Joan Baptiste Bousingault, fotografía de Pier Petit. |
El viajero francés Juan Bautista Boussingault escribió sus “Memorias” en 1892. En ellas relataba sus múltiples experiencias como testigo de la historia americana, haciendo especial énfasis de sus viajes por la Guayra a Santa Fe, su excursión por el valle del Magdalena, por el Chocó, el viaje al Ecuador y su recorrido por Antioquia y el Valle del Cauca entre 1824 y 1830. Muy agradable es la crónica de este viajero francés cuando hablaba de Bolívar y de Manuelita Sáenz, pero en especial el tratamiento que dio a sus recuerdos como expedicionario en estas tierras quindianas que otros aventureros y cronistas ya habían detallado.
En el volumen
IV de sus extensas Memorias, encontramos la narración de Boussingault
sobre su paso por la Cordillera Central desde y hacia el Quindío, narración que
contiene noticias muy útiles para la historiografía de nuestra tierra.
Varias veces cruzó Bousingault la cordillera como oficial de minas encargado de ayudar a la explotación de algunas vetas en el occidente colombiano por cuenta de1 gobierno de entonces y en su carácter de experto en estas materias.
En 1827 hizo la primera travesía con “silleteros” desde Ibagué hasta Cartago, tardando en total nueve días en esta expedición midiendo, desde la altura del páramo, un total de 12 leguas de 6.600 varas cada legua en esta ruta. En otra ocasión recorrió la misma distancia en cinco días y medio, pero a lomo de mula y con un clima más favorable.
Boussingault había sido designado Superintendente en la Vega de Supía y en Marmato,”con la misión de organizar y dar más extensión a la explotación de las minas de oro”. Cuando hizo ese viaje desde Bogotá hasta Ibagué, de allí hasta el páramo para descender hasta Cartago, descubrió que “la vía preferida para el transporte de las telas bastas de algodón fabricadas en El Socorro y que tienen un gran consumo en las Provincias del Sur, era el Paso por el Quindío”.
En Ibagué
contrató a los cargueros que habrían de llevarle sus cajas, baúles y
pertenencias con destino final a la Vega de Supía. Once cargueros le llevaron
41 arrobas y
El viajero francés relata así la faena del viaje en las espaldas del silletero: “el trasportado debe permanecer inmóvil, mirando hacia atrás y con los pies reposando en un travesaño; en sitios escabrosos, como al atravesar un torrente sobre un tronco a manera de puente, el sillero recomienda al patrón que tiene sobre la espalda cerrar los ojos; es cierto que nunca sucede un accidente, pero da lástima ver al carguero sudando gruesas gotas a la subida y oírlo respirar, emitiendo un silbido tremendo; a pesar de las ofertas que me hizo un silletero de los más reputados, preferí pasar la cordillera a pie” (Boussingault, Memorias, p.74, Vol. 4).
Más adelante el viajero francés nos ofrece algunos datos sobre la comida: “el bastimento (los víveres) que debíamos llevar, consistía en tiras de carne seca de res, bizcochos de maíz, huevos duros, azúcar en bruto (panela), chocolate, ron, pedazos de sal que se conocen con el nombre de `piedras` y resisten a la humedad, y cigarros. Yo debía alimentar solamente a los cargueros que llevaban los víveres, la cama y las hojas de ‘bijao’; los otros llevaban su propia alimentación, o sea, ‘tasajo’, panela, chocolate, arepas y sobretodo ‘fifí’ que se hace con bananos verdes secados al horno, cortados en tajadas longitudinales, todavía harinosos al punto que adquieren la dureza y la consistencia del cuerno; para comer ‘fífí’ en vez de pan se le rompe con una piedra y se le deja entre agua” (op.cit.,p.75).
El 23 de mayo de 1827 salió Bousingault de Ibagué, atravesando el Combeima, y desde allí comenzó a hacer mediciones científicas (como las altitudes en cada sitio y las temperaturas de las aguas que encontraban), cosas que él hacía rutinariamente mirando el barómetro y el hagiómetro cada vez que se arrimaba a un determinado sitio. Las indicaciones técnicas que se leen en esta parte de las memorias del galo en su expedición a Supía, son bien prolijas y contienen un material documental bien interesante.
Llegando a
Pambamarca [1]
, Boussingault observó que estaban rodeados de las más bellas palmas de cera,
quininas blancas ---descritas por Mutis--- y helechos “arborescentes” El 28 de
mayo los viajeros llegaron propiamente al páramo: al medir la altitud se
comprobó que estaban a
Al día siguiente hallaron un camino para llegar de Cruz Gorda al Río
Quindío que era, en esa zona, un pantano; pasaron el río sin accidentes y de
allí subieron al Alto de Laraganao y de este sitio pasaron a El Roble. El 30 de
mayo fueron a desayunar a Buenavista (altitud
El 2 de junio se puso en marcha hacia Cartago por un pésimo camino hasta el Río La Vieja[2], y ese mismo día llegó a su destino felizmente. Su ayudante, a quien había enviado adelante, había tomado en alquiler una casa espaciosa de estilo morisco, con galerías interiores que daban sobre el patio y allí encontró, en Cartago, “una sirena de ojos azules” que lo dejó medio loco. Bousingault estaba por los veinticinco años y mucha parte de sus recuerdos tienen el fondo de mozas jóvenes y hermosas que enamoraba en el camino.
Los detalles del encuentro de Bousingault con Gabriel de La Roche, otro francés que trabajaba en Cartago como administrador del estanco de tabaco, son pormenores de la forma de vida de esa que el expedicionario llamaba la “América meridional”. De la Roche había desposado a la hija de un nativo de apellido Marisinluna (¿María sin luna?) que vivía orgulloso “de la nobleza de su familia y yo tuve a la vista (dice Bousingault) todos los escudos, títulos, sellos, etc.”. En ese entonces los esclavos “eran muy numerosos”; la vida fácil y ociosa para los blancos, las mujeres graciosas, “mas que bonitas” y agradables con sus cabellos entremezclados de flores. Ya se ofrecía entonces como atención un café para las visitas[3], y al respecto Bousingault nos da una explicación muy singular: “el efecto atribuido al café está generalmente admitido por las señoras de la América meridional” (¿). Las señoritas, agrega, son excelente bailarinas del bolero, del fandango y del molé-molé. Y para refrescarse, remata el autor, ron, “del que rara vez se abusa” en las reuniones sociales de Cartago.
Después de unos meses en Cartago, Bousingault terminó su jornada en Supía y en Marmato, y los detalles de esta parte de su crónica ocupan muchas otras páginas de estas Memorias. En una de ellas aparece la primera referencia a la explosión del volcán el Páramo del Ruiz: fue el 14 de marzo de 1805 cuando cayó una nube de cenizas que venían del este, alcanzaron a llegar a Cartago y Anserma, y cubrieron una parte del día.
Jaime Lopera Gutiérrez
Academia de Historia del Quindío - Académico de Número 2
[1] Como hipótesis, este podría ser el nombre
original de Cajamarca.
[2] Si Bousingault
estaba por los lados de La Vieja y Buenavista, podemos suponer que entró al
Quindío por Génova o Pijao, y no por
[3] Estamos
hablando de 1827 cuando el café ya se utilizaba como bebida en los salones.
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