Por: Roberto Restrepo Ramírez.
Académico de Número de la Academia de Historia del Quindío
El 21 de agosto de 2021 se cumple el centenario del natalicio de Olga Alba Gómez, sin duda, la artista más destacada de Filandia en toda su historia. Esta famosa pintora primitivista nació en Filandia el 21 de agosto de 1921, un día después de la celebración de los 43 años de fundación. Su nombre artístico es Olga de Chica, el que escogió para presentar sus cuadros en exposiciones individuales y colectivas, desde la década de los años 70 del siglo pasado.
Sus abuelos paternos fueron Jesús María Alba García y Julia Restrepo Aguirre. Don Jesús era un posta o correo muy honesto y diligente, que trasegaba el Camino del Quindío. A él se le confiaban valores, cartas y otras remesas que llevaba a los destinos poblados más cercanos, y a los principales, Ibagué y Cartago. Esto ocurría cuando en la Oficina de Telégrafos de Filandia de la última década del siglo XIX permanecía otro personaje famoso, don Julio Amadeus Guinand. La abuela Julia pertenecía a una familia oriunda de Pácora que había llegado a Filandia años después de la fundación ocurrida en 1878.
Los padres de Olga se llamaban Juan de la Rosa Alba Restrepo y Pastora Gómez Muriel. Faltaron a temprana edad y ello constituyó para la pintora Olga y su hermano Arleth un golpe muy certero en su niñez. En un artículo publicado por el periódico La Patria, ella narra así su época de infancia con su madre:
“…Viví muy feliz con mi mamá, papá y hermano. A ella le gustaba coser ropa, siempre compraba la tela suficiente para que me pudiera hacer un vestido a mí también. Apenas lo hacía salíamos a pasear para estrenarlos. Mi madre tenía un espíritu alegre y optimista, vivía solo para nosotros y siempre nos llamaba por diminutivos, Arleicito, Olguita y a papá, Juanito. Aunque murió cuando yo tenía ocho años tengo su imagen grabada en mi memoria” (La Patria, sección ‘Cuando los grandes eran chicos’, julio 12 de 1999).
Desde la década de los años 30, Olga y su hermano vivieron en la casa de los abuelos paternos. La abuela Julia tuvo una hija, la única tía paterna de la artista. Se llamaba Francisca, más conocida como la Hermana Pachita, quien había recibido sus votos perpetuos como religiosa bethlemita en 1922. Su padre Juan de la Rosa y otros hombres filandeños cursaron el Kinder en el colegio Sagrado Corazón de Jesús, plantel de las bethlemitas y que también fue el de su hija Olga, la pintora. Solo estudiaban mujeres desde el primer curso de primaria. La influencia de sus maestras -en esa institución que se había fundado en 1907- fue vital para el despertar sensible en las artes de la niña Olga. Así lo narra una de sus hijas, Sonia, en un artículo publicado en el diario de Manizales, titulado ‘El otoño de una mujer:
“... Como es bien conocido en el ambiente educativo de Colombia, esta comunidad de religiosas, dedicada a la enseñanza, siempre ha impulsado las bellas artes por excelencia dentro de su programa académico. Siempre atenta a las inquietudes de sus alumnas, las monjas notaron la habilidad extraordinaria en Olga y se dedicaron al cultivo y guía de la pequeña alumna...” (La Patria, enero 2 de 1982, página 6C.)
Luego de cursar cuatro años con las bethlemitas, Olga ingresó a principios de la década de los años 30, con diez años, a la Escuela Urbana de Niñas de Filandia. Allí siguió destacándose en las artes, como aparece en un reporte de calificaciones y su asignatura llamada ‘Trabajos manuales’. Otra constancia de estudio consigna lo siguiente:
“¿Para qué tiene mejores aptitudes?: Para obras manuales” (respuesta en manuscrito).
Se casó muy joven, en julio de 1938, con el docente Carlos Chica Piedrahita. Años después del matrimonio la familia recibió un duro golpe con el fallecimiento de su hermano Arleth, quien había sobresalido en el ámbito futbolero de Filandia. En 1954 la pareja Chica Alba decidió radicarse en Manizales. Al hogar habían llegado tres hijos, un hombre y dos mujeres. En 1972 -después de muchos cuidados dispensados a su hijo- el niño falleció por la severidad de una enfermedad.
Desde ese año, muy afligida por la pérdida, Olga decide matricularse en la Escuela de Bellas Artes de Manizales, donde comenzó a pintar sus cuadros. “Este regreso al salón de clases fue más que todo dirigido a establecer contacto con el mundo pictórico, pues ella pertenece a la escuela de pintores primitivistas y como es bien sabido, estos, son artistas innatos”, acotó su hija Sonia, en el artículo ya referenciado.
Todo ello fue el inicio de su vida artística y la validación de sus obras en diferentes salas de Manizales, otras regiones de Colombia y varios países. Gracias al esfuerzo de sus hijas, residentes en Estados Unidos, las obras fueron exhibidas en ese país y otras naciones de Europa. Se recuerdan las gestiones de su otra hija, Eloína, con su esposo Gale Gibson, que hicieron posible llegaran los cuadros a importantes estancias de Washington. Mientras Sonia llevaba sus exposiciones a Santa Bárbara, California.
Sus cuadros del género primitivista, “circunscrito dentro de la óptica también llamada Naif, es decir toda su temática, y la forma de representarla, está amalgamada de simplicidad, de franqueza, de naturalidad y de la ingenuidad que suele caracterizar a este género, y del cual Henry Rousseau fue su precursor”. Es esta una nota de crítica artística publicada en el diario La Patria, de agosto 27 de 1992, como bastantes fueron las que presentaron otros medios periodísticos en los lugares donde llegaba su obra.
Hay muchos cuadros colgados alrededor del mundo, en hogares, museos, salas de arte e instituciones. El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, Unicef, escogió e imprimió dos de sus tarjetas de igual número de obras, que se aprecian en el mundo entero.
Han sido muchos los artículos de prensa y de revistas a ella dedicados. Lo mismo que reseñas artísticas y biográficas, como la escrita por su coterráneo, el escritor filandeño Jaime Naranjo Orrego y que se puede leer en su blog Personajes de Filandia.
También en el Quindío expuso sus cuadros. Entre varios espacios, en la Galería Vallejo y la Sociedad de Mejoras Públicas de Armenia, así como en las Casas de la Cultura de Filandia y Quimbaya. Tal vez las de estas dos últimas municipalidades fueron las de mayor afecto, habida cuenta son su tierra natal y la de su esposo.
Los temas de sus cuadros son variados y versátiles y reflejan la idiosincrasia de las diferentes regiones. Solo basta mencionar sus títulos para entender cómo esta artista llegó al alma de los colombianos. En cuanto respecta a su pueblo, una de las primeras obras se llama ‘Mercado en Filandia’, tal vez recordando la época de su niñez, cuando veía los toldos de lona y el movimiento agrario en la plaza principal. La fachada del templo actual de Filandia también se plasmó en varios bocetos. Tampoco olvidó a Manizales, su segunda ciudad en el corazón. Títulos como ‘Domingo en Sancancio’, ‘La Enea’, entre otros, o las postales que representan el Festival Internacional de Teatro o sus fiestas de enero son muestra del aprecio profesado a la capital de Caldas.
Pero el mayor mérito de la pintora Olga de Chica es el de ser considerada como excelente exponente del Paisaje Cultural Cafetero en su plano pictórico. El libro catálogo de Hoyos Editores, con el título ‘El Paisaje Cafetero de Olga de Chica’, escrito por el salamineño Fernando Macías Vásquez en 2017, o un artículo de la gestora cultural manizaleña Gloria López, que lleva por título ‘Olga de Chica… su arte ingenuo’, así lo confirman. El siguiente es un fragmento de dicho escrito, publicado 17 años antes de la inclusión del PCC en la Lista de Patrimonio Mundial:
“... Pero es que la pintura de Olga de Chica es diferente. Es la artista que más ha explotado, o mejor, más ha trabajado el tema cafetero”, (diario La Patria, Manizales, febrero 12 de 1994).
Olga de Chica
murió en Manizales el 16 de diciembre de 2016.
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