Por Nodier Botero J. Academia de Historia del Quindio. Publicado en el diario La Crónica del Quindío el 15 de diciembre de 2013
En Antioquia y extendidos algunos de ellos a la llamada región paisa, se pueden distinguir unos rasgos de identificación señalados como una suma de símbolos.
En Antioquia y extendidos algunos de ellos a la llamada región paisa, se pueden distinguir unos rasgos de identificación señalados como una suma de símbolos.
La raza,
tal como se ha entendido tradicionalmente —pureza de sangre, destino
privilegiado, ancestros y abolengos— no tiene existencia real en el mundo de
hoy, y aunque es evidente que existen variaciones genéticas, manifiestas en
rasgos fenotípicos, es muy difícil precisar científicamente las complejas
características de una identificación racial, lo que explica por qué los
conceptos de “negro” o de “blanco” aparecen más bien plenos de contenidos
ideológicos. Pero la raza como potente concepto cultural sí existe.
Desde esta perspectiva se realizan procesos de integración o de exclusión, se
construyen imaginarios identificatorios, se reelaboran imágenes veneradas por
determinados grupos sociales, se edifican mentalmente íconos y símbolos
representativos, se proponen políticas poblacionales y se construyen múltiples
conceptos sobre mitos y ritos ancestrales.
Estos conceptos de raza resumen una realidad espiritual viva y actuante,
expresada en distintas manifestaciones existenciales, en modos de ser, de
pensar y en preferencias culturales. Por esto mismo, el concepto de raza
aparece asociado a los principios de identidad, a las ideas de lo que se es y
de lo que no se es, de lo que autoidentifica, o de lo que opone a lo “otro”.
Con elementos ideológicos de esta naturaleza se construye el discurso de la
“raza” paisa.
La construcción de imaginarios de identidad
Como lo señala Cornelius Castoriadis, en su texto “Antropología, filosofía,
historia”, existe una institución imaginaria de la sociedad o, como lo propone
Gilbert Durand, unas estructuras antropológicas de lo imaginario que modelan el
pensamiento colectivo e individual en su condición de “universo de lo pensado”
y que proveen a la psique de significaciones y valores, proporcionando a los
hombres medios para la comunicación.
Es así por lo que puede definirse a la sociedad como “un conjunto de
significaciones imaginarias sociales”. Apoyados en su acervo imaginativo los
individuos construyen el sentido de los fenómenos históricos y sociales y a
través de este sentido ejercitan un poder colectivo e individual que les
permite inventar instituciones y significaciones nuevas. Como lo ha discernido
Castoriadis, es esa “potencia de alteridad” la que a lo largo de la historia
les ha permitido a los hombres crear los conceptos de Dios, polis, ciudadano,
nación, Estado, mercancía, tabú, virtud y pecado. Es la misma potencia creativa
la que les posibilita a los miembros de una comunidad construir los conceptos
de genealogía, de filias, de ancestros, de familia.
Es también la condición de creatividad grupal la que permite identificarse a
los individuos en la común inclinación por nombres y apellidos, en la adopción
de determinados valores sociales y económicos, en el reconocimiento de
similitudes de actuar, que permiten lograr una comunidad de afectos y llegar a
la solidaridad y al sentido de comunidad para la construcción de las
instituciones de la sociedad.
Objetos y lugares físicos
En la construcción cultural de la identidad el imaginario grupal recrea también
los objetos y los lugares físicos, que a fuerza de su permanencia histórica, de
su repetición e, incluso, de los efectos derivados de la promoción
publicitaria, adquieren un sentido antropológico que los reviste adecuadamente
para los ritos reverenciales y para una especie de substanciación identitaria.
Las realidades físicas se repiten en la cotidianidad y luego se hacen símbolos
u objetos-símbolos; en tal condición se pueden enriquecer con nuevos sentidos.
Los monumentos y las obras arquitectónicas, las iglesias, los caminos, los
puentes, los recintos y las pinturas también se van llenando de contenido
antropológico, a medida que el imaginario colectivo los mitifica y los erige
como objetos sacralizados.
Este reconocimiento de comunidad de afectos, de hábitos, de lugares míticos, de
objetos “antropologizados”, de comportamientos y de actitudes existenciales
comunes constituye la dinámica generadora de las ideas de identidad. En el caso
del pueblo antioqueño, por ejemplo, es en estos íconos, lugares y personajes
reverenciados en los que el hombre común identifica la creatividad, la vocación
emprendedora, la fortaleza de carácter, la tenacidad en el esfuerzo, la osadía
en las actuaciones, la independencia de acción, el talante abierto y
desenfadado y el sentido pragmático de la existencia.
En las interacciones del hombre paisa con su universo cultural se descubren
también los rasgos indicativos de su idiosincrasia como la viveza, el ingenio,
el repentismo, la deificación del dinero, el “palabrerismo” o exceso verbal, la
vocación comercial y el sentido de la oportunidad en los actos de vida.
La “raza” paisa como conjunto de construcciones simbólicas
A través de unas formaciones discursivas (Foucault) se puede describir cómo se
construye “el imaginario de la raza”, revelado por medio de constructos
representacionales en los cuales están contenidos los significados de los
mitos, los símbolos, las imágenes arquetípicas y las figuraciones propias de
una cultura, convertidos en principios de integración social. En Antioquia y
extendidos algunos de ellos a la llamada región paisa, se pueden distinguir
estos rasgos de identificación señalados como una suma de símbolos que podemos
observar en las siguientes manifestaciones:
a. El himno, la bandera y el escudo del departamento, pero también lo
relacionado con los árboles familiares, los pergaminos y los motivos heráldicos
que están en el centro de la veneración de los discursos públicos y son objeto
de culto de fraternidades de genealogistas de Medellín, Sonsón y Santa Fe de
Antioquia. La valoración nobiliaria de apellidos y ancestros constituye
práctica común en la región antioqueña.
b. Los íconos, las esculturas, los símbolos arquitectónicos y las imágenes
mediáticas que son impregnados de valores simbólicos agregados. El ejemplo más
significativo es el “Monumento a la Raza” (de Medellín) que no sólo representa
el mito paisa sino que, según el escultor, constituye un mandato popular antioqueño
y evoca a un pueblo elegido por el Creador.
c. El sentido del valor y de la santificación laica de la familia como eje
motor del progreso y del triunfo social y económico. Dos modelos literarios que
nos ilustran sobre la estructura familiar son los brindados por Tomás
Carrasquilla (la forma de familia patricial y hacendataria en “Frutos de mi
tierra” y en “Grandeza”), y Manuel Mejía Vallejo (la saga de la familia
fundadora y pobladora que constituyen los Herreros de “La casa de dos palmas”).
Los valores familiares de la modernidad paisa aparecen expuestos en un libro
indicativo del espíritu antioqueño, “Gonzalo Restrepo Jaramillo. Familia,
empresa y política en Antioquia 1895 – 1966”, del profesor Víctor M. Alvarez.
d. Las conmemoraciones y mitificaciones de eventos fundacionales que son
recordados en ferias, desfiles y concursos (ferias de las flores, desfile de
silleteros, fiestas de negros en “El Retiro”, festival de la trova, concursos
de mentirosos).
e. La exaltación y la magnificación de los triunfos políticos, sociales y,
deportivos, en los cuales se afirman ideales de superioridad, cuando no de
supremacía. Campeones mundiales, nacionales o regionales nacidos en la tierra,
en quienes el imaginario popular deposita sus anhelos de triunfo y de fortalecimiento
anímico y que representan un acicate terapéutico y espiritual contra la
pesadez, la monotonía y las frustraciones de la vida cotidiana.
f. La mitificación, la “antropologización” y la sobrevaloración de los frutos y
los objetos propios de la tierra: el maíz como símbolo de la arquetipología
antioqueña; el carriel, el sombrero, los alpargates, entre las prendas
personales; el hacha, el machete, el zurriago y los aderezos para equinos como
objetos de uso; los fríjoles, la arepa, el sancocho, el chicharrón y la
mazamorra, como emblemas alimenticios que se resumen en la desmesura
gastronómica que representa la “bandeja paisa”.
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