados con más
de una tipología y el conteo de las hibridaciones de todo tipo es
estadísticamente redundante[4].
La toponimia del municipio
de Calarcá (Tabla 2) y su taxonomía (Tabla 3) son un buen ejemplo de lo que
ocurre en general en el corpus analizado. En esta taxonomía, en la que no se marcan las hibridaciones, existe
una variedad amplia de antropotopónimos, lo que sugiere la importancia de los
personajes de la historia, los fundadores y los agentes del desarrollo local. En el Quindío es
frecuente el homenaje a los colonizadores de territorio y fundadores de pueblos
en la toponimia interna de los municipios (barrios, parques, sitios,
instituciones públicas). Igualmente,
se destacan los fitotopónimos, como clara ilustración de la incorporación del
paisaje en la toponimia.
Barrios
|
Corregimientos
|
Veredas y
Centros Poblados
|
|
21
de Mayo
Antonia
Santos
Antonio
Nariño
Asomeca
Avenida
Colón
Balcones
Balcones
de La Villa
Berlín
Bioma
Bomberos
Caldas
Chambranas
Cristo
Rey
Ecomar
El
Bosque
El
Cacique
El
Jardín
El
Laguito
El
Manantial
El
Pescador
El
Pinar
El
Porvenir
El
Prado
Fundadores
Gaitán
Gómez
González
Guaduales
Inés
Juliana
Invasión
Colombia
Joaquín
Lopera
La
Esperanza
La
Floresta
La
Huerta
La
Isla
La
Primavera
Ladrilleras
Las
25 Casas
Las
Aguas
Las
Américas
Las
Camelias
Las
Ferias
Las
Palmas
Las
Palomas
Las
Quintas
Las
Terrazas
|
Las
Villas
Laureles
Lincoln
Llanitos
de Guaralá
Llanitos
Piloto
Los
Charcos (Milancito)
Los
Colores
Los
Indígenas
Luis
Carlos Galán
Margarita
Hormaza
Marruecos
Martiniano
Montoya
Milciades
Segura
Montecarlo
Naranjal
Ortega
Oscar
Tobón
Palmar
de La Sierra
Plazuela
de La Villa
Popular
Portal
de Balcones
Portal
de La Pradera
Portal
del Quindío
Pradera
Alta
Pradera
Baja
Quintas
del Cacique
Rincón
del Bosque
Robledo
San Bernardo
San
José
Santa
María Luisa de Marillac
Santander
Segundo
Henao
Simón
Bolívar
Valdepeña
Valencia
Varsovia
Veracruz
Versalles
Villa
Astrid Carolina
Villa
Grande
Villa
Inés
Villa
Italia
Villa
Jazmín
Villa
Tatiana
Zaguanes
|
Barcelona
|
Barragán
Calle Larga
El Cairo
La Cabaña
La Española
Playa Rica
Rioverde
Travesías
|
Quebradanegra
|
Alto del Oso
El Calabazo
El Pensil
Guayaquil
Quebradanegra
Vistahermosa
|
||
La Virginia
|
La Paloma
La Rochela
La Virginia
Las Palmas
Santodomingo Alto
|
||
Aguacatal
Alto del Río
Balboa
Bohemia
Buenos Aires Alto
Buenos Aires Bajo
Chagualá
El Castillo
El Cebollal
El Crucero
El Túnel
La Albania
La Bella
La Estrella
La Floresta (La María)
La Granja
La Primavera
La Ye
Las Auras
Los Tanques
Milciades Segura
Planadas
Potosí
Pradera Alta
Pradera Baja
Puerto Rico
San Rafael
Santodomingo Bajo
|
Tabla 2. Toponimia administrativa del municipio de
Calarcá.
Tipología
|
Barrios,
corregimientos, veredas y centros poblados
|
Antropotopónimo
|
Antonia
Santos, Antonio Nariño, Avenida Colón, Caldas, Gaitán, Gómez, González, Inés
Juliana, Joaquín Lopera, Lincoln, Luis Carlos Galán, Margarita Hormaza,
Martiniano Montoya, Milciades Segura, Oscar Tobón, Robledo, Santander,
Valencia, Villa Astrid Carolina, Villa Inés, Villa Tatiana, Barragán, Balboa, Segundo Henao
|
Fitotopónimo
|
El Bosque,
Las Camelias, El Jardín, El Pinar, El Prado, Guaduales, La Floresta, La
Huerta, La Primavera, Las Palmas, Naranjal, Palmar de la Sierra, Portal de la
Pradera, Pradera Alta, Pradera Baja, Rincón del Bosque, Jazmín, El Calabazo,
Las Palmas, Aguacatal, El Cebollal, La Floresta, La Granja, La Primavera,
Pradera Alta, Pradera Baja.
|
Zootopónimo
|
Las Palomas, Alto
del Oso.
|
Etnotopónimo
|
El Cacique, Los
Indígenas.
|
Hidrotopónimo
|
El Laguito,
El Manantial, Las Aguas, Los Charcos, La Isla, Playa Rica, Río Verde, Quebrada
Negra, Alto del Río.
|
Orotopónimo
|
Planadas,
Llanitos de Guaralá, Llanitos Piloto.
|
Geotopónimo
|
Travesías, La
Isla, La Y.
|
Topotopónimo
|
La Albania, Valdepeña.
|
Pragmatopónimo
|
Bomberos,
Ladrillera, Las Ferias, Los Tanques.
|
Hierotopónimo
|
La Esperanza,
San Bernardo, San José, Santa María Luisa de Marillac, Veracruz, La Virginia,
San Rafael, Santodomingo Bajo, Cristo Rey.
|
Otros
|
Asomeca, Invasión Colombia, Fundadores, Balcones, Balcones de la Villa,
Chambranas, Las Quintas, Las Terrazas, Zaguanes, Calle Larga, La Cabaña, El
Castillo, El Crucero.
|
Tabla 3. Taxonomía inicial de los topónimos de Calarcá.
En el caso de la
coronimia del departamento (Tabla 4.), saltan a la vista tres hechos
importantes: El alto peso relativo del sustrato cultural amerindio, la
tendencia hacia los topotopónimos de origen europeo y la ausencia de
hierotopónimos en la toponimia mayor, lo que contrasta con la toponimia de
otras regiones de similares influencias culturales (Cano y Castrillón, 2011).
En la toponimia menor la distribución es mucho más equilibrada y se superponen
más tradiciones, como puede verse en el ejemplo de Calarcá.
El
caso de Quimbaya, que se llamó antes La Soledad (nombre del paraje) y
Alejandría (nombre del pueblo fundado), es muy útil para comprender estas peculiaridades
porque está bien documentado (Galvis, 1982; Alzate, 1984; Echeverry, 1999;
Valencia, 2011). El nombre definitivo fue asignado desde
Manizales, en la Asamblea de Caldas, como etnotopónimo tardío y de origen
puramente administrativo que caló en el uso y generó un simbolismo retroactivo
que perdura hasta hoy:
A Alejandría,
nombre propuesto en el proyecto inicial, se sumaron los de Bolívar, Andalucía y
Lorena, pero no fueron aceptados. El diputado Carlos Jaramillo Isaza propuso el
nombre de Quimbaya como homenaje a la civilización que habitó las tierras en donde
se localizaría el nuevo municipio, nombre con el cual apareció el proyecto de
creación para tercer debate en la sesión del 4 de abril de 1922 […]. El nombre de Quimbaya hacía alusión a toda la jurisdicción
territorial, pero su cabecera se localizaba en el corregimiento de Alejandría. De
manera que la localidad no cambió de nombre, pero por la fuerza de la costumbre
se terminó por identificarla como Quimbaya (Valencia, 2011: 121).
Génova y Calarcá, por su parte, son topónimos
inaugurales, dichos, puestos y explicados, como es común en la tradición de los
fundadores letrados. Así lo cuenta el fundador de ambos pueblos, Segundo Henao,
en su libro La Miscelánea (1921: 15–16):
Yo, que vivía en Salento en una situación un poco
alarmante de pobreza, con mi familia resolví venirme a Santo Domingo, que así
se llamaba esta fracción por el nombre del río […]. Pasó algún tiempo y viendo
yo que nos quedaba muy lejos para proveernos de víveres, les propuse a unos
pocos colonos que había, que fundáramos un pueblo, aunque fuera un rancherío […]
me eligieron para que hiciera el plano y le diera nombre a la población; le
puse el nombre de “Calarcá” en memoria del jefe de “los Pijaos”, uno de los
aborígenes más valerosos del continente americano […].
En ese tiempo, a causa de una guerra, conocí unos
terrenos muy buenos en las cabeceras del río “Barragán”, y me fui a dichos
terrenos con el fin de montar una finca y fundar una población y en efecto,
cuando ya había algunos colonos que me ayudaban, elegí el punto y tracé el
pueblo por un plano inventado por mí y le puse el nombre de Génova en
recordación de la hermosa ciudad de Italia que recibió el primer aliento y
acarició las primeras sonrisas de Cristóbal Colón, que vino a ser el
descubridor del nuevo mundo.
Topónimo
|
Tipología
|
Origen
|
%
|
Armenia
Circasia
Córdoba
Filandia
Génova
Salento
|
Topotopónimo
|
Euroasiático
|
70
|
La Tebaida
|
Híbrido (topotopónimo, título
de una epopeya)
|
||
Buenavista
Montenegro
|
Geotopónimo
|
||
Calarcá
|
Antropotopónimo
|
Amerindio
|
30
|
Quindío
Pijao
Quimbaya
|
Etnotopónimo
|
Tabla 4. Corónimos del
Quindío.
Como es común en el uso, cuando la etimología del topónimo
es de difícil rastreo o explicación, se generan sobre su origen leyendas
populares que se basan en el significado inmediato o asociativo del nombre, en
sus vecindades paronomásticas o en su desmonte seudomorfológico (motivación
retrógrada) para encontrar un sentido. Según Reyre, esta
búsqueda, que se basa en rastreos etimológicos de “pensamiento analógico y
paronomástico”, se relaciona con el deseo de elaborar “una imagen identitaria
colectiva” (1995: 32), que procede a ligar lo presente con la tradición
clásica de más prestigio. En consecuencia, lo que esas motivaciones retrógradas
proporcionan es una imagen de la genealogía que el grupo quisiera tener. Algunas
de las etimologías populares son claramente fantásticas, otras recogen
explicaciones imaginativas o meyorativas que conservan algún contacto con la
etimología más probable y agregan narratividad a la descripción toponomástica.
Por ejemplo, a uno de los barrios de Armenia
los constructores lo bautizaron “Jesús María Ocampo” (1971), en honor al
fundador de la ciudad; pero la comunidad no acogió la denominación porque ya
circulaba entre los pobladores “La Isabela”, designación histórica de la finca en
cuyos terrenos se edificó el barrio. Según testimonio de Alicia Bernate
(Castrillón et al., 2003: 98), se trata de un antropotopónimo por el nombre de
la hija de los dueños originales del terreno, Gabriel Villa e Inés Jaramillo. Durante
un tiempo los dos topónimos alternaron en el uso oficial y cotidiano, pero
prevaleció el segundo. Posteriormente “Jesús María Ocampo” se recicló para
denominar un barrio cercano y la confusión entre los dos ónimos desapareció poco
a poco por la fuerza del uso.
En el mismo sentido, el
origen del corónimo “Armenia” y de su gentilicio popular, “cuyabro”, ha sido
objeto de una amplia especulación que incluye componentes religiosos, históricos
y migratorios (Matiossian,
2003). El recorrido por esa especie de “imaginación histórica” (White, 1992)
sobre los orígenes recupera un amplio conjunto de referentes culturales y marca
la línea de las luchas por el poder simbólico, pues la fuerza fundacional de los nombres suele asociarse
no sólo a la toponimia propiamente dicha, sino a todo tipo de eventos, como lo
demuestra Terrado (1999).
Lo mismo ocurre con los apelativos, como el
de Armenia, “Ciudad Milagro”, en referencia al desarrollo de la ciudad desde la
mitología de la lucha de los fundadores con la selva virgen. Se origina en una
expresión admirativa del poeta Guillermo Valencia, tal como lo cuentan Restrepo
y Hernández (2000: 30):
La llegada de la primera locomotora a ese sitio [la
Estación de Armenia] el 24 de abril de 1927, marcó un momento histórico y de transformación
en la ciudad, pues en ella arribó el maestro Guillermo Valencia para participar
en la inauguración de la línea Nacederos–Armenia. El poeta, motivado por la
trascendencia del acto, expresó la famosa frase: “Esto es un milagro de
ciudad”, de donde nació la conocida perífrasis que identifica a la capital del
Quindío.
A esto se suma el hecho
de que, según Terrado (1999: 93), en Colombia es común el uso de topónimos
exóticos, muy propicios para la generación de topoetimologías fantásticas:
Las resonancias evocadoras de los nombres exóticos,
reales o ficticios, pueden favorecer que tales nombres se usen para designar
nuevas tierras también exóticas. Topónimos colombianos como Antioquia, Palmira, Florencia o Armenia, no parecen ser debidos a
colonizaciones procedentes de tales lugares. Un halo de misterio y de lejanía
debía rodear a tales nombres y también el misterio envolvía las posibilidades
de las nuevas tierras en que se iniciaba la nueva vida de los colonos.
Un buen ejemplo de topoetimología fantástica
es el corónimo “Filandia”, que la tradición deriva del latín filia y de Andes (o del anglosajón land, según otras versiones), para
formar el cognomento “Hija de los Andes”, que se sustenta en la ubicación
geográfica de la población. Algunos cronistas reproducen y recrean la historia
del origen del corónimo, con el agregado de la retórica identitaria y la
epicidad propia de la gesta colonizadora. La narratividad fortalece la
imaginación histórica a tal grado que todo esto sólo puede ser “real” entre
quienes se sienten arropados simbólicamente por el nuevo nombre:
Procedentes de tierra paisa, justamente el 20 de
agosto de 1878, unos a pie, otros a caballo y los demás con las mulas cargadas
de herramientas, cobijas, esteras de hiraca, mujeres y niños llevados a hombros
o hacinados entre canastos y angarillas, provisiones y animales domésticos,
entran […] don Felipe Meléndez, hombre de gran cultura y empresa acompañado de
los bravos y valientes descuajadores de montañas, labriegos e industriales
señores José León, Carlos Franco, Eliseo Buitrago y tantos otros cuyos nombres
se escapan a la historia, observan el sitio ideal para levantar la gran ciudad
cuyos cimientos se hunden en el contrafuerte occidental del macizo andino
frente a la gigantesca cordillera […] e inspirado en la belleza del paisaje,
sonríe con ademán pletórico y sin vacilar un instante la bautiza con la hermosa
acepción formada del latín y del inglés, filia,
hija, y landia, Andes [sic]; “Hija de
los Andes”.
Nace así para la historia política y administrativa de
Colombia un pueblo que tiene de noble desde su nombre poético, real y
cortesano, hasta el porte señorial e hidalgo de su cima majestuosa, de
edificaciones sobrias y solariegas construidas con el roble corpulento de sus
selvas.
Dicen los antiguos que su nombre tradicional fue el de
Nudilleros en recuerdo de la planta
de nudillo y en razón de su gran proliferación (Restrepo, 1978: 29–30).
La versión se repite incluso en la
actualidad, lo que demuestra la fuerza de la tradición toponímica y la
pervivencia de los imaginarios que sobre ella se asientan:
El nombre de Filandia no tuvo su origen en ningún
sitio en Europa, aunque muchos lo confunden con el país nórdico, Finlandia.
Dice don Heliodoro Peña, en su Geografía e
Historia de la Provincia del Quindío (1892) y corrobora don Alfonso
Valencia Zapata en su Quindío Histórico
(1955) que el nombre de Filandia se lo puso el ciudadano Felipe Meléndez, uno
de los primeros pobladores de la aldea Nudilleros, donde se creó el pueblo. El
señor Meléndez creó el nombre Filandia en una composición de dos vocablos del
latín: Filias, que simboliza hija, y Andinus, que quiere decir natural de los
Andes, o de la cordillera Andina. En ese orden, la palabra Filandia significa
hija de los Andes (Rojas, 2010: 95).
El contraste entre la nueva construcción
toponímica y el fitotopónimo que se anula con el nuevo nombramiento es enorme.
Como la semántica y la sintaxis del topónimo no son claras y el uso de
exotopónimos europeos era muy común en la época, las dudas sobre esta bella
historia son previsibles:
Sin ningún documento fehaciente, “historiadores”
advenedizos afirmaron que su nombre provenía del latín filia y del inglés land,
baturrillo que para ellos traducía “Hija de los Andes”, cuando land significa –en este caso– tierra,
terreno, suelo. [Los fundadores] hombres de jornadas fuertes y duras […] no
podían ser amigos de disquisiciones filológicas nacionales o foráneas para
designar el pueblo por ellos fundado. Lisa y llanamente lo bautizaron
Finlandia, como el país europeo del mismo nombre.
Si hojeamos el archivo de la casa cural,
correspondiente a dos años de la década de 1890, encontramos que se escribió Finlandia en los libros de registro
eclesiástico […].
Es probable que a algún ingenioso bohemio o no
bohemio, adicto a versiones abultadas y a latinajos y extranjerismos sin pies
ni cabeza, se le antojara suprimir la primera ene y publicar a los cuatro
vientos lo de Hija de los Andes, lo que paulatinamente se fue aceptando hasta
oficializar definitivamente el nombre contrahecho y adulterado de Filandia (Naranjo, 1992: 4).
La propensión por el exotismo y la
hibridación es clara si consideramos una tendencia que se refleja en la denominación
de los barrios de la ciudad de Armenia, como se evidencia en los astiónimos
superlativos que rodean el parque que se construyó en honor a los fundadores,
lo que marca la estratificación de la ciudad desde la toponimia: “En 1937 el
municipio compra los terrenos donde hoy encontramos el Parque Fundadores, que
genera así un nuevo sector residencial que se denominó Las Quintas. En 1950 el ICC financia la construcción de nueve casas
denominadas Alcázar […]. En esas
construcciones participaron arquitectos italianos” (Beltrán, 2006: 92).
En otros casos es el componente popular el
que entra en juego con su dinámica propia. Por ejemplo, según una de las
explicaciones del cambio de Tolrá a Buenavista (Vásquez, 2002), se eligió el
nuevo nombre porque uno de sus habitantes, el señor Luis Felipe González, dueño
de una finca en esta población, al admirar los hermosos paisajes que se
observaban desde su casa decidió escribir en un lugar visible y en letras
grandes Buenavista, lo que fue
acogido por los vecinos porque representaba bien el elemento identitario que
querían para su pueblo (Moscarella et al., 1984). La fuerza de la tradición es
tal que las razones del nombre se imponen más allá de la posible verdad
histórica, como lo muestra este testimonio de una visitante:
Nos preguntamos por qué se llamaría de esta manera,
pero al llegar allí comprendimos el por qué de su nombre. Son realmente
sorprendentes y maravillosos los paisajes que desde allí se pueden observar, la
inmensidad del valle está expresa, el verde de los montes resalta a la vista de
quienes por primera vez, al igual que nosotros, se encuentran en frente de tan
hermoso lugar. Como lo llamaría en alguna ocasión el poeta quindiano Mariano
Salazar, “Buenavista, a una cuadra del cielo”.
Un informante del mismo municipio revela el
imperativo de la motivación cuando habla de los barrios: “Los barrios son
nombrados dependiendo del lugar y de quienes los hayan construido”. Así
describe el origen de los nombres de los barrios de Buenavista:
El mirador: “Desde allí se puede observar el pueblo”.
Villa Jardín: “Queda ubicado en la parte baja, como un jardín”.
Obrero: “Porque había un aporte de la alcaldía y se le
sacaba dinero a los obreros del municipio y se le dio ese nombre”.
Alto Bonito: “Porque queda ubicado en una parte alta del
municipio y se observa muy bonito el paisaje”.
Dorado: “Fue construido por la Caja Agraria y le dieron ese
nombre”.
Naranjales: “Era llamado El Carangal, ya que pertenecía a la
zona de tolerancia, pero después del terremoto se le dio el nombre de Naranjales”.
Nuevo
horizonte 1 y 2: “Son barrios muy
pequeños y su nombre fue un convenio entre varias personas”.
Calle Muerta: “Se le
dio este nombre por la soledad de sus calles, por lo deshabitada”.
Lo público y lo
personal, lo histórico y lo anecdótico se funden en las explicaciones
toponímicas, como puede verse en la respuesta de un habitante de Buenavista
cuando se le pregunta por el nombre de su barrio:
Yo creo que esto se debió a que
cuando le iban a cambiar los nombres a los barrios, porque estos ahora años le
tenían unos remoquetes, unos nombres hasta feos. Ese alto arriba, yendo para el
cementerio, le decían “El Carangal”; esa calle del otro lado de por ahí otros
le decían la “Calle de los tramposos”, porque los que no pagaban salían por
ahí. Esto aquí le llamaban “El Morro”, pero dijeron que eso no era un nombre,
entonces le pusieron Alto Bonito y ahora lo conocen con ese nombre. Recuerdo
hace muchos años, estaba yo pequeño y hubo un reinado, eran dos reinas; la idea
era colocarle el apellido de la reina que ganara, para cambiarle el nombre al
pueblo. La una era Valladolid y la otra era Linares, siempre refiriéndose a
nombres españoles, y ganó Valladolid, pero la gente pensando y pensando al fin
no le pusieron ese nombre, siempre con la idea de que el nombre ideal era
Buenavista.
En esas tensiones entre lo culto y lo
popular, entre la tradición letrada y la oralidad, entre la historia imaginada
y la imaginación histórica, se enmarca, en términos generales, la toponimia del
Quindío.
4.
Conclusiones
La
toponimia es una estrategia en el deseo colonizador de nuevos territorios y
culturas, en la que intervienen intereses personales, sociales, económicos,
políticos y religiosos. Se coloniza nombrando lo nuevo y remplazando el nombre
de lo antiguo para conjurar la presencia de voces discordantes. Por ejemplo,
los topónimos de raíz indígena, con independencia lingüística o hibridados con
la tradición hispana, están ahí para recordarnos la complejidad cultural de la
región y la pervivencia del pasado. Los híbridos ideológicos y lingüísticos son
huellas de una tensión que se petrificó en el topónimo pero que, al desmontarla
en el análisis, evidencia una interacción cultural que está en la génesis de la
conformación histórica de las gentes del departamento. La hibridación se
manifiesta también en la complejidad de las motivaciones y en las
transformaciones morfológicas, en las que conviven diversas tradiciones.
En el recorrido
histórico por los topónimos, sus cambios y transformaciones, es clara y muy
dinámica la tensión entre ideología, cultura y lengua. Sin embargo, las
complejidades toponímicas tienden a desaparecer en los procesos de afirmación
de los topónimos actuales, a tal punto que de las nominaciones que yuxtaponían
y mezclaban lo lingüístico, lo religioso, lo etnográfico, lo histórico, sólo
perduran unas pocas: Al quedar en la historia, los topónimos antiguos conservan
las huellas de las interacciones culturales que les dieron origen pero su valor
simbólico tiende a opacarse. Un buen ejemplo es Pijao, que antes se llamaba
“Colón”, o la propuesta de “Villa Holguín” (antropotopónimo como homenaje a un
personaje histórico) para denominar a la actual Armenia (Lopera, 2003, 2005).
Un repaso a la historia y a la cultura desde
la época de la colonización del territorio demuestra el carácter particular de
la denominación, en especial por la poca presencia de hierotopónimos en la
toponimia histórica y el uso tardío de etnotopónimos, lo que no coincide con
los resultados de los estudios previos sobre la coronimia de la región de
influencia antioqueña (Cano y Castrillón, 2011).
Por
contraste, las marcas más notables en la toponimia menor (veredas, sitios y
poblados) de este departamento del Eje Cafetero son la pervivencia de la
tradición mariana, la utilización del santoral católico, el recuerdo de héroes
y personajes, la transferencia de topónimos de otras culturas y lugares, al
igual que la presencia de lo que Rohlfs denomina “terminología del mundo
vegetal, del agua y de la montaña”. Esto parece mostrar la alta tendencia
descriptiva del medio ambiente en la toponimia quindiana y su carácter reflejo
con respecto de la cultura hispana, pues los topónimos de origen indígena
corresponden a denominaciones tardías, como actos de reconocimiento a una
tradición olvidada y de poco peso cultural.
En los procesos de nominación administrativa,
que no pasan por el imaginario popular, se tiende a la arbitrariedad, como ocurre
con los nombres de los nuevos barrios, lo que genera tensiones toponímicas que
generalmente se resuelven por la dinámica del uso lingüístico. Se concluye,
además, que para los hablantes las historias y leyendas que se esconden detrás
de cada topónimo resultan más valederas que los datos verificables acerca de
las motivaciones de los fundadores y nominadores.
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[1] Profesor del programa de Español
y Literatura de la Universidad del Quindío y miembro de la Academia de Historia
del Quindío. Correo electrónico: sonorilo@yahoo.com. Este informe es producto
del proyecto de investigación sobre Toponimia
del departamento del Quindío (Universidad del Quindío, 2009–2011).
[2] Profesor del programa de
Español y Literatura de la Universidad del Quindío. Correo electrónico: alvaro_e_cano@hotmail.com.
[3] Profesora del programa de
Español y Literatura de la Universidad del Quindío. Correo electrónico: marbelrincon@uniquindio.edu.co
[4] En este informe de resultados se presentan
sólo algunos ejemplos para demostrar las hipótesis generales.
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