Del Tesoro Quimbaya y el Galeón San José, ¿intereses diferentes en su recuperación?


Galeón San José y Tesoro Quimbaya. Dos menciones del Patrimonio Arqueológico Colombiano, que hoy son polémica por sus procesos históricos y por su recuperación.

En medio de ellos están los oficios de un organismo del que se habla poco y que, cuando aparece en la palestra pública, limitada autonomía muestra en sus acciones.
Se trata del Instituto Colombiano de Antropología e Historia, Icanh, adscrito al ministerio de Cultura. Se esperaría que dicha entidad se dedicase a la protección de los bienes arqueológicos del país, pero, en realidad en Colombia sigue el saqueo y la guaquería de los lugares que guardan estos vestigios y es inoperante la legislación en materia de salvaguarda de los bienes que nos pertenecen a todos los colombianos. Es recurrente la escasa acción del Icanh en las regiones y localidades, en parte por el escaso o inexistente presupuesto para el traslado de sus arqueólogos, lo que podría garantizar su protección.

En lo que concierne a la región del Quindío esta es una somera descripción de algunos eventos de desprotección de los últimos veinte años. Comienza con el proceso de reconstrucción posterremoto de 1999 y en específico con la posición asumida por el Icanh, que dificultó el salvamento arqueológico de miles de yacimientos que aparecían en los movimientos de tierras, pues dicho organismo determinó la posición operativa de hacer “arqueología básica” y no arqueología de rescate.
Curiosamente se salvaron sólo cinco hallazgos, de cientos que se destruyeron, pero porque ello fue posible gracias a la decisión ciudadana y al buen empeño de particulares que conservaron los sitios arqueológicos. El primero se conoce como las “tumbas de cancel” del barrio Montevideo Central de Armenia. El segundo, las “tumbas de cancel” del Instituto Quimbaya en esa población. El tercero, un salvamento acometido por profesionales de la arqueología no vinculados al Icanh en el barrio Berlín de Armenia. El cuarto, el rescate realizado por una ONG en una calle del corregimiento Quebradanegra de Calarcá. El quinto, la excavación de un profesional del Icanh.

Los cuatro primeros fueron recuperaciones especiales y de ellas existen evidencias conservadas -aunque en regular estado- que se salvaron por la urgente acción, que no dio tiempo de informar al Icanh. El quinto se realizó en la Ciudadela Compartir de Montenegro y su resultado fue el rescate de una vasija en un yacimiento funerario de escasa profundidad, pues el arqueólogo se encontraba en el sitio haciendo inspección.
 
El segundo evento lamentable fue la exclusión del municipio de La Tebaida de la pertenencia al Paisaje Cultural Cafetero. Parece irónico que los expertos del Icanh no hubieran tenido en cuenta, antes de 2011, la existencia de yacimientos arqueológicos tan importantes en ese municipio, como son los petroglifos. Ellos son testimonios del arte rupestre, conocidos como la “Piedra de San José”, la “Piedra de la Familia” y la “Piedra del Indio”, tan destacadas como las pictografías halladas en la serranía de Chibiriquete y que ya han quedado inscritas como Patrimonio de la Humanidad en la lista de Unesco. Como ocurre con las “tumbas de cancel” de Armenia y Quimbaya, los petroglifos están hoy en abandono y en riesgo de deterioro.

El tercer caso corresponde a los conceptos emitidos por la ministra de Cultura, Mariana Garcés, y el entonces director del Icanh, Fabián Sanabria, sobre la instalación de las torres de energía en inmediaciones del Bosque de Bremen. Los dos altos funcionarios emitieron declaraciones en el sentido que no se impactarían ni el PCC ni el patrimonio arqueológico de los sitios escogidos para emplazar las inmensas torres. Sus conceptos fueron tenidos en cuenta por la ANLA para conceder la licencia a la EEB. El resultado, instalación de monumentales estructuras que influyen negativamente en el campo electromagnético, en el vuelo de las aves, en contaminación visual de un Patrimonio de la Humanidad y en la destrucción de sitios arqueológicos. En todas las terrazas donde se colocaron las torres aparecieron fragmentos de cerámica y se alteraron sitios de vivienda prehispánica.
Los últimos casos de gestión del patrimonio arqueológico del Quindío – y de Colombia y la humanidad – tienen que ver con los dos sucesos históricos que tienen en vilo a la comunidad académica nacional: el Tesoro Quimbaya y el Galeón San José. Ambos corresponden a conjuntos de objetos que pertenecieron a las culturas originarias del continente americano.

Aunque el Galeón San José es un caso de rescate y arqueología submarina, esa noticia tiene relación con el Tesoro Quimbaya, suceso de guaquería éste en tierras del Quindío. Ello se da por la comparación de los dos procesos en el gobierno de Juan Manuel Santos que terminó.
Mientras el Icanh demostró poco interés por la recuperación del Tesoro Quimbaya, lo que se ha realizado frente al Galeón San José muestra a la ciudadanía que este último procedimiento es de mayor relevancia para el ejecutivo. Tal vez ello ocurra por la expectativa de la riqueza representada en las monedas de oro y plata que contiene el cargamento hundido en 1708 y que seguramente constituirá el sistema de pago del rescate a la compañía transnacional que lo debe asumir.

Lo que no se ha ponderado es que ambos procesos corresponden a bienes arqueológicos que fueron saqueados, que no tienen diferencias de importancia y que la misión del gobierno colombiano y en particular del Icanh debe ser la defensa y la integridad de los mismos. No es bien visto que se haya dilatado la gestión de repatriación del Tesoro Quimbaya, después de la sentencia emitida por la Corte Constitucional y que, en el caso del Galeón San José, el Icanh y el gobierno Santos, a cuatro días de entregar el mandato hayan desplegado otra vez los términos de contratación su rescate. Y que además lo presenten como un evento de la mayor importancia mundial. Más prudente sería que lo hubiese dejado en manos del nuevo gobierno, bajo la asesoría de la comunidad académica universitaria que clama por el pausado y correcto proceder de su operación y que también se escuchen las voces de los pueblos indígenas de aquellas naciones donde se produjo la expoliación en la época de la conquista.

Por: Roberto Restrepo Ramírez - Miembro de Número de la Academia de Historia del Quindío


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