Alcaldadas mías


Los funcionarios suelen publicar informes o memorias para resaltar la importancia de la gestión realizada durante su mandato en lujosas ediciones costeadas por los contribuyentes, la mayoría de los cuales duermen el sueño de los justos en algún lugar. En los anaqueles de mi biblioteca descubrí de último que las Memorias del Ministro de Hacienda, del Ministro de Gobierno, del de Obras Públicas, de Educación y de la Cancillería de diferentes gobiernos y en diversas épocas, correspondían a la gestión desempeñada por el mismo funcionario puesto que todas ellas las suscribía la misma persona, lo cual revela de otro lado el bajo grado de movilidad social y política de la sociedad colombiana. Pero en ninguno de esos informes o memorias se deslizan, ni por asomo, las vicisitudes adversas o menos afortunadas de la gestión que como toda obra humana contiene fortalezas dignas del aplauso ciudadano y fracasos condenables por la comunidad que los padece.

Activados quizás por la excepcionalidad de tan restringidas circunstancias, una vez celebrado el lavatorio de manos ordenado y con el tapabocas puesto por temor al contagio de los escasos lectores que vean estas deshilvanadas palabras, afloran del túnel del subconsciente recuerdos indelebles que acusan el tardío arrepentimiento y provocan la expiación aunque sin propósito de enmienda, y otros que más bien estimulan la satisfacción del deber cumplido como paso a relatar.

JAIME RAMIREZ ROJAS, GESTOR CULTURAL
Cuando era Alcalde de mi ciudad un día observé con sorpresa al gran escritor y periodista calarqueño Humberto Jaramillo Ángel corriendo por la plaza principal con el bastón empuñado y amenazante tras alguien que después supe era el profesor Jaime Ramírez Rojas, un joven refugiado en la cátedra de Literatura del Colegio Robledo tras huir de un decano de la Universidad de Caldas que le truncó los estudios de derecho para los cuales exhibía inmejorables competencias vocacionales, y quien además escribía una muy leída columna dominical en El Espectador cuya punzante pluma decapitaba en dosis semanales a prestigios establecidos como que el día anterior le había tocado el turno a Jaramillo Ángel.

Al profesor Ramírez Rojas yo lo había designado por decreto municipal como Gestor Cultural y Asesor de la Alcaldía, sin remuneración alguna, con la finalidad de introducir en las fiestas aniversarias de la ciudad una fuerte dosis de actividades artísticas y culturales que en verdad lo logramos con su valioso concurso. En efecto, pudimos presentar prestigiosos grupos teatrales como el de Telecom, y el famoso Teatro Experimental de Cali, dirigido por el maestro Enrique Buenaventura, que en apenas doce años ya había revolucionado el arte en Latinoamérica a través de la participación del público en la obra teatral. Y gracias a la generosidad de la Universidad Externado de Colombia conseguimos presentar con la dirección del maestro Carlos José Reyes la obra “Los viejos baúles empolvados que nuestros padres nos prohibieron abrir”, traer importantes conferencistas y escuchar varios conciertos de la Banda Sinfónica de la Policía Nacional con la cual celebramos los primeros 45 años de su existencia.

También disfrutamos de una elocuente y armoniosa conferencia del doctor Silvio Villegas en la plaza de Bolívar donde hizo un magnífico recorrido por el Parnaso colombiano, con mayor énfasis en los poetas Guillermo Valencia, José Asunción Silva, Eduardo Castillo, Rafael Maya y otros que recibieron la influencia predominante del gran Rubén Darío. Escuchando al orador entendí la expresión de Fernando Londoño y Londoño, su compañero de lides políticas, según la cual cuando Silvio hablaba a uno le daban ganas de sacar pareja.

Ya en la privacidad del vino de honor que la Alcaldia le ofreció al final, Villegas nos deleitó con varias anécdotas del maestro Valencia de quien fue su devoto admirador y amigo cercano, y quien siempre le atribuyó la caída de la hegemonía conservadora a las veleidades políticas de Monseñor Perdomo, Arzobispo de Bogotá, que imponía con su báculo candidatos y presidentes conservadores. Siguiendo esa inveterada costumbre, en 1929 Perdomo proclamó la candidatura presidencial del General Vásquez Cobo a pesar ser el Maestro Valencia defensor insomne de la religión católica y de la Iglesia. Era tal la influencia del purpurado que muchos curas en Colombia arengaban a sus feligreses en su sermón dominical con expresiones como esta: “No votéis por Valencia, porque es ateo, masón, morfinómano y hasta poeta”. Sin embargo, días después, cuando el Arzobispo comunicó el cambio de candidato, sus curan decían en el mismo púlpito sin sonrojarse: “Hace ocho días me equivoque de nombre. El que es ateo, morfinómano, masón y poeta es ese mugre de Vásquez Cobo”.

La satisfacción por el trabajo de tan exitoso equipo terminó en forma abrupta por cuanto un Auditor de la Contraloría le dio por sentenciar que el Alcalde no podía crear cargos sin autorización del Concejo Municipal, aun cuando fueran ejercidos sin sueldo o remuneración alguna como inútilmente alegué en ese tiempo. Jaime, mi compadre, hubo de trasladarse con su esposa Floralba y su familia a Manizales con la buena fortuna de ser elegido posteriormente Representante a la Cámara por la circunscripción electoral del departamento de Caldas.

CALARCÁ SIN DROGUERÍAS
Otra alcaldada de la que tampoco me arrepentiré jamás fue la ocurrida cuando un ciudadano solicitó, mediante derecho de petición, el cumplimiento de una Ordenanza departamental que prohibía en todo el territorio el funcionamiento de droguerías en un espacio menor de cuatro cuadras a la redonda, lo cual implicaba de suyo, cerrar la seis o siete droguerías existentes en el centro de la ciudad.

Si se aplicaba a rajatabla la absurda norma solo quedaría una sola droguería, dado que todas funcionaban dentro de un perímetro no mayor de cuatro cuadras. Para salir del embrollo me abstuve de aplicar la ordenanza con el argumento de desconocer los derechos constitucionales al trabajo, a la libertad de empresa y a la salud de la comunidad. No obstante, siempre quedé con la duda de si tan delicada decisión solo la podía tomar un Juez de la República, y dentro de un proceso específico, y no la autoridad administrativa como el Alcalde. Años más tarde logré que el Tribunal Administrativo del Quindío anulara para todos la Ordenanza por ser violatoria de la Constitución Política.

LA PRESENCIA DEL PAPA
Días antes de la visita del Papa Pablo VI a Colombia en el año de 1968, llegué a la Alcaldía una mañana temprano como de costumbre. A la entrada me esperaba una verdadera manifestación de panaderos, tenderos y comerciantes de la ciudad en protesta porque se estaba presentando un desabastecimiento de huevos, pollos, carne y otros productos de primera necesidad que constituían materia prima para la elaboración del pan, o expendían en sus establecimientos, debido a que toda la producción era llevada para Bogotá dado que la expectativa de la llegada de tan Santo personaje había creado una gran demanda de tales productos y un alza desmedida de precios fuera del alcance de nuestro ciudadanos. Para solucionar el problema ordené al Inspector Municipal de Precios y a la Policía que impidieran la salida de camiones cargados con dichos productos hasta tanto estuviese satisfecha la demanda del mercado local. Así se hizo, a pesar de la protesta de los especuladores.

A los pocos días recibí la llamada del señor Superintendente Nacional de Precios – que así se denominaba entonces el ahora Superintendente de Industria y Comercio -, quien ―una vez enterado del asunto por queja de los interesados―, me expresó que aunque loable mi decisión por los fines nobles y altruistas que la habían motivado en interés de la comunidad, esa función era privativa del funcionario del orden nacional y no de los Alcaldes, motivación con la cual me exoneró de responsabilidad el Visitador a cargo de la investigación. Desde aquella visita Papal no se ha pasado por mi mente arrepentirme.

LA VISITA DEL PRESIDENTE LLERAS RESTREPO
Con motivo de la visita del Presidente Lleras Restrepo al Quindío recibí una llamada del Coronel Matamoros, Jefe de la Casa Militar de Palacio, a quien había conocido como Comandante de la Octava Brigada en Armenia, para informarme que con el Gobernador había acordado un encuentro en Calarcá y que llegaría en helicóptero a la explanada del Colegio Robledo. Para tal fin comprometí a las Empresas Publicas Municipales para que financiaran el valor de una llave de la ciudad, en oro macizo, puesta en una hermosa caja de cuero con fondo de terciopelo rojo que le entregué al señor Presidente como gesto de bienvenida.

Los directivos de las Empresas, que había asumido la financiación del presente por valor de doce mil pesos no asistieron al evento por razones de política partidista y resolvieron negarse a sufragar a última hora el valor prometido: Por esa razón, y con el auxilio de la emisora la Voz de Calarcá, y el ofrecimiento de varias juntas de Acción comunal y diversos amigos, decidí convocar la solidaridad ciudadana para que la gente depositara un peso, hasta conseguir la suma debida, en una urna destinada para tal fin con la vigilancia de una junta de notables del pueblo. De esta manera iniciamos una verdadera campaña que concitó el entusiasmo y fervor ciudadano a tal punto que obligó a las directivas renuentes a pagar el importe del regalo presidencial. Semejante mecanismo de la democracia participativa no existía en la legislación colombiana y solo vino a aparecer en nuestro sistema electoral 22 años después con su consagración en la Constitución de 1991.

CONSTRUCCIÓN DE VIVIENDAS DE INTERÉS SOCIAL
De la alcaldada de la que sí me arrepiento desde entonces, porque en retrospectiva no le hallo justificación alguna, merece aunque tardía una explicación de mi parte con la cual procedo a pedir rendidas excusas.

Cuando llegué a la Alcaldía encontré entre los proyectos prioritarios para desarrollar, por parte del Instituto de Crédito Territorial, la construcción de un ambicioso programa de vivienda popular para satisfacer el déficit existente en la ciudad. Para tal fin el municipio había logrado la expropiación de un extenso lote de terreno que hacía parte de una finca a la vera de la carretera que conduce al Valle del Cauca, previa indemnización ante la imposibilidad de obtener de su dueña la venta voluntaria. Afanado por la demora en el cumplimiento de la obligación de entregarle al constructor el lote medido, y con el correspondiente levantamiento topográfico de acuerdo con la decisión de la justicia, procedimos a su medición por parte de la Oficina de Planeación de lo cual resultó un faltante de aproximadamente diez cuadras; por esta razón hubo necesidad de proceder a la diligencia del alinderamiento, y para ello fue citado al abogado de la propietaria comunera quien desde el principio expresó su oposición total a la actividad.

Consciente de la eventual perturbación durante la diligencia, pedí el acompañamiento de un pelotón de la Policía al mando de un Capitán quien manifestó que en tal caso bastaría una seña mía para proceder a la conducción del perturbador a la Estación policiva por estar prevista tal infracción en el Código de la materia y ser él experto en manejo de tales situaciones. Por la importancia del caso visité personalmente el teatro de los acontecimientos encontrando al abogado opositor pronunciando una agresiva diatriba contra el Alcalde, acompañado con tono y gestos tan amenazantes que impedían a los obreros oficiales continuar con su tarea. Aunque los exhorté a trabajar sin prestar oídos al protagonista de los insultos, y éstos continuaron, le hice con mucha discreción la seña convenida al Capitán para que procediese a conducir al perturbador a la Estación policiva; sin embargo, éste se acercó a mi oído y en tono bajo de voz me hizo saber que necesitaba una orden escrita para proceder.

Al sentirme desautorizado por la fuerza del Estado en medio de la hostilidad, y para ocultar mi impotencia y disimular mi hilaridad, le dije en voz alta delante de todos “estamos totalmente de acuerdo Capitán”. Entonces los trabajadores emprendieron la tarea encomendada y cuando esto ocurría el abogado de marras tomó una pala oficial y pisando con ella el alambrado exclamó de viva voz: “para correr este cerco tienen que pasar sobre mi cadáver” a lo que respondí como para cañar y con voz de mando cuyo eco todavía debe retumbar en el bosque aledaño: “Capitán, sírvase correr el cadáver del doctor ¡” y, sin decir palabra el abogado se escabulló como alma que se la lleva el diablo.

Meses más tarde el juez que archivó la investigación contra mí, ―acusado por daños en cosa ajena, abuso de autoridad y tentativa de homicidio con alevosía por “la manipulación del cadáver” y no sé cuántas cosas más―, concluyó en la ausencia del elemento intencional y atribuyó los hechos denunciados a un gracejo desafortunado del Alcalde.

Bogotá 3 junio del año de la cuarentena.

Óscar Jiménez Leal
Columnista invitado

Artículo publicado en Eje 21 el 4 de junio de 2020



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