Por: Nodier Botero J.
Publicado en La Crónica 22 de septiembre de 2013
La identidad es un proceso en permanente elaboración por medio de la interacción de lo individual con lo colectivo.
Los estudios de la sociedad y la
cultura modernas han pasado en los últimos cien años desde los análisis
organizacionales de Max Weber, a los modelos de naturaleza estructural y
funcionalista del Talcot Parsons, hasta el análisis de las representaciones simbólicas
del hombre y de los fenómenos sociales, basado en la idea de E. Cassirer que
define al hombre como animal simbólico y en las revelaciones profundas de
Gilbert Durand sobre el mundo de lo imaginario (en su libro Las estructuras
antropológicas de lo imaginario). De manera que siguiendo estos principios se
ha ordenado una importante corriente de estudios que estima a la cultura como
construcción simbólica, a la sociedad como suma de estructuras que se
identifican en el universo de los símbolos y a la identidad como proceso de
reconocimiento de los miembros de una comunidad a través de la concientización
de los llamados símbolos compartidos.
Como heredero de toda esta tradición, el antropólogo norteamericano Clifford
Geertz nos propone su concepción de la cultura como un sistema de símbolos en
permanente interacción y recreación de sentido. Por eso sus tesis conforman una
antropología simbólica expuesta en su obra La interpretación de las culturas,
donde estudia no tanto a los símbolos en sí, sino más bien en su concepción
instrumental y en sus aspectos culturales.
Por esto mismo al considerar a los símbolos como activadores, cohesionares o
retransmisores de la estructural social, G. Durand puede definir a la sociedad
como un conjunto de significaciones imaginarias sociales y a la cultural como
el contexto simbólico dentro del cual pueden emerger sus significados. Ahora
bien, como la cultura es dinámica y se desarrolla siempre en actitud de
encuentro de significados, entonces podemos entenderla también como la búsqueda
de la identidad que puede encontrarse en su base.
Por esto mismo, Geertz pasa del reconocimiento de los símbolos mismos a su
determinación como “acción pública” que permite a los hombres comprender el
mundo y construir sus ideologías. Este es el contexto teórico que nos permite
discernir unos principios e ideas básicas sobre la identidad regional en el
presente siglo.
Inventario de símbolos propios
De la misma manera que existe un “capital pensado de lo humano” (G. Durand),
existe también un inventario de símbolos propios de cada cultura que forman lo
que Ricardo San Martín (en “Identidad; collage cultural”) denomina un mapa
cultural de la identidad: “… lugares sagrados, ciclos cívicos, religiosos,
tótem y tabúes, santos patronos, profetas, herejes, santuarios, procesiones
múltiples, romerajes, banderas, signos, símbolos, límites y fronteras, no solo
reales, sino también místicas”.
Pero para definir la identidad se requiere objetivar estos símbolos en acción,
pues ellos por sí mismos no son constitutivos de las personas, o de los
acontecimientos (el símbolo no es la realidad, la representa). Para su cabal
interpretación los símbolos deben integrase dentro de una estructura interna
que forma un sistema simbólico, el sistema identitario. En un trabajo nuestro
que presentamos a consideración de la Academia de Historia del Quindío, hemos
tratado de agotar este inventario de símbolos de nuestra realidad (“El Quindío
en símbolos”), pero no llegado a juntarlos en un modelo estructural unitario, por
el expediente de establecer las múltiples relaciones que pueden encontrarse
entre ellos, tarea por hacer y que de realizarse constituiría una aproximación
al significado cabal de nuestra identidad histórica.
Construcción de la identidad
La identidad es un proceso en permanente elaboración por medio de la
interacción de lo individual con lo colectivo. En términos de Aristóteles se
trata de una substancia subyacente que se va configurando (como entidad) a
través del cambio, en la medida en que los actores sociales se desempeñan o
interactúan con el medio y con los demás y al actuar van formando el sentido de
sí mismos, del mundo y de las cosas.
La identidad se crea, se recrea y se transmite. Cuando esta identidad es
formulada verticalmente desde el principio de autoridad, deben esperarse y
medirse los efectos de la apropiación, pues no todo lo que se propone
inductivamente es aceptado con sumisión por el conjunto social.
Cuando se programan símbolos distintivos en función de caracterización
identitaria, como en el caso de Armenia con las esculturas del camello y de la
casa quindiana, los resultados habrán de medirse en cuanto a la aceptación
(asimilación-apropiación) de estos símbolos por el imaginario colectivo, pues
la mera inducción desde el poder no basta, ya que la naturaleza de la imagen
simbólica está en su origen mismo como creación de una conciencia colectiva. En
este caso los funcionarios, o los conductores políticos, no pueden, aunque
quisieran, pretender que su imaginario individual está en absoluta
correspondencia con el imaginario colectivo y deben, más bien, asumir la
actitud de intérpretes de la conciencia pública.
Los imaginarios colectivos
Los imaginarios sociales de una comunidad, sus mitos, sus símbolos, sus
representaciones constituyen el sistema de significados y sentidos de la
realidad en donde esos individuos actúan. Por eso la cultura puede definirse,
como lo hace Clifford Geertz, como “un esquema históricamente transmitido de
significados representados en símbolos o sistema de concepciones heredadas y
expresadas en formas simbólicas por medio de las cuales los hombres comunican,
perpetúan y desarrollan sus conocimientos y sus actitudes frente a la
vida”.
En la región del Quindío, el escaso recorrido histórico de la vida social determina
que las actuales generaciones se encuentran próximas a las mismas raíces de sus
orígenes, por lo cual son difíciles de rastrear unos elementos históricamente
estructurantes de una quindianidad. Pero, a la vez, este factor puede favorecer
distintas exploraciones del pasado regional con testimonios, documentos,
monumentos y tradiciones orales que la historia contemporánea ha validado como
fuentes de credibilidad aptas para el trabajo histórico.
Es el caso de los imaginarios sociales quindianos, cuyo estudio puede abordarse
como una historia de las mentalidades, como los imaginarios de la guaquería,
del progreso ciudadano, de la identidad política – administrativa, de la
riqueza del café, del poder del narcotráfico, de la crisis del café o del desastre
del terremoto.
Perspectivas de cultura
Pueden distinguirse tres perspectivas de cultura, no excluyentes sino, más
bien, complementarias: a) como estado del espíritu; b) como resultado del
desarrollo histórico; c) como conjunto de símbolos y significados. La primera
considera, interpretando la noción clásica alemana de Kultur, que la cultura es
un proceso de mejoramiento cualitativo, de desarrollo espiritual, que se
proyecta hacia el perfeccionamiento de lo humano sobre la tierra y que Kant
interpreta como el triunfo de la razón, la llegada del hombre a la mayoría de
edad; la segunda estima que hay etapas o estadios del dominio del hombre sobre
la naturaleza que se expresan como manifestaciones del arte, de la moral, de
las leyes, de las creencias, de las costumbres, o de lo que actualmente se asimila
más a la idea de “civilización”; la tercera, teoría de C. Geertz, nos propone
que la cultura es un sistema de redes simbólicas en donde el hombre se
desempeña y para cuyo discernimiento se impone una tarea de búsqueda e
interpretación del sentido. En el caso de nuestra cultura regional quindiana,
insertada actualmente en el mundo de la intercomunicación, se observa una mayor
complejidad en la tarea de entender el mundo donde los hombres actúan, a fin de
encontrarle sentido.
El quindiano de hoy se sitúa ante su universo cultural altamente exigido en la
tarea de autoidentificarse dentro de este mundo que lo circunscribe. La llamada
desterritorialización de la cultura y los efectos mediáticos han producido el
dominio de los referentes simbólicos sobre los datos empíricos y ha conducido
al despliegue de mayores esfuerzos para percibir y asimilar el sentido de la
realidad. Así mismo se hace mayor la dificultad para la comprensión del mundo
de los demás. Por eso se exige la labor didáctica de apoyo para la cabal
inserción ciudadana en este mundo complejo y distinto que conlleva a una
indeterminación de lo real (realidad virtual).
Función simbólica imaginaria
La clave de la interpretación de la cultura está en la función simbólica
imaginaria que desempeñan los símbolos y que se cumple a través de lo que G.
Durand llama “proceso de antropologización”: “cuando una cosa entra en relación
con el “yo” queda revestida de un sentido antropológico; se integra a una
amplia estructura del mundo pensado”. El sentido de lo humano, o la referencia
a lo humano, va llenando de contenido a los símbolos o a las imágenes; se trata
de los objetos culturales y de los productos naturales antropologizados.
Este es el sentido con el cual se leen las simbolizaciones icónicas del Quindío
como la guadua, la palma de cera y los productos agrícolas identificatorios (la
yuca y el plátano), y que son trasladados a la estructura identitaria mediante
el acto imaginativo de la simbolización. De la misma manera, los valores como
cualidades abstractas (intrepidez, esfuerzo, valentía) son concientizados a
través de los personajes míticos o históricos que los encarnan, como en el caso
del simbolismo de los primeros colonos y pobladores. Se trata de los modelos
antropológicos con los cuales el imaginario colectivo construye el sentido de
pertenencia y va fijando en unos hombres “propios” sus ideas de sentido
comunitario y de trascendencia existencial.
Las dimensiones de los símbolos
Los símbolos de identificación regional que integran el capital cultural propio
se articulan estructuralmente en dos dimensiones: 1) como creación y
recreación; 2) como transmisión o sucesión.
El hombre culturalmente integrado recibe un inventario de ideas, creencias,
costumbres y normas de comportamiento, que constituyen la evidenciación de que
la cultura configura un ámbito de valores comunes, transmitidos a través de un
proceso de comunicación compartida. Por eso se hace manifiesta la idea de esta
comunicación como, más que un medio, un verdadero componente estructural. Este
proceso de transmisión de los “sellos culturales” de generación en generación,
por su naturaleza activa y por la misma condición de la imaginación creadora
propia del hombre, puede explicarnos por qué los cambios comunicacionales
afectan consecuentemente los aspectos culturales individuales y determina una
distinta sociedad como producto del desarrollo informacional, la que ahora
llamamos “sociedad en red”, una instancia posterior a la llamada “sociedad del
conocimiento” que distinguió gran parte del Siglo XX.
Así mismo, se reconoce actualmente como “ciberespacio” una localización ideal
en la cual se pueden juntar comprensivamente las culturas históricas del
pasado, pero además establecer nuevas relaciones entre personas que aparecían
en el espacio real difícilmente conectadas entre sí. Así mismo lo que ahora se
conoce como cibercultura integra en la vida corriente nuevas realidades o
producciones culturales antes inexistentes. O sea que se han multiplicado al
infinito las posibilidades de recepción y transmisión culturales y la aparición
de nuevos medios y nuevos componentes estructurales.
Un binomio dialéctico
En los problemas de recepción informativa y retransmisión cultural opera el
binomio dialéctico de difusión globalizada/apropiación localizada. Esta
constatación nos permite superar la contradicción entre identidad y globalidad,
o entre lo local y lo global. Los estudios sobre medios masivos de comunicación
en el mundo de hoy permiten evidenciar que mientras la información y los contenidos
se van difundiendo progresivamente a escala global, la recepción y apropiación
local (en el seno de cada cultura regional) es diferente, de acuerdo con el
contexto social, histórico y político.
Es lo que se denomina difusión globalizada, apropiación localizada, que se
cumple en la medida en que las personas que viven en diferentes contextos
utilizan los recursos que tienen disponibles para darle sentido a los mensajes
que reciben y para incorporarlos a las necesidades de su vida (Isidor M.
Mayans).
En estas condiciones el arrastre globalizante y la participación en las redes
globales deben quedar equilibrados por una definida y fuerte identidad a nivel
local. Por esto mismo se impone la necesidad actual del fortalecimiento de los
estudios regionales. Como lo afirma Manuel Castells, la contradicción entre la
red y la propia identidad refleja la misma contradicción entre la sociedad de
la información global y los valores de la gente, por lo que el reto educativo –
formativo en los problemas de identidad consiste en encontrar cómo relacionar
la sociedad global con las identidades culturales regionales o locales, a fin
de “crear una interacción positiva y no un conflicto entre la propia identidad
y la red”. (M. Castells).
La interacción de lo individual con lo colectivo
Hay una interacción permanente entre la identidad individual y la colectiva.
Así como la conciencia de identidad individual se define en relación con “el
otro” o con “lo otro”, la identidad regional está constituida por el
reconocimiento y la expresión de pertenencia o adhesión a un colectivo, a un
espacio y a una cultura, por medio de procesos de mediación simbólica. La
identidad cultural, no obstante ser una noción de carácter abstracto, se
descubre en acciones concretas, físicas; se moldea a partir de las experiencias
cotidianas que llamamos vivencias o socializaciones tempranas, ayudadas por la
memoria cultural (capital de imágenes pensadas). En este sentido, como lo
afirma el sociólogo Michel Bassant, la identidad regional es la imagen que los
individuos y los grupos de una región moldean en sus relaciones con otras
regiones. En resumen, la identidad individual es la imagen de uno mismo que se
construye por medio de la interacción del individuo con los otros y su entorno;
se trata de un proceso de reconocimiento. Así mismo, la identidad colectiva es
la imagen que se forma una comunidad de sí misma y del reconocimiento de las
demás comunidades.
Lo local y lo global
La actual construcción de identidad local se realiza dentro del sentido de la
globalidad. En la actual sociedad de la información, la construcción
identitaria no puede verse ya como el proceso mediante el cual los individuos
construían con los mismos referentes tradicionales de raza, país, idioma, el
sentido de los fenómenos históricos y sociales que afectaban su vida. Los
factores tradicionales que representaban la lengua, la religión y el origen
común han cedido lugar a los llamados referentes transversales de
identificación como el individuo, la familia, o la fuerza de los proyectos
colectivos, como elementos cohesionantes para construir el sentido de
pertenencia a un grupo o a una comunidad.
Al tornarse en diversidad las que antes eran homogeneidades políticas, étnicas
o religiosas, las identidades colectivas se construyen más a través del
reconocimiento “de” y “con” los demás y de la adhesión a creencias compartidas
y proyectos comunes. Si la cultura se reconoce como una estructura procesal,
entonces los momentos mismos del proceso deben utilizarse para lograr propósitos
de identidad o, como señala Clifford Geertz, como instrumento para la
construcción de ideologías.
Sentido de la realidad quindiana
En el Quindío se vive la cultura de la imagen y el sentido de la realidad
configurada mediáticamente. La “imagología” como religión de los nuevos tiempos
actúa sobre la conciencia de los quindianos, en función del moldeamiento de sus
principios de identidad. Pero a los educadores y a los intelectuales
corresponde la tarea de que esta función formadora no recaiga solamente en los
oficiantes de la pantalla (presentadores, locutores, héroes mediáticos, figuras
de farándula, promotores publicitarios), ni que se instaure la dictadura de la
avalancha mediática que tiende a sepultar a los valores del pasado con una
deificación interesada de los valores del presente.
Más bien, lo que se impone es recuperar la TV como un agente de la construcción
de la identidad, entender y encauzar sus mensajes en función de una pedagogía
cultural que permita su uso y el de todos los medios en función de construcción
de identidad. Desafortunadamente las programaciones de televisión nacional y
regional se estructuran más en función del gusto popular y no de modelos
culturales enriquecedores.
Como anota Isidor M. Mayans, si estamos de acuerdo en que la cultura constituye
un elemento importante de la formación de la identidad individual y de cohesión
de la identidad colectiva, estaremos de acuerdo con la importancia de saber
reaccionar en el contexto de lo que hemos llamado ámbito cultural de los medios
de comunicación. La construcción de la identidad colectiva en el mundo de hoy
debe necesariamente estar asociada a la idea de la existencia de la
sociedad-red como forma estructural de la sociedad de la información,
generadora de prácticas sociales y culturales en donde los ciudadanos se están
formando, comunicando y defendiendo sus derechos.
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