Luis Guillermo Vallejo, un artista con alma de chamán



Observando las obras pictóricas y escultóricas contemporáneas del artista Luis Guillermo Vallejo Vargas —Manizales, 1954—, la primera impresión es la de estar frente a la estética en movimiento, en emoción y en historia. En movimiento, porque sus esculturas de personajes están rebosantes de gestos humanos y de mucha connotación social. En emoción, porque no se puede abstraer uno a la figuración de los rostros de sus murales, que denotan algo de nostalgia, pero también de vigor, como si fuesen retratos de la sensibilidad. En historia, porque lienzos, paisajes y colores de naturaleza, así como las figuras agrestes de sus esculturas, nos están recordando los pasajes y sucesos de hace dos siglos en el territorio, o la transformación y cambio en sus arquitecturas, y hasta en su biodiversidad.

Hoy tenemos al Maestro Vallejo visitándonos de nuevo en el Quindío, en acto de creación. Lo ejecuta en el único edificio de Colombia que es todo en su exterior una gran pintura. El arte rodea la edificación y su expresión se ha titulado ‘Explosión de las Almas Unidas’. Lo interesante aquí es que esa gran extensión pictórica no es sólo fachada, es el ropaje de algo más profundamente educativo y formativo para la conciencia de los quindianos, el Teatro Azul de Armenia. Hace más de 20 años este colectivo teatral viene cincelando el espíritu de los quindianos hacia todas las manifestaciones del arte y la cultura. Qué gran gusto es ingresar a un recinto cuyo cuerpo externo es una inmensa obra de arte.

Inspiración en el goce de experiencias de la vida.

El recorrido de Vallejo es bien singular, muy acorde a su acople a las circunstancias de conocimiento y de comprensión del entorno que le rodeó. Se formó inicialmente en arquitectura en una clásica universidad de Colombia, luego Europa y Estados Unidos lo reforzaron desde sus escuelas prestigiosas de arte, pero retornó al país, a su añeja Manizales, donde se quedó.

Entendió que la fuerza telúrica es más fuerte que el influjo global, aunque muchas exposiciones fuera del país le permitieron dejar en esos lares la marca de un artista que siempre buscó su inspiración en el goce de experiencias de vida. Cuando estuvo de nuevo en su ciudad, la fuerza del mural pudo, con su rescate de identidad, mostrarles a los manizaleños la importancia de los ancestros que construyeron estos pueblos. Esa inspiración en el tesón de arrieros y montañeros fundadores le llevó a realizar una de sus esculturas destacadas en el alto de Chipre, el Monumento a los Colonizadores.
  
Vallejo llevó también su talante creativo a otros espacios, a otras regiones. Son ellos, entre varios, el Cañón del Chicamocha con su monumento a los Comuneros; las paredes del Planetario de Bogotá, con su figuración de la naturaleza, y un telón del teatro Los Fundadores de su ciudad natal. Sin olvidar, claro está, la serie de esculturas llamadas Mundos Paralelos, exhibidas en la avenida Santander de Manizales, primero, en la Calle de Cielos Abiertos de Armenia, después, y finalmente, algunas de ellas, en las instalaciones externas de Teatro Azul. Allí quedaron, entre el mural y la escultura, lo que hoy ha permitido reconocer en este artista a un inquieto historiador sin título, pero también a la encarnación de un chamán que quiere, no sólo transformar, sino evolucionar hasta llegar al máximo de su trazo sensible, la creación. Creación, como una explosión. De allí, el título de su obra de Armenia, que por estos días recibe de sus manos los nuevos elementos instigadores de simbolismo.
 
Nuevos elementos en la obra de Teatro Azul.

Vallejo ha logrado, con el magnífico mural del Teatro Azul, retornar y hacer regresar al espectador a sus orígenes. Desde el fulgor de una explosión, miles de partículas creativas de arte se convierten en magia de mutación pictórica, hasta desembocar en rostros amerindios, lo yanomami, lo cuna y lo Embera, que son un solo espíritu de expresión: el indígena esclavizado, y todavía subyugado por la opresión. 
En el nuevo toque de creación, Vallejo rescata —porque siempre estuvo allí— a la guacamaya, el ave chamánica que todas las culturas aborígenes siempre incorporaron a su bagaje de cosmogonía y de leyendas de transformación. Sus plumas hicieron parte, y todavía adornan, las coronas de los danzantes de sus principales ceremonias religiosas. Hasta en el Quindío, en un petroglifo llamado ‘La Piedra del Indio’, las plumas de guacamaya adornan los personajes de una escena labrada en la piedra que se encuentra en el centro de una quebrada, evocando a los antepasados Quimbaya.

Vallejo, con alma de chamán, nos recupera el relato, el mito y la fuerza del rito y la ceremonia. Lo hace con sus pinceladas sobre el mural, como lo logra el oficiante en el interior de la maloca amazónica, cuando crea memoria con su palabra, al amanecer. Vallejo, con el ímpetu de sus trazos, dirige sus fulgores de luz al rostro humanizado del ave, como escena de transmutación. Esto nos recuerda la trama simbólica que se teje alrededor de otras historias de creación. Una de ellas, de origen Embera es, como el mural del artista, una síntesis de su recuento mitológico. Para ello, “el agua, vegetación, animales de selva, río y aire se interfluyen y se transforman unos en otros en un ciclo de intercambios siempre repetido, el de la vida” —Luis Guillermo Vasco, en ‘La selva humanizada’—. 

Trasladado a nuestra interpretación profana, las Almas Unidas, o sea todas nuestras potencialidades humanas, desembocan en intentos de cambio, de asumir actitudes y posturas edificadoras de espíritu. En cada función del Teatro Azul de Armenia, sus mensajes son aquellos llamados a conservar ese propósito. El que un artista, como Vallejo, ha querido compartir con otra ciudad de esta región cafetera que hoy es el centro del turismo mundial. Sólo que Vallejo, o cada uno de estos gestores culturales del Quindío que creen en la fuerza del arte, ven todos los días más lejano su alcance. 

Tal vez solo esta misión del mensaje hecho mural haga posible que, como lo expresó alguna vez el artista Vallejo, “la obra escultórica y otras expresiones del arte público sean fundamentales para desarrollar conciencia en esta sociedad contemporánea tan espesa y carente de sensibilidad y valores”.
Nota: Artículo publicado en La Crónica del Quindío el 12 de enero de 2020
Roberto Restrepo Ramírez
Miembro de Número de la Academia de Historia del Quindío

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