Características de los yacimientos arqueológicos del Tesoro Quimbaya según la historiografía

Tomada de Recuerdos de la Guaqueía en el Quindío.
Luis Arango Cardona - 1941, pág 286

En una época de intensa guaquería -como ocurría en la región del Quindío en 1890- el hallazgo de lo que se llamaría posteriormente el “Tesoro Quimbaya” exacerbó los ánimos de los provincianos.

Todo ello era alimentado por las noticias de prensa que seguían publicándose, especialmente en los periódicos de Bogotá, adonde llegarían en diciembre las piezas de oro encontradas.

Los reportes destacaban fabulosas especulaciones sobre su posible función, endilgaron su pertenencia a personajes como Calarcá, confundieron los villorrios donde se guaqueaba y también se refirieron al lugar de procedencia de los objetos, el corregimiento de Filandia.  Pero no especificaban dichas noticias las características de las tumbas donde se habían localizado.  Era natural que no se divulgara la información, en una región donde miles de saqueadores reñían por ubicar los sitios potenciales donde se “guardaban” las riquezas de los pueblos del pasado.

Sólo fue en 1924 cuando don Luis Arango Cardona, el fundador de La Tebaida, publicó el primer tomo de su controvertido libro “Recuerdos de la guaquería en el Quindío” (Editorial de Cromos, Luis Tamayo y Co., Bogotá).  Allí (págs. 11-12), se refiere al probable sitio del hallazgo, que se llamaba La Soledad, hoy perteneciente a Quimbaya:

 “Días después de pasada la guaquería de Montenegro, una mujer les dijo a unos guaqueros que fueran a buscar guacas a tal parte, que allá se oían campanas, bandas de músicos, conversaciones, etc.  En seguida se fueron los guaqueros al punto indicado y descubrieron el pueblo de Soledad.  Allí los indios habían hecho un banqueo tan grande como una plaza de toros.  Allí debió haber sido otro centro de gobierno, y los gobernantes reyes.  A estos reyes, cosa misteriosa, no los enterraban como a los demás indios.  Este sistema de enterrarlos era un premio o castigo, por la superioridad de que estaban investidos.  A estos indios, vivos o muertos, los quemaban.  Las cenizas y el oro que tenían los echaban en cántaros de barro y los enterraban.  En cada quemada quemaban mucha gente, porque en las vasijas de cada guaca se encontraban huesos quemados de muchos indios.  Probablemente cuando moría un rey quemaban una parte de los magistrados de la corte, porque eran ricos los quemados en cada operación.
El oro era quemado en los altares del sacrificio, y lo revolvían con las cenizas de su dueño.  Allí relucía la bajilla imperial, que consistía en totumas y calabazos de oro.  Por docenas se contaban las diademas de oro, los bastones, cinturones, polainas, esquilones, caracoles, lagartos, mariposas, caciques, sapos, etc., y por último, un pájaro de oro de regular tamaño que, soplando uno por un orificio que el pájaro tenía en la corona, cantaba como una soledad.  De allí viene el nombre del pueblo.
En este pueblo había una guaca sacada por los indios, que según opinión de los guaqueros era la más rica, pues los indios no sacaban guaca pobre.
La suerte favorecía a estos aventureros, pero abusaron de ella.  El oro lo regalaban, o hacía parrandas costosas y decían: <Nosotros sí la gastamos, no como esos ricos hambrientos que no conocen la necesidad del pobre; nosotros podemos gastar; sabemos dónde hay oro y sabemos sacar>.
Los cálculos se les hicieron adversos; la suerte los abandonó; están con hambre, muchos han muerto y los han enterrado con camisa prestada”.

Esta reseña, a la que luego se remitiera nuevamente don Luis en la publicación de su Segundo Tomo y un Suplemento, en 1941, fue la única conocida, hasta que en 2004 la investigadora Carmen Cecilia Muñoz Burbano realizó su trabajo de grado titulado “El Tesoro de los Quimbayas.  Estudio Historiográfico y Documental”, y en ese juicioso y detallado informe anexó las noticias y documentos completos que se publicaron en los periódicos de Bogotá, en 1890.  Entre ellos aparece uno de noviembre 20, consagrado en el periódico EL CORREO NACIONAL, No. 66 y que se convierte en la noticia más completa sobre dicho hallazgo.

Fue escrita por uno de los fundadores de Calarcá, Román María Valencia y llama la atención que para ese escrito y otros posteriores -se referían a Finlandia ( y no  Filandia) como el sitio del descubrimiento.  El  cambio del nombre puede tener relación con la dificultad que tenían los extranjeros  para mencionar  dicha denominación, la que confundían con el país nórdico.  Tal situación quedó corroborada cuando, también en noviembre de 1890, el italiano Carlo Vedovelli -Breguzzo publica en francés el primer catálogo de las piezas del Tesoro Quimbaya  con el siguiente título:  “Catalogue de la Colection “Finlandia”.  Decouverte dans deux sepulcres prés de la ville de Cartago (République de Colombia) en novembre de 1890” y donde  incluyó tres fotografías del conjunto de objetos.

Sobre las características del o los yacimientos funerarios donde fueron encontradas las piezas del Tesoro Quimbaya tampoco hay precisión. Aunque, desde 1890, se habló popularmente de dos tumbas o dos pueblos de indios, como las llamaban los guaqueros. Luis Arango Cardona, en la página 62 de  su obra, se vuelve a referir al hallazgo de La Soledad y, específicamente, a la clase de sepultura.  Se trata de la  “matecañera” uno de los más de diez grupos de guacas reseñadas por él en tan singular libro:

“El séptimo grupo comprende los cajones  matecañeras, como las del pueblo de La Soledad, que dignamente los indios allí sepultados están reputados en el orden de los indios más competentes (siempre que oímos a guaqueros hábiles poner una comparación dicen de los indios de la Hoya del Quindio: los del pueblo de La Soledad, indios, oro y sepulcros).  Los reyes de La Soledad tenían muchas y muy distintas alhajas de oro; desde cornetas, pitos y unas cajas con tapa para guardar los tabacos, todo esto de oro fino”.

Más adelante, en la página 287, Luis Arango se refiere a un hallazgo de dos objetos de oro en una tumba matecañera, el 5 de diciembre de 1939 en Quimbaya,  en la misma jurisdicción del Tesoro Quimbaya: “un ángel alado y un cetro, insignia de autoridad”, de las cuales reporta una foto (figura 18).  Curiosamente, estas dos piezas, identificadas hoy como una figura antropomorfa del estilo Darién y un alfiler ornitomorfo para el poporo, son muy parecidas a dos piezas del Tesoro Quimbaya, que hoy reposan en el Field Museum de Chicago y que parece fueron adquiridas por el historiador Vicente Restrepo, otro de los protagonistas del proceso de compra del Tesoro Quimbaya por parte del gobierno colombiano en 1891.

Sobre los guaqueros que intervinieron en el hallazgo no existen nombres precisos.  Aunque el docente Cornelio Moreno, en su “Reseña Histórica de Filandia”, del año 1928, menciona un hecho singular.  Se refiere a “Casafú” y Victoriano Arias, como dos de los guaqueros, que donaron piezas de oro para incorporarlas a la fundición para la campana del templo de ese municipio, algo que pudo ocurrir entre 1895 y 1905, lapso estipulado para su construcción.

Próxima entrega:  Los relatos escritos de Román María Valencia y Carlo Vedovelli sobre el Tesoro Quimbaya.

Por: Jorge Hernán Velásquez Restrepo y   Roberto Restrepo Ramírez.  
Miembros de Número de la Academia de Historia del Quindío.

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