Fotos tomadas del libro El Tesoro Quimbaya, publicadas por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte de España. |
El adjetivo empleado para el título de este artículo —accidental— es aplicable a una situación no deseada. Como en efecto ocurrió con un conjunto arqueológico que, desde hace 132 años, no solo fue ultrajado en sus tumbas, donde se había colocado como ofrenda por las poblaciones prehispánicas. También fue expoliado y trasladado por varios lugares, en su condición de botín del patrimonio cultural. Dos escenarios —uno terrígeno y otro “conquistador”— debieron vivir y sufrir las piezas del denominado Tesoro Quimbaya.
Este es un triste capítulo de la historia de Colombia, por cuenta de un fabuloso hallazgo —y posterior saqueo— de lo que parece fueron dos grandes cámaras subterráneas, que contenían dicho ajuar funerario, correspondiente a un pueblo que habitó la región central, en una época que la arqueología ha llamado el Período Temprano o Clásico Quimbaya. Ocurrió en octubre de 1890, en un sitio conocido como ‘La Soledad’, en el entonces caserío de Filandia, que era jurisdicción de Salento, y que hoy corresponde al municipio de Quimbaya.
En épocas remotas, hace más o menos 2.500 años, esos poporos, narigueras, pectorales, cascos y otros objetos de orfebrería, junto con las vasijas de cerámica y los artefactos líticos pasaron por dos realidades, una religiosa y otra escatológica. El panorama ritual estuvo signado por la condición de los oficiantes, quienes, arropados como caciques o chamanes, portaron esas piezas o las usaron como adornos en sus cuerpos y rostros, como parte fundamental de sus ceremonias de cosechas o de tipo cosmogónico, mientras se recordaba y recitaba la historia mitológica de sus antepasados. La otra realidad está ligada a lo funerario, como que esos objetos se convirtieron en ofrendas, cumpliendo un papel trascendente en el más allá. Pues comenzaba con la muerte de los personajes y la ocurrencia de por lo menos dos enterramientos, rodeados ellos de un halo mágico religioso. El segundo funeral es el de mayor connotación simbólica, pues los restos humanos exhumados eran convertidos en cenizas, probablemente en medio de otra ceremonia, igualmente significativa, como había correspondido a la del entierro primario tiempo atrás. La interpretación de los hechos de la cultura a partir de la arqueología nos indica que —después de ser cremados los restos óseos— las cenizas se depositaban en urnas de cerámica o probablemente en el interior de algunos poporos de oro. Luego las vasijas, donde también iban algunos adornos de oro, eran puestas en nichos, al interior de las grandes cámaras funerarias. Lamentablemente, al fulgor del saqueo de los guaqueros, los detalles arquitectónicos de esas “casas para los muertos” fueron destruidos por los guaqueros, y de su forma y contextos funerarios no se posee mayor información.
Las contexturas naturalistas, frugales o antropomorfas de aquellas vasijas, de color marrón, con incisiones en su parte externa, podrían denotar una relación simbólica con una especie de “útero para el muerto”. O sea, el renacimiento, y también la fertilidad. Poco se sabe de la cerámica de aquel hallazgo de “La Soledad”, porque el afán de “barrer” las cámaras funerarias y el ánimo de enriquecimiento de los saqueadores eran las características de aquellos guaqueros. Atraídos por las noticias que se divulgaban en los alrededores de esos territorios de colonización y fundación de pueblos, en ellos primaba solo la codicia. El oro encontrado movía las intenciones más destructoras y poco les importaba a esos seres la conservación de los materiales que no brillaban. Tal vez las urnas fueron quebradas, o fueron dejadas al interior de las sepulturas ya ultrajadas. Para entonces se estaba fundando la población de Montenegro, en el mismo mes de octubre de 1890, y Filandia era un poblado de solo 12 años de existencia.
Aseveran las publicaciones de la época, que las piezas del Tesoro Quimbaya fueron exhibidas, primero en el corregimiento de Filandia, en noviembre de 1890, donde comenzó la serie de periplos accidentales, trasladando tan valioso material cultural e histórico.
Luego fueron llevadas hasta Salento. Un texto publicado en una revista,en noviembre de ese año, también informaba que se dirigieron las mulas cargadas hasta Manizales, con un peso de más de tres arrobas, “empacadas como loza en una carga de baúles”[1].
Comenzó así, entonces, no solo el peregrinar de las piezas de oro, sino también la fragmentación paulatina de los lotes de piezas conformados, pues comerciantes y guaqueros los sometieron a transacciones de venta al mejor postor. Ellas entraron a la posesión de ricos coleccionistas, como fueron Tomás Henao y Valeriano Marulanda, entre otros, y quienes estaban establecidos en Manizales y Pereira. La misma revista que referencia el traslado de la carga en baúles, también anota que, del peso transportado, “fuera de unas 4 libras de oro que habían dejado en Filandia, habían vendido el que llevaron a un recomendado de una casa de Manizales, por $39.600 y pico y creemos que los ha engañado enormemente”.
En el recorrido rústico del material
orfebre —y que ya configuraba la intención de ponerlo en subasta— apareció un
anticuario italiano llamado Carlo Vedavelli Breguzzo, quien imprimió un
catálogo de venta llamado Colection Finlandia, donde aparecía una equivocación
relacionada con el nombre del corregimiento donde se había efectuado el
hallazgo, confundiéndolo con el del país europeo. También se leía una singular
interpretación de las piezas, comparándolas con los objetos faraónicos. Se
incluían en el escrito los datos referentes al peso en gramos y fotos de los conjuntos.
A principios de diciembre, los lotes de orfebrería llegaron a Bogotá, para ser ofrecidos en el mercado internacional de antigüedades y estuvieron expuestos en la casa de un comerciante llamado Juan Pablo Jaramillo Lalinde, hasta el 20 de agosto de 1891, cuando la colección fue adquirida por el gobierno colombiano. Paradójicamente, es esta la misma fecha de aniversario número trece de la población de Filandia que había sido fundada el 20 de agosto de 1878.
Para finales de 1891, ya el presidente Carlos Holguín Mallarino tenía en proyección enviar las piezas de oro a España, con el fin de ser exhibidas en la Exposición Histórico - Americana de Madrid, en el marco de la celebración del cuarto centenario del descubrimiento de América. Las piezas fueron embarcadas en Barranquilla, en un vapor que las transportó rumbo a La Habana, en una primera escala. Se habían empacado en 17 cajas que salieron desde Bogotá y en 6 desde Manizales, donde iba la cerámica “De las 17 que salieron de Bogotá, 12 eran de cerámica, una de instrumentos de piedra y obras arqueológicas, otras de arreos e instrumentos de música de las tribus actuales, dos contenían figuras y arreos de oro —colecciones del gobierno y particulares— y otra, objetos pequeños de piedra, loza hueso” [2].
En La Habana las cajas fueron transbordadas en otro vapor y llegaron a principios de agosto a España. La sala de Colombia, en la Exposición Histórico - Americana fue la más admirada, por las piezas del Tesoro Quimbaya, hasta mayo de 1893. Las piezas de oro, luego de retirarse las colecciones de otras delegaciones del resto de países americanos, entraron a hacer parte de otra muestra, la denominada Exposición Histórico - Natural y Etnográfica, el 4 de mayo. Es en esta fecha cuando se hace entrega oficial del Tesoro a la Reina Regente, en calidad de donación. Dicha colección, ya propiedad de España, se clausuró el 30 de junio.
El Tesoro pasó a hacer parte del Museo Arqueológico Nacional y allí permaneció hasta su exhibición en otro evento internacional, la Exposición Iberoamericana de Sevilla en 1929. Desde mayo de ese año, hasta junio de 1930, fue exhibido en el pabellón de Colombia del certamen, con el antecedente que el país debió solicitarlo en préstamo al nuevo dueño. Tremenda paradoja.
Al final de la Guerra Civil Española estuvo a punto de perderse el Tesoro Quimbaya, que había sido guardado en un arca de hierro, para protegerlo. Estuvo resguardado en castillos y monasterios, fue trasladado a Francia en febrero de 1939 y luego pasó a Ginebra.
Desde el mes de mayo regresó en vagones del tren, para ser depositado provisionalmente en el Museo del Prado. Ya en junio fue entregado otra vez al Museo Arqueológico Nacional.
En abril de 1941 fue creado el Museo de América y el Tesoro Quimbaya fue exhibido en el edificio nuevo desde 1965 hasta 1978, cuando se decide trasladarlo a una cámara de seguridad del Banco de España. Solo en 1994 el Tesoro es colocado en forma definitiva en el Museo de América para su exhibición. En el siglo XX, solo dos veces se autorizó la exhibición de la totalidad del conjunto, en dos exposiciones internacionales dentro del territorio español. En la ya mencionada Exposición Iberoamericana de Sevilla. Y en la Exposición Universal de la misma ciudad, con motivo de la celebración del V Centenario del descubrimiento de América.
Actualmente, en el Museo de América, en Madrid, el Tesoro Quimbaya se anuncia con otros objetos recomendados como los bienes americanos más apreciados de sus fondos. Ellos son: las tablas de la conquista de México, que datan de 1698. Un impermeable de los indígenas inuit, realizados en intestinos de foca o morsa. Los cuadros que ilustran las series de castas o mestizajes. Una urna maya que representa al dios solar de la noche y el inframundo. La camisa adornada con púas de puercoespín, de los indígenas de las Grandes Llanuras. Un casco de la costa noroeste de América del Norte. El cuadro que ilustra el puerto de Sevilla en el siglo XVI. El Códice Tro- cortesiano o Códice de Madrid, uno de los cuatro de procedencia maya que se conserva en el mundo. Una custodia de oro y plata realizada en Cuzco.
Con relación al conjunto de oro prehispánico procedente del Quindío, nuestro Tesoro Quimbaya, así anota el plegable que se entrega a los visitantes, al lado de una foto del poporo antropomorfo masculino que está sentado en su banquito, denotando con orgullo su pertenencia española:
“El cacique quimbaya, integrante del más importante tesoro indígena llegado hasta nuestros días”. Cuándo podremos —en Colombia— reseñar eso y mucho más en uno de nuestros museos.
Roberto Restrepo Ramírez
Académico de Número 4 – Academia de
Historia del Quindío
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