Academia de Historia del Quindío, 40 años: memoria de una reunión de encorbatados

Periodista e historiador Miguél Ángel Rojas Árias
Hay una mujer en los bastidores de la creación de la Academia de Historia del Quindío, que nadie recuerda: Marina Cadavid, directora del Museo Arqueológico del Quindío, que funcionaba en el piso 7 del Banco Popular, en Armenia. El Banco Popular se había hecho cargo de este Museo y había destinado no solo una gran sala para la exposición permanente, sino unos cuartos especiales para mantener la colección completa a buen recaudo.

Es en este sitio que se hace la Asamblea que da origen a la Academia de Historia del Quindío, el 23 de mayo de 1980, y con el protagonismo y liderazgo de los más grandes dolientes del Museo y de la historia del Quindío, y casi los únicos con textos históricos sobre la región, hasta la fecha: Jesús Arango Cano y Alfonso Valencia. Y con ellos, acolitándolos, ayudándolos, organizando, prestando el salón del Museo, esta mujer, olvidada por completo: Marina Cadavid.
El acta de fundación de la Academia de Historia no menciona a Marina, pues no fue invitada a ser parte de la entidad, porque, y con razón, no tenía los alcances académicos para figurar en la lista, pues Marinita, como le decíamos todos, era la directora del Museo, pero, finalmente, una simple funcionaria del Banco Popular, cuidadora de los objetos de esta colección.
La recuerdo muy bien en ese año de 1980 porque varios estudiantes de Ciencias Sociales en el área de Historia participamos de diversos seminarios de Historia de Colombia organizados por el Museo y, por supuesto, por su directora. Mi experiencia personal me retrotrae a los dos personajes mencionados, Arango y Valencia, que casi siempre hacían presencia en los seminarios y que, finalmente, para mí, tuvieron una muy buena voluntad de ayudar en los trabajos históricos que después concretamos.
Y cuando oímos hablar de la creación de la Academia de Historia del Quindío, sentimos la presencia de los tres, de Marinita, de Alfonso y de Jesús Arango. Alfonso me llevó a su apartamento del Yulima: tres piezas y una sala, llenas de libros y documentos históricos. Los puso a nuestra disposición. Jesús Arango me llevó a su enorme oficina en el edificio del Banco de la República. No había pared sin libros, pero pocos documentos, como sí existían en casa de Alfonso Valencia.
Frisaba yo por los 21 años, siendo reportero del Noticiero Todelar del Quindío y estudiante de Ciencias Sociales. El 23 de mayo de hace 40 años, estuve en el Museo, un sitio que me encantaba, y al que acudía con mucha frecuencia. Hubo una reunión de encorbatados, y señoras muy ‘pinchadas’. Estaba el gobernador Volney Toro y el obispo Libardo Ramírez Gómez, un sacerdote muy simpático con quien había hecho amistad, casi con el único de esa reunión, distinto a don Jesús Arango y Alfonso Valencia.
En verdad, cuando llegué al piso 6 del Banco Popular, desde donde se accedía por una escalera al piso 7 donde estaba la sala del Museo, sentí un poco de ‘vergüenza’ por la elegancia del acto. Casi me devuelvo, con mi grabadora reportera en la mano, una libreta de estudiante y un ‘greñero’ de hippie que, seguramente molestó a muchísimos. Por fortuna me encontré con Marina Cadavid y ella me invitó a subir y me buscó una silla en una sala que estaba llena.
Allí vi por primera vez en persona a Jaime Lopera Gutiérrez, de quien tenía referencias tenues como escritor, a Diego Moreno Jaramillo y Hugo Palacios Mejía, que ya eran figuras fulgurantes de la política conservadora del departamento. También a Alberto Gómez Mejía, joven y floreciente personaje que hasta hace poco había sido alcalde de la ciudad, y a dos hombres que ya estaban en mi radar histórico: Horacio Gómez Aristizábal y Bernardo Ramírez Granada, el primero por su participación en la creación del Departamento del Quindío y el segundo por haber sido protagonista en la creación de la universidad del Quindío. Allí se presentaron todos, incluyendo a Gabriel Echeverry, de quien, hasta el momento, no tenía noticias de él. Y eran ellos, con Alfonso y Jesús Arango, los creadores de la Academia de Historia del Quindío.
Esa noche terminó con una conferencia de Jesús Arango Cano sobre “Tres estampas indígenas”, que realmente no comprendí muy bien. El doctor Arango hablaba en forma muy apagada y sin vocalizar muy bien, y muchos de los asistentes nos quedamos sin saber todo lo que dijo. Después, Marinita me consiguió una fotocopia de la conferencia, que solo leí hasta la mitad. Después de los aplausos y los discursos vino un coctel, ofrecido por la gobernación y muchas felicitaciones para la primera junta directiva de la creada Academia de Historia del Quindío: Jesús Arango Cano, presidente; Jaime Lopera Gutiérrez, vicepresidente; Alfonso Valencia Zapata, secretario.
Eran como las 9 de la noche, el coctel estaba servido, pero a mí, un muchacho universitario y reportero carga ladrillos, lo iba a dejar el bus para irse a casa. Salí sin despedirme casi de nadie, solo le di la mano de agradecimientos a Marina Cadavid. Sin embargo, me cargué la intención de buscar la amistad de los encorbatados de la Academia de Historia, lo que conseguí solo 22 años después, cuando me nombraron Miembro de Número de la Academia de Historia del Quindío, que hoy cumple sus primeros 40 años. Lamento no haberle preguntado a Marina Cadavid, que murió hace unos cuatro años, detalles de aquella noche y de aquellos días, donde sé que ella actúo como jugadora de primera línea.

Artículo publicado en el periódico El Quindiano. 


Miguel Ángel Rojas Arias
Miembro de Número de la Academia de Historia del Quindío

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