La Casas del Virrey en Cartago (Departamento del Valle del Cauca- Colombia) |
Por: Alfonso Gómez Echeverri. Armenia, octubre de 2013
Sebastián
de Sancena se reincorporó en su mullido sofá, y recibió de manos de la mujer de
ébano una vivificante bebida, que gota a gota y como contando el interminable
sopor de la tarde, emanaba del filtro de piedra, que yacía en un rincón del
espacioso comedor. Varios días de reflexión, había bastado para tomar la
determinación más importante de su vida, después de que buscó la
intermediación del virrey de la Nueva
Granada, José Manuel de Ezpeleta y Galdeano, para visitar a su majestad Carlos
IV de España, y recibir de manos del monarca el título de Alférez Real de
Cartago, obteniendo así mismo, las prerrogativas y prebendas propias de un
viajero español de ultramar, presente en la madre patria. Su devoción personal
y reverencia al soberano habíase acrecentado, cuando por instantes, su
imaginación evocaba como en un sueño
reiterativo, el esplendor de la corte española.
Corría
el año de 1783, cuando contrajo nupcias con la dama de preclaro abolengo, doña
María Josefa Sanz de San Juan y Vicuña. Unos años después, construyó una
aristocrática mansión inspirada en estilo andaluz con influencia mudéjar, y dotada de severo
lujo palaciego, que le permitió albergar a su familia y numerosa servidumbre.
Adornó su casa con el escudo de armas otorgado por el monarca, y lo hizo
tallar en piedra para engalanar la fachada principal, símbolo de estatus
social de una época colonial que languidecía y que él se empeñaba en perpetuar. Consideraba
su nivel económico y social como logros de una meta superada, y era hora de
cumplir su anhelo deseado, no dudó en extender invitación al virrey para que lo
visitara, abriendo así un compás de espera para cuando el máximo representante
de la corona española, confirmara su presencia en Cartago, y ser atendido con
la fastuosidad y distinción que semejante personaje merecía. Era sabido que la
agenda del virrey estaba atiborrada de compromisos, pues Ezpeleta fuera del
tiempo demandado por la gobernabilidad del Reino de Granada, era un hombre de
grandes realizaciones en el ámbito cultural; durante su mandato, tuvo lugar el
nacimiento del periodismo bajo la dirección de Don Manuel del Socorro
Rodríguez, fundando así mismo el primer teatro de Santafé y apoyando los
círculos literarios, donde participaron algunos futuros próceres del
pensamiento independentista.
La
actividad de Marisancena como hombre de negocios estaba registrada en Cádiz, de
tal manera que importaba mercancías de España y comercializaba esclavos en los
mercados de Cartagena, Honda, Ibagué y Cartago, extendiendo sus negocios a
Quito y Lima. No dudó de la importancia del sitio denominado Furatena, en
terrenos heredados de su padre, punto estratégico en el “Paso del Quindío”, y por
supuesto parte de una ruta comercial de la mayor relevancia entre Cartago y
Santafé; no en vano su padre Miguel Tomás de Sancena, había firmado en 1767 un
contrato con el virrey Pedro Messías de la Cerda, para el mantenimiento del
“Paso del Quindío”, privilegiando don Miguel Tomás, el mantenimiento del tramo
correspondiente a sus dominios.
En 1791,
Don Sebastián recibe de la corona española el título de Juez Poblador e inicia
en el paraje Furatena, haciendo alusión a Fura y Tena lugar de culto de los
indios Muzos, el primer poblamiento en las montañas del Quindío, denominándolo
San Sebastián de la Balsa. Regaló a los colonos tierras, les suministró
alimentos y herramientas para que cada familia se instalara e hiciera su
vivienda, con su dinero construyó la casa parroquial y el templo, dotándolo con
todos los ornamentos requeridos para el culto religioso, todo ello, como una
manera de estimular el poblamiento de la región. No tardó por lo tanto, en
formarse un caserío a la vera del camino, con viviendas en parcelas separadas
hechas con tejados de palma seca, sostenidos con gruesos maderos, paredes de guadua y pisos en
tierra. Allí se ofrecía al viajero alimentación, hospedaje, establo y herrería. Consideró
Marisancena que éste mérito fundacional prodigaría el beneplácito del virrey y
estimularía su visita, pero todo fue en vano y la espera se dilataba en el
tiempo. Para el año de 1797 fue sustituido Ezpeleta por Pedro Mendinueta y Músquiz, y tuvo la
oportunidad de congraciarse con el nuevo virrey, atendiendo con magnificencia y
hospitalidad al Barón Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland, quienes andaban
en 1801, de correría por las colonias españolas. Había hecho pues suficientes méritos,
albergando así la esperanza de que el
nuevo virrey lo visitase.
Haciendo
eco de su ya reconocida reputación de hombre hospitalario, atendió la visita de
tres nobles españoles, entre ellos un ilustre oidor, y para hacer gala de
refinado anfitrión, dispuso toda la parafernalia acostumbrada en la época,
ordenándole a su esposa para que se engalanara con las mejores prendas y joyas.
Una vez terminada la visita, recriminó enérgicamente a doña María Josefa por haber descuidado su presentación
personal, y ella indignada, abandonó para siempre su hogar, a pesar de todas
las instancias de reconciliación emprendidas por las autoridades eclesiásticas
y civiles. Había
entrado así Don Sebastián en un torbellino de incongruencias en su mundo social,
y terminó haciendo uso del último artilugio que le quedaba, como resultado del
“privilegio de cadena”, que le fuera otorgado por la corona, para indultar a
los reos condenados a muerte, que lograsen asirse férreamente al aldabón de la
puerta principal de la gran mansión, cuando eran conducidos al lugar del
suplicio.
El
tiempo se esfumó y el virrey nunca llegó; ya estando Don Sebastián de
Marisancena en su lecho de muerte, se
hace presente doña María Josefa su esposa, y entra caminando de espaldas a la
habitación para manifestarle a su marido, el perdón por el ultraje que él le
había proferido, diciendo con expresión pausada y actitud altiva: "Porque
Dios lo manda, te perdono, pero no olvido”. Fallece en el año de 1833 y es enterrado
en el Campo Santo de la ciudad, con las dignidades dadas a los hermanos de la
Orden Tercera de San Francisco a la cual pertenecía.
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