Peñas Blancas y las reseñas legendarias de dos héroes históricos del Quindío

 

En el Quindío contemporáneo -como en todas las regiones- circulan las leyendas, transmitidas ellas desde la dinámica de diversas versiones, que enriquecen el imaginario colectivo. Una de ellas es la de Peñas Blancas, la formación natural que se otea al oriente.

No solo esta montaña despierta todo tipo de comentarios y de relatos fabulosos. También los motivan otras elevaciones que se ubican en esa dirección geográfica. Son el cerro Morrogacho de Salento y el nevado del Tolima. El primero, reservorio de yacimientos arqueológicos importantes como son las estructuras líticas o tumbas de cancel. El segundo, un dador del paisaje nevado más idílico, visible desde muchos lugares del departamento, cuando se aprecia con su cono blanquecino. O cuando es avistado desde la silla cómoda del avión comercial que vuela los aires del centro de Colombia.

Peñas Blancas, Morrogacho, el Nevado del Tolima y el páramo de Chili, en Pijao, fueron mencionados en enero de 2015 por el Cabildo Mayor Indígena Pijao de Armenia, en una carta dirigida a la gobernadora de entonces, Sandra Paola Hurtado Palacio, en la que se le pedía intermediación para proteger esas alturas, consideradas sitios sagrados por los indígenas actuales. Un fragmento de la carta decía lo siguiente: “... Nuestra tradición Pijao denomina con el nombre de Katakaima todos esos lugares de nuestros ancestros, que pertenecieron y fueron recorridos por Calarcá, el cacique o personaje legendario...”.

Con los nombres de muchas deidades de estos pueblos originarios, esas montañas han estado presentes en la cosmogonía de los pijaos. Entre otras están Lulumoy, dios de la justicia y la sabiduría. La serpiente Molá, deidad que construyó parte de la cordillera Central hasta el cerro de Pacandé y en su trayecto creó otros lugares sagrados para el pueblo pijao, entre ellos el Nevado del Tolima y el volcán Machín.

Una leyenda cuenta que “en el siglo XVI una líder chamán pijao conocida como Ibanasca (también llamada Tulima o Yulima) fue sentenciada a morir en la hoguera por los españoles. Su gente no veía que estuviese siendo quemada, pues un enviado del Dios Fuego la cubrió para purificarla y para que su espíritu se convirtiera en la Diosa de los Nevados”. Es, por consiguiente, la diosa de la protección y es considerada también la Madre del agua y protectora de los pijaos.

En el fulgor de esas recordaciones emergió en la época del contacto sangriento ese personaje histórico, hoy conocido como Calarcá. Muchos autores lo han abordado para presentarlo en las diversas facetas de su vida luchadora contra las huestes invasoras. Uno de ellos, Julio César Cubillos, en su escrito titulado “Apuntes para el estudio de la cultura pijao” (Boletín de Arqueología, 1946), nos recuerda que las crónicas de la conquista lo mostraron también como un mohán, hechicero y adivino. Atributos que, sumados a su valentía en el combate, permitieron que hoy sea el más conocido personaje del mundo prehispánico en la región.

También de él han circulado varias versiones sobre su muerte y se le ha vinculado especialmente con los peñones y cavernas hoy llamadas Peñas Blancas.

El pijao Calarcá, las deidades mitológicas y Peñas Blancas vuelven a aparecer en una mención literaria famosa del siglo XX y en una monografía histórica municipal, pero ya en relación con otro personaje popular del Quindío, a quien - como Calarcá - se le puede considerar también un héroe histórico. Además, ambos, conocidos con visos de leyenda. Se trata de Zabulón Noreña, mencionado por el proceso conflictivo de la Concesión Burila a finales del siglo XIX.

Sobre él, el académico Jaime Lopera Gutiérrez no duda en llamarlo “el primer líder agrario quindiano”. Dos de sus acciones así lo confirman. La primera, una concentración liderada por este campesino calarqueño en el cerro El Berrión, donde hizo una proclama para sacar de la cárcel a los campesinos que luchaban contra los abusos de Burila. La segunda, el acompañamiento a otro líder recordado en ese litigio, el abogado de los colonos, Catarino Cardona.

Así lo describe el escritor genovés José Adán Alzate Gómez, en su libro titulado “Génova 1903 -1993”, página 258, publicado cuando este municipio quindiano cumplió 90 años de vida: “... Después de una excursión violenta de Zabulón Noreña con su grupo de jinetes, en la que liberaron a una numerosa cantidad de campesinos que habían sido encarcelados por cuenta de la Burila y bajo las órdenes del corregidor Melitón Arias, se armó una trampa contra don

Catarino, el que fue injustamente declarado leproso y enviado a Agua de Dios. Después de los exámenes médicos en los que certificaba que don Catarino no sufría tal enfermedad y quedando al descubierto la patraña, nuestro personaje regresó a Calarcá y desde La Línea fue acompañado en cabalgata por los jinetes de Zabulón Noreña y se hizo una celebración muy ruidosa por parte de los colonos y la ciudadanía en general “.

Pero más soberbia es la mención del escritor Jaime Buitrago en su libro famoso, titulado “Hombres trasplantados: colonización del Quindío”, publicada esta obra en 1943, por la Imprenta Departamental en Manizales, los siguientes son significativos apartes de la novela, en sus páginas 168 y 169, tomados del fascículo titulado “La colonización empresarial”, escrito por la historiadora Olga Cadena Corrales(Proyectos Especiales, La Crónica del Quindío, año 1999): “... Después de que Zabulón Noreña sacó a unos campesinos que estaban presos en la cárcel de Calarcá por disputa de tierras con la compañía Burila y que huyeron a las montañas de Peñas Blancas, les narró la siguiente leyenda:

“Por los lados de estas cumbres vivió el cacique Calarcá con sus compañeros de raza, los Pijaos. Los españoles quisieron esclavizarlos, pero no lograron conseguirlo en cuarenta años de tenaces luchas. Si nosotros, que somos alma y espíritu de la gleba, nos dejáramos subyugar por los poderosos, estoy seguro que se removerían con rabia las cenizas de aquel valiente cacique, a cuyo recuerdo se estremecen estas montañas”.

- “Todavía vibran, arguyó un colono mozo, porque en ciertas noches se oyen en Peñas Blancas murmullos largos y música de instrumentos raros...”

- “Nosotros - dijo Florinda - hemos oído rodar los peñascales hasta caer en los vaguadones del río. Pero al día siguiente notamos que las rocas están intactas y que nada ha sucedido”.

- “Sin duda son los gandharvas, ángeles de la vibración, o las mismas almas de los pijaos que todavía custodian sus dominios por los cuales perecieron, agregó Zabulón. Sepan que el cacique Calarcá, fuerte y hermoso como ninguno de los pijaos, reunió a su pueblo en esta cordillera y les habló de este modo en su lenguaje:

Habéis de saber que en mis sueños se me presentó Lulumoy y me dijo cómo una raza de blancos usurpadores, en nombre de testas coronadas, habrá de venir a perseguirnos y acorralarnos en nuestra propia tierra. Es preciso que nos preparemos para defendernos. Tenemos jefes guerreros como Quincuima y Matora que no los tienen tan buenos como los Quimbayas, así sean ellos Consota o Tacurumbí, y somos tenaces porque estamos acostumbrados a vivir en la guerra. Yo he buscado estas cumbres para habitar porque en ellas sólo medran los huracanes.

La raza de los conquistadores regará por todos los caminos nuestra sangre, nuestros propios huesos. Les pelearemos y cuando nos exterminen -si es que lo consiguen- Tulima se cubrirá de blanco al igual de los fantasmas, y el Dios Lulumoy hará que en esta cordillera cuaje una roca blanca, retadora y altísima, como recuerdo de nuestros huesos irredentos y de la infamia de los expoliadores.

Esta roca podrán verla los indios Quimbayas si no sobrevivieren, lo mismo que las generaciones que habrán de venir después a habitar en estos dominios, de cualquiera de los sitios quindianos en donde se hallaren.

Los pijaos fueron perseguidos y aniquilados por los españoles y apareció, embutido en la montaña, el roquero audaz y desafiante que los recuerda “.

Y con voz solemne terminó Zabulón:

- “En estos pueblos del Quindío, como ustedes bien lo saben, llamamos a estas tierras Peñas Blancas”


Roberto Restrepo Ramírez

Académico de Número N° 4  / Academia de Historia del Quindío

Publicar un comentario

0 Comentarios