Quimbaya y sus historias de luces y arqueología

Por: Roberto Restrepo Ramírez. Miembro de Número de la Academia de Historia del Quindío.

Cuando se realizó el mayor hallazgo de orfebrería prehispánica del siglo XIX en 1890, el territorio que hoy se llama Quimbaya pertenecía al recién fundado caserío de Filandia.  Durante mucho tiempo se llamó a dicho sitio, y a otros de la época, con el nombre de La Soledad, pues en las acciones de guaquería se le daba esa nominación a las piezas ornitomorfas (forma de ave) de oro que aparecían en las sepulturas y que presentaban características de silbatos o flautas. Se creía que el sonido producido por estos instrumentos evocaba el de aves solitarias del Quindío, llamadas popularmente barranquero, barranquillo o soledad. Así lo mencionó también en su obra “Recuerdos de la guaquería en el Quindío”, don Luis Arango Cardona, cuando describía los objetos que encontraban en las tumbas saqueadas: “… dos soledades de barro, paradas sobre un palo nudoso de barro; su tamaño era el natural, palo, cuerpo y alas, las cabezas de un poco volteadas y se unían por el pico; pintadas con tinta negra y blanca; por encima de la cola tenían un orificio y al soplar por él, salía el viento por el pico de ambas, cantando como la soledad selvática”.

En 1914 se estableció el caserío como corregimiento de Filandia, que siempre había sido llamado La Soledad, y fue sólo en 1922 cuando se erigió como municipio con el nombre de Quimbaya.

El municipio es conocido con el más hermoso y patrimonial apelativo o perífrasis: “luces y arqueología”.  El primer término alude al mensaje simbólico y representativo de la celebración religiosa del 7 y 8 de diciembre, llamada el “festival de velas y faroles”. Su origen se remonta al año 1980 cuando, desde la iniciativa de los habitantes del barrio Sierra Ochoa, “el alumbrado toma un giro en su realización, dado que unas personas residentes compraron unos faroles en un barco japonés de la ciudad de Buenaventura, hechos en papel de arroz plegable y decorados con figuras japonesas” (Martha Lucía Usaquén, en “Fiesta de velas y faroles”, plegable de la Gobernación del Quindío, 2008). El departamento había declarado este evento, en el año 2006, como Bien de Interés Cultural Intangible, a través de la ordenanza número 0023.

La segunda parte de su apelativo se refiere a la arqueología, aunque realmente poco se tuvo en cuenta esa injerencia científica en el modo de ser, de llamarse o de representarse los quimbayunos. Otros son los determinantes que han marcado la vida de Quimbaya. El primero, está en relación directa con el pueblo indígena prehispánico. Actualmente se ha probado que en la región del Quindío vivieron otros grupos vecinos de los quimbayas históricos, o sea los que el español Jorge Robledo había contactado en 1540, en lo que hoy es Pereira, cuando fundó a Cartago. Sólo que por la sonoridad del término (algunos dicen que pudo ser quimbayá), se fue identificando al nuevo municipio cuando algún poblador evocó la cultura aborigen.

La toponimia indígena alzó vuelo con ese nombre, a tal punto que las 122 piezas de oro que se obsequiaron a España, no dudaron en llamarse “El Tesoro de los Quimbayas”.  La guaquería (saqueo de sepulturas indígenas) incentivó el empleo de dicha palabra de tal forma que cualquier hallazgo era endilgado al pueblo prehispánico. La generalidad en utilizarlo se extendió – incluso en los estudios de etnohistoria– hasta referenciarlo como “Cultura Quimbaya”.

Es tal la apropiación ciudadana de su nombre, que hasta la figuración de algunos faroles de diciembre se fabricaron inspirados en la forma del recipiente que los indígenas utilizaban para guardar cal en polvo y que los colombianos identifican todavía – por sus cuatro esferas en la parte superior – como el más icónico de los objetos antiguos, con el nombre de “poporo quimbaya”.

Entre labores de guaquería y escasas acciones de excavación científica, ha transcurrido la vida de Quimbaya, que también cuenta con otros hitos y referentes patrimoniales: la imagen del templo Jesús, María y José, llamada el Cristo de la Esperanza, del escultor Buenaventura Malagón. La “Pequeña Granja de Mamá Lulú”, pionera del turismo rural o agroturismo.  El monumento a las madres, también del maestro Malagón. Los más famosos muñecos de “año viejo”, elaborados por la familia Ospina. El bosque del Ocaso. El balsaje en el Río de la Vieja.

Por la profusión de hallazgos también abundaron historias de guaquería. Se despertaron pasiones, se construyeron realidades míticas y se escucharon a los hombres curtidos por el sol en las faenas de búsqueda de tesoros, con una herramienta básica llamada  “mediacaña”. Uno de ellos fue don Argemiro Buitrago, cabeza de una familia destacada, pero que abogaba por el respeto de objetos, restos y estructuras antiguas, a la vez que extraía el material cerámico, metálico y pétreo en cantidades.  Buitrago fue el único guaquero que brindó información sobre el sitio exacto del hallazgo que terminó en España, en el continuo de mesetas que se despliegan desde el borde de la quebrada Buenavista, hasta la disposición topográfica donde hoy se ha construido el sector urbano. Contaba que el “Tesoro” se hallaba en dos bóvedas llamadas “matecañeras”, que las paredes de las tumbas tenían pintura geométrica y que había urnas funerarias. Fue tanto el aprecio que despertaron en él las piezas que extraía en sus labores de guaquería, que las conservó como un bien preciado en vitrinas y hoy son las que miembros de su descendencia familiar decidieron entregar a la Casa de la Cultura.

El siglo XX estuvo signado por guaquería en todos los puntos geográficos del municipio, pero especialmente en la zona urbana. Entre 1980 y la época del terremoto de 1999, fueron comunes los relatos de aquellas acciones. Se recuerda el hallazgo que se hizo en La Tebaida en agosto de 1982, y que motivó saqueo en Génova y Quimbaya. Se contaba que esas piezas encontradas correspondían a la tipología que caracteriza a las del Tesoro de los Quimbayas: recipientes de oro (poporos), diademas y grandes cuentas de collar y que hoy la arqueología reseña cronológicamente entre el 500 A.C. y el 600 D.C., llamado el Período Temprano.  Podría considerarse en ellas una estética, que en algún momento también se le llamó Quimbaya Clásico, y que obviamente despertó otras faenas de guaquería.

Los más lamentables reportes de destrucción se dieron en la construcción de la carretera Montenegro – Quimbaya – Alcalá. Las retroexcavadoras dejaban al descubierto cortes de bóvedas, pozos arqueológicos y la ausencia de una política clara de protección. lo que nunca permitió que esos hallazgos fueran tratados dentro de un plan de monitoreo o de rescate.

Sólo después del terremoto de 1999 se dieron algunas acciones concretas: la detección de más de 10 estructuras líticas en la propia entrada que había sido proyectada en el diseño arquitectónico del nuevo Instituto Quimbaya. Esto obligó a la suspensión de la obra, al rediseño y aislamiento de aquellas lajas de piedra dispuestas en forma rectangular y cuyo nombre popular es el de “tumbas de cancel”.  Es a la postre, uno de los dos conjuntos arqueológicos con estas características (el otro está en un predio privado del Barrio Montevideo Central de Armenia) que se conserva.  Aunque hace algunos años, una restauración y readecuación del terreno, que se hizo a través de un procedimiento poco profesional, obligó a que se cubrieran con tierra la mayoría de ellas.  No obstante, la información contenida en mogadores dispuestos en aquel lugar, destacan su importancia.

Seguirían algunas prospecciones arqueológicas desarrolladas por la institucionalidad, con recursos del proceso de reconstrucción del FOREC. El registro de evidencias de arte rupestre (petroglifos). El hallazgo de “huellas de poste de vivienda” en una intervención profesional, adelantada por un arqueólogo, a escasas cuadras del parque principal. La organización museográfica de las piezas de la Casa de la Cultura.


Las noticias de una posible repatriación de las piezas que están en España ha logrado que nuevas generaciones de quimbayunos se reconozcan en sus ancestros. A pesar de la guaquería que persiste, los símbolos arqueológicos son validados y tenidos en cuenta hoy, lo que se puede ver en las figuras esculpidas en el “barranquismo” de Efrén Fernández Varón, en los diseños de los andenes nuevos, en las comparsas de los desfiles escolares e institucionales y en los monumentos del maestro Mario Marín Urrea que engalanan varios espacios del municipio, como el “Poporo” de las cuatro esferas y que se encuentra en uno de sus ordenadores viales.

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