Relatos sobre el Quindío (Parte 2)

En 2021 escribí Las décadas grises del Quindío, ensayo donde propuse una nueva mirada a la historia reciente del departamento y que contiene una reseña general de algunos hechos que moldearon la modernidad a partir de la llegada del ferrocarril en la primera mitad del siglo pasado. Esta reseña, que titulé Relatos sobre el Quindío, la presentaré a manera de crónica en tres entregas consecutivas.

 

El final del siglo 

Con la ruptura del Pacto Internacional del Café en 1989 que fijó cuotas de exportación y precios, las cotizaciones mundiales del grano se desplomaron a sus mínimos históricos arrastrando a la baja los precios internos. Esto menguó los presupuestos de inversión del gremio cafetero, cayeron los ingresos de los caficultores, disminuyó el poder adquisitivo, aumentó el desempleo, se desaceleró la economía y se sustituyeron cultivos del café, cambios que presagiaron el advenimiento de otro Quindío.

En los noventa sobrevino una transición política con la salida de escena de la generación de dirigentes que protagonizaron la creación del Departamento y que lo dirigieron por cerca de cerca de treinta años. A la sazón llegó una camada de políticos que por lo general tuvieron liderazgos transitorios y con frecuencia se vieron comprometidos en casos de corrupción como nunca había visto la región. Esto se agravó con la desnaturalización de los partidos, la creación de movimientos agenciados por empresarios de la política y la aparición de mercenarios sin ideología alguna ni concepción de lo público que saltaron de partido en partido y de movimiento en movimiento con cada elección al vaivén de conveniencias particulares y de grupos.

Leer: Relatos sobre el Quindío (Parte 1)

En medio de este barullo político, con la elección de alcaldes (1988) y gobernadores (1992) por voto popular y la prohibición de los auxilios parlamentarios por la Constitución Política de 1991, irrumpieron los dineros del chance o apuestas permanentes para financiar campañas electorales y dar soporte a ciertas casas políticas que a la postre monopolizaron el poder local. También ingresaron dineros del narcotráfico y de otras procedencias que hicieron común la compra de candidatos y electores a cambio de licitaciones y contratos. Y, como si fuera poco, el clientelismo estuvo a la orden del día pagando la fidelidad de los votantes con empleos públicos y nóminas paralelas.

A este desbarajuste político, o tal vez a consecuencia de ello, le siguió la decadencia del civismo, y lo que antes fue el estandarte de la sociedad y el motor de obras sociales y transformaciones urbanas, se erosionó al punto que se extraviaron los valores ciudadanos, el sentido de pertenencia y la defensa del bien común, lo que trajo el menoscabo de la ética pública y una preocupante indiferencia ante los desmanes de la politiquería.

El narcotráfico también puso su cuota parte, y además de la política, contaminó al sistema financiero y a la economía en general dejando profundas secuelas en la sociedad al legarle la cultura del enriquecimiento rápido. La región tuvo capos de renombre nacional y global admirados por una sociedad trastocada y una juventud desperdiciada. Sus dineros entraron y se quedaron para financiar elecciones, adquirir carros lujosos, comprar fincas e inmuebles y lavar activos. La lucha de poderes, el enfrentamiento entre bandas y el sicariato se dieron cita en las calles de nuestras ciudades y se extendió el microtráfico y consumo de drogas en todos los municipios y estratos sociales.


La nueva centuria.

En medio de este panorama variopinto llegó el final del siglo XX con la peor tragedia urbana de Colombia: el terremoto del 25 de enero de 1999. La nueva centuria nos sorprendió sacudiéndonos el polvo de la tragedia para sobreponernos a la destrucción y al caos que dejó casi un millar de muertos y miles de heridos, edificaciones destruidas y graves daños a la infraestructura básica. Pero a pesar de la magnitud de la catástrofe, o tal vez por ella, el sentimiento de solidaridad de los quindianos se fortaleció en la adversidad y nos unimos para ayudar a los más afectados en un renacer transitorio de un civismo que se apagaba. Es necesario reconocer que los gobiernos locales afrontaron grandes responsabilidades para las que no estaban preparados e hicieron lo imposible para atender la emergencia y mantener en funcionamiento las líneas vitales.

Leer: Relatos sobre el Quindío (Parte 3).

Pero las consecuencias del sismo fueron inconmensurables, por lo que la solidaridad del país y del exterior no se hizo esperar y el gobierno nacional, con el presidente abordo, se volcó a la región. De ahí que para atender la recuperación física y social de la zona afectada por el sismo se creó el Fondo para la Reconstrucción del Eje Cafetero –FOREC- que introdujo y empoderó a varias ONG externas para la reconstrucción de Armenia y el Quindío, las que, con buenas intenciones, implantaron un modelo de gestión que con frecuencia no tuvo en cuenta a la institucionalidad local y desconoció nuestra cultura. Por lo general estas organizaciones se concentraron en cumplir los compromisos contractuales con el FOREC obteniendo logros relevantes en la reconstrucción física, pero modestos resultados en lo relacionado con la recuperación del tejido social y la reactivación económica.

Después del terremoto parece que el tiempo se hubiera ralentizado. Los partidos políticos perdieron su rumbo y sus ideologías fueron cada vez más precarias, los mandatarios con frecuencia fueron cuestionados y gobernaron para ellos y sus grupos, el civismo (salvo algunas excepciones) jamás se reencontró, la economía en su conjunto se desaceleró, la dirigencia privada perdió representatividad, la iglesia no tuvo el peso de otros años, la academia pudo haber jugado un rol orientador y los intelectuales se silenciaron, aunque persistieron voces aisladas.

Próxima y última entrega: Un departamento que se transforma.

 

Armando Rodríguez Jaramillo

Académico de Número 5 - Academia de Historia del Quindío

arjquindio@gmail.com   /   @ArmandoQuindio

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