El Tesoro Quimbaya y su proceso de compra


En la nación colombiana, durante la última década el siglo XIX, el hecho que más impactó su historia fue el descubrimiento y posterior obsequio del denominado Tesoro Quimbaya.  Ya en Bogotá, cuando se exhibían las piezas de oro en 1891, muchos conocieron la calidad orfebre de dichos artífices de la cultura prehispánica e hicieron su juicio, ponderado o no, sobre la permanencia de ese conjunto en la ciudad.  Pero ninguno manifestó o evidenció un esfuerzo académico para que ellas se integraran a colecciones museísticas.


El Museo Nacional existía pero tampoco expresó, a través de sus directivos, una actitud tendiente a mantener esa colección en sus fondos.  Se conoció la solicitud que había realizado Román María Valencia, uno de los fundadores de Calarcá,  cuando manifiesta que “todas esas cosas, que debieran conservase en nuestro Museo Nacional, se pierden indistintamente”,  en su mensaje de noviembre de 1890,  o sea un telegrama enviado desde Salento.  Esa manifestación escrita fue remitida a Fidel Pombo, el director del Museo, ofreciéndole  en venta a esa entidad  las piezas del hallazgo que él había adquirido, aunque en otra parte de la comunicación afirma que “no dispondré objetos indígenas hasta verlos Museo Nacional, seguiré coleccionando”.  Es natural entender que no hubo respuesta a este ofrecimiento, por la penuria económica que tenía dicho reservorio de la identidad, que había sido creado en 1823 como un museo de historia natural y minería.  No obstante la labor loable de Pombo, quien hizo un primer catálogo de los materiales del Museo, lo único que se conoció sobre el interés de este director en el Tesoro Quimbaya fue una carta de 1894, donde él solicitaba al gobierno se le entreguen algunos objetos duplicados del Tesoro, que para esa época ya estaba en España.  Parece que Pombo recibió algunas, pues en dicha carta manifiesta que “solo conseguí unos pocos de los más pequeños y de escaso mérito”.

Carlo Vedovelli, el autor italiano del catálogo de venta, junto con Juan Pablo Jaramillo Lalinde, el comprador que había adquirido las piezas de oro en Manizales, realizó las gestiones de ofrecimiento durante los primeros meses de 1891 en Bogotá y seguramente muchos potenciales comerciantes de antigüedades las conocieron en la casa de Jaramillo, donde se exhibían.

Pero entran otros protagonistas en la historia de este proceso, así como  suceden hechos importantes que desembocaron en su compra  por parte del gobierno.  La mayor información sobre estos detalles es consignada por la historiadora Carmen Cecilia Muñoz Burbano en su trabajo de grado “El Tesoro de los Quimbayas – Estudio historiográfico y documental” (2003).

En marzo de 1891 se emite el laudo arbitral de la Reina de España sobre los límites entre Colombia y Venezuela, que es favorable a Colombia ya que se le reconoce la soberanía sobre los territorios en litigio en la Guajira, San Faustino y la margen izquierda del rio Orinoco.

Probablemente en abril de 1891, la colección orfebre se deposita en el Banco de Bogotá, porque su dueño pudo haber viajado al exterior, como lo sugiere la noticia divulgada en EL HERALDO del 11 de marzo.

Mientras tanto, Vedovelli, con posibles compradores internacionales, sigue negociando y pide por la colección, “después de haber gastado tiempo y dinero considerable en registrarla y documentarla” la suma de 24.000 libras esterlinas, o sea la suma de unos $240.000 pesos colombianos de la época, una suma bien considerable.

El laudo arbitral a favor de Colombia no fue el único aspecto que justifica la adquisición por parte del gobierno para obsequiársela a España.  En esos días se presenta otra situación que refuerza la decisión gubernamental. Se trata del llamado que hacen España y Estados Unidos a los países del mundo para participar en los actos conmemorativos del IV Centenario del Descubrimiento de América.  Sus dos actos centrales serían la Exposición Histórico Americana de Madrid (1892) y la Exposición Universal en Chicago (1893).

La participación en Madrid fue el otro determinante que tuvo el presidente Holguín para comprar los objetos de oro.  Todo indica que en abril de 1891 hizo desistir a Vedovelli y Jaramillo de seguir ofreciendo del Tesoro Quimbaya al exterior, asegurándoles la compra por parte del gobierno.  Al italiano se le ofreció en compensación la adjudicación de un contrato singular, la traída de 8.000 inmigrantes italianos que colonizarían  y cultivarían  parte de la Sierra Nevada de Santa Marta.  Realizando dichas gestiones en Italia para concretar los detalles del viaje masivo, se entera que el Congreso no aprobó dicho contrato en sus sesiones de 1892.

Cuando se deposita la colección en el Banco de Bogotá se refuerzan las gestiones relacionadas con la exposición de Chicago y llega un comisionado a Colombia para adelantar el concurso del país.  Se trata del Teniente H.R. Lemly.  En mayo, EL HERALDO, no. 94, en Bogotá publica:

 (Lemly) “á (sic) escrito a Washington manifestando que ha adquirido para dicho certamen colección de antigüedades.  Esta, que contendrá muchos objetos de oro y platas desenterrados de las poblaciones indias, ha sido ordenada  por un distinguido coleccionador de igual país que ha dedicado a estas investigaciones 35 o 45 años”.

Esto se publica en mayo y es copia de la noticia de un periódico de La Habana, lo que indica que ya se había pensado enviar el Tesoro Quimbaya a Estados Unidos.  Sin embargo, el hecho histórico del laudo arbitral pudo hacer cambiar los planes del gobierno colombiano. De acuerdo con una noticia publicada en Quibdó en julio, el texto permite entender que lo que se expondrá en Chicago serán materiales etnográficos y “las antigüedades de sus tiempos chibchas, morteros y crisoles, potes y flautines de barro, ídolos de piedra y oro” (“Los Avisos”, Quibdó, no. 17, julio 16 de 1891).

Con las piezas depositadas en el Banco, probablemente se habían afirmado las gestiones de compra por parte del gobierno.  En este punto aparecen dos personajes en el proceso.  Son sus nuevos dueños, llamados Domingo Álvarez y Fabio Lozano Torrijos.  Todo indica que Jaramillo Lalinde hace la negociación primero con Álvarez, y en agosto éste se la traspasa a Lozano Torrijos.

Se comprobó, ya que aparecen en muchos documentos oficiales y privados del siglo XIX  que ambos eran comerciantes vinculados al flujo de mercancías y a la explotación minera.  La historiadora Muñoz escribe lo siguiente, en relación con Lozano, y de acuerdo con lo publicado en el periódico “El Tolima”, no. 97 de agosto 14 de 1890: “También aparecen notas que lo señalan como autorizado en la venta de fincas del camino del Quindío”.

El Tesoro Quimbaya fue comprado por el gobierno el 20 de agosto de 1891, irónicamente cuando se cumplían 13 años de fundación de la población de Filandia,  donde se había guaqueado.  Dos documentos manuscritos, de mucha fuerza histórica, comprueban dicha negociación, y darán mucho para tratar en la historia de Colombia.  Fueron suscritos y firmados ese 20 de agosto.  El primero es la exposición de motivos que el Presidente y el Consejo de Ministros “opinaron favorablemente a la oportunidad y conveniencia del obsequio que debe hacerse a España”.  Obviamente, en razón agradecida por el laudo arbitral.  El segundo es el propio contrato de compra por valor de $70.000.  Su artículo 1° dice lo siguiente:

Artículo 1°.  “Fabio Lozano T. da en venta al gobierno de la República una colección  de objetos o dijes de oro procedentes de una guaca o depósito hallado en el Corregimiento de Finlandia, Departamento del Cauca, y que hubo por compra que de ellos hizo el Sr. Domingo Álvarez, vecino de esta ciudad.  Dicha colección es la misma que se halla actualmente en poder del Banco de Bogotá y está clasificada en sesenta y dos (62) números con cuatrocientos treinta y tres (433) objetos que tienen de peso veintiún mil doscientos veinticuatro (21.224) gramos según la relación  que adjunta el presente contrato”.

Nota: Próxima entrega:  El Tesoro Quimbaya y España, historia de un periplo y un regalo

Por:  Jorge Hernán Velásquez Restrepo y Roberto Restrepo Ramírez.
Miembros de Número de la  Academia de Historia del Quindío.



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