El sentido filosófico de la microhistoria

Por: Nodier Botero J. Miembro de la Academia de Historia del Quindío
Publicado en el Diario La Crónica (Armenia), 27 de octubre de 2013

Introducción:

La historiografía (o el estudio de la construcción y el sentido de los textos históricos) se desenvuelve en el tiempo a través de un movimiento en donde entran en relación dialéctica la naturaleza de los hechos y los acontecimientos, la intención crítica de quienes los escogen, los recursos de diversas fuentes y distintos desarrollos científicos y la dimensión manifiesta de las cuestiones epistemológicas, estéticas o morales que configuran la narración histórica. La dimensión poética-lingüística, o sea la cuestión metahistórica, ha empezado en las últimas décadas a convertirse en factor de gran importancia cuando se trata de racionalizar analíticamente los alcances significativos del texto histórico desde la perspectiva de su consideración como forma discursiva, es decir, de la estructura del lenguaje articulada con la utilización de un inventario definido de recursos trópicos o de las figuras literarias utilizadas (como ocurre con la teoría de la metahistoria de Hayden White). De manera que las formas básicas utilizadas para escribir la historia en cada época se pueden considerar como el resultado de concepciones o ideas básicas sobre la realidad del mundo o de las tendencias filosóficas, como de las relaciones socio-económicas y no simplemente de los lineamentos teóricos de documentos o manifiestos académicos que constituyen apenas su expresión posterior.

1. El Espíritu en la historia.

En su “Introducción a la filosofía de la historia” Hegel considera que al escribir la historia lo que hace el historiador es transformar los hechos y los acontecimientos en “información para el entendimiento” y que cuando se quiere objetivar un amplio período histórico deberá hacerse “atendiendo a una idea”, pues es solamente por medio de la profunda, libre y amplia intuición de las situaciones y del “hondo sentido de la idea” como puede conferirse verdad e interés a las reflexiones. De manera que la historia universal se desarrolla en el terreno espiritual en donde la idea se despliega hasta convertirla en una “explicitación del espíritu”. Igualmente, Benedetto Croce nos propone que el sujeto de la historia es el “Espíritu del Mundo”, o la razón, y no el hombre. Siguiendo esta dirección filosófica se construyeron las grandes narraciones históricas de comienzos del siglo XX: Johan Huizinga, quien considera a la historia como una forma espiritual en que una cultura rinde cuentas del pasado (en “El concepto de la historia”), por medio de la relación de los hechos como creaciones del espíritu que se materializan a través de las mentalidades culturales, propone su modelo filosófico – narrativo con el cual construyó su admirable obra “El Otoño de la Edad Media”; O. Spengler planteó una nueva filosofía  de la cultura y de la historia total, como sucesión de formas que toman las distintas civilizaciones y los hechos integrados de las culturas, cada una con su propia alma, propuesta en su libro clásico “La decadencia de occidente”; Arnold Toynbee logró abstraer una idea total de la historia de las sociedades encarnadas en las civilizaciones y en los grandes destinos colectivos, en sus “Estudios de la historia”.

2. Tres grandes perspectivas históricas.

 Es en relación con la perspectiva histórica antecedente en donde podemos situar el marco epistemológico de las grandes tendencias historiográficas dominantes en el siglo XX, cuyo contenido nos permite una aproximación al sentido filosófico de la microhistoria. Al respecto el gran historiador mejicano Luis González y González en su libro “Invitación a la microhistoria” (México, D.F., Fondo de Cultura Económica, 1986), nos ilustra una abstracción suma en relación con las tendencias de la historiografía que preceden a y derivan en la microhistoria. Según su perspectiva se han configurado tres grandes momentos, cada uno con sus orientaciones y objetivos. Nos dice: “Lo normal, sin embargo, es que la historia de índole monumental recoja los sucesos influyentes; la de índole crítica, los sucesos trascendentes y la anticuaria los sucesos típicos. La primera persigue el grito de Dolores, la batalla de Waterloo, la derrota de la Armada Invencible; la segunda anda detrás de lo que retorna: crisis agrícolas, curvas de precios, formas artísticas que se deshacen y vuelven a hacerse; lo más o menos repetitivo o no del todo irrepetible. A la microhistoria le interesa más que lo que influye o renace, lo que es en cada momento, la tradición o el hábito de la familia, lo que resiste al deterioro temporal, lo modesto y lo pueblerino” (pág. 29 de la ed. citada). Lo que aparece sintetizado en estas afirmaciones son los significados y el sentido de la historia monumental (la de Ranke, Tocqueville, Michelet y Burckarth en el siglo XIX y la de Huizinga, la de Spengler, la de Toynbee en el siglo XX); los objetivos y métodos de la tendencia crítico-analítica constituida por la llamada historia de los “Annales”; y los objetivos y los contenidos de la historia que él llama “minúscula” y “pueblerina” que se corresponden con la llamada “microhistoria”. Veamos como se inscribe esta última tendencia en el extenso contexto filosófico de la historiografía del siglo XX.

La llamada historia de los “Annales” aparece al final de las tres primeras décadas del siglo XX, como una forma científica y erudita de la historiografía francesa, con sus dos grandes impulsores Marc Bloch y Lucien Febre. Posteriormente destaca la figura de Fernand Braudel con su libro “El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II” (1949). Al principio puede verse como a través de los artículos críticos de la revista “Annales” se propone una reacción contra la historia monumental, una orientación académica hacia el aprovechamiento de los grandes desarrollos de las ciencias humanas (sociología, economía, geografía) en beneficio de una reconstrucción histórica que pretende dejar de lado el discurso narrativo de la ficción literaria para concederle relieve a los procesos históricos extensos, a los ciclos económicos y demográficos, como también al estudio de las mentalidades. En su libro “Combates por la historia” (Barcelona, Edit. Ariel, 1970) Lucien Febre arremete contra Spengler y Toynbee de quienes dice que han construido “dos filosofías oportunistas de la historia” y critica sus metodologías totalizantes, su separación en ramas temáticas que se excluyen mutuamente, de la idea del alma “apolínea” de la cultura clásica que propone Spengler con su estatismo, calma y lentitud, lo mismo que su ideología pesimista de la decadencia. De la misma manera, se refiere críticamente a Toynbee y a su teoría de las sociedades y de las civilizaciones como grandes constructos temáticos, a las ideas históricas de la grandeza y lo heroico de los destinos colectivos de la humanidad; le atribuye también al historiador inglés un exceso de “optimismo cosmológico”. Como respuesta a los extremos de la historia total de las civilizaciones y de su interpretación universalista de los hechos de la historia, los líderes de los “Annales” proponen una nueva filosofía del hecho histórico que privilegia el conocimiento de la vida humana, su análisis crítico (científico), la validez cognitiva de los documentos y de diferentes elementos probatorios, la capacitación científica del historiador, la interconexión de los desarrollos temáticos, la recurrencia a múltiples fuentes (utensilios, lenguajes, signos, espadas, brazaletes, escudos, monumentos, instrumentos de uso), lo mismo que la reivindicación del sentido del tiempo presente, como atendiendo a B. Croce y a su afirmación de que toda historia aparece siempre referida al momento actual.

3. El contexto filosófico de la microhistoria.

Para ubicar a la microhistoria en su contexto filosófico hemos de ver los momentos de desarrollo de la historiografía como flujos dialécticos que van desde los sencillos y escuetos relatos (de Heródoto), hasta la historia de grandes hechos y acontecimientos, pero que no desatiende su relación con las costumbres o “mores” (como en las “Décadas” de Tito Livio); o desde la historia monumental antes ejemplificada hasta la historiografía crítica y la atención a los sucesos de la vida cotidiana; o desde la exaltación de los héroes (como en T. Carlyle) hasta la objetivación de la vida de los sencillos ciudadanos de carne y hueso; o desde la fijación como objetivo histórico de lo realmente observable y medible hasta la radiografía de las ideas y del pensamiento de los grupos sociales, como en la historia de las mentalidades; o desde la fuerza intuitiva e imaginativa de las historias nacionales y continentales hasta las exigencias de cientificidad, objetividad y rigorismo expositivo de la escuela de los “Annales”. Como para comprobarnos el poder de la energía entrópica como motor del cambio y del dinamismo de la historia que nos propusiera Hegel, la fase avanzada de la tercera generación de la Escuela de los “Annales”, aparecida en la década del 70-80 del siglo XX, propone contra los extremos “cliométricos” (de datos, curvas y estadísticas), una tendencia de retorno a la narración y a la historia de los acontecimientos. Esta directriz es presentada como un franco cuestionamiento a la historia socioestructural, a partir del texto de Peter Burke “New Perspectives on Historical Writing” traducido al español como “Historia de los acontecimientos y renacimiento de la narración” (de 1991), en donde aparece un artículo sobre la microhistoria firmado por Giovanni Levi y titulado “Formas de hacer historia” que constituye un momento inaugural de la nueva historiografía en Italia.

Desde esta última perspectiva histórica (postmoderna) se le concede preminencia a lo espacial y al tiempo remansado, con el dominio del presente y la descripción de pequeños y múltiples acaeceres diarios, lo mismo que con el reconocimiento de las diversidades y de las diferencias étnicas, religiosas, políticas. En atención a unos nuevos modos de pensar la realidad se estima que así como en el siglo XIX los grandes filósofos de la historia como Hegel, Comte y Marx construyeron sus principios de la dinámica de la historia sobre las teorías del evolucionismo y de las leyes naturales basadas en los principios del movimiento (según el lema “natura nihil facit per saltum”), ahora se presenta, sobre la base del tiempo einsteniano y cuántico, el advenimiento de una nueva concepción existencial referida al presente denso y omnicomprensivo que conlleva a una difuminación de la conciencia histórica, a la validación de la significación del instante, al tiempo “moderato” de las costumbres y a la construcción de la historia en atención a las múltiples particularidades del universo social. Desde la aparición del ensayo de Lawrence Stone “Past and Presente” en 1979, se proponen críticamente las nuevas circunstancias que determinan y condicionan la producción histórica contemporánea, dentro de un retorno a la narrativa y su imposición sobre la historia estructural. Se pueden señalar como sus condiciones: (a) la atención al hombre en sus circunstancias; (b) el dominio de lo cultural y lo emocional sobre lo económico y lo demográfico; (c) la recurrencia a teorías de naturaleza sicológica y de la antropología  simbólica; (d) las temáticas más centradas sobre los individuos que sobre los grupos; (e) el predominio de lo descriptivo y lo literario sobre lo analítico y lo científico. Dentro de este ideario se consolidan, entonces, tres tendencias de la historiografía contemporánea: (A) la historia de las vivencias cotidianas (Alemania); (B) la metahistoria o la explicación histórica a partir de la estructura narrativa en Estados Unidos; y (C) la microhistoria, en Italia. Enseguida nos referimos, finalmente, a esta última.

4. Forma y contenido de la microhistoria.

En el precitado texto de Luis González y González, el autor al contraponer temáticamente a la macrohistoria la especie historiográfica que nos ocupa, conceptúa que si la historia lo es de la patria, la microhistoria se ocupa de la “matria” o de la tierra madre que nos ata sensitivamente y condensa todos nuestros afectos. Al respecto señala: “Aunque todo el mundo dedica la mayor parte de su tiempo al descanso y a la diversión, la macrohistoria se empeña casi siempre en ver únicamente los aspectos penosos del ser humano. Sólo la microhistoria, y no siempre, toma como asunto el ocio y la fiesta: formas de liberación, astucias eróticas, intercambio de mujeres, modos de proliferación de la vida, vida infantil, juegos de niños, fiestas caseras, nacimientos, bautizos, primeras comuniones, santos, bodas, días de campo, camping, caza, fiestas cívicas, festividades religiosas, turismo, deporte, juegos de salón, costura, artes populares, corridos, canciones, leyendas, ruidos, músicas, danzas, todos los momentos de descanso y expansión y producción artística, espectáculos, pasatiempos, regocijos, solaces, distracciones, devaneos, desahogos, jolgorios, juergas, jaleos, festines, saraos, mitotes, circo, charreada, gira política, discursos, desfiles, títeres, castillos, toritos de fuego, lunadas, serenatas y velorios” (pág. 32 de la edición citada).

Así mismo, en referencia a los aspectos de la realidad de los que se ocupa la microhistoria nos dice que ella puede abrirse con éxito a todos los sectores de la vida: economía, demografía, sociedad, religión, política, ideas, creencias, actitudes, arte, ciencia y literatura popular, pues “no hay disciplina que se preste tanto a la visión del hombre entero, a la historia integral como la microhistoria” (pág. 69 de la citada edición). Esta historiografía microscópica, nos dice citando una fuente, como suele ser la mini, contiene más verdad que la telescópica. El mismo profesor González y González en una ponencia de historia denominada “Microhistoria para multiméxico” contenida en su citado texto, se refiere a las múltiples posibilidades de la historia de los lugares pequeños, por lo rico y múltiple de las fuentes locales, arrancando desde la tradición oral y siguiendo con los registros parroquiales, los libros de informaciones matrimoniales y visitas de Obispos, los archivos de notarías, los papeles de las haciendas, los diarios, las genealogías, las memorias, las hojas sueltas, los epistolarios de las amas de casa, los libros de diezmos, la aerofoto, los periódicos, los censos, la vieja arquitectura que permitirán penetrar hasta el fondo de la vida lugareña (pág. 70 de la ed. citada). Así mismo, citando a Alfonso Reyes, reconoce que en los historiadores locales están las aguas vivas, los gérmenes palpitantes y que muchos casos nacionales se entenderían mejor procediendo a la síntesis de los conflictos y sucesos registrados en cada región (pág. 70 de la cit. edición) y que el microhistoriador podrá realizar contando con la ayuda de “archiveros, biógrafos, numismáticos, arqueólogos, sigilógrafos, lingüistas, filósofos, cronólogos y demás profesionales de las disciplinas auxiliares de la historia (pág. 127 de la edición citada). Finalmente, anotamos como muy significativa la afirmación de Lucien Febre”. “Nunca he conocido y aún no conozco más que un medio para comprender bien, para situar  bien la historia grande. Este medio consiste en poseer a fondo, en todo su desarrollo, la historia de una región.”

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