Camilo Cano, el cívico que se fue

Los armenios nos enteramos el pasado 18 de junio de la muerte de Camilo Cano Restrepo, persona que emprendió obras y acciones enmarcadas en ese civismo que por muchos años caracterizó a la «Ciudad Milagro». Su impronta quedó grabada en la Sociedad de Mejoras Públicas de Armenia, en sus acciones para conservar el parque de La Vida, en la creación de los tradicionales alumbrados decembrinos, en el Colegio Odontológico del Quindío y la Unión Javeriana universidad donde se graduó como odontólogo, y en su ejercicio de funcionario público como cuando fue secretario de gobierno en la alcaldía de César Hoyos Salazar (1990 – 1992) y le dedicó toda su energía a recuperar el espacio público y volver más amable y humano el centro de la ciudad, sin que mediara una acción popular ni un fallo de un juzgado que le ordenara hacerlo como ha sucedido con las últimas administraciones.

Además de estos hechos escritos a vuelapluma, será recordado por su denodado trabajo al frente del Aguinaldo de «Juanito» llevando presentes de navidad a números niños de barrios necesitados y a hogares de adultos mayores, entregándoles una sonrisa y un mensaje de esperanza en las festividades decembrinas gracias a la solidaridad que lograba congregar.

Sin embargo, el enorme legado que Camilo nos deja no se compagina con la exigua presencia de la institucionalidad pública y privada el día de sus exequias en la parroquia del Espíritu Santo, que más que una expresión de ingratitud debe servir para reflexionar sobre lo que representa el civismo para los armenios, palabra que proviene del latín civis, ciudadano y civitas, civitatis, ciudad. Civismo, sinónimo de buen ciudadano, se relaciona con urbanidad porque se refiere a las pautas mínimas de comportamiento social que nos permiten convivir en sociedad de manera civilizada. El civismo nace de la relación de una persona con su vecindario, con su ciudad, con su país. Hace referencia a ciertas conductas y pautas de comportamiento inspiradas en el respeto, la tolerancia y la obediencia a la ley y a las normas, al comportamiento adecuado, a la cultura y a la educación. Por tanto, se puede entender como la capacidad de saber vivir en sociedad y de trabajar para la sociedad. Esto se conoce como capital social, motor necesario para la prosperidad de una ciudad y un país.

En nuestro municipio el civismo fue impulsor de grandes obras y propósitos durante el siglo XX. Siempre estuvo presente en el espíritu de los armenios cuando, gracias a él,  se construyeron templos como la Catedral de la Inmaculada Concepción; se hizo el estadio San José y se creó el Atlético Quindío; se erigieron la Estación del Ferrocarril, Galería Central, Hospital de Zona, orfanato y Circo Teatro el Bosque; se hicieron parques como el Cafetero, Los Fundadores, Valencia, de Recreación y de La Vida; se creó la Universidad del Quindío; se trazaron calles y avenidas. Pero, también inspiró la solidaridad cuando el terremoto de 1999.

Además de lo mencionado, hubo una institucionalidad orientada por el espíritu cívico. Me refiero a la Sociedad de Mejoras Públicas de Armenia ―próxima a su centenario, a clubes como los de Leones y los Rotarios, a las juntas cívicas pro creación del Departamento, a las juntas de ornato y beneficencia, a la Lotería del Centenario, a la Fundación para el Desarrollo del Quindío, a las diversas expresiones de voluntariado y muchas otras que, sin pretender mirar al pasado con nostalgia, nos recuerdan que cuando se tiene este capital social se pueden hacer obras públicas con inspiración, creatividad y desprendimiento en beneficio colectivo y sin reclamar nada a cambio.

Empero, este sentimiento también estuvo presente en el mural Epopeya del Quindío del maestro Antonio Valencia y en los monumentos de Los Fundadores y del Esfuerzo de los maestros Roberto Henao Buriticá y Rodrigo Arenas Betancourt respectivamente que sirvieron para cimentar nuestra identidad. El civismo estuvo detrás de las celebraciones y conmemoraciones importantes, del ornato y embellecimiento de la ciudad, del mantenimiento de sus vías, parques, espacios públicos y mobiliario urbano, y del respeto y comportamiento ciudadano. Asimismo, también dejó su sello en la forma en que se hizo política y se regentaron los destinos de la ciudad en tiempos en los que se antepuso el interés público sobre el particular. El civismo fue sinónimo de progreso y convivencia.

Y no es que la sociedad de antes fuera mejor que la actual o que todo tiempo pasado haya sido mejor, pues debo reconocer que vivimos épocas diferentes y que la ciudad contemporánea se complejizó. Sin embargo, a juzgar por comportamientos amigables, responsables y solidarios de numerosos ciudadanos, no dudo de que aún hay muchos armenios con ese civismo corriendo por sus venas. Pero como este sentimiento se fundamenta en normas no escritas, costumbres y maneras que quizás nadie desconoce, pero que fácilmente se ignoran y olvidan cuando no se cultivan, mucho bien nos traería una dirigencia pública y privada con sentido cívico. Líderes que tuvieran tatuados en su mente el interés público y el valor de contar con un capital social sólido y redes ciudadanas consistentes. La pérdida de la cultura y la cohesión social es un factor que a menudo se pasa por alto sin reparar en lo demoledor que es el menoscabo de los rituales tradicionales y de las instituciones en las que se apoya la sociedad.

De ahí que sea la ocasión para reconocer el enorme legado que dejan personas como Camilo Cano, lo cual me inspira para ponerlo de ejemplo en tiempos en los que urge reorientar los destinos de la «Ciudad Milagro» hacia la construcción de una sociedad más participativa con mayor sentido de pertenencia, una sociedad que recupere ese civismo, solidaridad y compromiso que la caracterizó.

 

Armando Rodríguez Jaramillo

Presidente

Academia de Historia del Quindío

Correo: arjquindio@gmail.com /  X: @ArmandoQuindio  /  Blog: www.quindiopolis.co

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